domingo, 9 de abril de 2017

ADIOS A JAIRO

 EL REDOBLAR DE LAS CASTAÑUELAS



Al terminar la función, la  primera vez que  JAIRO TOBÓN vio LAS CASTAÑUELAS DE NOTRE DAME en octubre del 2001 en la sala de proyección de Pathé Cinema cerca de Los Campos Elíseos en París, tras haberse puesto de pie para recibir el aplauso emocionado de los espectadores, volvió a sentarse en su silla y se quedó mirando fijamente la pantalla blanca. Al acercarme  para darle un abrazo, vi que por sus mejillas se deslizaban un par de pesadas lágrimas. Está muy buena la película, me dijo, pero me dan muy duro las palabras de mi hermana. Antes de que pudiera replicarle algo, se acercó su patrón,  Monseñor Michel Guyard, el obispo capellán de la catedral de Notre Dame de París, le dio unas palmadas en su espalda y en voz alta, con tono malicioso expresó su sorpresa "¡ Vaya, vaya... Quién hubiera pensado que Monsieur Jairo guardaba tantos  secretos!"

Diez años atrás había conocido a Jairo en la Sacristía del templo más importante de Francia.  Fue una mañana de octubre de 1990, cuando acompañé  a mi amiga Mercedes Uribe a llevarle una libra de café que le enviaba el párroco de la catedral de  Medellín. Celebró el regalo con una felicidad infantil. "¡Qué dicha! después de misa, aquí ya no se toma sino café colombiano, el más suave del mundo", y sonrió. Agradecido,  nos invitó a conocer el Tesoro de la Catedral, "Pero primero les muestro la firma del arquitecto masón que construyó la obra arquitectónica más importante de Occidente" y nos llevó hasta una columna de la nave donde estaba tallado un signo que supuestamente era la firma de maestro medieval. En el trayecto nos habló de la magia de los vitrales, del imponente órgano,  nos presentó  a las  viejas beatas que pasan sus días en el templo, saludó a  los turistas en alemán, italiano, inglés, japonés y, tras cada respuesta, que para él era como un trofeo, nos guiñó el ojo maliciosamente. Ya en la bóveda del tesoro, que abrió con un manojo de enormes llaves que guardaba en su bolsillo,  mientras hacía pantomimas con su bipper  tratando de hacernos creer que era un moderno control láser para abrir las cerraduras de las alacenas donde se guardaban las custodias y los cálices de oro, empecé a preguntarme de dónde, carajo, salió este personaje. Pero, como era su costumbre, antes de que yo le hiciera la pregunta, él ya se había anticipado a preguntarme: ¿Y usted qué hace? Cine, le dije. Ah, sí? Yo también he hecho cine. ¿Usted es actor? No, soy director. Pues yo fui vedette de una película . ¿Conoce a don Enoc Roldán? Si, claro, el pionero paisa del cine colombiano. Pues  yo fui el papá de don Marco Fidel Suárez, el presidente de la república,  en la película EL HIJO DE LA CHOZA. A ver, barájemela despacio, le dije. Usted es sacristán, pero ¿primero era actor de cine? No, ¡yo era bailarín! ¿Y cómo llegó aqui...? Pues llegué bailando flamenco. Yo llegué a bailar en la opereta Fiesta de Francis López en el teatro Mogador.

No había dudas, como dijo monseñor Guyard: Jairo tenía guardado muchos secretos.

Víctor Hugo escribió que la gran colmena, la catedral,  es el resultado del trabajo de muchas abejas, en la que  cada cual pone su granito de polen;  Jairo con su humor, amabilidad, picardía, sus tintos, hacía que la visión  de ese espacio mítico fuera diferente; que los referentes moldeados por el gran escritor francés del siglo XIX se desmoronaran. El hombre que ahora tocaba las campanas encendiendo con una llave un mecanismo que las hacía sonar a la distancia  ya no era Quasimodo: era Jairo, el paisa natural de Andes, Antioquia, ese muchacho hijo de un inspector de policía y una señora piadosa y rezandera, madre de 5 hijas y un varoncito, que quería por sobre todas las cosas que su niño fuese cura. Y fue en 1948 cuando, aprovechando que a su marido lo cambiaban de pueblo constantemente debido a las violentas  revueltas que se generalizaron por toda Colombia  tras el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, decidió enviarlo a un seminario jesuita en Santa Rosa de Viterbo, en Boyacá, para mantenerlo alejado del desorden y para que Dios se encargara de satisfacerle sus deseos de verlo oficiando misa en los altares.


