miércoles, 3 de octubre de 2012

El LUNAR ROSADO


El lunar rosado.
Un manto de nubes blancas oculta la tierra. El avión las atraviesa y busca el azul. Miro a través de la ventana buscándola. Era un ángel raro capaz de convertirse en figura fugaz, serena, juguetona entre esta acumulación de repollas blancas. Me acuerdo del lunar de su brazo. Era rosado pero tenía forma de nube. Era el sello de su oficio. Ángel. Nunca pensé cuando ella estaba viva que era un ángel raro. Un ángel con un lunar rosado en su brazo en forma de nube. Rosado es más tierno. Podría ser hasta ridículo. Pero no en un brazo. Ahora que se fue, su condición se devela. Qué horrible para esa señora, me dijo refiriéndose a la protagonista de mi última película: todo el tiempo piensa en la muerte. Ella tenía previsto no pensar en la muerte. Ayer hablé con ella. Estaba feliz. El fin de semana pasado había visto el Cerrotusa y el Cerrobravo desde la finca de Adriana Castro. me habló ayer de la Sinifaná. Me preguntó que cuándo iría a Medellín. Yo le respondí que no sabía. Todavía me quedan muchos eventos en los cementerios. Estamos ayudando a vivir el duelo del país. La semana pasada visitamos tres cementerios diferentes. Recuerdo que después de cada presentación de la película de Beatriz González , le dije a Danielita Castro: quiero irme a Medellín, mi madre se irá pronto y quiero estar cerca. Como era su costumbre, se adelantó. Ella preveía todo. Seguramente entendió que no era el momento de detener la vida de los hijos para que estuvieran a su lado. Ella nos acompaña. Sergio está en Méjico, andando con Mavila, en su ley. Yo voy errando por los espacios funerarios pensando en el luto del país. Ayudando a sanar heridas con Proyectando Memoria.
Vuelvo en avión a Medellín a enterrar a mi madre. Me fuí de Medellín en el 77, hace 35 años en un avión. Recuerdo ese viaje en una aero-comander con el capi Escobar. Las nubes y el brillo del cielo eran los mismos. En ese momento presentí que dejaba la tierra y a mi madre. Ahora vuelvo y sé que dejé a mi madre desde ese momento. Volví a visitarla muchas veces. Fuimos innumerables veces juntos a la finca. Y ella siempre con esa cara sana, como eterna, tranquila. Lo único que fue perdiendo fue el oído. Tenía pensamientos propios, no necesitaba escuchar tanto. Se fue quedando sorda. Guardaba otros sonidos que escuchó de nosotros mientras éramos niños, jóvenes, hombrecitos y mujeres en su ruta. Ahora no es necesario escuchar tanto desastre, tanta miseria, tanta guerra, tanta violencia. Mi madre se fue y Luis Fernando me cuenta que le vio la  cara apacible, contenta. Quiero verla para guardar esa última imagen. Su nariz grande, su piel lozana. Su mirada tímida y sin la más mínima gota de agresividad. Qué bueno haber tenido una madre ecuánime y generosa.
Ojalá que este enorme duelo sirva también para calmar de alguna manera el vacío que deja la ausencia de mi madre. Adiós, querida Beatriz, cuánto te queremos. Septiembre 18-3012

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He sido un cultivador de cartas... pero se extinguen los huertos, las postales, los destinos. Busco materos, balcones, ventanas, lienzos libres donde pueda sembrar mis dudas, mis palabras, las cascadas de imagen que a veces se me ocurren. Dale hombre, me han dicho algunas fieles amistades, invéntate un blog, escribe. Ya verás que es un buen andén para compartir tu risa, tu silencio, tus desdichas. Curioso, dócil, ingenuo, acepto jugar a lo impreciso.