LA GARZA Y EL GALLINAZO
La enorme señora dispuso para la venta un arrume de bagres y bocachicos destripados y cargó a sus espaldas el espejo brillante del río. El Sinú se despertó tranquilo. El gallinazo, atento en la baranda, sabía que era
cuestión de espera. Por costumbre aprendió que no requería de mayor esfuerzo
para obtener el sustento. Y la garza blanca, picoteando en el fango entre
latas, plásticos y trozos de icopor, prolongaba su
desayuno con apetitosos alevinos.
Bastaron diez minutos para que el mercado callejero
alrededor de la plaza de Lorica se convirtiera en una pelotera y que la belleza
morisca que habíamos alabado al amanecer fuese devorada por la gritería y el
sofoco; para que el gallinazo se volviera un buitre negro en un lodazal maloliente
y la garza una especie de pajarraco absurdo adornando una cloaca.
Cuando el taxi, cargado con las cajas de cartón repletas
de frutas y verduras que compramos
para llevar a Isla Fuerte abandonó el pueblo y aceleró en dirección al mar,
miré las fotos que había tomado al amanecer. La iglesia y la plaza de mercado acariciadas
por una luz diáfana bajo un cielo azul no guardaban ningún trazo de la
ofuscación que un par de horas después habían mellado mi paciencia.El calor,
el sudor, el olor, la gritería, los mosquitos, el tropel habían echado al
traste las vivencias, pero no las imágenes, de un de un trópico multicolor que
había salido a buscar para borrar el otro agite gris, impersonal y congelado de
Bogotá.
Envidié a la garza y al gallinazo. Me desconcertaron sus actitudes imperturbables ante los atropellos del sol enfurecido y del incontrolable gentío. Sonreí al verlas disfrutando los torbellinos del trópico entre el paraíso y la mierda. "Calmate, hombre", me dije, "zambullite en el mar y ahogá tus lamentos de intolerante citadino.
Diego García Moreno- Bogotá abril 2013
Imágenes impecables, con un que de serenidad, y las palabras que le dan movimiento me devuelven el placer de la lectura… gracias por compartir!
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