Cuando en 1839 Daguerre tomó la primera fotografía de la
luna
un hombre triste
que cabalgaba entre Santo Domingo y
Yolombó
en el costado verdeazul del mismo mundo
no vio su luz ni su reflejo:
golpeó su rostro el resplandor
de un sol agonizante
de un sol agonizante
que flotaba en el remanso de un arrollo de cristal
con lecho de oropel y piedras y grises.
Disminuyó el paso
pensó en ella
maldijo su suerte
ignoró el estruendo visceral
(la quebrazón)
que fracturó en mil pedazos la máscara encendida
del dios que
maltrataba su destino.
Los cascos negros de su animal
como cuchillos
danzaron sobre la quebrada
hasta que la sangre plateada se volvió estrellas
una galaxia viva
repleta de soles
y diminutas lunas.
Diego García-Moreno
Bogotá, mayo 7 de 2015-05-07
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