sábado, 31 de agosto de 2013

EL MEGATERIO






A raíz del paro agrícola tuve que aplazar de nuevo el sueño de conocer a San Agustín. Como la carretera estaba cerrada por las manifestaciones de los campesinos desvié la ruta hacia Villavieja, el pueblo vecino al desierto de la Tatacoa. Y fue allí en medio de la plaza donde ví por primera vez el Megaterio. Erguido, con la vista dirigida hacia alguna presa distante, con las brazos levantados y sus manitos caídas, como relajadas, esperando para actuar en el momento justo. Estaba al lado del tronco de una ceiba, protegido, o contenido por un inocente cerco de metal de un metro de altura.













Los señores que conversaban  en el parque (desempleados diría mi tía Amparo) me dijeron que la escultura representaba a un antecesor del oso que vivió por aquí hace muchos miles de años, en época de mamuts y mastodontes. Era un animalote con una cola grandota y una dentadura bien fina y afilada, con un cuerpo mucho más alto que el de un elefante.








Chepe, el guía que se nos ofreció para  hacernos el tour por el desierto, me dijo que Villavieja es una ciudad bastante particular: " No tiene plaza de mercado y su héroe es un monstruo prehistórico."

Algunos días después he deseado hacerle a Chepe un comentario acerca de su afirmación:
 ¿No te parece que Colombia se está volviendo también muy rara?  Queremos acabar con sus plazas de mercado y nuestros héroes actuales se parecen cada vez más a monstruos prehistóricos. 
Para la muestra un botón:  mira el caso del "gran colombiano"....




Bogotá, agosto 30 de 2013

diego garcía moreno 

jueves, 29 de agosto de 2013

TRICICLOS Y CACEROLAS








A mi oficina llegó el estruendo. La noche empezaba con un concierto de cacerolas. Apagué el computador y salí. Dos niños apostaban carreras de triciclo en el profundo y pálido corredor del tercer piso. 





El gentío se había tomado  la carrera séptima, no había circulación de carros. Me encontré inesperadamente con Susana Carrié, Bátori y María Amaral. Susana tenía ruana y tomaba fotos. Bátori hacía ruido con dos tapas de ollas. María los acompañaba y afirmaba que era mucha gente espontánea. Sin hablar, espontáneo, me uní a la manifestación y nos dirigimos a la Plaza de Bolívar. 

 A diferencia de cualquier manifestación que recuerde, caminábamos rapidísimo.  Imaginé el largo corredor urbano, en la penumbra,  repleto de triciclos. Los manifestantes ocupaban un cuarto del área de la plaza frente al congreso.




El ruido daba la sensación de inundar todo la ciudad, el país. Los cacerolaceros eran en su mayoría jóvenes. Algunos emocionados gritaban que el pueblo unido jamás será vencido. Un habitante del sector me dijo "falta un líder".  Entre el gentío perdí de vista a mis amigos. 






Al libertador le habían puesto sombrero y una ruanita con un letrero identificándolo como boyacense. Me encontré con la Búnker, la fotógrafa. Tienes el don de la ubicuidad, me dijo. En la tarde había visto en facebook unas fotos en  las que yo aparecía en el Huila.  Ella le solicitó a alguien que nos tomara una frente al libertador campesino.  El Bo-yaco-lívar. La envió por su celular a las redes con el mensaje "Del desierto de la tatacoa, al concierto de cacerolas". Habían muchas pancartas y banderas rojas y de Colombia. En un letrero se protestaba contra las papas a la francesa. En otro contra el TLC. En otro contra las multinacionales. En otro contra el presidente.  Somos ateos, no creemos en los santos. 








Algunos manifestantes repartían la alarma: vienen tanquetas, hay militares con fusiles. Nos están rodeando. Atentos, atentos. Pasen la voz. Algunos intérpretes de ollas habían acompasado el ritmo. Tatatá, tacataca y algunos bombos hacían pum, pumpumpúm. Nos mirábamos y decíamos como María que somos muchos.  Nos sentimos espontáneos, solidarios, sensibles. Ya, suficiente. Tengo hambre. Marcha atrás. Ya todos nos desahogamos.  Sin que nos hubieran lanzado gases lacrimógenos, regresamos a casa. Le dije a Sally que la cacerolada había estado fantástica. Encendí la tele para ver las noticias de las nueve. El presidente, en Tunja,  pedía perdón a los agricultores por los abusos de los agentes del ESMAD,  aplaudió las protestas con cacerolas, "eso sí es saber protestar sin violencia" y aseguraba que mañana se iniciarán los diálogos en una mesa de trabajo.



La mamá salió al corredor y dio un ultimátum a los niños: Me guardan ya esos triciclos. Rigoberto Urán quedó de cuarto en la etapa de la vuelta a España y los patinadores arrasaban en los mundiales de patinaje. Calenté una arepa, le puse encima una gran tajada de queso campesino envuelto en hoja de plátano. Hay muchas maneras de pedalear, pensé.


