miércoles, 29 de abril de 2020

DIARIO DE CUARENTENA. PANDEMIA TROPICAL 6

ENTREGA SEIS.

Bogotá, en el lugar acostumbrado, abril 28

Las notas de diario que dieron origen a los dos textos en prosa que publico hoy, inspirados en cumpleaños,  nacieron en las primeras semanas de abril. Cuando publiqué la entrega cinco eran apenas unas ideas expuestas en unas cuantas frases. Bocetos del cuaderno del dibujante. Las dos últimas semanas mi escritura se había  concentrado en redactar un proyecto sobre mi vida de aviador para concursar en una convocatoria cinematográfica (es una aventura varada en un terminal ignoto que lleva años pidiendo pista a gritos para poder lanzarse a volar). En los ratos de reposo aparecían unas tentativas de canciones, publico hoy dos de ellas. Ayer, 28 de abril, tuve la sensación de que los requisitos de escritura para el concurso están casi listos y que el próximo paso es hacer un teaser seductor para que los jurados no condenen al óxido el aéro-proyecto. Bastó sentir el respiro para que el fuetazo de la culpa golpeara mi espalda. ¿Qué pasó con el diario? Joder, verdad, con todo lo que hay por contar... quise ponerme al día, a ver, ¿en qué vamos? Me dispuse a echarle un vistazo a la prensa virtual para inspirarme pero la página entreabierta de mis notas me dijo: no te olvides de ésto... y éso que era ésto (con tildes) me volvió a lanzar a la piscina refrescante de la escritura inútil. 

XXV

El CUMPLEAÑOS DEL INFARTO y LAS UCI

Entre el 31 de marzo y el 27 de abril

Antes de Cristo, después de Cristo. Antes o después del 5-0 de Colombia a Argentina. Antes  o después del atentado contra las torres gemelas. Antes o después del asesinato de Gaitán, antes o después de la constituyente, o de la firma del tratado de paz o del triunfo de Egan Bernal en la vuelta a Francia, o de tu matrimonio o de la muerte de mi madre.  Estamos llenos de fechas que cambiaron el rumbo del mundo, de un país, de una afición, de una persona.  Ahora todos hablaremos del antes o después del coronavirus. Este período ya se ganó el derecho a hacer parte del altar de los referentes del cambio planetario. Y si cada cual hiciese el balance de las efemérides que modificaron el rumbo de su vida, encontraríamos que todos los días del calendario tienen escrito un sinnúmero de acontecimientos memorables.  Lo imprevisible y sorprendente es cuando una fecha se inscribe en otra fecha.  Por ejemplo,  el 31 de marzo fue el noveno aniversario de mi infarto. No había pensado en eso, pero el noticiero le dedicó tanto tiempo a las unidades de cuidados intensivos que no pude más que recordar aquel pitico que repetía el ritmo de mi corazón. Llegué a Urgencias del hospital San Ignacio después de haber sido rechazado en tres centros hospitalarios. Lo suyo es gástrico, no es de vida o muerte, me decían en el filtro que utilizan para decidir si uno tiene derecho a ser atendido.  Aquel puente festivo del 2011 fui premiado con el paseo de la muerte. Sólo cuando me doblé de dolor y comencé a sollozar como un niño maltratado, la gastroenteróloga a quien busqué como último remedio llamó al hospital  más cercano y con tono de coronel enardecido los obligó a recibirme ¡Por dios, este señor tiene un problema cardíaco!  Como un espejo de las calles de Bogotá, el servicio de urgencias estaba colapsado. Después de esperar horas en un pasillo, me hicieron un electrocardiograma. Vaya descubrimiento:  Señor, usted tuvo un infarto, quítese la ropa, póngase esta bata y acuéstese ahí.  Me mantuvieron dos días conectado a un mundo de aparatos en una camilla separada de otras por cortinas pálidas, plásticas, y  con mis vecinos invisibles conformamos un coro de lamentaciones deprimente. Por fortuna, en mi familia hay varios médicos que desde Medellín movieron palancas hasta lograr mi traslado a la UCI  en el segundo piso del hospital. Allí  permanecí una semana.  La sigla UCI no era tan conocida en ese entonces. En un principio, en mi fascinación por los deportes, la  asocié con la unión ciclística internacional, pero su significado era más drástico y benevolente:  Unidad de Cuidados Intensivos. Esos cuartitos  soberanos  en los espacios hospitalarios, con una cantidad  de sofisticados aparatos, son los palcos VIP reservados para los pacientes en estado lamentable. Dícese de “una instalación especial dentro de nuestra área hospitalaria que proporciona soporte vital a pacientes que están críticamente enfermos, quienes por lo general requieren supervisión y monitoreo intensivo por medicina de alta complejidad”. Dicho claramente: es un espacio para los que están al borde de la muerte,  privilegio que pareciera concentrarse, en el primer semestre de 2020,  en aquellas personas que el covid 19 ha decidido devorar.  En Bogotá, nuestra alcaldesa ha negociado la instalación de un hospital de campaña en los enormes salones del centro internacional de negocios y exposiciones de la ciudad.  Contará con dos mil unidades de cuidados intensivos. Cancelada la feria del libro y de la agricultura, del  automóvil y de los comics en las instalaciones de Corferias. Ya verán los organizadores si las hacen virtuales. Aparte de lo necesario, responsable y noble del gesto de la administración distrital de regalarle  a la ciudad este hospital efímero, me parece que están fabricando una imagen contundente. Es una instalación que solo un estado de emergencia puede proponerle a la imaginación. Dos mil unidades de cuidados intensivos en el mismo espacio me generan una curiosidad estética inmensa. Imagino primero el inmobiliario, sin actividad, vacío. Estático, como una instalación de Doris Salcedo. Luego lo veo en plena actividad. Pongo en ON el sonido y escucho. Invito al lector a que imagine. Silencio.  Cierre los ojos y observe. Es una galaxia en movimiento. Si una vez dentro de una célula humana un coronavirus puede producir hasta 100 mil copias de sí mismo en 24 horas, y si un cuerpo humano tiene entre 5 mil millones y doscientos billones de células imaginen la energía  que tiene que emitir el equipo médico para controlar semejante actividad. Me nublo. Me aterro. Puedo caer en una crisis de pánico. Abro los ojos y enciendo la televisión. No hay deportes. Ya no cantan "A otro nivel", detuvieron las grabaciones motivo pandemia. Siento el llamado de algún noticiero. Todos muestran lo mismo: tractores moviendo tierra y obreros cavando fosas en las afueras de New York o al lado de un bosque cercano a Sao Paulo. Rectangulitos muy ordenados en los que se depositan  ataúdes sin adornos. Elementales, sencillos. Ya no es el convoy de camiones militares italianos transportando ataúdes en la noche hacia un destino impreciso. Ahora estamos en el destino mismo. Entramos de repente en una época de enormes y estáticos planos generales. La visión desde los drones aporta su granito de arena a la representación de la historia universal de la infamia. Siento en carne propia la evolución audiovisual. Ya no es el travelling sin fin avanzando silencioso por una carretera en el sur de Bélgica, aquella sucesión de cruces y cruces en los camposantos de la primera guerra mundial. Este es un plano quieto, largo, atronador, pero que en el fondo nos remite a la misma sensación de nimiedad y de impotencia. Vuelvo a mi UCI. Soy uno de los tantos que ha sido invitado a acostarse en uno de los dos mil lechos dispuestos en Corferias. Llego con la sabiduría de haber vivido la experiencia hace nueve años. Es mi fiesta de aniversario. Tengo la paciencia de hacer el inventario de mi hotel de lujo:
·        
·       Este listado es el regalo de aniversario que me obsequió don Google. Nueve años después de haber conocido los secretos de la UCI me entero, por fin, en detalle, del  mobiliario en el que sobreviví al infarto.

XXVI 
Abril 23
LA NUBE DE LAS DIEZ

A veces pasan fantasmas por mi balcón.
Huyen del silencio, del encierro, de las pestes y el dolor.
Corren para no perder la nube de las diez.
¡No pueden perder la nube de las diez!

