domingo, 25 de octubre de 2015

EN LA CARTERA

Mi mamá tenía que entregar el vestido de novia a las cuatro de la tarde y le faltaba pegarle unos adornos. Llegamos a El Ley a las ocho en punto. Fuimos los primeros en entrar a ese norme almacén donde había de todo. Me estorbaba el broche metálico que ajustaba el monedero y la punta inferior del lápiz labial. La cartera era incómoda pero me sentía mejor encaletado en su interior que repartiendo saludos al lado de mi madre. No seás tan maleducado, saludá a misia Maruja. Como no me permitía meterme debajo de su falda para evitar la mirada de esa bruja, me había escondido dentro de su cartera. Así no tendría que soportar ningún pellizco. El dolor cuando agarraba un trozo de piel de mi brazo  entre sus dedos gordo e índice y apretaba y giraba hasta que yo emitía un gran berrido. Maleducado. Me gustaba esa oscuridad. Desde allí  no tenía que saludar a nadie. Dentro de la cartera, a pesar de los chuzones o algunos golpes que recibía  cuando ella  tropezaba en el bus con pasajeros afanados o muy gordos, todo era más tranquilo. Me gustaba escuchar el runrún del motor haciendo cambios, o el quejido del freno de aire cuando tenía que detenerse. Imaginaba el recorrido del viaje, la duración de cada cuadra, disfrutaba el roce contra el cuero pelado cuando por el efecto de las curvas me comprimía en el interior de esa nave cavernosa. El problema fue que al salir del almacén un muchacho le arrebató la cartera a mi mamá y salió corriendo. Escuché sus gritos pidiendo auxilio y sentí que cabalgaba en un caballo desbocado. De repente pasé a estar en un avión dando vórtices en el firmamento y caí estrepitosamente al asfalto. Un hombre le puso zancadilla al ladrón y la cartera voló siete, diez metros, hasta precipitarse en picada contra el piso. El broche metálico se abrió y cuanto chéchere había en su interior se regó por el cemento. A la mugre callejera fueron a parar el colorete, la cajita metálica de la polvera, la camándula, la billetera, el lápiz labial, la libretica de teléfonos, el esfero que guardaba celosamente desde su primera comunión, la muestra del ribete que tenía que comprar y yo , por supuesto. Una muchacha vestida de enfermera ayudó a recogerlo todo. Todo, menos a mí que miraba desconcertado desde la base fría de un hidrante. Empacó todo con cuidado en la cartera mientras el héroe salvador entregaba el ladrón a un policía que casualmente pasaba por el lugar, no sin antes propinarle una patada. El policía le hizo eco dándole  una paliza con  su bolillo. ¡Qué se hizo ese muchacho, por Dios! suspiró mi mamá. Aquí estoy, bajo tu falda.  Sin saber cómo, me deslicé hasta ella en medio del corrillo. Tenga señora, ahí está todo, que si está bien señora, ¿No le hicieron daño? No, gracias, tan queridos. Ni un rasguño.  Levanté la mirada y le dije: Aquí estoy mamá. Córrale mijo, vamos a coger un bus que hay que entregar este vestido antes de las cuatro de la tarde.

Diego García Moreno - copyright.

Natagaima, octubre 20 de 2015


He sido un cultivador de cartas... pero se extinguen los huertos, las postales, los destinos. Busco materos, balcones, ventanas, lienzos libres donde pueda sembrar mis dudas, mis palabras, las cascadas de imagen que a veces se me ocurren. Dale hombre, me han dicho algunas fieles amistades, invéntate un blog, escribe. Ya verás que es un buen andén para compartir tu risa, tu silencio, tus desdichas. Curioso, dócil, ingenuo, acepto jugar a lo impreciso.