domingo, 8 de mayo de 2011

LA CAJITA AZUL

Cuando los días amanecían así, blancos, lechosos, salpicados por una lluviecita menuda, como hoy, con una temperatura que te ordenaba ir al armario a buscarte un pesado suéter o a correr a la tina a tomar una ducha caliente, una voz melosa, interior y seductora, te proponía permanecer en la cama, esconderte entre las cobijas, acariciar tu mejilla con la almohada... reposa, guarda el calorcito, no te apures... pero tú te debatías entre la lista de oficios atrasados, tareas puntales, obligaciones de siempre, presentías el tarro del café vacío, el refrigerador pidiéndote que le llenaras su vientre con bolsitas de colores, cómprate un porrón de leche, ya se acabaron los huevos, no tienes queso ni pan ni miel ni mantequilla, hace días no traes frutas, te imaginas una mandarina, qué lindo sería ver el sonroje de un tomate, una zanahoria o un buen trozo de jamón, y escuchabas el ronroneo tuyo, el murmullo de las tripas propias haciendo bostezos sinfónicos dignos de un puerco adormecido, tengo hambre, tengo un vacío, y hasta esa insoportable necesidad de ir al baño a vaciar tus líquidos fermentados en la penumbra larga de la noche se atravesaba con sus impostergables premuras ¿será que no me levanto? ¿será que hago pereza? Soldado humano que has sido, respondías entonces a la orden fundamental de l anatomía y te encontrabas orinando a cántaros frente a la olleta de porcelana blanca. Silenciabas el murmullo de la ventisca y las dulces tentaciones se diluían al vaciar el inodoro. ¡En acción, vamos, es sábado, aprovecha del día! Qué va. Es el tiempo de una siesta matutina. Y volvías al lecho, dormías, te regalabas una casacadita de improvisados sueños, dejabas que el ritmo de la vida aceptara ese ritual de soberana pereza que creías sería el prólogo fundamental de la vida que desde ese entonces llevarías.

El día es blanco, cae una lluviecita menuda, es sábado, tengo que levantarme a tomarme una pepa. Cuáles dudas. Cuáles nostalgias de la almohada. El pastillero está vacío. Hay que proveerlo. Todos los sábados de la vida tendré que aprovisionar esta cajita azul sintética, rígida, transparente, donde leo monday morning, tuesday, wednesday… y para cada día han dispuesto unos cajoncitos rotulados con breakfast, noon, eve, bed… sabiduría gringa en inglés, el órden soberano de los días, de las horas, conciencia de la salud de un pueblo que ha aprendido a ordenar y dar órdenes sobre la faz de la tierra. Sólo pienso en cumplir a cabalidad con mi disciplina farmacoterapéutica obligatoria. El día en que salí del hospital, Sally llegó orgullosa con la cajita azul y con el primer atado de drogas que aprobó la empresa prestadora de salud. Ese señor está irremediablemente enfermo, como constata en su historia clínica, está recién infartado, cateteriado, aprovisionado con un par de stents en su coronaria descendente anterior. Ese señor no tiene salvación. Desde ahora y por siempre tendrá que practicar el ritual riguroso de las drogas. Tenga, señora, revise que el pedido coincida con la fórmula del doctor. Todo coincidía. Sally había hecho un pequeño afiche con las fotos de cada píldora y la dosis diaria que tendría que tomarme. También había llamado al médico homeopático para que diera su apoyo naturalista en el período de recuperación y recomendara sus propias medicinas. Gotitas de sulfurus y … y grágeas de omegatres, seis y nueve. El plegable contenía la información para una dosis de 14 medicamentos diarios. Y recuerde, retumbaba en mi memoria la voz de Carmen Beatriz la fisioterapeuta, ¡siempre, hasta el último día de su vida, tendrá que tomarse el copidogrel y la aspirina! Esa cajita azul me propino la primera ofuscación post-infarto. Sally había sacado de sus sobres las pepitas y las había dispuesto en las alacenas. ¿Cómo sé yo cuál es cuál? Aquí no hay ningún letrero. Sólo pildoratias de colores, pepitas coquetitas, malparidas pepas. Mi primera reacción sonó a reproche. A Sally le provocó mandarme para la mierda pero se contuvo. No quería provocar un ofusque que desembocara en una nueva crisis cardíaca. Que el señor tiene un trombito en la punta del corazón que está atrapado en una terminal de una arteria. De allí la razón de tanta droga. Porque aparte del copidogrel y la aspirina, tendrás que tomar la warfarina que es un coagulante bien difícil de dosificar. Tendrás que hacerte tomas de sangre cada 5 días y cuando logres estabilizar los índices de INR entre dos y tres, sabremos cuáles tomarás durante los próximos tres, cuatro, seis meses. Y recuerda que esta semana tendrás que inyectarte en la barriga estas inyecciones.

