El Bataclán. Un nombre sonoro, estrepitoso, insinuante. ¡Bataclán!...El Bataclán, un salón de baile majestuoso, digno espacio para desplegar el más sofisticado ritual de la seducción humana: la danza. Arca se llamaba la asociación con la que hicimos en el 82 una de las fiestas más enfiestadas, delirantes, enrumbadas, que recuerde en mi vida. Salsa en el Bataclán. Dos orquestas repletas de clave y trópico, de pitos y goce y sabor y cuanto artefacto pudiera ayudar la estimular la dicha, la euforia, el placer de mover el cuerpo, el éxtasis de bailar. ¡Bataclán! El set sagrado donde Raúl Ruiz, un cineasta chileno que no sabía bailar pero que hacía danzar las imágenes al ritmo de sus pensamientos, en sus "Trois couronnes du matelot" encomendó al cuerpo desnudo de Lisa Lyon , adornado con descomunales pezones, oficiar las contorsiones del deseo. ¡Bataclán! Batatá- clan-taque- clán! Sonaron anoche, noche de viernes, de viernes trece, los estruendos del dolor y de la ira y la venganza y la ignominia. Bataclán...el nombre se hizo tragedia. Se descompuso la cadencia, se desmoronó el ritmo, cesó la contorsión, murió la danza. Cayeron los cuerpos y una enorme bruma fría-gris- siniestra cubrió el salón, la pista, el barrio, Paris, el mundo, mis recuerdos.
Caracas, 14 de noviembre de 2015
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