sábado, 23 de marzo de 2013

VOZ EN OFF


Me inclino y tomo la foto privilegiando el cielo. La gorda de Botero mira hacia arriba, las tres palmeras ayudan a definir la proyección de su vista y el edificio del Museo de Antioquia es apenas un soporte donde se confunden sus troncos.  Es una foto limpia, me diría un amigo. Engañosa, diría yo. Bastaría que incline la cámara  para que entren a cuadro el escuálido indigente que chupa pegante y la puta obesa que me hace propuestas matinales, sentada en una banca tras la familia de Anorí, abuela, dos tías, tres hermanas, dos encinta, el marica, el borracho y el muchacho pilo, y cuatro muchachitos que inmortalizan su viaje en los escenarios de bronce comiendo cono o chupando bom-bom-bún. Un leve movimiento en picado y empezaría su acción la horda de desplazados que revolotea entre las estatuas y los turistas de turno. Pero me mantengo fiel a la estética de oficina de turismo. Me dan ganas de grabar sin cambiar el ángulo  ni el encuadre para tener constancia del sonido. Plano fijo limpio,  sonido en off atronador y vergonzoso.  Buses, gritos, aullidos.  Escuchar el incesante "gonorrea hijueputa" que inmortalizó Víctor Gaviria en sus películas  entremezclado con los cantos y los murmullos quejumbrosos de los mutilados y los pregones de los vendedores de baratijas chinas, cidís con selección de música de carrilera y plancha, y dulces caseros, pegajosos.  Cómo desconcierta este centro de Medellín. Cómo calienta la periferia del alma con una sobredosis de ofusque y engaña a la temperatura ambiente con la piel metálica y fría de las gordas y el abanicar de la miseria gris, olorosa,  desnuda.


miércoles, 20 de marzo de 2013

BARRANQUILLA SIN ÁLBUM



Olvidé la cámara. ¡Mierda! dije durísimo. Una mirada silenciosa de chofer de taxi  por el retrovisor sonó a "¿y a este qué le pasa?". Olvídelo, no le contesté. Y empecé a ver fotos fallidas durante el recorrido hacia Barranquilla. En el recién nacido aeropuerto El Dorado levantado a codazos sobre las ruinas  futuras -aun activas- del viejo edificio;  desde la ventanilla del avión cuando su sombra cruzaba la serpiente brillante del Magdalena para lanzarse a la pista dura, seca, larga, del aeropuerto Cortissoz donde todavía bailan los fantasmas de los primeros aviones que vinieron a oxidarse en este trópico  arenoso.   Frente al muelle deteriorado por los azotes del mar y el tiempo terco de Puerto Colombia; en la plaza de San Nicolás vacía, retocada, falseada, aparentemente remodelada por los afanes higiénicos de un alcalde progresista. Ante los portones o frente a los  balcones cargados con añoranzas libanesas y huellas  de un siglo disuelto por la avalancha de vidrios y paredes blancas extraídos de una postal de Miami.  En los ventorrillos desplazados a las callejuelas del centro, atestados  con una panoplia de flores sintéticas de insoportables colores. En las conferencias del festival donde los nuevos amigos exponían bajo el hielo de los aires acondicionados las razones que los impulsaban a escribir o hacer cine; entre tintos con fondo de cocoteros y baldosas del damero blanco y negro donde proponíamos que para el año entrante la sede del FICBAQ debería ser el Hotel del Prado sin importar quién lo administre. Frente a La Troja vacía de un lunes sin carnaval donde hubiera querido bailar "yo soy el cantante" y zamparme un aguardiente.  No hubo fotos. Tres días después, de retorno al aeropuerto, esquivando trancones asentados en vías empolvadas y arenosas por donde bajarán tras el próximo aguacero los arroyos arrastrando carros mal parqueados y millones de bolsitas plásticas caídas con desdén de las manos de cientos de miles de barranquilleros desprevenidos, ví mi último cliché fallido: sobre unos montículos de tierra seca, apoyados sobre las bocas de sus tazas que tantas veces calmaron las necesidades humanas, siete inodoros ajados, moribundos, tomaban el sol y me susurraban al oído: vuelve, pero en carnaval; prepara tu cuerpo para el jolgorio y el olvido, pero  no olvides la cámara: la memoria es un juguete que adora atravesarse y jugar entre la deriva de los  vivos.   