Sin embargo, el destino de Jairo no era ser cura. La vida le tenía deparado un papel de artista.  Su pasaje por el seminario fue fundamentalmente la etapa de formación que le sirvió para cultivar su sensibilidad. Sus dones para la música, la danza y la pintura le llevarían por  otros caminos. Pero vaya a saberse qué acontecimientos  lo forzaron a escaparse del seminario y comenzar una errancia por espacios ceremoniales paganos como el circo, el grupo de danzas de Fabricato o el Ballet Folclórico Colombiano,  el cine de don Enoc Roldán, la Casa de Cultura de Zipaquirá, la Escuela de Flamenco Amor de Dios en Madrid y la Compañía de Zarzuela de Francis López en París, hasta que, ya maduro, tras un accidente automovilístico, su rodilla se lesionara y  tuviese que abandonar para siempre la danza e ingeniárselas para  ingresar como guía turístico en Notre Dame de París. Extraño círculo de vida que lo llevó a oficiar su propio ritual, con su particular histrionismo, en un privilegiado  espacio ceremonial religioso. Al  poco tiempo este guía tan particular fue detectado por las autoridades del templo y  lo  invitaron a incorporarse a la nómina como Sacristán. Allí  terminó  Jairo ejerciendo cotidianamente, con paciencia y picardía,  las funciones de peón de los  grandes rituales hasta el día de su jubilación.

Me acabo de enterar  de que Jairo murió. La última vez que nos vimos, hace unos seis  años, me contó qué fue lo que lo hizo llorar el día en que vio por primera vez la película. Me confesó que la historia le encantó,  que reconoció la trayectoria de su vida, pero que él no esperaba que su hermana dijera que ella prefería que Jairo muriera en París para que lo enterraran con todos los honores que merecía como sacristán de Notre Dame, cosa que en Colombia no era posible... Jairo Tobón murió en París en una fecha imprecisa de marzo de 2017. Su cadáver fue hallado varios días después de su deceso en su pequeño apartamento en un séptimo piso sin escaleras cerca a la Gare de l´ Est donde vivió solitario durante muchas décadas. Por no tener familiares en Francia que autorizaran una salida inmediata de la morgue, no tuvo las pompas fúnebres con honores que tanto anhelaba su hermana. En el año de la celebración Francia- Colombia se nos fue un personaje que desde su pequeña gran labor, como la abeja de Víctor Hugo, labró un trozo de la historia de un espacio que conjuga lo más sagrado y lo más profano de la creación humana.

Adiós Jairo, que tus castañuelas no cesen de sonar,  porque así como lo hiciste en la catedral de Medellín cuando viniste con la película a recorrer nuevamente los senderos de tu vida, de nuevo necesitamos  la música para  calmar la gente.  En Colombia necesitamos ese redoblar de campanas y castañuelas con fondo de órgano para apaciguar tantos espíritus que aún permanecen alterados.



Jairo tobón con Sergio García, Diego Forero y Carlos Lopera "Chubi" durante el rodaje de
Las Castañuelas de Notre Dame.

DIEGO GARCÍA MORENO, BOGOTÁ, MARZO 31 DE 2017

Este texto fue publicado en "Generación" de El Colombiano de Medellín el 9 de abril de 2017.

1 comentario:

He sido un cultivador de cartas... pero se extinguen los huertos, las postales, los destinos. Busco materos, balcones, ventanas, lienzos libres donde pueda sembrar mis dudas, mis palabras, las cascadas de imagen que a veces se me ocurren. Dale hombre, me han dicho algunas fieles amistades, invéntate un blog, escribe. Ya verás que es un buen andén para compartir tu risa, tu silencio, tus desdichas. Curioso, dócil, ingenuo, acepto jugar a lo impreciso.