Diego García Moreno.


Bogotá, agosto 27 de 2013

domingo, 25 de agosto de 2013

NEIVACILACIONES - las esperas...


Una mujer dispone su culo descomunal  en el sillín de una motoneta, bosteza y espera a su marido a la sombra de una ceiba madura. La licra fucsia del pantalón amansa sus carnes fofas y disimula la monotonía del entorno. Se avecina el viento.
Un leve crujido de guadua se disfraza de bambú, 
un pétalo de guayacán rosado tirita en el cemento, 
un indigente mendiga de mesa en mesa. 
Un tejedor de atarrayas contrapuntea nudos de nylon en la red y calla. 
Un pescador ofrece bagres y bocachicos a una señora de grandes nalgas que regatea el precio de las cuchas, el capaz y los barbudos.
El brazo del río Magdalena que bordea a Neiva se desliza en su cauce ignorando  la ribera, los samanes, la escultura de caballos desbocados,   la cachama  moribunda que boquea en el piso de una canoa.
Un varón se encabrita, se levanta y putea al indigente que mendiga y escupe y le maldice su avaricia. La figura deforme del mohán,  un gigante de color cafe oscuro, patas atroces, bigote espinoso y erizado, que esconde una construcción donde un teleférico eléctrico averiado dormita, ignora por principio  los detalles del día.   Al parecer, en las mañanas, mientras las mujeres del restaurante barren la terraza, el ritual del malecón es siempre el mismo.


No muy  lejos de allí, en el parque, a la sombra de un grupo escultórico  que recrea en metal una comparsa de sanjuanero y pretende alegrar por siempre los días y las noches de la ciudad bambuquera de Colombia, una mujer madura, con un culo descomunal dispuesto en el borde de una fuente vacía, espera a que el coloso que antecede a los danzantes le arroje el mundo  a cualquier transeúnte para irse a prepararle el almuerzo a su marido. El cielo se indispone y amenaza con una lluviecita pendeja. 

Entre tenis chiviados, balones plásticos, chancletas chinas, ventiladores y medias de colores, una mendiga ciega indispone a los compradores con un gesto de dolor que produce envidia al domador de la res de metal que se desgañita en el parque. El cargador de camisetas chinas refunfuña y desprecia, las palomas practican desbandadas aeróbicas en torno a una mujer de  culo descomunal que asienta su espera en una banca de cemento.

Baratijas, esculturas y oficios,  mitos, agresiones, calor  y una naturaleza que pareciera resistir a los embates de las modas y el tiempo. Sin embargo, sobre las motos y las sillas, los voladizos de cemento y las piedras al borde del río, unos culos enormes esperan.   

jueves, 22 de agosto de 2013

NEIVARIACIONES - Pedaleando...



Pedaleo para ahorrarme el bus. Ahorro el bus para tomarme una fría. Me tomo una fría para opacar el calor. Opaco el calor para soportar el trajín. Soporto el trajín para olvidar su mirada, su voz, su cuerpo, su silencio, sus insultos, sus caricias, su ausencia, el olor de su arroz, de su patacón y su cachama , de su sueño y sus axilas.

Pedaleo y siempre aparece en mi camino. Espera un bus, cuelga un trapo, un plástico o un cartón para opacar el sol, para aumentar la sombra, para menguar este calor que se confunde con castigo.
Pedaleo, y siempre aparece en mi camino, la veo sin mirar a ningún lado, protegido por estas gafas negras que esconden la tentación de buscarla cuando trepa la escalera, cuando se arriesga a que un resbalón la descargue en  el abismo y descomponga su figura de hembra mil veces amada y bendecida, tantas veces envuelta en piropos y maltratos,  baratijas y gemidos.

Pedaleo y pedaleo para ahorrarme el bus...

Neiva, 21 de agosto de 2013

lunes, 19 de agosto de 2013

Precaución ¡Curvas peligrosas!



