EL REDOBLAR DE LAS CASTAÑUELAS
Al terminar la
función, la primera vez que JAIRO TOBÓN vio LAS CASTAÑUELAS DE NOTRE DAME
en octubre del 2001 en la sala de proyección de Pathé Cinema cerca de Los
Campos Elíseos en París, tras haberse puesto de pie para recibir el aplauso emocionado
de los espectadores, volvió a sentarse en su silla y se quedó mirando fijamente
la pantalla blanca. Al acercarme para
darle un abrazo, vi que por sus mejillas se deslizaban un par de pesadas lágrimas.
Está muy buena la película, me dijo, pero me dan muy duro las palabras de mi
hermana. Antes de que pudiera replicarle algo, se acercó su patrón, Monseñor Michel Guyard, el obispo capellán de la
catedral de Notre Dame de París, le dio unas palmadas en su espalda y en voz
alta, con tono malicioso expresó su sorpresa "¡ Vaya, vaya... Quién hubiera
pensado que Monsieur Jairo guardaba tantos
secretos!"
Diez años atrás
había conocido a Jairo en la Sacristía del templo más importante de Francia. Fue una mañana de octubre de 1990, cuando
acompañé a mi amiga Mercedes Uribe a
llevarle una libra de café que le enviaba el párroco de la catedral de Medellín. Celebró el regalo con una felicidad
infantil. "¡Qué dicha! después de misa, aquí ya no se toma sino café
colombiano, el más suave del mundo", y sonrió. Agradecido, nos invitó a conocer el Tesoro de la Catedral,
"Pero primero les muestro la firma del arquitecto masón que construyó la
obra arquitectónica más importante de Occidente" y nos llevó hasta una
columna de la nave donde estaba tallado un signo que supuestamente era la firma
de maestro medieval. En el trayecto nos habló de la magia de los vitrales, del imponente órgano, nos presentó a las viejas beatas que pasan sus días en el templo,
saludó a los turistas en alemán, italiano,
inglés, japonés y, tras cada respuesta, que para él era como un trofeo, nos
guiñó el ojo maliciosamente. Ya en la bóveda del tesoro, que abrió con un
manojo de enormes llaves que guardaba en su bolsillo, mientras hacía pantomimas con su bipper tratando de hacernos creer que era un moderno
control láser para abrir las cerraduras de las alacenas donde se guardaban las
custodias y los cálices de oro, empecé a preguntarme de dónde, carajo, salió
este personaje. Pero, como era su costumbre, antes de que yo le hiciera la
pregunta, él ya se había anticipado a preguntarme: ¿Y usted qué hace? Cine, le
dije. Ah, sí? Yo también he hecho cine. ¿Usted es actor? No, soy director. Pues
yo fui vedette de una película . ¿Conoce a don Enoc Roldán? Si, claro, el
pionero paisa del cine colombiano. Pues
yo fui el papá de don Marco Fidel Suárez, el presidente de la república,
en la película EL HIJO DE LA CHOZA. A
ver, barájemela despacio, le dije. Usted es sacristán, pero ¿primero era actor
de cine? No, ¡yo era bailarín! ¿Y cómo llegó aqui...? Pues llegué bailando
flamenco. Yo llegué a bailar en la opereta Fiesta de Francis López en el teatro
Mogador.
No había dudas,
como dijo monseñor Guyard: Jairo tenía
guardado muchos secretos.