A veces pasan fantasmas por mi balcón
Les digo adiós con la mano
Van tan cargados que no pueden responder
¡No pueden perder la nube de las diez!

A veces pasan fantasmas por mi balcón
Buen viaje, no se olviden de nosotros,
Corran, corran, que ya sale la nube de las diez.
¡No pueden perder la nube de las diez!

Dedicado a Raúl Soto.

XXVII
Abril 3-28
BIZCOCHOS DE ANGEL Y MOSAICO
El 2 de abril fue el cumpleaños de Bárbara, mi suegra. Aniversario número 90. Un número respetable. Enorme. Mi suegra es una artista norteamericana con dotes plásticas y musicales. Una jardinera formidable y con gran sapiencia en culinaria. Ella es una mujer pequeñita, de hierro,  se llama Bárbara y  corrió maratones hasta los ochenta y pico. Sally y su familia citaron a una fiesta virtual en Zoom a las 7 pm hora de Colombia. La suegra se unió desde Port Townsend en Washington state.  Sus hijos, Mike desde California, Betsy, John, así como la tía Kate, desde Chicago. Los nietos se conectaron en sus respectivas ciudades: Alice en Minesota, Nick en NY,  Tomás en Lisboa. Nosotros éramos la representación del sur.  La celebración en casa podría decirse que duró todo el día. En la mañana, Sally y Barbara se conectaron para ensayar las canciones que cantarían en la fiesta virtual. En la tarde, mi querida esposa  preparó una torta y sacó una botella de grapa llamado barbaresco, un excelente espirituoso italiano que nos trajo Martha Raquel de Milán el año pasado. Hace tiempos no la veía tan  emocionada. Durante el encuentro hubo cantos, anécdotas, se compartieron impresiones sobre la cuarentena  y, como es costumbre en su familia,  una muestra intensiva de fotos. La pantalla se convirtió en un mosaico vivo del que salían risas amables y una sensación de celebración del clan, de la pequeña sociedad, de la familia. Sentí que esta reunión, la segunda de la semana, pues el ritual había comenzado el domingo anterior al mediodía con un congreso virtual de los García-Moreno, estuvo más convivial que la de nuestra tribu colombiana. Seguramente, a esta familia numerosa concentrada entre Medellín y Bogotá y un apéndice en Barcelona, mi hermana Vicky,  nos faltó el bizcocho, los cantos, el brindis y una excusa tipo la celebración de un aniversario con una cifra  portentosa como la que alcanzaba  Bárbara. Días después, recordando esos rituales y los que prosiguieron, porque esas dos reuniones fueron el inicio de unos encuentros semanales que hacemos desde entonces, volví a pensar insistentemente en mi madre ausente.  Ella era especialista en la preparación de dos tortas: El bizcocho de ángel que era la misma torta que Sally horneó ese día, y el bizcocho de mosaico, que era una torta que al partirla nos entregaba unas tajadas con cuadraditos de colores muy semejantes al mosaico de imágenes que conformaban nuestras familias en la pantalla.  Con ese par de tortas, que ella preparaba para las grandes efemérides familiares, o como encargo remunerado para una fiel clientela que las saboreó hasta su muerte, ayudó a mantener la estabilidad emocional y económica de la familia. El encerramiento va generando rituales, representaciones, asociaciones con el pasado, nuevas formas de relacionarse con los espacios que, aunque parecen banales, llevan el peso de lo que somos y, que seguramente evolucionarán, sobrepasarán esta especie de actitud de buena voluntad que acompañan los inicios, hasta traer a la superficie todo el peso de las cargas acumuladas en un tiempo más largo que esta corta, hasta el momento, cuarentena por familias donde todo no es bizcocho de ángel ni mosaico de dulzura.   
XXVIII

EVOLUCIÓN

Cancela hoy el teléfono y el internet y regálate un día de párpado cerrado.
Cancela tu insolencia vertical y ven, acuéstate a mi lado.

Desconéctate , escucha tu silencio, desconéctate.
Ni Facebook. ni whatsapp, amor, ven, acuéstate a mi lado. (bis)

Las cuarentenas de hoy ya no son lo que antes eran.
Las cuarentenas de hoy ya no son lo que antes eran.

Cancela tu insolencia vertical y ven, acuestate a mi lado.
Desconéctate , escucha tu silencio, desconéctate. (bis)

Diego García Moreno-Bogotá, abril 26 de 2020


continuará...

Estos escritos, con ritmo de diario, aspecto de prosa, canción, trova o poema, estarán apareciendo mientras dure el estado de cuarentena en el que hemos caído... y serán un elemento documental para comprender la evolución personal y colectiva de una situación que saca la cotidianidad de los parámetros vividos hasta hoy.

martes, 21 de abril de 2020

DIARIO DE CUARENTENA. PANDEMIA TROPICAL 5

ENTREGA CINCO

XXI

Entre el 30  de marzo y el 8 de abril, miércoles de pasión

PANDEMIA Y FARMACODEPENDENCIA

Tengo miedo del Transmilenio, de los taxis, de las farmacias, de los sitios donde llegan los crónicos. Mi  mayor preocupación es si debo salir por las pepas. Esa preocupación no es mi problema. Es un patrimonio de toda la comunidad de cuchos, viejos o adultos mayores, como les dicen ahora.  Vamos a ver si lo podemos resolver. Marco el número de mi EPS.

Digite su número de cédula. Si conoce el número de la extensión, márquela…
Ocupado, ocupado, ocupado, ocupado.

Milagro. Un humano responde. Buenos días. En qué puedo servirle.
Buenos días soy adulto mayor, paciente crónico . Ah , llame a tal número.
Buenos días soy adulto mayor, paciente crónico. Ah , llame a tal número.
Buenos días soy adulto mayor, paciente crónico. Ah , llame a tal número.

Digite su número de cédula. Si conoce el número de la extensión, márquela..
Ocupado, ocupado, ocupado, ocupado.

A veces responde una voz pre-grabada. El número al que está llamando se encuentra ocupado, llame más tarde.  Marco después, una, dos, tres, muchas veces, pero el presente es el mismo:
Ocupado. Ocupado. ocupado.

Se van acabando los medicamentos.
Le hablo piano corazón:
¿será que sobrevives sin drogas?

La canción es interrumpida por el estribillo que dice:
Empezamos de drogadictos,
Terminamos de farmaco-dependientes.

Nota: Las aventuras vividas en mi empeño por conseguir los medicamentos para el corazón quedaron escritas en un cuento que hacía parte de este diario, pero me reí tanto cuando lo leí, que decidí enviarlo a una convocatoria, de esas que las entidades estatales han sacado de afán y con poquita plata, dizque para ayudarle a los artistas a pasar la contingencia. Lo tuve que sacar del blog porque  en las normas decía que tenía que ser inédito. Nada de publicaciones físicas o digitales. Una lástima, porque me moría de ganas de compartirlo con mis esporádicos lectores. Tendríamos tema para carcajearnos juntos frente a la pantalla o, por qué no,  cuando nos volvamos a ver en la vida real. A pesar de saber que no soy reconocido como escritor, me lancé al ruedo en la categoría cuento. Una amiga me animó a participar en la de canciones infantiles, ahí vas a la fija, me decía; y  mi curriculum me recomendó  participar en la de video. Pero ni la canción que hubiera podido enviar me hizo reír, ni la idea del video tampoco. ¿Será que los jurados se ríen? ¿Cuántos escritores estarán pasando problemas económicos? Imaginé la plataforma desbordada recibiendo miles de archivos de cuentos huyendo de la cuarentena. ¿Pero será que sus escritores se rieron tanto como yo leyendo semejante historia tan ridícula? ¿Se imaginan a un cucho, con una enfermedad cardíaca crónica, lanzándose a la calle en época de una epidemia a buscar sus medicamentos, entre un mundo donde todos están uniformados con un tapabocas y la sospecha de que quien se tope en el camino esta infectado? Este resumen está patético. No tiene nada de chistoso. Pues ahí está el asunto. Yo le tengo fe a la risa. Si no gana, prometo que lo publicaré por acá para que se rían un ratico. Y si los jurados, sensibles y con humor, llegasen a premiarlo, les prometo que también lo haré. Paciencia.

