Cuando hace casi 40 años lanzamos a navegar al negro Billy con una canoa en la cabeza por las tormentosas aguas de Medellín, no imaginé que yo también me estaba lanzando a navegar con una obsesión a cuestas por las insondables corrientes de la realidad.
Cuando escucho la frase “A toda una vida” inevitablemente vienen a mi mente retazos, fragmentos de existencia que componen el largo viaje que llamamos vida.
Esa frase me lleva al pasado, a una época cuando mi mamá, al verme derivar (hoy diría patinar), sin poder decidirme entre la música y la ornitología, el dibujo, la poesía y la arquitectura, el teatro y hasta la aviación, un día me dijo:
-Vos tenés un problema: es que servís pa todo y no servís pa nada. Tenés mucho ímpetu pero poca constancia. Te falta perseverar.
Y mi padre, desde su estudio, cantando mientras desplegaba o comprimía el fuelle de su acordeón, me lanzaba una mirada de reojo como diciendo, dale, no te preocupés, ya te llegará…
Quiso el destino que, en mi deambular a la deriva, las corrientes me llevaran al cine. Caí, de repente en una profesión que sirve como motor y refugio, donde todas las tendencias pueden convivir, amalgamarse, complementarse, y, por sobre todo, estimular la creación de visiones e interpretaciones del mundo.
Para los inconstantes como yo, la perseverancia se hace forma de vida cuando se atraviesa en el camino un estímulo contundente. Y fue durante ese rodaje de “Balada del mar no visto” cuando sentí el jalonazo de lo que sería el motor de la constancia: Colombia. Un territorio cargado de incongruencias y tesoros, de injusticias y resplandores, de risas, sabores y preguntas. Entonces abandoné la comodidad del laboratorio donde trabajaba en París, empaqué maletas y salí a explorar imágenes de un país desconocido. Ese ha sido el motor de mi debilidad transformada en terquedad.
Tratar de entender su complejidad, es un pasatiempo tan vasto y seductor que te obliga, sin que te des cuenta del pasar del tiempo, a que despiertes la astucia, inventes artefactos, descubras mecanismos que te permitan mantenerte embriagado en tu propósito. No solo se lucha con el tema que eliges: las dificultades económicas intentan disuadirte de que desfallezcas, pero nuestra señora del Azar, patrona de las producciones, pareciera jugar a tu favor, se apiada de tu terquedad y deposita en tu bolsillo, o tarro, las monedas que necesitas para pagar el almuerzo (y el editor, por supuesto).
Colombia, con su diversidad y sus violencias me llevaron a preguntarme por ella, a recorrerla con la cámara y escucharla, a sentirla y pensarla, a bailarla y sufrirla, a procesarla y comunicarla a través de excusas en apariencia simples, pero esenciales en el fondo, como La arepa, o la cama, o tan rotundamente complejas como el ataúd o el corazón…
Afortunadamente el viaje no ha sido en solitario. En el trayecto he encontrado otras voces con las que he podido compartir aventura
s y propósitos. Mentes brillantes, ojos aguzados, corazones sensibles, propuestas estéticas y políticas, amigas y amigos, colegas, maestros y alumnos con quienes se nutre la voluntad de seguir en el azaroso y seductor trajín del oficio de vivir y filmar.
s y propósitos. Mentes brillantes, ojos aguzados, corazones sensibles, propuestas estéticas y políticas, amigas y amigos, colegas, maestros y alumnos con quienes se nutre la voluntad de seguir en el azaroso y seductor trajín del oficio de vivir y filmar.
Recuerdo también una frase que en mi juventud escribí: “De niños éramos tantos que no recuerdo mi nombre”. Soy el quinto entre ocho hermanos. Y mi mamá en medio del almuerzo, ofuscada entre tanto bullicio, al ver que yo miraba la sopa con desprecio y me levantaba para ir al baño, me lanzó un regaño: ¡Gustavo, eh, Fernando, Sergio, fulanito, vos, mucharejo, ¡como te llamés! y su dedo me apuntó a los ojos: ¡Quedáte ahí y te tomás la sopa”.
Recordé esa anécdota cuando vi mi nombre al final del tráiler de la Midbo. Que apareciera en medio de mi nueva familia alada, entre tantos y tantas colegas que respeto y admiro, era como si el gremio se hubiera puesto de acuerdo para enviarle un mensaje a mi mamá:
- Tranquila doña Beatriz, no se preocupe que su hijo ha perseverado.
Gracias querida Aladería por este reconocimiento. Espero que esta pasión que nos une por el cine de lo real nos acompañe hasta que el destino considere que es el momento de ponerle la palabra fin a esta película y pasarle la cámara a otras naves.
Comparto este reconocimiento con la tripulación de mi canoa, mi adorada compañera Sally, Tomás mi hijo, mi saltimbanqui predilecto, Sergio mi colega de siempre, y, por supuesto con toda mi tribu-familia dispersa, pero activa, entre el más allá, Medellín y el convulsionado mundo que nos ha correspondido habitar.
¡Larga vida a Alados, a la Midbo, a la pesadilla de Nanook y al Cendoc!
¡Y que viva el cine documental!
Bogotá, noviembre 6 de 2023.