Estoy llenando por cuarta vez cada cajoncito con las drogas recetadas por el doctor Santacruz. Pacientemente, como me ha recomendado en sus fórmulas, coloco las pastillas de la mañana, las del mediodía, la tarde y las para antes de acostar en su sitio. He aprendido a partir en dos con mi navaja suiza aquellas que han deben ingerise por medias dosis al levantarme y después de la cena. Ya podemos bajarle la intensidad al metroprolol dijo el doctor en la última revisión. Media pildora cada ocho horas. El copidogrel sí tiene que ser para siempre, no lo olvide, una pastilla de tantos miligramos al día. Los 5 miligramos de warfarina se los dejamos durante entre tres y seis meses más. Cuando vuelva a consulta le haremos un scan y veremos si el trombo que quedó retenido en el extremo de la arteria en la punta del corazón no se ha movido. Si ha sido asimilado por la superficie del corazón lo suspendemos. Mientras tanto, no se le ocurra pelear, caerse, cortarse, herirse la boca, no use seda dental, no haga acrobacias extremas ni artes marciales. Si cuando defeque u orine llegase a detectar rastros de sangre nos avisa inmediatamente. Recuerde que peligra tener una hemorragia.

Salió el sol. Es por la tarde. Almorcé un sancocho de sierra delicioso. Qué bueno salir por segunda vez. Logré controlar la modorra de la mañana escapándome de compras. Quiroga, ¿qué hacés? Estaba en la cama esquivando la blancura del día, la lloviznita deleznable. ¿Vamos a comprar pescado? Dudó, recordó las múltiples referencias de precio, calidad, diversidad que ofrecía el supermercado de la 69 con diecisiete ¿Vamos de una? ¿En media hora? Listo. Te recojo en la quinta.

El pelo húmedo y peinado. Blancos los dos por la acumulación de semanas en la penumbra. Los cerros de un verde fundamentalista, como si nunca se hubieran quemado, como si jamás pudieran ser víctimas de los pirómanos urbanos, le hacían buen conjunta a mi toyota color esperanza. El radio hablaba de los parques nacionales, el ambientalismo en auge, de la esperanza hídrica que es Colombia para la región. No hablamos de las inundaciones. No miramos hacia la sabana y sus recién estrenados lagos. Ni mencionamos que el gobierno ha dispuesto comprar todas las hectáreas anegadas para devolvérselas al río. ¿Será cierta tanta buena voluntad? Agua y sol, ansias de devorar fauna marina. Llegamos. Pesca-mar o surti-mar? Algo así. Tres pisos. Edificio azul de arquitectura paisa muy reciente. Un narc-decó moderado. Muchos parqueaderos. Mucho campero de vidrio blindado. Mucha señora de tacón puntudo subiendo las escaleras. Segundo piso. Todo práctico. Fila india en torno a congeladores horizontales exhibiendo cuanto filete y mariscos aparecen en el diccionario. Pulpo, calamar, langostino, langosta. Mero, salmón, corvina, lenguado, sierra. Cada pieza en su bolsita plástica. El atún rojo, y la trucha y el bagre, y los caracoles, y las ostras. Puerto Bogotá a cuarenta y cinco grados abajo del horizonte de nuestra vista. Una canastilla llenándose de paquetitos. ¿Trajiste la tarjeta? Cuán poca esperanza le quedan a las especies marinas si estas culturas ancestralmete carroñeras se convierten en devoradoras de la fauna marina. Los cerdos se sonrojan de la dicha y cantan como hienas. Los perros callejeros no tendrán que ser disfrazados de conejos en los mataderos clandestinos. Aparece un pato a mitad de camino. Mirále el precio ¿lo compramos? A la canasta lo echamos tras firmar el convenio de comérnoslo juntos la semana entrante. Qué dicha. Pagamos. Qué precio. Qué orden. Qué mañana tan bien aprovechada.

