lunes, 26 de junio de 2017

El YARISEÑO. Quinta entrega . Taller de la Memoria.

¿Dejamos que pasen? No. Que no pasen.  Esperen un momentico hacemos una tomita, les decíamos a los transeúntes que se aprestaban a cruzar el largo puente colgante sobre el río Caguán. Anoche llovió y el nivel de las aguas estaba alto. No había viento y los guaduales parecían tranquilos. Dos señoras y cuatro muchachitos miraban detrás de nosotros el espectáculo que improvisamos para darle color y ritmo a la película.  Sobre los tablones,  Angela y Mauricio, simulando ignorar el temblor del puente, con marco de cables arqueados y tirantas  paralelas, repasaban una por las figuras que doña Miriam había inventado para ejecutar El Yariseño.

-¿Están listos? ¡Acción!


Angela y Mauricio ponían en acción sus trajes típicos blancos del yariseño.  Como San Vicente es tierra de mestizaje, hagamos que el paso del bambuco, el pasillo y el sanjuanero se fusionen. Ella, con camisa de cuello en bandeja y manga sisa, una heliconia roja de bordes naranjas y amarillos en su pecho y amplia falda decorada a mano con tucanes, peces amazónicos, chigüiros, vacas  y guacamayas.  Él, con sombrero de paja, amplio cinturón y cotizas negras.


Doña Miriam no fue al puente. Como ya no tiene casa propia ni familia en San Vicente, Angela y Mauricio la filmaron temprano en casa de una amiga en pleno parque del pueblo. Desde que  ella regresó a Bogotá, cada año se escapa unos meses al pueblo que la vio llegar con su esposo a los 20 años. Lo conoció en una fiesta y, después de invitarla a bailar, de hacerle un coqueteo, la enlazó, como si se tratara de figuras de la danza que años después organizaría siendo maestra del pueblo. La historia de amor con ese hombre nacido en San vicente,   terminó hace tiempos, pero su cariño se cimentó en la tierra donde nacieron sus hijos, y donde fue rectora de colegio y directora de la casa de la cultura. Aquí vivió lo mejor y lo peor de una región que padeció el desastre de la guerra hasta el punto que una bomba explotó en  la sede de la casa de la cultura, justo al lado de la estación de policía.  En la última Feria del libro de Bogotá, doña Miriam lanzó el libro en el que resume una historia de colonización, tala de bosques, misiones religiosas, invasión de la ganadería,  crecimiento urbano y construcción de tradiciones.  Este año es chaperona de una niña que competirá por el reinado del Yariseño, un concurso que Ángela, también alumna del taller de la memoria,  ganó hace un par de años.


Después, mientras  los maestros públicos se reunían en asamblea en su antiguo colegio para confirmar la huelga nacional del magisterio  y salían a desfilar por las calles exigiendo mejoras laborales, haciendo sonar pitos y cornetas, y  proclamando consignas que hacían sentir que esta alejada población de un departamento amazónico hace parte de un país que forja su destino bailando dichoso en las fiestas del San Pedro al ritmo de la incertidumbre, las cicatrices, y una lucha constante, obsesiva, por el derecho a la esperanza, los chicos grabaron a doña Miryam deshaciendo sus pasos entre las construcciones que forjaron sus recuerdos.


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sábado, 24 de junio de 2017

EL CONSTRUCTOR DE TODO. Taller de la memoria. Cuarta entrega.


Alto, flaco, forzudo, se ve que fue una viga. En sus brazos musculosos envueltos en una piel arrugada se dibuja un enorme mapa de venas. El relieve de sus manos es como una radiografía de la sabiduría de un empedernido  constructor. Cada obra que hizo en el pueblo aumentó el caudal de sangre que las recorre. El puente colgante, la iglesia, el aeropuerto, el monumento al hacha en el parque -una réplica de esa terrible herramienta que vio en Armenia donde vivió su juventud, con la que los colonos talaron la manigua amazónica para ampliar el reino de majestad el ganado-, la escultura de la pareja de campesinos a la entrada del pueblo, las canales para el agua entre  las aceras y las calles, todo en San Vicente del Caguán tienen la firma de Sepúlveda.