XXII

1 de abril 
NAVEGANDO A LA DERIVA
Hay un barco a la deriva. Salió a dar un pequeño crucero entre Argentina y Chile. Algunos pasajeros mostraron síntomas del virus. El virus se fue tomando el barco. Ya hay muertos. Ningún puerto los recibe. Cruzaron el canal del Panamá. Están frente a Cuba. Miles de caritas acostumbradas al pánico, desde su escotilla, ven pasar una flotilla de barcos de guerra con rumbo a las costas de Venezuela. Nadie lee el afiche pegado en las proas. Reward. Of up to. 15 millios USD. for information leading to the arrest and/or conviction of Nicolas Maduro Moros. No responden al SOS.  El barco a la deriva necesita recargar oxígeno. Los teléfonos celulares son el puente para contar todos los dramas. Una señora argentina pide auxilio. Su lamento es retransmitido en todos los noticieros. Cerca de Miami, se escucha la voz del gobernador de la Florida diciendo que solo descenderán los ciudadanos americanos. Un barco llega en su auxilio. Las autoridades aceptan bajar a los que no tienen síntomas. Irán a cuarentena. Un barco lleva muertos y enfermos. El otro lleva las dudas.

Un productor en Hollywood marca el teléfono. Contesta su socio. Mira, hay un barco a la deriva. Salió a dar un pequeño crucero entre Argentina y Chile. Algunos pasajeros mostraron síntomas del virus. El virus se fue tomando el barco. Hay muertos…  ¿ No te parece de película? Tal vez podríamos cambiar el muelle de partida, pero es que me parece tan interesante el cruce del Canal de Panamá… Si, claro, tenemos que apurarnos, debemos tener el guión listo y el plan de producción ajustado para cuando levanten la cuarentena…

Se acelera la concepción de películas. Trabajadores de todos los oficios del cine en todos los rincones del planeta comienzan a ver tramas por todas partes. Que filmes la vivencia de la pandemia en tu casa, desde tu ventana, desde tu balcón, en tu cuarto, bajo la cama, entre las cobijas, en la cocina, con fondo de lavadora, ¡por dios!,  que escribas, que cuentes lo que sientes, piensas, lo que vives. ¿No viste la noticia de ayer en New York…? NO. No. ¡No! No quiero repetirla. Siento pánico. Estamos siendo atacados por una epidemia de historias que quieren transformarse en guiones. Guiones en primera, segunda, tercera persona, en singular, en plural. Se necesitará más plata para producirlos que para financiar la vacuna.  ¿Cuántas se harán? ¿Cuánto tiempo durará el ansia de consumir películas y relatos sobre el coronavirus?

XXIII

2 de abril

CHAT CON JACARANDA

[11:19 a. m., 4/4/2020] Diego García-Moreno: Pues sí, todos los días me, nos,  invitan a involucrarme en iniciativas de documentales sobre lo que estamos viviendo. Ha sido muy curioso porque no me he sentido tentado a filmar. Sólo me provoca escribir y hacer un poquito de música.  Le dedico horas a mi blog y escribo canciones populares que parecen de mediados del siglo veinte. Tengo una extraña sensación de desconfianza con los audiovisuales. Se han vuelto tan virales, que pareciera que cuando oficio estas artes prehistóricas estuviera limpiándome de algo...
…a lo mejor mañana vuelva a tener deseos de filmar, a lo mejor... Esto no  lo puedo contar en la asociación de documentalistas.... jajaja.
[11:34 a. m.] Jacaranda: estoy totalmente de acuerdo contigo... no sabes cuántas iniciativas hay acá en México. incluso DocsMX lanzaron su convocatoria de documental colaborativo y no se cuánta cosa…  Sandra XXXX y sandra XXX están haciendo postales y haikus audiovisuales en facebook*,,, yo estoy hasta la madre
… en realidad yo estoy viviendo mi propio drama, mi película personal con mi madre y ese es el motivo del documental que he tenido parado... el que conecta con Poniatowska y luego mi madre.
….más bien ahí estoy enfilando mis baterías
…pero sí me interesa registrar reflexiones de amigos en otras partes del mundo, sobre lo que estamos viviendo
… me parece aterrador el mundo de hipervigilancia al que nos estamos enfrentando, empresas que venden nuestros datos a través de  las plataformas digitales a través de las cuales nos comunicamos
*confieso que yo pequé y caí en los haikus...

XXIV

EL siguiente relato se gestó entre las rutinas de "cardio" que hice durante las dos semanas que antecedieron al 3 de abril.

ASCENDIENDO AL HIMALAYA. 

Viajo solo. El ascensor no se detiene en su caída hacia el parqueadero en el sótano dos. Seguramente, a través de la pantalla,  el celador de la portería del primer piso está viéndome estirar los brazos y girar mi cabeza para aflojar el cuello. No llevo  tapabocas pero sí un pañuelo alrededor de mi frente. Se abre la puerta. Ahora mi imagen es espiada en las pantallas del garito a la entrada de los parqueaderos. Camino  rápido entre autos  familiares inútiles, estáticos, engarrotados, iluminados tenuemente por la luz que entra por las claraboyas que dejan ver los ladrillos de la plaza de toros.  Antes de lanzarme a subir las escaleras de mi torre, la A,  tengo que calentar mis músculos. Camino y hago extensión de brazos. Desde la portería de la torre C hasta el retorno en la torre B deben haber unos ciento cincuenta metros. Es raro que hayan construido la torre A en medio de la B y la C. Debe estar justificado en las memorias del arquitecto Salmona.  Si recorro cuatro veces el trayecto, dos  segmentos en el sótano uno, y dos en el sótano dos, estaría sumando un poco más de un kilómetro. No está mal. Y ahí sí me lanzo a la escalada.

