jueves, 6 de junio de 2013

CONFESIONES DE UN EMBALSAMADOR DE COLIBRÍES.


1. El tataranieto víctima.

¿Quién ha subido al santuario de Monserrate de rodillas para pedir perdón por haber matado a un colibrí?

De niño, yo maté muchos. Con rifles de copa y mucho cuidado. Les apuntaba al centro del pecho, que no vaya el proyectil a pegarle en el cuello o en los hombros porque se vuelven un desastre en el momento de embalsamarlos. Yo los mataba en nombre de la ciencia.  En el 3C, el Club Científico Colombiano, éramos hijos del naturalismo francés del siglo XIX y salíamos de excursión cada quince días a diversas zonas geográficas con el fin de reunir especies animales, vegetales y minerales para llevar a las colecciones del Museo de historia natural del colegio.

Desde hace un par de años, un colibrí  visita mi balcón. Creía que era por buena educación... Después comprendí que es un tataranieto de un colibrí que asesiné en La Estrella, Antioquia. En vez de buscar el néctar de la flor de cera que sembré en un matero, me observa con una calma despampanante. Aprovecha que estoy desarmado, me apunta con el pico y me  exige disculpas, reparación.  Sin modular cantos ni palabras me aconseja que repita el peregrinaje.

Afortunadamente las rodilleras que han diseñado para los jugadores de jockey  amortiguan el dolor y evitan que las raspaduras de la  piel se conviertan en llagas.


@Diego García Moreno
Bogotá, junio 6-2013

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He sido un cultivador de cartas... pero se extinguen los huertos, las postales, los destinos. Busco materos, balcones, ventanas, lienzos libres donde pueda sembrar mis dudas, mis palabras, las cascadas de imagen que a veces se me ocurren. Dale hombre, me han dicho algunas fieles amistades, invéntate un blog, escribe. Ya verás que es un buen andén para compartir tu risa, tu silencio, tus desdichas. Curioso, dócil, ingenuo, acepto jugar a lo impreciso.