-Eh, ave maría mijo,  no me maté de milagro cuando me resbalé haciendo el campanario de la iglesia.

Como buen paisa nacido Medellín, Sepúlveda adora los tangos y todavía  le quedan restos de ese vozarrón melodioso que acompañaba a Gardel, Magaldi o Juan Arvizu cuando tocaba guitarra o ponía los discos que guarda en una caja de cartón en el piso de su cuarto. El problema es que ahora no tiene a quien cantarle. Sus hijos no vienen a visitarlo en esa casa amplia llena de herramientas en el límite del barrio la victoria a diez minutos en moto-taxi del parque de San Vicente.

- No, hombre, esto ya no es nada. Todas las herramientas buenas se las robaron... Hasta las fotos se perdieron.



Alto, flaco, pero sin la musculatura de su abuelo, Fabio aceptó romper esa soledad visitándolo cuando Jefferson y Solei propusieron que fuera su personaje en el documental del Taller de La Memoria.

Cuando el nieto le pregunta si todavía toca la guitarra, él le contesta que sí, pero que se le dañó el puente y , claro, tiene que arreglarla. Piensa un par de segundos y mira la parte de atrás al interior de su de su casa.

-Mire mijo esas bellezas de columnas redondas que hice; y allá arriba voy a hacer un mirador muy hermoso… claro que primero tengo que terminar de encementar el piso y revocar el baño. Ahí vamos, hombre, siempre hay mucha cosa para hacer... pero es que no es lo mismo desde que tuve el accidente.


Qué bueno sería que pudiera hacer el parque en esa arboleda que hay entre su casa y la cañada, Vieras  vos la dicha cuando las señoras llegan por la tarde y se sientan en ese banquito que hice y se ponen a chismosear y a conversar de todo. Si con mucho gusto la alcaldía pone la plata, yo les hago una acera que vaya derechita por ahí, hasta la carretera-.



Hacer y hacer y hacer fue lo que Sepúlveda hizo en la vida y lo que quiere hacer hasta que se muera. Mira a su sobrino y a los pelados resolviendo dónde hay que poner la cámara y  suspira.


-Hombre es que es muy reconfortante por fin alguien reconozca que serví pa algo en este pueblo.



jueves, 22 de junio de 2017

EL CALDO PARAO- Tercera entrega del Taller de la Memoria


La abuela se devolvió para Neiva después de toda una vida vendiendo “Caldo Parao”. Cuando llegó con sus hermanas huyendo de la violencia en el Tolima, ella fue la primera en poner un puesto callejero para vender sopita en las noches. Su marido no estaba de acuerdo conque ella trabajara, pero con qué derecho protestaba si él no conseguía más que lo suficiente para emborracharse y poner problema. La mujer se emberracó, consiguió una carreta, compró ollas y víveres en la galería  y puso su puesto ambulante de comida. Con el tiempo, el negocio se creció y las bandejas se llenaron de tamales, morcilla, pollo cocido y carne asada. La plata alcanzó para construir  pacientemente cuatro casitas en  un rincón de la loma a un par de cuadras detrás de la iglesia. Hoy, el callejón imperceptible parece un pueblito abandonado. Los únicos habitantes de lo que fuera el barrio familiar son Willi, el nieto que levanta su rancho en un lote vecino a la casita naranja donde vivió la abuela, Estefanny  su compañera, mamá de su bebé Juan, y su hermanito Kalep.  Como Bienestar Familiar cerró el jardín infantil que había en el barrio y los maestros de la educación pública están en huelga,  los cuatro llegan puntuales a la biblioteca donde tiene la sede el Taller de la Memoria.  





