viernes, 16 de septiembre de 2016

LA RUEDA SUELTA. 2 de la serie INSTANTÁNEAS DEL CAMINO.

En primer plano, a la derecha del cuadro, sentado en un banquito,  un hombre  cincuentón de ojos cansados y piel morena ajada, con la mirada perdida en un horizonte que pareciera estar arriba, en diagonal, más allá del vértice izquierdo de otro cuadro cotidianamente desolador. A sus pies, sobre la acera, dispuestos sin esmero en un plástico verde, duro, arrugado, un montón de libros esotéricos de segunda mano.  Y a su espalda, sirviéndoles de  apoyo, dos tubos horizontales pintados de  amarillo que funcionan de verja  para impedir que los transeúntes se apropien de la calle, o que los depredadores de la calle se apropien de los transeúntes.  Tras él, en segundo plano, parado en el asfalto de la vía de tres carriles, casi de espaldas, un viejo de barba larga gris,  vestido con un viejo terno de paño  también gris, gastado y manchado por el tiempo y salpicado por motas blancas desprendidas del cabello largo, definitivamente gris,  mira la acción  en la mitad de la vía. En el centro del cuadro, en mitad de la calle, obstaculizando el tráfico, un pequeño pick-up grúa, blanco y rojo,  Chevrolet ochenta y pico, con las luces intermitentes de la capota encendidas, extiende el brazo  mecánico de la grúa mientras un hombre de treinta y pico, bajito, rechoncho, forzudo, habla enérgicamente por un teléfono celular mientras se apoya en la cadena que pende de ella. La cadena templada,  sostiene en el aire  el motor de una van gris, nueva, varada en pleno puente de la carrera séptima con veintiséis. La van tiene la llanta delantera a cinco centímetros del piso, haciendo una diagonal con  la campana  trasera, de acero, de metal oscuro y sudor de grasa,  sin ningún rastro de la llanta incrustada en el asfalto. Los discos del amortiguador descompensados, hacen juego con los gestos del hombre de vestido azul oscuro, corbata sobre camisa blanca, que espera desesperado, en el borde izquierdo del cuadro,  el desenlace de la tarde. Más al fondo, tras los carros,  la otra baranda amarilla del puente , y,  al fondo, tras la fosa de la amplia avenida que apunta hacia el occidente, un edificio negro altísimo, como un tótem desproporcionado que pareciera sostener la carpa de nubes alborotadas detrás de las cuales el sol del atardecer busca sacar sus brazos para despedirse de los transeúntes afanados de la ciudad. Vuelvo a mirar al hombre en primer plano. Sigue fijo con su vista en el punto invisible donde los rayos del sol deben golpear -y que no vemos-, allá donde todos los días se instala una figura espía a esperar que su terca esperanza sea premiada con la venta de algún secreto del cosmos, sin importarle si ese banal incidente de tránsito fue producido por un golpe intempestivo al caer en medio de la lluvia en  un hueco de la vía, o por un designio indemostrable de la fatalidad .

Diego García Moreno

Bogotá, septiembre 15 de 2016

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He sido un cultivador de cartas... pero se extinguen los huertos, las postales, los destinos. Busco materos, balcones, ventanas, lienzos libres donde pueda sembrar mis dudas, mis palabras, las cascadas de imagen que a veces se me ocurren. Dale hombre, me han dicho algunas fieles amistades, invéntate un blog, escribe. Ya verás que es un buen andén para compartir tu risa, tu silencio, tus desdichas. Curioso, dócil, ingenuo, acepto jugar a lo impreciso.