Tres meses atrás, a mi regreso de Isla fuerte, traje un viajadito de ñame. El sol seguía haciendo efecto y me proponía recetas. Pero la palabra sancocho opacaba las demás. Seguro fue por el efecto resplendoroso del ñame. Si no lo comemos ahora, se podrirá. Cojí un cuchillo bien afilado y puse el tubérculo sobre una madera. Le quité su piel terrosa. Lavé los trozos, los lancé a la olla a presión. Piqué plátano colisero, cebolla, pimentón, gengibre, ajo. Agua, un poco de vino, leche de coco, pimienta, sal. Todo fuego alto. Al primer hervor introduje los trozos de sierra. En dos minutos estaban blancos, límpidos, como el amanecer que se fue, y volví a sacarlos. Dejé el perejil y el cilantro para el final. Sonreí al probar, al aprobar el primer sorbo, qué delicia. Sally ¿Quieres almorzar? Saqué la cajita azul. Busqué saturday, noon, abrí el compartimento y saque la warfarina, la media pastilla de lovastatina, una grágea de omega trés, unas gotitas de sulfurus y terminé con un vasito de leche y una galletita de oreo. Un pecadito para olvidar el estress.

Qué bueno salir por segunda vez. Hoy no he caminado. El único ejercicio ha sido darle la vuelta a unos refrigeradores repletos de pescado. Qué bueno sería hacer un ejercicio más contundente, más espiritual. Claro, Hay Feria del libro. ¿Sally, vamos a la feria? No, mi amor, tengo que terminar las traducciones. Nati, Nati. Nati no está. Sergio y Mavila están ocupados, se van a recorrer el mundo desde el martes y están ordenando sus enseres, o desardonándose entre despedidas. Fulanito de tal está ausente, perencejo no contesta. Busco el chat del facebook. ¿Quién estará por ahí un sábado a las dos de la tarde? Los punticos verdes frente a los nombres de los amigos conectados. A ver, aver. María Clara, ¿aceptarías ser la lazarilla de un post- infartado en la feria del libro? Sería un honor.

A las cinco y cuarto timbró el teléfono. Estamos abajo. Ciao, mi amor. Me voy para la feria…..

¿Llevas el pastillero, mi amor?

P:D:Este texto nació en forma de carta para Catalina Villar.

miércoles, 4 de mayo de 2011

DE LA AREPA A LA PEPA...Un sábado, un mes después...


