Quería celebrar el cumpleaños de Bogotá con una oda a su eficacia a través de las redes, pero la intermitencia del servicio de internet de la ETB malogró mi poesía. Mi inspiración se deshizo tras hora y media en el teléfono fijo tratando de contener las "madriadas" a los funcionarios inocentes de un call center que me rebotaban de un servicio a otro y me preguntaban lo mismo que me han venido preguntando desde hace 3 meses, y yo repítales que después de no sé cuántos procedimientos fallidos de resetéo del modem-router y de modificar la configuración de mis compus aceptaron enviarme un técnico que dictaminó que a mi apartamento no puede llegar la señal de 6 megas porque estamos a dos mil metros del distribuidor de la señal y que para que funcione debemos estar a menos de ochocientos metros y que señor, le respondí, yo no solicité los seis megas, eso fue un generoso ofrecimiento de la ETB que apreciaba mi fidelidad en el pago y amablemente me subía la velocidad y el costo del servicio, pues patroncito, dijo él, le hicieron un regalo envenenado, yo le aconsejo que solicite que le vuelvan a poner los 3 megas de antes porque el servicio en el área no está cubierto por la fibra óptica sino por deshauciados hilos de cobre... Ay, mi ETB del alma, si ya cerraron la plaza de toros por qué tengo que perder mi tiempo toreando tus torpezas.
Y el himno de Bogotá con chupacobres se mezcló con las flechas envenenadas que empecé a lanzar al aire desde el balcón tratando de callar, por lo menos, una de esas figuras luminosas ridículas que revolotean en el edificio Colpatria todas las noches, o al funcionario que se demoró 10 días en reportar mi solicitud de retorno a la velocidad noventera de la información digital, o pensando que me importa un carajo si le caen los dardos a las delegaciones que han venido para acompañar al presidente reelecto en su posesión. Ay, dioses de los chibchas, no sé cómo eran las comunicaciones en los tiempos de antes, cuando a uno no se le ocurría que debía celebrar las fundaciones. ¿Acaso los mensajeros que corrían por la línea del horizonte llevando el importante recado padecían de afecciones que los obligaba a detenerse a la vera del camino? ¿Sería que los loros entrenados para repetir las frases guerreras se zambullían en las lagunas de la amnesia? Vaya a saberse. En todo caso no sabe uno si esta ciudad que sigue expandiéndose con síntomas de gigantismo es sensible a las odas truncas que inventamos. Tocará seguir silbando en el balcón algún sonsonete de antaño, por ejemplo "El que a Bogotá no ha ido con su novia a Monserrate" y después de la garúa sentarse a esperar que la velocidad de la sangre baje, que el ritmo cardíaco se estabilice , y repetirse cariñoso, fresco, man, relájate, qué pereza morir infartado por la excitación que te produce una llamada a una dependencia del sistema telefónico.
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