Una luz se enciende automáticamente. Abandono el parqueadero del segundo sótano.
Cruzo el umbral de la puerta y empiezo a subir.  Mis piernas están fuertes, la respiración tranquila. Siento que salgo del ángulo de visión de las cámaras de vigilancia. Cuento dieciséis escalones. Cruzo el nivel intermedio. Mirada fija en el piso. Escalones de granito blanco. Ocho son medio piso, ocho otro medio piso. Un continuo ir y venir de oriente hacia occidente y de occidente hacia oriente.  Me pregunto ¿cuántos son hasta el piso 32?  Pensándolo bien ¿ En realidad cuántos pisos? Debo agregar los que hay entre el sótano dos y el primer piso, y sumar los que llevan desde el treinta y dos hasta el cuarto de máquinas de los ascensores. Son muchos. ¡Es como subir al Himalaya! La puerta al parqueadero del primer sótano permanece medio abierta. Asocio sótano con minas abandonadas. Antiguas bóvedas de una explotación agotada. Quizás fueron refugio de pestes o de guerras. El olor de gasolina quemada por los choferes del edificio se lo llevó el viento. Vuelvo a contar dieciséis escalones. Debo estar a la altura del gimnasio y del auditorio. Escucho el murmullo de los niños ausentes. Sobrepaso la puerta de la guardería. Es de madera hasta la cintura, La parte superior es en cristal esmerilado. Escucho una algarabía de libros cerrados y juegos dormidos. Sollozos y gritos llamando a la mamá para exigirle un dulce, una galleta, un tetero. El ruido de mi respiración se va integrando al  ambiente. Mis pasos alertan a las señoras del aseo. Ocho escalones más arriba, una, vestida de azul, balde en mano,  entra con una trapeadora a un cuarto de aseo. Detrás de su tapabocas, supongo una sonrisa. Arriba del tapabocas una mirada acompaña una sonrisa. Tal vez no sonríe y su mirada es de espanto. La puerta del primer piso está abierta. Dos celadores y el portero hablan con el electricista. Uno de ellos me mira pasar, lo ignoro. Debe estar viéndome en alguna pantalla. Será solo por este piso. No hay plata en la administración para ponerle cámaras a todos los accesos a los pisos. Para eso están las de los ascensores. Los habitantes del edificio son flojos. Sólo suben las escaleras cuando hay cortes de electricidad. Muchos prefieren permanecer tomando café con leche en la panadería. Empieza el conteo oficial. Son treinta y dos pisos.  Dieciséis niveles dobles. El ascenso será largo. Los pies sienten el esfuerzo. A las pocas semanas de haberme infartado subí a Monserrate. El corazón recuerda, reconoce el esfuerzo. Hay que regular la respiración.¿Cómo harán los que suben al edificio Colpatria? ¿Cómo harán los que ascienden al Himalaya? Regulan, tienen paciencia, no desesperan. La vista fija en el piso.  Travelling adelante, ritmo constante. Cada paso que doy lo aseguro con mi vista. Hay que levantar la rodilla justo a la medida del escalón. Escaleras de granito blanco. Piso de hielo. No puedo pisar en falso. Los altos picos me esperan. El Everest, el Anchenjunga, el Lohtse. Despreocúpate del altímetro. Son más de ocho mil metros, hijuemil escalones, dale. Siento un ventarrón frío. Una puerta está abierta. Un letrero escrito a mano me devuelve al piso octavo y a la pandemia. “Mantenga la puerta abierta, los picaportes son posibles contaminantes”. ¿Por qué lo hiciste? Pierdes el ritmo. Excusa. No he tocado nada, ni pasamanos, ni picaportes. No me he cruzado con nadie. Solo una mirada a lo lejos. Y ahora un aroma. Un olor a cebolla frita invade las escaleras. Un horario extraño para hacer cardio. Los olores me recuerdan que no he traído provisiones. No necesitas.  Tienes la grasa suficiente para asegurar las reservas. Pienso en Nairo y en Egan. ¡No! Soy alpinista, no debo confundir mi especialidad. Casi piso en mi camino una mariposa nocturna extraviada en el borde de un escalón. Escucho voces roncas, como de señoras fumadoras. Supongo que han salido de sus apartamentos a charlar, cigarrillo en mano. No quiero saber en cuál piso voy. Veo unos piecitos por la hendija de una puerta entreabierta. Deben ser las señoras. No huele a cigarrillo. Dudo, algo me obliga a detenerme. Retrocedo. Miro.  No son los pies de las señoras. Se fueron. Son los piecitos de unos enanos en cerámica. Materas dispuestas frente a la ventana, junto a la entrada de las escaleras. Podrían ser restos de escaladores fatigados que no lograron su objetivo. Respiro más profundo.  Vamos, sigue, sube, sube. ¿En cuánto estará mi ritmo cardíaco? Recuerde, me dijo el cardiólogo, no debe sobrepasar ciento cuarenta pulsaciones. Debo estar entre ciento treinta y ocho y ciento cincuenta. Qué tal que me desmayara. ¡No! Que no vaya a ser aquí. Qué vergüenza caer al piso lejos de las cámaras de vigilancia y permanecer  tirado sobre el granito durante horas arrullado por un reggaeton. ¿Quién osa escuchar reggaeton al mediodía? Hago el inventario de los adolescentes que he cruzado en el ascensor. Deben ser ellos. Viven en el piso… no, no quiero saberlo.  Acelero, huyo. Siento un nuevo aire. Imagino los picos nevados en la cima. De nuevo el silencio. Mis pasos, el granito blanco, firme, testarudo, mi respiración regulada. Milagro. De algún apartamento se escapa una fuga de Bach y  de otro  un aroma de eucaliptos. No había sentido nunca interactuar este dueto. Deben ser los últimos signos de lo sublime humano interactuando con la vida vegetal.  A esta altura no resiste ninguna planta. Vendrán las rocas sin capa vegetal, negras, cubiertas con colchas blancas como la nieve, como el granito blanco. Como la neblina. Estoy entre nubes. E l cielo azul era un ilusión de alpinistas exhaustos. El ascenso al Himalaya no permite mirar al cielo. A ningún lado. Imagino que me apoyo en el bastón y avanzo, avanzo. Ya no siento el cansancio. El ritmo es constante, el único límite será la falta de oxígeno. Otra puerta repite con dulzura el anuncio de los picaportes. ¡Obsesivos! Nadie las va a tocar, y sigo. Se confunden los pisos, las voces de nadie. Las figuritas jugando a la familia a detrás de los ventanales durante la cuarentena. Son relámpagos visuales en picado en los apartamentos que alcanzo a ver por las aberturas que dejan entrar la luz a este laberinto vertical. Siento una enorme satisfacción. Pareciera que los mismos, repetidos, monótonos, ocho escalones ya no fuesen sino cuatro. No cuento uno por uno, multiplico por no sé cuántos. La cifra no se aficha en la pantalla. Ahora sí. Piso treinta, estoy a punto, y la numeración terminará en treinta y dos. Vuelve el recuerdo de los ciclistas. Embala Nairo, Egan no da su brazo a torcer. No importa. Escalo al Himalaya caminando, en cicla, en monopatín, a pie limpio. Embalo yo,   aún tengo piernas. Los tres pisos que prosiguen al 32 son guiados por la inercia. El convencimiento, la testarudez, el espíritu competitivo. Compito con la muerte y conmigo mismo. Compito con los fantasmas de unos escaladores ausentes. Con los inquilinos del edificio que se esconden en sus madrigueras. En los igloos que han fabricado al lado de la nieve.  Más allá del granito blanco. El granito blanco que no sigue. El que me dice has coronado. El que cede el lugar a la ventana vertical, angosta, con dos barras de  hierro sostenidas con cemento. El  mirador entre rejas. La ventana desde la que se observa la ciudad vacía. No quiero caer. No puedo. Me agarro a los barrotes. Me sujeto para no perder el equilibrio.  Apoyo mi cabeza en el metal. De mi boca sale un vapor caliente y agitado. ¿Saldrán virus en las partículas de vapor que exhala mi boca? Mi aliento va, flota, vuela hacia la ciudad. La ciudad monstruo recluida en su cuarentena.  Allá lo prohibido. Aquí el cansancio. El ¿será que me voy a desmayar? ¡No!  No. Calma. Camina, desciende. Vas mejor. Los escalones de granito son ahora una pequeña cascada. Desciende el agua, refresca.  Al llegar al piso 32 mi corazón y mi respiración, ya reposados, me aconsejan no seguir descendiendo por las escaleras. Son malas para las rodillas.  Empujo la puerta con mi espalda, entro al corredor  y oprimo con el nudillo de mi mano izquierda el botón del ascensor.

Viajo solo. El ascensor no se detiene en el descenso hasta el parqueadero en el sótano dos. Seguramente, a través de la pantalla,  el celador de la portería del primer piso está viéndome estirar los brazos y girar mi cabeza para aflojar el cuello…

Tres veces ascendí el mismo día hasta los tres picos más altos del Himalaya:
·       Everest 8848 m
·       Kanchenjunga 8586 m
·       Lhotse 8501 m
·        
Dos días después, El sábado, 4 abril de 2020 a las 11:28, recibí un mensaje en mi correo. Lo enviaba el administrador del conjunto. Era una foto transformada en afiche. Mostraba  las escaleras de un piso cualquiera de mi edificio. Le habían hecho un viraje monocromático al verde. En la parte alta, a la derecha, tenía impreso en negro un texto en mayúsculas de gran tamaño  ¡QUÉDESE EN CASA!  En la parte inferior, sobre una banda verde oliva, escrito también en negro, en formato más pequeño, como una súplica decía: POR EL BIENESTAR DE TODOS y abajo, en minúsculas, “no utilice las escaleras comunales para realizar ejercicios”.  El Logo del edificio estaba impreso en el borde inferior.

continuará...

Estos escritos, con ritmo de diario, aspecto de prosa, canción, trova o poema, estarán apareciendo mientras dure el estado de cuarentena en el que hemos caído... y serán un elemento documental para comprender la evolución personal y colectiva de una situación que saca la cotidianidad de los parámetros vividos hasta hoy.

lunes, 13 de abril de 2020

DIARIO DE CUARENTENA. PANDEMIA TROPICAL 4

ENTREGA CUATRO

XVI

Abril 9 de 2010.