Víctor Hugo
escribió que la gran colmena, la catedral,
es el resultado del trabajo de muchas abejas, en la que cada cual pone su granito de polen; Jairo con su humor, amabilidad, picardía, sus
tintos, hacía que la visión de ese
espacio mítico fuera diferente; que los referentes moldeados por el gran
escritor francés del siglo XIX se desmoronaran. El hombre que ahora tocaba las campanas
encendiendo con una llave un mecanismo que las hacía sonar a la distancia ya no era Quasimodo: era Jairo, el paisa
natural de Andes, Antioquia, ese muchacho hijo de un inspector de policía y una
señora piadosa y rezandera, madre de 5 hijas y un varoncito, que quería por
sobre todas las cosas que su niño fuese cura. Y
fue en 1948 cuando, aprovechando que a su marido lo cambiaban de pueblo
constantemente debido a las violentas
revueltas que se generalizaron por toda Colombia tras el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán,
decidió enviarlo a un seminario jesuita en Santa Rosa de Viterbo, en Boyacá,
para mantenerlo alejado del desorden y para que Dios se encargara de
satisfacerle sus deseos de verlo oficiando misa en los altares.
Sin embargo, el destino
de Jairo no era ser cura. La vida le tenía deparado un papel de artista. Su pasaje por el seminario fue fundamentalmente
la etapa de formación que le sirvió para cultivar su sensibilidad. Sus dones
para la música, la danza y la pintura le llevarían por otros caminos. Pero vaya a saberse qué
acontecimientos lo forzaron a escaparse
del seminario y comenzar una errancia por espacios ceremoniales paganos como el
circo, el grupo de danzas de Fabricato o el Ballet Folclórico Colombiano, el cine de don Enoc Roldán, la Casa de Cultura
de Zipaquirá, la Escuela de Flamenco Amor de Dios en Madrid y la Compañía de Zarzuela
de Francis López en París, hasta que, ya maduro, tras un accidente
automovilístico, su rodilla se lesionara y tuviese que abandonar para siempre la danza e ingeniárselas
para ingresar como guía turístico en
Notre Dame de París. Extraño círculo de vida que lo llevó a oficiar su propio
ritual, con su particular histrionismo, en un privilegiado espacio ceremonial religioso. Al poco tiempo este guía tan particular fue detectado
por las autoridades del templo y lo invitaron a incorporarse a la nómina como
Sacristán. Allí terminó Jairo ejerciendo cotidianamente, con
paciencia y picardía, las funciones de
peón de los grandes rituales hasta el
día de su jubilación.
Me acabo de
enterar de que Jairo murió. La última
vez que nos vimos, hace unos seis años,
me contó qué fue lo que lo hizo llorar el día en que vio por primera vez la
película. Me confesó que la historia le encantó, que reconoció la trayectoria de su vida, pero que
él no esperaba que su hermana dijera que ella prefería que Jairo muriera en
París para que lo enterraran con todos los honores que merecía como sacristán
de Notre Dame, cosa que en Colombia no era posible... Jairo Tobón murió en París
en una fecha imprecisa de marzo de 2017. Su cadáver fue hallado varios días
después de su deceso en su pequeño apartamento en un séptimo piso sin escaleras
cerca a la Gare de l´ Est donde vivió solitario durante muchas décadas. Por no
tener familiares en Francia que autorizaran una salida inmediata de la morgue,
no tuvo las pompas fúnebres con honores que tanto anhelaba su hermana. En el
año de la celebración Francia- Colombia se nos fue un personaje que desde su
pequeña gran labor, como la abeja de Víctor Hugo, labró un trozo de la historia
de un espacio que conjuga lo más sagrado y lo más profano de la creación
humana.
Adiós Jairo, que
tus castañuelas no cesen de sonar, porque así como lo hiciste en la catedral de
Medellín cuando viniste con la película a recorrer nuevamente los senderos de
tu vida, de nuevo necesitamos la música
para calmar la gente. En Colombia necesitamos ese redoblar de
campanas y castañuelas con fondo de órgano para apaciguar tantos espíritus que
aún permanecen alterados.
Jairo tobón con Sergio García, Diego Forero y Carlos Lopera "Chubi" durante el rodaje de
Las Castañuelas de Notre Dame.
DIEGO GARCÍA MORENO, BOGOTÁ, MARZO 31 DE 2017
Este texto fue publicado en "Generación" de El Colombiano de Medellín el 9 de abril de 2017.