El diez de diembre de 2014,
tras una larga jornada de edición,
repentinamente mi oficina fue invadida por una luz "atronadora".
Del edificio de enfrente,
durante un interminable minuto,
me bombardearon
con los potentes rayos de un sublime atardecer.
Me defendí como pude con mi destartalada camarita lumix,
una fiel sobreviviente
de un año de ajetreo constante
con personajes e historias
que inexorablemente
harán sus apariciones en las tramas de mis sueños
y en un grupo de películas documentales
que saldrán a la escena pública
el año entrante.
Cuando el ataque de luz terminó,
sentí un alivio profundo.
Descargué la serie de fotos
y al observarlas tuve la sensación de que ese bombardeo de energía
contenía la fuerza de un mundo de seres
en apariencia ausentes
que durante toda mi vida han guiado mis pasos
como dispersos dioses tutelares.