EN EL CORNER
¿Quién me sacará de este sofá? Es de cuero, comodísimo, y
tiene enfrente una pantalla plana, digital, de 42 pulgadas afiliada a un programador que nos asegura que pasará en
directo y en alta definición los 64 partidos de la Copa Mundo. He visto
dieciocho en seis días.
Un arrume de platos sucios en el piso y sobre la mesita
donde puso mi señora el sancocho que preparó el día de la inauguración,
entreverados con copas manchadas por el fondo de vino seco y pepitas de maní,
uvas pasas, crispetas o migas de galletas de soda, completan el paisaje.
-No sea tan mentiroso.- Me grita un limpiador de vidrios
desde un edificio vecino. El intruso
espía los goles en el reflejo de la pantalla sobre los cristales del
apartamento. Está bien, le hago caso. Lo confieso: el paisaje no es el de un
bazuquero aferrado a su pánico… aunque esta adicción a la pantalla despierta,
en los espacios de comerciales que separan los partidos, a la monja superiora
que hay en mí y viene con su rejo a regañarme con su voz de camionera
enfurecida: Pareces un vicioso envuelto entre los escombros de tu ruina.
Tampoco es para tanto… ella exagera.
Cada que me levanto para ir al baño recojo los trastes y
me imagino cómo sería la cara de Sally encontrándome entre cartones y
periódicos mugrosos, regueros pegajosos de jugos y licores, orines concentrados
y mierda original.
-¡Te vas! Te vas de aquí ya o llamo a la policía-. O quizás saldría a buscar a Luz Elena, su amiga
médica, para que la aconseje si es mejor abandonarlo a su suerte o para que
traiga un sedante y me lo inyecte.
-¿Qué sería mejor? ¿Que se lo lleven para el sanatorio? ¿o
apagarle la tele? Desesperada, le arrebaté el control y apagué el
aparato, le dice a Luz Elena, y como una fiera saltó del sofá hasta la cocina. Agarró un cuchillo
afilado y me amenazó.
- ¡Entrégame eso ya mismo o te mato!
-Hubieras visto, querida. Bastó simplemente con encenderle de nuevo esa porquería de
aparato para que volviera a su lugar y quedara reposando como un gatito tierno
acomodado en su lecho.-
Cómo no permanecer enfrente de la tele si esa competencia
es la guerra total. Hay acción, hay tensión, hay emoción. No sé cuántos países desprendidos del mapamundi y convertidos
en figuritas de colores, corriendo sin cesar detrás de un balón blanco, nos obligan, a los espectadores,
pintorreteados con las banderas de su ejército en las gradas de los estadios, y
a mí, en mi maravilloso sofá, a gritar, suspirar, comernos las
uñas, insultar, protestar, sufrir, vociferar, celebrar, celebrar y celebrar...
o llorar. Yo no juego. Observo. Vivo el espectáculo aferrado a este sofá.
Continuará...
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