Mientras el niñito corretea bajo las mesas, y el bebé juega con un celular -que pereciera hecho con garantía contra guarapazos y mordiscos-, o  se amamanta o sueña o llora,  Willy y Estefanny  se quiebran la cabeza tratando de encontrar la estructura adecuada para hacer el retrato documental de la abuela  con las huellas que  dejó entre los comensales que la visitaban y  los familiares que heredaron el ventorrillo; mientras editan se preguntan a dónde irán a parar los puestos del caldo parao que por el momento el alcalde permite funcionar en el parque principal en medio del estruendo de merengues y reggaetones que lo invaden cada noche.


martes, 20 de junio de 2017

EL CAUCHO... Taller de la Memoria- entrega 2

- Lo puse Osiris y a su hermanita Isis. Esos son nombres egipcios. A mí me gusta mucho eso de las culturas antiguas,- dijo el viejo.

Osiris sonrió, y los brackets metálicos de sus dientes  brillaron con el reflejo de la luz de los leds que iluminaban tenuemente el comedor de la finca. Esta gente vive actualizada, pensé: están equipados con pantallas de energía solar que durante el día alimentan una batería.  El joven cultivador de caucho me miró como preguntándome ¿Qué le parece mi papá, profe? ¿Será que sí sirve para personaje del documental?

-¿Que si sirve...?- 

En media hora, en un monólogo lento y lucido,  mientras Osiris con  Fabio y Jefferson, sus compañeros de curso, alistaban tres linternas y una escopeta y se preparaban para salir a cazar una babilla en la cañada -invisible en esa noche de un Caquetá sin luna- don Esteban me había contado la escapada de su casa en El Socorro, Santander, a la edad de ocho años; sus primeras aventuras como mano de obra infantil, su vida de músico al regresar a su casa a los doce, su servicio militar por  todos los rincones de Antioquia desde  Medellín hasta Urabá pasando por Urrao; de sus andanzas como parrandero, tomatrago y trabajador de lo que fuera entre plantaciones de tabaco y fincas ganaderas por toda Colombia antes de emigrar a Venezuela donde conoció a su mujer, la mamá de mi alumno, que hace ya treinta y pico de años se trajo para el Caguán; me había hablado de la Biblia, de las virtudes prácticas y técnicas de su hijo, de la coca, los raspachines y el enriquecimiento ilícito, de  la guerrilla, de  las plantas para mantener en orden la presión sanguínea y, ante todo, de gerontología, su nueva obsesión.  Las referencias al cuerpo y a la  salud,  su desprecio a las farmacéuticas multinacionales,  la alimentación sana y las transformaciones de la energía  son y serán su obsesión ahora que es consciente de su desgaste y no está dispuesto a convertirse al final de sus días en una carga para su familia. 

Cuando me fui a dormir los muchachos no habían regresado de la cañada.

Al día siguiente, al abrir los ojos no vi ninguna babilla en el  piso. Vi una casa amplia construida con grandes tablones, rodeada de árboles frutales y plantas tropicales, envuelta en un revoloteo de pájaros y gallinas y pavas y conejos. Mientras la mamá nos preparaba el desayuno en un horno de carbón, Fabio grababa los quehaceres del viejo y de su hijo. 

En el cortometraje documental que haremos, con énfasis en el retrato de un  personaje cargado de memoria,  Osiris quiere hablar de ese hombre que años atrás sembró un bosque de caucho pensando en el futuro de su hijo. 

¿Habrá un material más maleable que su padre?








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viernes, 16 de junio de 2017

EL TALLER DE LA MEMORIA . Primera entrega, junio 16 de 2017



La memoria es una iguana curiosa

husmeando entre una roca y la pared.

. I .

Me encuentro en San Vicente del Caguán, en el Caquetá, dictando un taller de iniciación al documental para jóvenes entre 15 y 25 años. Durante los próximos días estaré subiendo al blog fotos y comentarios sobre esta apasionante aventura de conocimiento y creación. 