Aeropuerto de Barranquilla, marzo 20 de 2012
Diego García Moreno

viernes, 15 de marzo de 2013

Espumas



El naufragio de la canoa del viejo Willi en la "Balada del mar no visto"  (1984) fue en un espumero del río Medellín en el tramo encañonado entre Barbosa y Porce. Esa imagen idílica esconde un líquido cuya esencia ácida es capaz de  corroer cualquier trozo de piel u elemento orgánico que caiga en su corriente. Cuanta mierda química y humana que se le vierte al gran desagüe se convierte en un seductor manto blanco, liviano y terso a la vista, que hizo exclamar a mi tía como tres veces: Ay, qué belleza.  Cuenta  don Tomás Carrasquilla que un siglo atrás el río Medellín tenía un hermoso cauce que recorría el valle de Aburrá  jugueteando entre meandros y que sus playas expelían  brillitos de oropel o de pura arena de oro - el mismo mineral  que alimentó el desastre de la conquista, y el que ahora buscan como locos los beneficiarios de la locomotora minera-. Regresé casi treinta años después al sitio donde descargamos la canoa.   Imaginaba que la ciudad más innovadora del mundo había solucionado el desastre producido a su río, pero vaya desilusión la que me llevé: el espumero se había dimensionado. Abstraído en el  caudal sospechoso, no me dí cuenta de  que un copo de espuma  había despegado  de su lecho y volaba con rumbo a mi observatorio hasta que  tropezó contra mi cámara  y empañó su lente.
Diego García Moreno.
Marzo 15 de 2013

sábado, 9 de marzo de 2013

La Rebeca




Está muy pispa la niña pero ¿le viste esos codos tan feos? Mi abuela era implacable. Nos forzaba a esculcar los defectos de nuestras noviecitas hasta hacernos dudar de su belleza. Y agregaba "no hay nada más hermoso que la belleza natural". ¿Serían los codos algún segmento artificial? De todas maneras, seguramente, eso influyó en el rechazo que me producen las narices pasadas por cirugía plástica, las nalgas, las tetas, las inyecciones de botox. Por muy fino que haya sido el cirujano, ahí le quedó la desproporción. Me encantan las narices con carácter, las que hacen juego con la cara, los ojos, la memoria genética. En cambio esas flechitas apuntando al cielo con dos microcicatrices en los bordes me hacen creer que esa cara no le corresponde a la persona que me mira. Fue peatoneando en Bogotá que me encontré a la Rebeca. Una hermosa mujer desnuda reclinada llenando su cántaro de agua, perdón su totumo. La vi de espaldas. Fui a retratarla cuando, vaya sorpresa, me percaté que le habían amputado la nariz.¿Cómo se les ocurrió, carajo, violentar a tal punto a esta belleza? Supongo que a esta mujer el escultor Luis Luchinelli, su creador, le construyó una nariz helénica, de aquellas que descendían rectas desde la frente... a lo mejor no: fue el primer representante de la versión afroquimbaya y le regaló una nariz chata con respiraderos amplios... vaya a saberse. Esperemos que algún día ese trozo de piedra tallado regrese a su fosa nasal calcárea y nos cuente su versión. Mientras, celebremos que todavía queda un rincón en nuestra urbe donde el arte osa reclinarse a celebrar el agua y es capaz de generar reflejos en los que hasta los más perratiados edificios se ven bellos e invitan a celebrar la dicha de vivir entre tanta incertidumbre. 

jueves, 7 de marzo de 2013

El mico y la danta



¡Es que Sergio es un mico! y todos nos poníamos orgullosos. Se encaramaba a un escaparte o a los palos de mango en par saltos; trepando muros o palmas de coco era igual a los pelaos de la costa. ¡Es un mico! Quién iba a dudarlo. Había que verlo subir por las paredes rocosas de una cascada en el Chocó. Se agarraba de cualquier voladizo, de una fisura, de cualquier superficie rugosa que pudiera servir de escalón. En cambio, yo era un desastre: gordito y flojo, incapaz de escalar un par de metros así me agarrara de un bejuco o me encaramaran  sobre los hombros de un grande. Fue después, cuando  la palabra trepador se volvió denuncia  de una detestable actitud humana, que empecé a sentir un cierto placer  sabiéndome portador de unos genes de danta o, a lo mejor, de hipopótamo.
He sido un cultivador de cartas... pero se extinguen los huertos, las postales, los destinos. Busco materos, balcones, ventanas, lienzos libres donde pueda sembrar mis dudas, mis palabras, las cascadas de imagen que a veces se me ocurren. Dale hombre, me han dicho algunas fieles amistades, invéntate un blog, escribe. Ya verás que es un buen andén para compartir tu risa, tu silencio, tus desdichas. Curioso, dócil, ingenuo, acepto jugar a lo impreciso.