¿Qué te cuénto...?
Por ejemplo. Un sábado cualquiera post- infartum.: Acuéstate el viernes temprano porque tienes toma de sangre en ayunas. Seis de la mañana en la ducha. No te se ocurra comer nada. No estás autorizado a conducir, pero ya te sientes bien, se quitó el mareíto, la nube en la cabeza. Hay que estar a las siete haciendo cola en el dispensario. Señorita, de nuevo por el nivel de INR, sí estoy tomando anticoagulantes, warfarina, señorita. La fecha prevista es para el lunes, señor. Si, pero como me pusieron tan temprano la cita con el cardiólogo y necesitamos el resultado antes, lo podemos hacer desde hoy, es ya la quinta muestra. Ok. Espere en la salita. Leo el periódico. Detenidos en Londres una pareja de actores que simulaba la boda real disfrazados en zombies. Se cayeron todas las carreteras de Colombia. Investigado el alcalde por procesos ilegales en contratación. Su hermano detenido, los Nule en la Picota. Falcao es el Messi colombiano. Señor García, su turno. Señorita ¿puedo tomar una foto cuando me saque la sangre? Estoy siguiendo audiovisualmente el rumbo de mi vida tras un infarto. Se pone pálida la enfermera. Tan raro usted. Es que vengo aquí dos veces por semana y quiero guardar un recuerdo. Tomo anticoagulantes. ¿Para toda la vida? No sé. Click. Le aviso. Click. Saca la aguja. Click.
Pase a las once y media. Gracias, señorita. Debería recoger una autorización para una consulta con la dietista. Entro a la oficina de permisos. Diecisiete personas antes que yo. Ya hay broncas entre clientes y oficinistas. Que yo hablo así y si no le gusta, no es mi problema. Respete. Siempre es lo mismo. Pacientes que se ofuscan porque les niegan sus citas con el especialistas, sus biopsias, sus scanners. Yo no puedo hacer nada. Es decisión del médico, de la junta, de un evaluador invisible que nunca está y casi siempre lo niega todo. Me provoca hacerle dúo a la paciente. Me callo. A lo mejor pierdo el control y me da otro infarto, o me agarra bronca la empleada y no atiende mi solicitud. En la televisión muestran cómo se amaestran perros. Cruzo una sonrisa con una pareja que ha detectado la tensión en el ambiente. Leo más periódico. Es sábado, sobredosis de promociones de autos. Dudo, esto será largo. Tengo que reclamar el copidogrel. La pastilla que siempre, hasta el final de mis días tendré que tomar. Repito mi frase preferida "si comí arepas todos los días durante mis primeros veinticinco años, ahora debo aprender a tomar pepas todos los días... de la arepa a la pepa", Me río solo. Llego a la farmacia. Espero. Me atienden. No señor, como esta droga fue aprobada por el comité científico y es muy cara, debe reclamarla en la cien con diecinueve. Mierda, estoy en la séptima con 53. Por fortuna tengo el auto. Estoy en ayunas. ¿Comer algo? No. En marcha. Bogotá de trancones matinales, verpertinos y nocturnos. Calma. Debes aprender la paciencia. La circunvalar húmeda. Los cerros húmedos. La voz de la locutora en la radio congestionada. Amparito Grisales siempre húmeda ha seleccionado sus canciones preferidas. Tiembla con sus recuerdos se humedece con el potrillo Aguilar, se inyectó no sé cuál droga para mantener la humedad de su piel. ¿Dónde parqueo? Es la Bogotá moderna, cara, un estacionamiento libre. Un Pomona, de una. Parqueo, espero no me cobren. No compraré nada. Cruzo la calle caminando, soy imprudente. Peligro de morir atropellado. Me flagelo, soy culpable. Alcanzo la calle. Pido la droga, necesita fotocopia de la autorización. Cien pesos la fotocopia. Me entregan la droga. Me autorizaron 3 meses pero sólo me entregan las correspondientes a 28 días. Que debo volver a la oficina por otra autorización. Lo haré, tengo un mes. Regresaré, regresaré. Y regreso a casa. Busco la caja de las drogas.

Saco el pastillero y comienzo a depositar en cada alacenita, desayuno, mediamañana, almuerzo, noche, la dosis de pepas que debo tomar cada día. Omeoprazol, Lovastatina, copidogrel, warfarina, aspirina, lozartan... y el omega tres, el omega tres, elomegatres. Son apenas las nueve y cuarto. Ya estoy fatigado. Debo descansar un rato porque me falta el gimnasio. Debo caminar 40 minutos sobre la banda, o montar en bicicleta, o en ese aparato que no recuerdo el nombre, debo cumplir mis tareas de recuperación física, debo, debo, debo estar paciente, no excitarme, no acalorarme, no modificar mi curva rítmica. Y así, así va el día de un sábado normal, un mes después del infato que me sorpendió en la ruta al regreso de Miami. Beso.
He sido un cultivador de cartas... pero se extinguen los huertos, las postales, los destinos. Busco materos, balcones, ventanas, lienzos libres donde pueda sembrar mis dudas, mis palabras, las cascadas de imagen que a veces se me ocurren. Dale hombre, me han dicho algunas fieles amistades, invéntate un blog, escribe. Ya verás que es un buen andén para compartir tu risa, tu silencio, tus desdichas. Curioso, dócil, ingenuo, acepto jugar a lo impreciso.