PRIORIDADES A MARCHA LENTA

El gran ventanal se ha vuelto  la conciencia del tiempo.  A través de sus cristales veo los cambios que trae un mundo a baja velocidad.  De nuevo los volcanes se perfilan a lo lejos.  En el encierro luminoso no cuento uno tras otro los días. Los horarios son bloques de temas. Obsesiones que se instalan y se repiten con ligeras variaciones. Se acomodan a su amaño sin tener en cuenta si es noche o día. Han pasado tal vez ocho, diez, quince días desde la última entrega de mi diario. No importa. A veces ocurren imprevistos. Modificaciones corporales inesperadas. Es la fatiga del material. La vejez. La continua exposición a las palabras medicina, remedio, fallecimientos, cuidados intensivos, recuperación, me obliga a sacar las reservas del instinto de curación almacenado en mis células. Los estiramientos se han vuelto rutinarios.

Una escalera en caracol une los dos pisos de mi apartamento. En el segundo, una baranda de madera protege el acceso al foso donde está instalada la columna sobre la que se incrustan los escalones de madera. Cinco soportes separados quince centímetros el uno con el otro, dejan el espacio suficiente para que cuando los descienda, pueda levantar los brazos, apoyar mis manos y colgarme.  Es la barra de un gimnasio particular en el que estiro mi esqueleto. Por efecto de la fuerza de gravedad, mis ochenta y cuatro kilos ayudan a separar las vértebras.

Me preocupa que el tiempo avance y sienta que mi crónica se desliga del presente. Me traiciona una nostalgia periodística. Debe ser la presión de las pantallas. Los noticieros se repiten y se repiten hasta hacerme creer que son la realidad. Me gustaría quedarme cerca del relato. Publicar en la actualidad. Pero yo no soy actual.

En estas semanas sin domingo las cosas importantes han sido  mi hijo, el temor de quedarme sin medicamentos para el corazón, el piano, un barco a la deriva,  mis escaladas hasta e  último piso del edificio , los cumpleaños de mi suegra y de mi infarto, las teleconferencias con las familias de Sally y yo. los pájaros revoloteando sobre los árboles de la isla en el video que edito. Qué variedad. Son muchos temas. Voy a organizarlos. Para algo deben servir las fechas. ¿Será útil hacerlo? Cierro los ojos, me alejo del balcón, busco  en la memoria del computador los fragmentos escritos.

A continuación va un salpicón de flashbacks de lo que llamo “cosas importantes”:


XVII
25 de marzo.

DE ANDANZAS Y DE OLORES.

Abro los ojos a las cuatro de la mañana. Salgo con sigilo para no despertar a Sally. Voy al cuarto de Tomás. Él está ausente.  La ciudad está quieta y brumosa. No se perciben luces recorriendo sus calles. Bajo la cortina. Black out.  Cierro la ciudad. Me acuesto y espero que el silencio me arrulle. Una lucecita intermitente bajo el escritorio que heredé de mi abuelo me fastidia. Proviene de  la torre del computador. El aparato está en espera,  como yo, como el mundo. Quiero dormir, apagarme, soñar un rato. Me levanto y lo apago. Hace frío. Reacomodo el edredón para que no se filtre ninguna corriente.   Cierro los ojos.

Pienso en mi hijo. Esta cama debe guardar su olor. Su esencia. Una mezcla de sus olores. Desde el aroma del bebé hasta su olor reciente, el  de los 24 que tiene ahora.  Incluso exhala el olor de su  ausencia. Terminó el bachillerato y se fue a Nueva York.  Salió a buscar su mundo. Ahora está en Portugal. Llegó hace algo más de un mes. Escala obligada, imprevista, deseada.  La cuarentena impone su ley. Desde hace un año  él ha expresado su deseo de radicarse en Lisboa.  Nos vimos por última vez en enero. Cuando estuvo de paso por Bogotá. Venía de festejar el año nuevo en Bahía, invitado por un grupo de amigos, y seguía para Nueva York. Aquí fui testigo del reencuentro con Bruna, su nueva novia brasilera. Una noche, mirando  en la playa el universo sus miradas se encontraron siguiendo al azar la  misma estrella fugaz.  Flechazo, rayo, predestinación,  el raro albur. Según ellos, todos los astros se juntaron para unirlos en torno a una pasión. No es este el espacio para entrar en los detalles de un período que ellos mismos reconocían cargado de tensiones de telenovela. El veintipico de enero los llevé al aeropuerto para que abordaran el primer avión de una aventura que tendría como escala inicial a Nueva York pero cuyo destino final era incierto. Una semana después nos enviaban saludos desde Abdiján. El oficio de Tomás se ejerce en la noche de la rumba global y, según sus palabras, después de un período de gitano solitario ahora trabaja en equipo. Ocho días en Costa de Marfil para que el el ping-pong laboral los devolviera a la gran manzana. Allí tendría el tiempo justo  para  lavar la ropa y  reempacar maletas pues la semana de la moda de Milán los esperaba. Era el inicio de una gira que los llevarían ocho días después a musicalizar una pasarela en París, y dos días más tarde, llenar con sus mezclas una discoteca en  Berlín. Luego tendrían la oportunidad para tomar un respiro en Portugal. Su deseo, desde hace un tiempo, es instalarse en Lisboa. Allá lo esperaba una maleta llena con la ropa que dejó en su primer intento de sedentarismo a  mediados del año pasado.  Pero el rótulo 2020 estaba marcado con otros procesos planetarios. El revolcón viral nacido en China envió su primer  tentáculo al norte de Italia y coincidió con la llegada de Tomi  quien, seguramente, envuelto en bálsamos amorosos y estimulado con una perspectiva económica a favor para los próximos meses  no se fijó que por otra puerta del mismo aeropuerto entraba una invasión de bichos dispuestos a modificar el ritmo del planeta. La noche de su intervención, las primeras páginas de los periódicos no estaban impresas con letreros y fotografías apocalípticas. Aun no habían prohibido la circulación de personas. Al día siguiente se oficializa  la calamidad sanitaria, Italia reconoce que está en medio de la pandemia. Tomás y Bruna buscan salir  antes de que cierren el aeropuerto. Francia entra en pánico.  París  cancela todos los eventos públicos. Logran abordar un vuelo con destino a Berlín. Prematuramente, hace su último toque de la temporada. Europa entera cancela  la vida nocturna.  Su instinto lo lleva a refugiarse en Portugal.

Tomás lleva más de un mes en cuarentena en Lisboa. Se aloja en casa de un amigo que se ha trasladado a casa de su novia para pasar el período de encerramiento. Ni Tomás  ni Bruna han mostrado síntomas de covid19.  A pesar que  su vida  laboral  está en stand by, mi hijo está bien. La pausa le cae de perla. Es  un tiempo para vivir de lleno el amor y componer su música en calma. Detuvo una brincadera de sitio en sitio,  de  ciudad en ciudad, una actividad que en apariencia es seductora, muy práctica cuando se vive en solitario, pero que puede trasformarse en pesadilla cuando se está en pareja.  Aunque la pesadilla también puede instalarse cuando la vida es muy estable. Pero la expresión luna una de miel contiene unos sobreentendidos rituales que son seductores y es muy bueno practicarlos, disfrutarlos.

Abril suena a primavera, a lluvias prometedoras. Con el hijo, Sally y yo hablamos casi todos los días. Nos llama a pedir consejos culinarios, recetas de familia. 
El primero de abril inició la nueva relación: “Pá, ¿cómo se hace el arroz colombiano?
El 2 de abril consultó la receta paisa de los fríjoles.
El tres de abril el pan de banano que preparaba la abuela de Sally.
Tengo sed. Bebo agua   Recuerdo una canción que le escribí en enero, cuando supe que estaba profunda y sorpresivamente tocado por el virus del amor.


