En Damasco, Antioquia, muy lejos de la atribulada Siria, un apacible corregimiento de Santa Bárbara depositado en un nido de montañas por el tiempo y los viajeros de a pie que antaño transitaban con recuas de mulas la ruta Medellín-el viejo Caldas, las ventanas de madera están lacadas con sólidas figuras geométricas de colores vivos y protegidas por rejas de hierro pintadas en su propia gama. La primera sensación al recorrer su columna vertebral, una calle empedrada en leve descenso de norte a sur, es de alegría. El paisaje urbano de este pueblito de escasos trescientos habitantes hace olvidar que por esas tradicionales hendiduras en la pared de bahareque de una planta pueden entrar a robar los amigos de lo ajeno, o que hace apenas 15 años, los paramilitares del bloque del Cacique Pipintá se habían asentado en sus fincas aledañas y exigían, ametralladora en mano, el pago de la vacuna a los propietarios de las parcelas de la región y los favores carnales de sus lindas adolescentes.
Ayer, dos días después de navidad, como es costumbre cuando vengo a los
encuentros familiares en el Pajaral del Sol, la casa de campo de mi hermano
Luis Fernando, salí a caminar temprano con Vicky. Remontamos los potreros empinados de la antigua Cimarronas
hasta el caserío con la intención de continuar por la carretera sinuosa que
asciende hasta Cordoncillo en la cima de una montaña al occidente del casco
urbano. Varios obreros esperaban
por algo, vaya a saberse qué, sentados en la pequeña acera que bordea las casas
o en la baranda que protege uno de los pocos jardines exteriores de la calle central. Por las
herramientas dispersas, las piedras amontonadas en el centro de la vía, las
bocatomas del desagüe recién instaladas, supuse que estaban construyendo, por
fin, el alcantarillado del pueblo. ¿Recuerdas Vicky -le pregunté a mi hermana recién
llegada de Barcelona donde estudia un doctorado en artes plásticas- el tramo de quebrada putrefacta que
debimos recorrer el año pasado cuando hicimos nuestra caminada anual?
Seguramente van a vaciar los excrementos más lejos del cruce de los rieles que
la atraviesan para subir a las fincas del cerro Quita Sol. ¿Cuándo llegarán los
purificadores de aguas residuales a estos espacios pastoriles, donde las
puertas, a pesar de las rejas en las ventanas permanecen abiertas y al caminar
por la acera puede uno ver los patios interiores, las salas decoradas con orquídeas,
o flores de plástico y sagrados corazones?
Dejar las puertas abiertas da a entender que la confianza
persiste en el pueblito a pesar de toda la mierda que contamina la quebrada que
desciende la montaña tratando de recuperar su oxígeno por el despeñadero que va
al río Buey. Dejar la puerta abierta significa que en este pueblo no hay ladrones,
significa que después de tanta zozobra creada por los personajes del conflicto
– no entiendo por qué les dicen
“actores”-, el tiempo logró unificar la vivencia pacífica cotidiana y
cada cual puede cruzar el umbral para llamar a doña Teresa, que si me puede
prestar unos huevitos, un poco de aceite, unas arepitas, cualquier cosa. El
derecho a la circulación, más allá de las rejas, que se han vuelto un elemento
estético, es un hecho irrefutable y un estímulo para la representación.
Tengo la costumbre de hacer desde que nació Tomás una
tarjeta de feliz año en la que aparecemos Sally, Tomás y yo. Al pasar frente a
una ventana colorida y enrejada, me pareció que el espacio entre los barrotes
era enorme. Pensé que en esos hierros de vívido color amarillo, naranja,
verde, podía vivir un circo. No
eran los barrotes de la cárcel, ni del pánico, eran unos soportes para jugar.
Decidí hacer una foto de cerca, eliminando las paredes, profundizando en la
simetría y el color de la madera y el hierro. Y allí cabemos nosotros. El resto
es problema de photoshop. Al llegar al mediodíaa, cansados, sudados,
satisfechos del esfuerzo, me ví en el escenario foto ventana colorida agarrado
en uno de sus barrotes y convencí a los miembros de mi núcleo famiiar para que
se dejaran tomar una foto para la composición. Aquí está el resultado. Feliz
año para tod@s.
Damasco, diciembre 26 de 2017