1. El tataranieto víctima.
¿Quién ha subido al santuario de Monserrate de rodillas para
pedir perdón por haber matado a un
colibrí?
De niño, yo maté muchos. Con rifles de copa y mucho cuidado.
Les apuntaba al centro del pecho, que no vaya el proyectil a pegarle en el
cuello o en los hombros porque se vuelven un desastre en el momento de embalsamarlos.
Yo los mataba en nombre de la ciencia. En el 3C, el Club Científico Colombiano, éramos hijos del
naturalismo francés del siglo XIX y salíamos de excursión cada quince días a diversas
zonas geográficas con el fin de reunir especies animales, vegetales y minerales
para llevar a las colecciones del Museo de historia natural del colegio.
Desde hace un par de años, un colibrí visita mi balcón. Creía que era por
buena educación... Después comprendí que es un tataranieto de un colibrí que
asesiné en La Estrella, Antioquia. En vez de buscar el néctar de la flor de
cera que sembré en un matero, me observa con una calma despampanante. Aprovecha
que estoy desarmado, me apunta con el pico y me exige disculpas, reparación. Sin modular cantos ni palabras me aconseja que repita el
peregrinaje.
Afortunadamente las rodilleras que han diseñado para los
jugadores de jockey amortiguan el
dolor y evitan que las raspaduras de la
piel se conviertan en llagas.
@Diego García Moreno
Bogotá, junio 6-2013
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