Cuando vas manejando y aparece una montaña caprichosa, una procesión de nubes enardecidas y pacientes, unos rayos de sol clavando su aguijón al rincón más indefenso del paisaje, un aguacero amenazante, juguetón, y unos planos inclinados de un negro profundo que exageran el  contraste y exaltan el volumen,  que te dejan con la vista quieta, turuleta,  y te provoca gritar "mirá esto, mirá, mirá" y tenés en el bolsillo la camarita, qué más podés hacer sino sacarla de su estuche y  repetirte eh, ave maría, qué puta belleza, dios existe, dios existe, aunque al llegar a la curva se te olvide girar y caigas por el desbarrancadero y no tengas tiempo para darte la bendición ni  arrepentirte de cuanta cagada hiciste en tu corta vida y te toque presentarte solo ante el responsable de tan soberbia tentación porque el ángel de la guarda también se quebró el culo en el totazo, pero, para ellos, los ángeles, si existieren,  no hay juicio final sino pura condena a la desaparición eterna, no hay fuego, ni limbo, ni recompensa, cómo iban a darle premio, si el pobre alado iba pendiente de la cabrilla en el momento en que apareció una montaña caprichosa, una procesión de nubes enardecidas y pacientes, unos rayos de sol clavando su aguijón al rincón más indefenso del paisaje, un aguacero amenazante y juguetón y unos planos inclinados sembrados de contraste que exaltaban el volumen y lo dejaron boquiabierto, le despertaron la inocencia,  pobre ángel inútil que no hizo nada cuando apareció la curva y me olvidé de girar y caí al desbarrancadero y en el totazo le destrocé la humanidad, pobre angel , ahora ya no es nada ni recuerdo ni ausencia, pero, por fortuna, y a pesar de todo,  entre tanto destrozo, hierro roto y plumero, quedó viva  la foto.

diego garcíamoreno  neiva, agosto 18 de 2013

viernes, 2 de agosto de 2013

EL SALÓN VERDE y los olores.





El calor y el deseo de mantener viva la euforia en el festival nos llevó al mediodía a traspasar el portón de la cantina. El pesado olor a  cocktel de orines de varón en el  Salón Verde amenazó con salirse a la calle, pero era una masa densa que apenas se reacomodaba en el espacio en función del volumen ocupado por los clientes.  Mientras el patrón sacaba una gran botella de mezcal sin marca y  nos llenaba hasta el borde los vasos, el olor se nos fue adheriendo a la ropa, sin remedio. La foto desteñida de principios del siglo veinte que mostraba a unos obreros con gran sombrero ingiriendo cerveza adornaba la respiración del muchacho que dormía su borrachera reclinado en una mesa. Roberto de Zubiría fijó su vista en la rockola  buscando inútilmente algún tema conocido. No había caso. Salomón Simhon, con gesto de asco afirmó que todas las cantinas huelen a puros meados,  ingirió veloz  su copa y salió a buscar la luz, el aire. Yo tomé tres fotos, traté de compartir una sonrisa con los dos cuates hinchas del América que de pie ingerían tequila a carcajadas, pero ni siquiera se percataron de mi presencia, dejaron que su comunicación hacia nosotros fuera el olor al que tanto le habían aportado durante años y años.
-Vamos a casa y nos tomamos el otro, propuso la novia de Roberto.


           



Volvimos al solazo. Nos alejamos del mercado. Subimos con la respiración alterada los irregulares escalones del callejón que serpenteaba la loma entre cajones de colores superpuestos, portones  y ventanas inesperadas. Llegamos a una pequeña plazoleta desde donde se divisa la ciudad crecida sobre las minas, los irregulares barrios de la ladera opuesta , el techo del mercado y la torre del reloj traída de  los talleres Eiffel de París. El sol quemaba mi frente desprotegida. Quién tuviera una cachucha para salvar esta calva.  Las sombras de los cables de la luz eran líneas que pintaban electrocardiogramas en las paredes y soporte de palomas aturdidas. Miré y tomé fotos. Los barrios en las laderas de Guanajuato son laberintos verticales donde se amontonan caprichosos módulos de colores. Supuse que dentro de un siglo los barrios populares del sur de Bogotá y las comunas de Medellín serán semejantes a la fantasía urbanística de Guanajuato. Las colmenas de ladrillo nacidas en las laderas de la montaña quebrando las leyes de la gravedad y desafiando los desastres naturales se habrán convertido en la piel de la tierra. Sus dueños las revocarán y las pintarán de colores. Los americanos y los chinos ricos querrán venir a vivir en estas tierras pacíficadas por el hastío de la guerra y comprarán dos, tres, cuatro pisos o unidades, que unidas darán pie a fabulosas mansiones con múltiples balcones, terrazas y divisas en su interior. Y, seguramente en la esquina donde se inicia el camino irregular que los irriga habrá una cantina verde que mantendrá como privilegio el olor a coktail de orines de varón, pues por mucho que cambie la humanidad, las secreciones guardan su memoria original y esa curiosa particularidad de marcar un territorio.
- A ver, pues, compadres, ¡brindemos por Guanajuato! 











He sido un cultivador de cartas... pero se extinguen los huertos, las postales, los destinos. Busco materos, balcones, ventanas, lienzos libres donde pueda sembrar mis dudas, mis palabras, las cascadas de imagen que a veces se me ocurren. Dale hombre, me han dicho algunas fieles amistades, invéntate un blog, escribe. Ya verás que es un buen andén para compartir tu risa, tu silencio, tus desdichas. Curioso, dócil, ingenuo, acepto jugar a lo impreciso.