martes, 6 de septiembre de 2011
EL CORAZÓN por Jorge Ruffinelli
El catedrático y crítico de cine uruguayo Jorge Ruffinelli -Stanford University- hace una reseña de una película que ahora, más que nunca, palpita en mis recuerdos.
El corazón – Colombia 2006 Duración: 80 minutos. Director: Diego García Moreno. Guión: Diego García Moreno. Fotografía: Diego García Moreno. Foto adional: Diego Forero, Javier Quintero, Sergio García. Iconos y grafías: Juan Camilo Uribe, Rolando Vargas. Música: Sally Station. Sonido: Carlos Lopera. Montaje: Carlos Marciales. Asistencia general: Javier Quintero. Intérpretes: José Gregorio Usaga, Yaneth Meza, Cruz Marina González (la mamá), Yerneis Fredy y María Edelmeri Usaga (hermanos de José Gregorio), Dr. Francisco Gómez “Pacho”, Silvia García (esposa de Pacho), Dr. Gilberto Martínez (cardio-actor), Juan Camilo Uribe (artista), Dr. J. Alberto Bernal E. (record-doctor), Dr. Alfondo Mejía Vélez. Productor: Lamaraca Producciones.
En sus documentales, García Moreno ha trabajado siempre de maneras muy imaginativas y creativas, sobre los mitos culturales de su país (la cama, la corbata, la arepa, etc.). En El corazón acierta a tocar el nervio central del sistema colombiano, porque desde la religión (la afición nacional al Sagrado Corazón) hasta la perpetua guerra (por ejemplo, las temidas minas antipersonales), todo parece conducir a destrozar el corazón de los colombianos y del país entero. Real y metafóricamente. Ni siquiera necesitó García Moreno acudir al romanticismo de la literatura para buscar fuentes sobre “el corazón”: éste está en las manos (y bocas) de los cirujanos, en el discurso religioso, en el arte, y hasta en la propaganda política. De hecho, aún con escasas alusiones directas a la política, El corazón es el más político de sus documentales.
Comienza con la explicación básica del funcionamiento del órgano cardíaco en la voz y las manos del Dr. Francisco Gómez. Si la cámara subraya la expresividad de las manos y sus dedos delgados y eficacísimos, es porque muchos operados del corazón afortunadamente han dependido de esas manos. En una secuencia impresionante, se ve cómo los cirujanos extraen una esquirla de bomba incrustada en el corazón de un soldado (José Gregorio Usaga), quien se convierte con todo derecho en el otro protagonista principal del relato. Sin embargo, aunque el Dr. Gómez (“Pacho”) abre el documental desde la cirugía, otro médico (Gilberto Martínez) demuestra asombrosamente un método, que él ha perfeccionado, para auxiliar en el diagnóstico sobre el corazón imperfecto: los sonidos del corazón, que él reproduce con su boca. En un aspecto de la medicina tan caro como la detección de las enfermedades cardíacas y las operaciones muchas veces necesarias (y otras no), ese “procedimiento” oral y mimético parece un recurso milagroso para el buen diagnóstico. Aunque no todos lo acepten.
El Sagrado Corazón ha permeado a la sociedad colombiana de una manera profunda y peligrosa durante más de un siglo, hasta que un régimenos más liberal que conservador separó estado de religión. Muchos líderes políticos y presidentes se rodearon del Sagrado Corazón como de una armadura, usándolo en sus discursos de asunción de mando, pero la verdad es que la fe no le sirvió ni al país ni a sus mandatarios a lo largo de la historia del siglo XX. Las imágenes religiosas siguen prosperando, y como dice Juan Camilo Uribe, lo que se venera popularmente es un dibujo plastificado.
La realidad está en otro lugar del corazón. El documental emplea un impresionante fragmento de archivo —la intervención quirúrgica en el corazón de José Gregorio Usaga— y luego hace del joven su protagonista. Declarado incapacitado por el ejército, sin embargo no “alcanzó” el porcentaje de incapacidad como para cobrar una pensión. José Gregorio confiesa que él —como sin duda muchos otros soldados— no entró al ejército por “patriotismo” sino como a un empleo, y trabajó por su país hasta que la mina fatídica le estalló e hirió su corazón. Ni el estado ni la sociedad han reconocido su “deuda” con él, y mantiene a su compañera y a su hijo recién nacido trabajando como acarreador de botellas, en un trabajo de enorme gasto físico que podría matarlo. (No lo dice el film, pero como resultado de haber sido exhibido en un Museo, finalmente, consiguió un empleo adecuado en ese mismo Museo).
“En casa de herrero, cuchara de palo”, dice un comensal mientras comen en casa del Dr. Gómez, para referirse al hecho de que Silvia, la esposa, comenzó a sufrir irregularidades del ritmo cardíaco, teniendo que someterse a ejercicios y tratamientos y, de hecho extendiendo su preocupación y angustia a su marido, el experto cirujano. El corazón no da pausa.
En su forma y formato, El corazón apela también a la ironía y a la imaginación visual. Es muy dinámica con sus intertítulos. Convoca al arte de Juan Camilo Uribe, quien en su obra hizo del corazón un tema plástico de gran elocuencia. Y, ante todo, se fragmenta el desarrollo del documental con capítulos que, al presentarse, buscan ampliar, en su diálogo con el espectador, las vertientes y variantes metafóricas de su tema y título: “El primer latido”, “El voto nacional / Primera consagración”, “Trasplantes celestiales”, “Vena poética”, “Arterias de violencia”, “La cicatriz”, “Taquicardia social”, “Colombia en la mira / Hipertensión nacional”, “Détente”, “Insuficiencia vital”, “Nuevo pulso / Tomando impulso”, “Beat of the heart”, “Colombia es pasión”. Diego García Moreno incluye en su documental una gran variedad de temas y subtemas cordiales, desde los sacrificios indígenas antiguos, hasta algunas páginas de García Márquez, pasando por reuniones semanales de especialistas médicos, y la parafernalia religiosa de las estampitas, incluyendo el error histórico de representar a Cristo bendiciendo con la mano izquierda.
Años después de realizar este documental Diego García Moreno sufrió un infarto cuya recuperación, como buen cineasta, filmó y compartió en su propio blog. Tal vez el haber realizado El corazón le enseñó a detectar temprano los síntomas. Es que, en verdad, había realizado su película con todo el corazón.
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He sido un cultivador de cartas... pero se extinguen los huertos, las postales, los destinos. Busco materos, balcones, ventanas, lienzos libres donde pueda sembrar mis dudas, mis palabras, las cascadas de imagen que a veces se me ocurren. Dale hombre, me han dicho algunas fieles amistades, invéntate un blog, escribe. Ya verás que es un buen andén para compartir tu risa, tu silencio, tus desdichas. Curioso, dócil, ingenuo, acepto jugar a lo impreciso.