XVIII

Isla Fuerte enero1/ Bogotá, fines de marzo y abril 7 de 2020 

TOMÁS Y BRUNA A LO LEJOS ©   -Bossalero    BOSSA+BOLERO

Gaviota vuela muy alto /Gaviota vuela veloz
Gaviota blanca y ligera /Gaviota afina tu voz

Tu hijo envía un mensaje / Tu hijo no duerme en paz
Tu hijo ha iniciado un viaje/ Tu hijo ha empezado a amar

El Sertao, el Amazonas
Los Andes quedan atrás
De Bahía hasta isla fuerte
Traes algo que contar

La oscuridad fue la cuna
de aquella estrella fugaz
que lo condujo hasta Bruna
al resplandor de su faz

Un tropezón de miradas
Bastó para descubrir
que almas predestinadas
no pueden besar y huir

Gaviota Vuela muy alto /Gaviota vuela veloz
Gaviota blanca y ligera /Gaviota afina tu voz

Lleva un consejo a mi hijo
En sus horas de aventura
Que el amor sea bienvenido
Con sus dichas y locuras

No escatimes la pasión
Goza el sexo y la ternura
El deseo y la emoción
La magia y la locura

Tomás y Bruna a lo lejos
Vida y suerte en este paso.
Tomás y Bruna a lo lejos
Que perdure el fuerte abrazo.

Gaviota Vuela muy alto /Gaviota vuela veloz
Gaviota blanca y ligera /Gaviota afina tu voz
  
***

XIX


marzo 27 

EL ESPECTÁCULO.

Me ha dado por tocar piano antes o después de los noticieros. Balbuceo acordes que acompañan boleros y tangos. Terapia ocupacional para estos tiempos azarosos… quizás; homenaje nostálgico a mi padre en épocas de orfandad… por qué no; esfuerzo por disminuir antes de mi muerte la sensación de frustración con respecto a una expresión artística  que fue la obsesión de mi juventud… es posible;  un acto simple de placer por tener el privilegio de contar con un piano en el salón… sí, puede ser;  podría tratarse también del efecto de muchas horas frente a una pantalla que mezcla cotidianamente la más patética suma de información con el más burdo plan de entretenimiento.  En medio del noticiero de Caracol  a las 7 de la noche y el de Yamid Amat a las nueve,  hay un programa de concurso, se llama “ A otro nivel”. Empecé a verlo por deformación profesional, como un cineasta que husmea en los programas para pillar su estructura manipuladora, para alimentar las diatribas que compartiría con colegas contra la pantalla boba, en fin...  pero fui sucumbiendo ante la cascada recuerdos de infancia que me trajo una serie de canciones, salsas y boleros memorables. Me sentí  al lado de mi padre, sonriente, emocionado cuando escuchaba que aparecía un buen cantante en un concurso de radio aficionado. Aquello era otro escenario, por supuesto, aquí tenía una espectáculo costosísimo que incluye  en su menú  una hermosa ex-reina de belleza que pasea sus encantos a través de una escenografía empalagosa, brillante, de alto contraste, puros remanentes de la estética "berlusconitaliana"; una orquesta con músicos experimentados reunidos para la ocasión,  -gracias a dios les dieron trabajo a esos muchachos tan talentosos-; un público gritón dispuesto a exteriorizar todas sus emociones ante el llamado de los asistentes de estudio, y, eso sí, un puñado de excelentes cantantes de todos los géneros que enloquecen a los pueblos latinos. Me incluyó en la categoría, y por eso caí y me volví testigo del fascinante horror del descabezamiento. Los protagonistas del espectáculo son juzgados, o, mejor dicho, van siendo eliminados, por un jurado compuesto por un cantante pop de buena reputación internacional, y dos juezas jóvenes y voluptuosas, unas muchachas medio conocidas en la farándula criolla, cargadas de botox, buenas intenciones y conceptos musicales aprendidos en un guión de apariencia profundo, ante quienes a uno le queda la duda ¿Será que cantan mejor que sus  afinadas víctimas?  Yo personalmente no lo creo. ¿Cuánto tiempo antes de que el coronavirus hiciera de las suyas fueron grabados los programas? Supongo que muy pocos. Prefiero no imaginar cuál sería el panorama del bloque de farándula de los noticieros si, entre esa abrazadera que practican entre artistas cuando logran pasar a otro nivel, se filtrara un solo bicho-virus con su descomunal capacidad reproductiva. Las suposiciones  en semana santa se vuelven más perversas. Entre la sangre del crucificado y los ataúdes de cartón en Guayaquil, ya uno se resbala y se atreve a presagiar cualquier cosa.

Sí, debe ser algo de todo eso lo que me ha llevado a sentarme con actitud parsimoniosa ante el piano, a abrir los cancioneros de boleros y tangos que nos regaló hace años nuestro amigo Raúl Maya y a practicar los acordes  mayores, menores, los sostenidos y bemoles, una y otra vez, a ver si me contagio de nuevo con el virus musical, a ver si de pronto le abro fisuras a la pérdida de memoria que es tan natural y progresiva a mi edad. Insinuantes títulos como Reloj, Volver, En esta tarde gris, Perfidia, La mentira, Cuesta abajo, y otros tantos  que fueron el repertorio de mi padre parecieran burlarse de los tiempos, encontrar auto-rutas posmodernas para instalarse en nuestra vida y, a pesar del reggaetón, despertaran de su letargo y vinieran a ambientar inconmensurables ratos de pandemia.  Ojalá, al final del confinamiento reaparezca a la luz pública exhibiendo una nueva medalla en mi pecho: susurrador de canciones.

***

XX

Sábado 28 de marzo.

SEGURIDAD.


Tengo que renovar el seguro del auto. La aseguradora exige una inspección. Dadas las circunstancias, será virtual. Tengo cita a las nueve de la mañana. Hace muchos días no lo usamos. Está muy empolvado. En el blanco se nota más. ¿Será que por culpa de la mugre me niegan el seguro? Decido bajar a lavarlo. Agarro un balde y unos trapos. En el parqueadero hay un grifo para el agua. Siento la cámara de vigilancia espiando mis movimientos. ¿Estará prohibido en el manual de convivencia lavar autos dentro del parqueadero? Nadie protesta, ningún inquilino del conjunto circula por el sótano.  Manos a la obra. Termino a tiempo. El sótano es muy oscuro. Como me recomendó la chica de la aseguradora, lo saco a la calle. Al pasar por la portería saludo al celador. Tiene tapabocas y no me mira a los ojos, siento su mirada en mis labios, me siento desnudo y culpable. Fresco, no voy a aproximarme a nadie.  Me parqueo  frente al edificio.  El día es luminoso. Bajan  la cuesta, en contravía, ciclistas con morrales de servicios a domicilio. Suben veloces carros de policía.  No se detienen a interrogarme.  A las nueve en punto suena el teléfono. Sí, señor. Estoy en la calle y muy bien iluminado. El inspector virtual dirigirá la sesión de fotos. Se va la señal. Mierda. Reiniciemos. Varios intentos fallidos. Vea señor, como está tan intermitente la señal, me dice, voy a enviarle una guía. Estúdiela y tómele las fotos al auto con el celular siguiendo las instrucciones. Sí,  las mismas doce fotos y me las envía por el whatsapp. Vaya inspección tan moderna. Tomo fotos de todos los ángulos como el manual recomienda. Un rayo de sol pega sobre el auto. El blanco brilla en todo su esplendor. Me siento orgulloso.

***

TIJERAS 

Todos los días de marzo...y principios de abril

Durante el confinamiento  MI CABELLO ha crecido enormemente.  Mientras más crece más se cae. Siento que hay pelos blancos largos por todas partes. Sally lo encuentra atractivo. Yo ya me cansé de estar buscando cauchitos negros para atar la cola de caballo. Digo que parezco un perro viejo. He decidido cortarme el pelo.

continuará....

Estos escritos, con ritmo de diario, aspecto de prosa, canción, trova o poema, estarán apareciendo mientras dure el estado de cuarentena en el que hemos caído... y serán un elemento documental para comprender la evolución personal y colectiva de una situación que saca la cotidianidad de los parámetros vividos hasta hoy.

domingo, 5 de abril de 2020

DIARIO DE CUARENTENA. PANDEMIA TROPICAL 3

ENTREGA TRES

XII
Bogotá, martes 24 de marzo….

