Las despertadas a deshoras, las más anormales, casi siempre han tenido que ver con mi hijo. En este caso, me tocó a las cuatro de la mañana salir corriendo hacia el PALACIO DE LOS DEPORTES donde estaba citado por el comando de reclutamiento número 1 del ejército. Tomás cumplió 18 años y debe estar dispuesto a prestar el servicio militar. Pero el muchacho no puede ir. Está en Nueva York estudiando para DJ, perdón está estudiando producción musical. Nada raro que a la hora en que yo me congelaba de frío en la quinta esperando un taxi para ir con la fotocopia de su grado de bachiller, el certificado de la escuela y la copia del tiquete de avión, él estuviera iniciando su tanda en un subterráneo de Brooklyn, o acariciando el amanecer en su apartamento del low ouest side haciéndole ajustes a la "canción" que estrenará el próximo viernes en un "toque".
Desde el taxi ví el gentío. Me bajé frente a la reja de entrada y tuve que caminar por lo menos dos cuadras para incorporarme a la cola... en realidad fueron como tres porque la cola había girado sobre sí misma y crecía en sentido contrario. A mil la fotocopia, a mil. ¿A mil? Si son a cien. A mil el sobre de manila ¿A mil? Los vendedores hacían su diciembre sin ninguna competencia. De pronto, todo el mundo comenzó a correr hacia la puerta y, claro, los mayores, las mamás y papás que venían a presentarse en nombre de sus hijos porque estaban en el exterior o porque tenían parcial en la universidad, casi perecemos aplastados por esa avalancha juvenil que sin calentar músculos se lanzó a ganarse el derecho a entrar de primero.
¡Qué irrespeto, qué vergüenza, qué grosería!
¿Y dónde están los militares para que organicen esto?
Protestábamos los cuchos y corríamos parejo. Competíamos con los muchachos que siempre nos ganaban. En su mayoría, ellos habían llegado en grupos, entre amigos, con el parche del colegio, lo que convertía el madrugón en una especie de fiesta tétrica, pues supongo que lo único que esperaba la mayoría era que les dieran su libreta y los dejaran volver a su facultad o a su parche. ¡Qué caspa sería madrugar año y medio en el monte! Aunque uno no sabe... hay algunos que hasta se regalan, me contaron por ahí.
Fueron cuatro avalanchas antes de entrar al "campus" del Palacio de los deportes. Qué pomposo nombre para este desorden. Con la puerta controlada, una interminable fila india fue conformándose bajo el temor del regaño de tres soldados que a empezaron a recorrerla.
-¡Los papás para afuera. Se salen los papás!
Pero si a mi me había dicho un sargento en la oficina que si el hijo estaba fuera trajera los papeles y me presentara porque si no lo consideraban remiso y tendría que pagar una multa.
Me mantuve en la fila con mi cabellera blanca húmeda todavía.
Y el señor por qué permanece ahí?
Soy padre con hijo en el exterior.
Ah, este señor sí sabe donde está parado. Se puede quedar.
Y la cola se movió. Había transcurrido una hora y media desde mi llegada.
Entramos al coliseo. A los muchachos los tenían ordenados, sentados por grupos en las gradas.
En la cancha se encontraban varias mesas rotuladas cada una con 4 o 5 letras. Aquella será la mía. F-G-H-I, pensé. Me imaginé como me vería sentado en las gradas entre trescientos briosos muchachos.
-¿Y el señor qué hace aquí?
-Soy papá de hijo en el exterior.
-Trajo los documentos?
-Si señor.
-Pase a firmar el acta.
El sobre de mil no me lo pidieron. ¡El perro estafador! Ese man debe haberse ganado como un millón en la mañana... no te preocupes por eso. Que vivan los vivos. Y entregué la fotocopia de la cédula y la del tiquete de avión que había hecho en casa. Esos manes si son muy astutos, hasta planta de corriente eléctrica tenían.
-No vaya a botar este papel ni por el berraco y vaya en unos diez días a la oficina de reclutamiento para que le den las instrucciones sobre la continuación del proceso, me dijo un sargento. Firme aquí.
En mi cabeza empezaron a sonar las músicas de mi hijo. Ví como todos los chicos y los milicos se ponían de pie y bailaban al son del TUNSTÁ TUNSTÁ TUNSTÁ o el CHIS PÚN- CHISPÚN newyorkino, y abandoné con tono marcial el recinto repitiéndo: Tomás ya no es remiso, Tomás ya no es remiso...
Afuera la cola era tres veces más grande que antes. ¿Y ahora qué? pensé. Simplemente han prolongado la decisión de llevárselo o no para el ejército. Recordé los avionsotes hércules en el aeropuerto de Florencia Caquetá descargando muchachitos camuflados de la guerra y recargando muchachitos nuevos camuflados para la guerra.
-Oh, my god, ¿será que en la próxima madrugada me dirán que el alto mando de las fuerzas armadas colombianas consideró importantísimo que mi hijo prosiga con sus estudios de TUNSTÁ TUNSTÁ en Norteamérica, o que han decidido repatriarlo para que modernice la guardia presidencial?
"¡Señor, en tus manos colocamos este madrugón que ya pasó y la mañana que llega!"
Bogotá, octubre 3 de 2013-
Diego García Moreno