Empiezo con una foto y una frase que podrían considerarse un pleonasmo, pero que profundizando en su textura, la del texto y la de la foto, son una propuesta de enlace entre imagen y palabra que abre otros espacios de exploración sensorial y de creación: de sentido a partir de los límites.

. II . 


La memoria es al tiempo lo que el agua es a la luz 


Río Caguán vista hacia el occidente  desde el puente  de San Vicente del Caguán.

. III .

¡Cuántas cosas pueden pasar por un puente! 


¡Cuántas cosas pueden pasar en un puente!


Todas las historias de l@s chic@s cinétic@s
(palabra compuesta por la suma de cine+ética: cine-ético: documental)
están marcados por el tiempo que dividió este puente.

Para los Fabios, abuelo y nieto, su construcción:
Fabio el abuelo  fue uno de los trabajadores paisas que cimentó el nuevo tiempo con la memoria de hachas y avemarías que trajeron  los colonos.

Para ella, la reina, hija del presente, el puente es el espacio de exhibición de la belleza que representa:
El Caquetá que baila y tirita, que se tala y se ordeña que se  rebela y se  desangra y se integra
y a gritos pregona suspiros y mendiga que la quieran.

 El agua sigue arrastrando tiempo mientras el sol teje sus ciclos, su costumbre:
Amanecer hacia el este, atardecer  al oeste.
 Bajo el puente han pasado los colores de la vida amazónica
y los tintes rojos de una guerra que se extingue...?

Vecinos y recuerdos caminan o bailan sobre el puente .

Nosotros nos unimos a la construcción de la memoria lanzando cables  para colgar recuerdos, empatamos imágenes y palabras como tablones de una tarima que aprendará a mecerse
al ritmo que le impongan las urgencias.

miércoles, 7 de junio de 2017

LAS HERRAMIENTAS DE TRABAJO


Detrás, el fuselaje de un C-45, un beechcraft D-18s en el que trabajé entre 1973 y 1975 en la empresa Cessnyca. La foto es de hace 4 años, cuando estaba empecinado en sacar adelante mi proyecto documental "Memorias de un Copiloto". Un ex-compañero aviador me contó de su existencia y me desplacé con mi sony XL1 hasta el potrero cementerio donde el sol, la lluvia y el viento... el óxido, esporádicos vándalos y el olvido lo desmantelan lentamente, día tras día. Vestido de piloto, aquel compañero, que había aceptado ser uno de los personajes del documental, tomó la foto con su celular y me la envió por instagram. A pesar de haber ganado una ayuda a la escritura, hasta hoy no he podido conseguir los fondos para realizar el documental. Actualmente toda mi energía está compartida entre la docencia en la Enacc, la puesta en ruta del Taller de la Memoria en el Caquetá, y la realización de la película "Cantos de Piedra" sobre el escultor Hugo Zapata. Por fortuna, este nueva película navega con buen viento y espero tenerla lista para finales de este año. 

Esta foto apareció ayer entre un arrume de archivos de fotos de familia. Decidí inmediatamente hacerla pública en "mi biografía" de FB. Es, de una parte, un agradecimiento a las herramientas que me han pagado "la papita" en la vida; de otra, una constancia del extraño rumbo que la brújula del azar ha programado a mis andanzas; y, tal vez, un compromiso público, un empujón de las olas del destino, para que mi terquedad no abandone ese relato que tantas noches reaparece como un sueño recurrente, ataviado a veces con color de pesadilla y, en otras, con la claridad contundente de una voz que me repite "Esa historia hay que contarla".
He sido un cultivador de cartas... pero se extinguen los huertos, las postales, los destinos. Busco materos, balcones, ventanas, lienzos libres donde pueda sembrar mis dudas, mis palabras, las cascadas de imagen que a veces se me ocurren. Dale hombre, me han dicho algunas fieles amistades, invéntate un blog, escribe. Ya verás que es un buen andén para compartir tu risa, tu silencio, tus desdichas. Curioso, dócil, ingenuo, acepto jugar a lo impreciso.