OCIO, BAILE Y ENTRETENIMIENTO (categoría socio-económica)

Según la clasificación de la presidencia de la república de Colombia, todos en mi núcleo familiar pertenecemos a esta categoría. La clasificación fue presentada hace un rato por el gobierno en el panel televisado por los canales públicos y privados. El presidente Duque declaró la cuarentena obligatoria a partir de las doce de la noche del martes 24 de marzo para todo el territorio colombiano.  Lo acompañaron su ministro de salud y dos expertos epidemiólogos.

Dice la Real Academia de la Lengua  que, entre otros significados, ocio es: “Diversión u ocupación reposada, especialmente en obras de ingenio, porque estas se toman regularmente por descanso de otras tareas”. Atractivo, ¿no?
No creo necesario buscar el significado de las palabras baile y entretenimiento. La primera la aprendí de mi padre que era un cojo patialegre y, aunque no ha sido un lazo de unión con Sally, nuestro hijo optó por ganarse la vida animando las noches de rumba de su mundo. Es DJ.  El de la segunda, mucho menos. Sally y Tomás son músicos, y yo, aparte de cineasta soy un excelente músico frustrado. El entretenimiento es nuestra razón de ser y nuestro sustento. Vivimos en y del entretenimiento.  Y supongo que tú, querido lector, si estás paseando tus ojos por estas líneas tienes claro el significado de la palabra.
Leo, al azar, en “Eje 21” un pasquín digital del eje cafetero: “Con el fin de garantizar la debida protección de la salud de todos los colombianos, y prevenir la propagación de la pandemia coronavirus (COVID-19), el Gobierno Nacional expidió la Resolución 453 de 2020, con la que se adoptan medidas de control sanitario y clausura temporalmente establecimientos de ocio, diversión,  baile, azar y entretenimiento”.  
Se clausuran temporalmente los establecimientos… porque son focos de propagación del virus.  Por fortuna, no prohiben el ocio, el azar, el baile y el entretenimiento.  Los establecimientos son espacios que invitan a la congregación de multitudes. Son los espacios rituales del entretenimiento los que facilitan la propagación del virus.  El ocio, la diversión, el baile, el azar y el entretenimiento, nunca podrán ser clausurados.
Agregaron a la lista la palabra azar. El problema es que cuando se clausuran por orden oficial los espacios donde se ha profesionalizado una práctica, aunque se tenga la buena intención de proteger la salud de todos, un deseo de pecar, de transgredir la ley se filtra por las rendijas.
Pero no hay que dramatizar: los nuevos espacios del entretenimiento son virtuales. Y el espacio de quienes generan el entretenimiento es real pero privado. La cuarentena es un método privilegiado de  utilización del tiempo  y el espacio  para propiciar el ocio y el entretenimiento.
En casa, la declaración de cuarentena no nos toma de sorpresa. Desde hace muchos años la practicamos. Es la madre de nuestras invenciones. Este blog no es más que una variación del ocio, un llamado al entretenimiento. Cuando avanza, bailo de la dicha.
¿Será que el ocio,  el baile, el azar y  el entretenimiento son prácticas negadas para los políticos? Lo veo en las facetas del presidente. En su intervención, Duque le bajó a su tono de niñito furioso. Cambió de máscara. Pasó de sargento improvisado a sensato consejero espiritual. Claro, las estadísticas mortuorias podrán a futuro pasarle la factura. Recordé la aparente paciencia que transmitía cuando era invitado al programa de la revista Semana presentado por la periodista María Jimena Dusán en televisión. Era la antesala para lanzar su candidatura a la presidencia. Asistía para exponer y defender las políticas  y doctrinas de su caudillo, el ex presidente Uribe. Me parecía en ese entonces que era la única voz aparentemente sensata del Centro Democrático, capaz de hablar sin derramar cizaña, sin esgrimir la sed de venganza que cargaban su jefe y los altos mandos de su tropa de aúlicos co-religionarios contra todo lo que tuviera que ver con el proceso de paz de Santos. Pero ganó las elecciones,  lo llevaron de paseo por la casa de Nariño y desde entonces reveló su inexperiencia,  demostró en pocas semanas su incapacidad desbordante para gobernar y para generar respeto. Entonces,  lo obligaron a envolver su discurso en un tonito picado, mandoncito, emberracadito.  La actitud que muestra hoy ante las cámarass debe ser parte de una estrategia  diseñada por su asesor de comunicaciones. Ese genio a la sombra que, así como le recomendó ponerse su atuendo de emputadito al principio del mandato, para identificarlo con una política oficial guerrerista, viene de aconsejarle, en vista de las circunstancias trágicas que trajo el virus,  que nos hable con paciencia,  con tono de hermano mayor, sensato y comprensivo. ¿Será que logrará sacarse la imagen de sub-presidente, con la que toda la oposición lo identifica,  y convertirse en un líder que llevó su pueblo a buen puerto en esta tormenta virulenta? ¿Subirá su rating de aceptación popular, como tantas veces ocurre,  en medio de este desastre? Yo no lo creo, pero démosle el privilegio de la duda. Habrá que esperar. Por fortuna es contemporáneo de Claudia López.  Y las acciones de ella hacen que su superior en jerarquía oficial tenga que reaccionar. La diferencia con la alcaldesa de Bogotá es que ella pareciera no tener que recurrir a una imagen diferente para cada coyuntura . Claudia López es la misma. Analítica, decidida y  firme. Transmite la sensación de que en medio de esta incertidumbre tuviera claro el rumbo de las determinaciones que va tomando.  Cuánto lo siento venerables políticos. El ocio, el baile y el entretenimiento no fueron diseñados para su oficio. Eso sí, les queda un elemento a la mano: el azar.
XIII

¡Cuarentena!

¡Pa su casa todo el mundo
Ha llegado la pandemia!
¡Que se pongan ya las pilas
El gobierno y la academia!

¡Lávense bien las manos!
Que nadie a nadie se acerque.
Es un problema de humanos,
para tantos no habrá albergue.

XIV

El 24 de marzo me choquearon dos noticias. Primera. En Madrid se utilizarán como morgue las pistas congeladas del  palacio de hielo.  La mezcla de la declaración presidencial y  el catálogo del terror empieza a fabricar imágenes sorprendentes. Ocio, baile y entretenimiento, entremezclados con noticias hace un cocktail explosivo. Recordé el Holiday on ice. En una etapa de mi infancia mi sueño era bailar sobre el hielo. Coincidió con un período de adicción al juego del yoyo. Yo era bueno haciendo vueltas  y vueltas. Llegué a creer que podría quedarme indefinidamente haciéndolo girar mientras lo lanzaba hacia el frente y lo traía. Un sábado en la tarde una tía nos  llevó a ver un espectáculo de Carnaval en el hielo en el coliseo cubierto de Medellín. Era un sueño. Me dio envidia. Quiero patinar. A la mañana siguiente estaba simulando ser un bailarín en el hielo sobre las baldosas del patio de la casa de mis tías. Me deslizaba hacia un lado, hacia el otro, como si el granito fuera hielo y de repente se me ocurrió integrar el yoyo. Coordiné los movimientos, creía patinar e imaginé que el yoyo se iluminaba mientras daba vueltas. De aquí pa´llá. De allá pa´cá. Desde entonces he asociado las pistas de hielo con un territorio de pura fantasía. Veo los juegos olímpicos de invierno y los campeonatos mundiales y siempre recuerdo la sensación de bailar en el hielo jugando yoyo, pero hoy tropiezo y caigo. No hay espacio para pasar. Los cadáveres de los viejos españoles han sido esparcidos sobre la pista de hielo. Unos enfermeros ecuatorianos, son ecuatorianos, lo juro, reconozco sus ojos tras los tapabocas, deben darle vuelta a los cadáveres cuando ya tienen congelada la espalda. Hay que disponerlos sobre el vientre, emparejar la temperatura, evitar que el cuerpo llegue a un estado de putrefacción, tienen que aguantar hasta que se les  encuentre un ataúd y un carro fúnebre para llevarlos a enterrar. Ojalá tengan suerte y no les toque la cola a la entrada de la funeraria o del cementerio.

