En la esquina de la piscina hay una pelota. Reflejada en el
borde, casi imperceptible, la punta de una rama de guadua, como un filamento de
espartillo. Las líneas que guiaron mis jornadas de natación intentan marcarle
un rumbo a las nubes, pero ellas prefieren la diagonal que les traza la fuente
de luz que se despide. La corriente de nubes no parece inmutarse con el leve
oleaje que empieza a perturbar su reflejo en el agua. En un instante , por
culpa de la brisa, el reflejo impreciso del gran bambú le hará un coqueteo a la
pelota que comenzará a moverse dócilmente, y la luz se irá, dejando que las cosas humanas, tan
recientes, y la veterana naturaleza
improvisen en secreto insondables gestos, conversaciones sin pudor que
entremezcladas a nuestros sueños desatarán iluminaciones y exigirán rituales.
Diego García Moreno. enero 9 de 2019.