Ayer visité al paciente de la 411.
Ese apropiado título, paciente, se ilustró al ver sus brazos conectados a no sé cuántas mangueritas transparentes. Por gravedad, entre sus conductos descendían las gotas de suero que debían proveerle las calorías necesarias para compensar la ausencia de soberbios chicharrones y otras viandas vernáculas o exóticas de su concienzuda y saboreada dieta cotidiana, al adulto mayor que, en pijama azul clara de algodón, reclinado en el catre multifuncional, esperaba la orden de salida de la clínica Marly.
No me saludó con un hola escrito en el tablero blanco que reposaba sobre sus piernas ocultas bajo las cobijas de lana, como la primera vez que lo visité. La modulación explícita e inmediata de mi nombre en sus labios, y el gesto corto pero contundente de alegría en sus ojos al verme irrumpir en el cuarto me aconsejaron no preguntarle güebonadas. Nada de ¿Cómo estás? o vas ni cómo te sientes… ¡Qué bueno que hayas venido! escuché que me decía con su lenguaje mudo impreso en su sonrisa. Era evidente que ha enflaquecido. Sus pómulos están más marcados, su frente se ve más amplia, las cavidades donde reposan sus ojos, vivaces y activos, son más profundas; en los bordes de sus labios se había depositado una especie de línea de duda blanca, consecuencia de la sequía provocada por la falta de uso de la boca como puerta de acceso del alimento desde el día en que le hicieron la traqueostomía. Pero la actividad del aparato verbal se ha multiplicado con respecto a aquella primera vez. Se siente más brioso. Con el apoyo de una mirada fija, obligante, me fue graneando monosílabos concretos que exigían una respuesta concreta.
-¿Sally?
- Está abajo, en urgencias-, le respondí. Le harán una radiografía del pie tras una luxación que la trajo en silla de ruedas de USA.
Un ¡No! salió de sus ojos. Como si la tronchada del pie de su amiga fuera más grave que su propia situación. Pero lo interrumpí porque tenía que saludar a Corina, la mamá de sus hijos. Sentada en la silla junto al muro de la ventana con vista al norte inspeccionaba con sutil picardía la nueva estrategia de comunicación establecida entre dos viejos amigos, vecinos, compinches de amistades, arte, rumba y tantas otras prácticas mundanas que ofrece la carta del restaurante de la vida.
-¡Tanto tiempo, querida!
Me acerqué, le di un beso en la mejilla y encadenamos con una conversación a tres voces, relajada, paciente, informativa, sin censura a los oídos de una enfermerita que ocupaba la esquina del sofá donde yo me había sentado, justo enfrente del pie de cama, bajo la television dormida que seguramente en las noches les sirve de compañía al paciente y, por supuesto, a ella. La pequeña jovencita morena, vestida de blanco, tímida, con apenas dos días al servicio del paciente de la 411 siguió con atención el aporte de la visitante al prontuario de afecciones a la salud del grupo, su fractura de rótula y su penosa recuperación, pero también el reporte laboral de cada uno de los visitantes, los nuevos propósitos del ex-dueño de D-1, Tostao y Justo y Bueno en el mercado americano, los insertos obligados sobre la situación del señor Quiroga en la clínica, sus ansias de regresar a casa, las trabas burocráticas que deben tenerse en cuenta para permitirle la salida y no desesperarse, las opiniones contundentes respecto a la incertidumbre planetaria tras la elección de un psicópata a la presidencia de Estados Unidos, los anhelos fervientes de que podamos ver juntos en el apartamento de Alberto los partidos de la selección Colombia en la fecha Fifa de noviembre, clasificatorios para la copa mundo, y un salpicón de temitas dispersos, amenos, intrascendentes, que modificaban el significado de la palabra paciente por un ejercicio de amistad que conduce a descomponer el término y proponerle al sentenciado y sobre todo a las amistades inquietas en el chat de whatsapp, que da cuenta diariamente del estado de su salud, a asumir una actitud serena e incorporar un gesto lúdico, a jugar con la sonoridad y el sentido de la palabrita paciente: a descomponerla y recuperar la savia de sus raíces para poder decir paz, paz, paz.. siente.
Salí en paz y sonriente de la habitación 411. En el ascensor pensé que me gustaría contarle a nuestras amistades cómo encontré a Alberto y me pregunte ¿cómo le habrá ido a Sally con su radiografía? Definitivamente hay que estar en modo Paz-siente.
Diego Garcia Moreno
Bogotá, noviembre 8 de 2024
No hay comentarios:
Publicar un comentario