XV

Movilizados por una noticia falsa en las redes, centenares de venezolanos exiliados en Medellín se reunieron frente a la plaza de toros a esperar una ayuda gubernamental para comprar comida. Y en la plaza de Bolívar en Bogotá, también. Y en Pereira y no sé dónde mas.

Venezuela Venezuela ¡cómo me inquieta tu rumbo!
Venezolanos de adentro venezolanos de afuera
Venezolanos sin techo sin empleo y sin comida
Venezolanos errantes con morral a la deriva
¿A dónde les llevará la indolencia colectiva?
Venezolanos de adentro venezolanos de afuera
Venezolanos tanteando a oscuras el camino
Venezuela Venezuela ¿Qué te depara el destino?

XVI

Al mediodía, durante la rutina de cardio en las escaleras del edificio, tuve encuentros inquietantes. Después de coronar sudoroso, en solitario, la cima en el piso 35, descendí a buscar el ascensor en el corredor del piso 32. Por recomendación de los médicos no debo bajar muchas escalas. Es pésimo para las rodillas.  Apenas oprimí el botón, tras de mi se abrió la puerta de un apartamento y salió, enigmático y parsimonioso, El Economista. Como de costumbre, nos dimos un saludo distante, seco, por obligación,  sin ánimo de intimar. A sus setenta y tantos, abrigado con una chaqueta de algodón gruesa, el apuesto economista de otras décadas,  escondía la informalidad de la sudadera gris que portaba y me llamó la atención que cubría sus manos con guantes plásticos azules.  El aristócrata adulto mayor subió y bajo un poco su cabeza fina y cana, y yo le respondí con un hola, mientras sentía que sus ojos, escondidos detrás de unas gafas oscuras de aro redondo muy amplio, me inspeccionaban con una evidente indignación. Su saludo, tan económico como su profesión,  era como un gesto obligado, pues él sabe que soy muy amigo de una hermana suya, y su mirada inspectora se desató cuando  sintió mi respiración agitada y el brillo del sudor en mi frente.  Parecía, de repente, que el espacio se reducía y no quedaba lugar para dar un paso sin que nos introdujéramos en la zona de peligro. En ese territorio en el que el aura personal genera una masa de calor en la que flotan los ejércitos de coronavirus. Cautelosos, guardamos la distancia recomendada por el ministerio de salud y, por prudencia,  le agregamos un metro más.  Al ver mi rostro brillante de sudor, El Economista dedujo  que yo había llegado por la escalera y, sin ningún protocolo, quiso saber cuántos pisos había subido. Le dije 39. ¿Cuántos? Me miró como si yo fuera un mentiroso. Le repetí 39, pero no lo creyó. Esa cifra se salía de su mapa . Nadie sabe exactamente cuántos pisos tiene nuestra torre.  Yo hice las cuentas ayer y no tuve tiempo de explicarle nada porque sentimos el ruido rengoso del ascensor. La puerta se abrió.  Ambos sentimos descanso.  No teníamos por qué prolongar la conversación. Entramos. Una mujer blanca, pálida , tapaba su rostro con un suéter color mostaza desteñido, a su lado una mujer negra con uniforme de sirvienta azul y delantal blanco.  Conozco ese ojo, pensé. El ojo no dejó de mirarme. Tenía expresión de frustración. Era claro que ella no esperaba compartir el viaje con posibles contaminados. Un ascensor abre sus puertas en cualquier piso y nadie puede predecir quién se unirá al viaje. El ojo parecía sufrir. Quise preguntarle si ella estaba infectada, pero no fui capaz de modular palabra. Claro, ¡es La Manager! Precisamente la agente de la hermana del economista. Me miró como diciéndome, sí, soy yo. Me asusté. ¿Será que está enferma? Tenía tal expresión de susto contenido con tendencia a pánico que sentí necesidad urgente de salir inmediatamente del ascensor. Pero la puerta se cerró. Mierda, quebramos todas las distancias.

-No te arrimes, Economista, no te arrimes, le dijo La Manager al Economista. 

El Economista no contestó, y permaneció inmóvil. Le era imposible alejarse. Estábamos al interior de una cámara que podría ser de gas. Contuve la respiración. Hubo un silencio  de cuatro pisos. 32 menos cuatro: 28.  Sin nadie preguntarle, pasando por el 26 dijo: Vine a traerle el almuerzo a La Maestra. Claro, ella es amiguísima de La Maestra  y vino personalmente con su empleada a traerle la ración diaria.  No me la imagino cargando el plato envuelto en un papel de aluminio. Ayer, precisamente, Sally me había contado que habían surgido  problemas nuevos con la financiación de la reparación de los ascensores. Adivina quien dice ahora que no puede pagar la cuota impuesta por la Asamblea. Ni idea. Pues La Manager. Que su canal de televisión  anunció la cancelación de pagos a sus representados y ella se declaró en quiebra. Vea pues. ¿Qué irá a pasar con los que ya pagamos? ¿Se vendrá una cascada de desertores del pago de la cuota de renovación? Si La Manager no tiene con qué pagar la cuota, qué decir de los otros trescientos propietarios de apartamentos del conjunto. Miré el ojo y quise decirle  Manager, vos por lo menos podés vender uno de los cuadros de la maestra y ya está. Pero ¿quién soy yo para opinar sobre las determinaciones de mis vecinos?  No faltaba más. Así es la vida, ahora la pandemia afectará a su estilo las actuaciones de los que hemos reconocido como los más pudientes del barrio. Hay una expresión que dice: "Está más pobre que un rico de Manizales".  Por fortuna, el ascensor se detuvo repentinamente en el 18, ¡Mi piso! Y sin pensarlo, sin modular palabra, conteniendo la respiración, me abrí paso entre El Economista y la Mucama. No los toqué, no le dije adiós a La Manager, salí despavorido a buscar aire cargando una nueva sospecha… sí, la misma… ahora resulta que he atrapado el virus en un ascensor. Mierda. Por no bajar por las escaleras. Que es muy malo para las rodillas,  s, pero de eso uno no se muere. Se vuelve un estorbo, pero no termina ahogado boqueando, a lo mejor tirado sobre una pista de hielo. Estoy delirando o qué. En esta ciudad no hay pistas de patinaje en el hielo. Si la parca se ensaña con los coronavirus aquí tendrán que esparcirnos sobre las pistas de la cicloruta, y serán los gallinazos los que tendrán que encargarse de mantener limpias las avenidas. O, a lo mejor, estando tan cerca del páramo de Chingaza, el olor atraerá a los cóndores, y serán los enormes carroñeros del escudo patrio quienes limpiaran el territorio de tan lamentable especie. Uy, me puse dramático.

No entré inmediatamente a mi apartamento. Esperé un momento. Volví a llamar el ascensor. Llegó vacío. Entré de nuevo y oprimí el botón de sótano dos. Al salir sentí un alivio, vi que muchos puestos de carros estaban vacíos, se fueron a sus fincas, el parqueadero se veía más grande, y decidí caminarlo todo, antes de regresar a la puerta de las escaleras para continuar mi rutina y subir de nuevo los 39 pisos.

continuará...

Estos escritos, con ritmo de diario, aspecto de prosa, canción, trova o poema, estarán apareciendo mientras dure el estado de cuarentena en el que hemos caído... y serán un elemento documental para comprender la evolución personal y colectiva de una situación que saca la cotidianidad de los parámetros vividos hasta hoy.

He sido un cultivador de cartas... pero se extinguen los huertos, las postales, los destinos. Busco materos, balcones, ventanas, lienzos libres donde pueda sembrar mis dudas, mis palabras, las cascadas de imagen que a veces se me ocurren. Dale hombre, me han dicho algunas fieles amistades, invéntate un blog, escribe. Ya verás que es un buen andén para compartir tu risa, tu silencio, tus desdichas. Curioso, dócil, ingenuo, acepto jugar a lo impreciso.