Neiva esta llena de esculturas dramáticas, tormentosas. En
su obsesión por alabar sus mitos y leyendas y la pujanza de sus gentes, sus
administradores de turno han llenado las plazoletas y el malecón con unos
muñecos gigantescos que ordenados en las alacenas del imaginario conforman una brigada de "espanta-en-sueños".
Algunos, ya sean caballos, novillos o jinetes, se desbocan, se desgañitan, se
hernian tratando de demostrar su energía y otros se hacen espantosos tratando
de provocar espanto. Imagino la dicha de los escultores al recibir la
autorización para soltarle la rienda a sus alaridos plásticos. Afortunados ellos que comparten su
sensibilidad con el panteón de sus mecenas.
El de malas es uno que va a tener
que soportar los embates de esas figuras en una o en muchas de las tantas
pesadillas que aún faltan.
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