domingo, 23 de junio de 2024

MI FUERZA AÉREA

Mientras algunos seducen con el poder de sus gestos y la precisión de sus palabras, otros tartamudean y sus manos sudan frío. El contraste entre quienes despliegan sus dotes histriónicas dejando embelesado al jurado y quienes en quince minutos sienten que su esfuerzo de meses -o hasta años- de trabajo se va al traste, que su propuesta de película  cae al profundo abismo de la frustración, ha sido la constante desde que Yves Jeanneau -QEPD- en el año 2000 propuso en su conferencia sobre producción de documentales durante la MIDBO realizar por primera vez en Colombia "un pitch" de proyectos cinematográficos.  

Ese día nadie imaginó lo que en los 25 años siguientes esa palabra significaría para los realizadores de películas en Colombia. Según contó el productor francés fundador del Sunny Side -uno de los mercados de documentales más importantes del mundo-, la palabra había sido acuñada en el festival de Amsterdam IDFA y se estaba convirtiendo en el mecanismo más generalizado y eficaz a nivel internacional para vender proyectos cinematográficos. Creo que la versión más acertada sobre su origen es la que expone el distribuidor español Paco Rodríguez, director de Media Training & Consulting en un artículo publicado en 2012 en Latam cinema.com: "...tiene su origen en la meca del cine de Hollywood. Los ejecutivos de los grandes estudios disponían cada vez de menos tiempo y querían que los guionistas fuesen muy breves en el momento de presentar sus ideas, guiones o historias. De ahí se tomo el simil con el deporte del baseball, muy extendido en EE.UU. Un jugador (pitcher) lanza una pelota (proyecto) que debe ser atraprada al vuelo por otro jugador (cliente) con un guante (Interés, curiosidad, aceptación)".

Recuerdo que dos días después de lanzada la iniciativa por Jeanneau, subí al escenario del auditorio del Museo Nacional dispuesto a conectar de hit y convencer al jurado, encabezado por él, de que Las castañuelas de Notre Dame era una película necesaria. Fue suficiente contar la historia Jairo Tobón, un muchacho bailarín nacido en Andes Antioquia que había llegado a ser el asistente de las ceremonias de la reputada catedral, proyectar su foto de joven galán cuando actuó en "El hijo de la choza" de don Enoc Roldán, y un plano en video de él bailando flamenco a los 65 años, de corbata, uniforme gris de trabajo y las limitaciones del peso, en la sacristía del sublime templo parisino,  para obtener el sí a una coproducción internacional que marcaría para siempre el destino de mi carrera. Tal vez fue porque aquel pitch no tenía previsto ningún compromiso que el tono de mi presentación fue sereno y pude transmitir al tiempo la picardía natural del proyecto y su profundidad humana. "Con esta película no vamos a volvernos ricos, pero sí hay que hacerla" me dijo Yves a la salida del recinto. Un par de meses después firmábamos con Pathé doc el contrato de co-producción. 

Pero ese jolgorio no ha sido la constante en mis intervenciones desde entonces. A pesar de no existir estadísticas al respecto, creo que tengo el cuestionable récord del documentalista que más pitchs ha presentado ante el FDC, pero no propiamente de quien más veces ha logrado su home-run.  En mis intervenciones he desplegado todo el abanico posible de interpretaciones. Soy un actor con altibajos. Me atacan desde el temblor generalizado hasta la amnesia repentina; desde la  lucidez académica, la iluminación divina, la elocuencia del caudillo y la inspiración poética, hasta la miseria conceptual, el gagueo de la inseguridad congénita y los nubarrones de la amnesia repentina. En el mejor de los casos sentí que el jurado estaba compuesto por estructurados colegas, atentos y respetuosos, que facilitaban el flujo del lenguaje. Sin embargo, en otras oportunidades, sentí tener enfrente jueces ortodoxos carentes de imaginación que inspeccionaban mis gestos y palabras como sádicos espías o togados de la inquisición que alteraban mi temperamento telúrico, entorpeciendo mis raciocinios y su exposición. 

Pero no siendo esta la oportunidad ni el espacio para sumergirme en una disertación extensa sobre la pertinencia de esa práctica, quiero compartir con quienes generosamente leen este blog un poema que escribí horas antes de presentarme al pitch del FDC 2023 para producción de largometrajes documentales. El texto refleja la tensión y la desprotección  profunda a la que puede llevar esta cuestionada pero universalmente generalizada prueba. Sale de la oscuridad del armario virtual justo cuando regreso del "scouting" por los territorios donde realizo, por fin, mi película MEMORIAS DE UN COPILOTO. Entre 2012 y 2023 presenté en 5 oportunidades el proyecto a la convocatoria y en 4 de ellas llegué a estar frente al jurado. Por fin el año pasado, gracias quizás  a mi terquedad -o persistencia, dirán los más amables-, quizás a la maduración del  proyecto tras cada derrota, quizás a la composición del jurado, quizás a la evolución de la concepción de los documentales que aceptan formatos más híbridos y personales, quizás al  perfeccionamiento técnico de los drones que abaratan los costos de los proyectos relacionados con aviación, o quizás a la suma de todos esos componentes, mas la milagrosa intervención de todos los ángeles guardianes y personajes invocados en la plegaria, logré por fin una buena bolsa que me ha permitido lanzarme a su producción.  Dice así: 


MI FUERZA AÉREA -  
Plegaria por un pitch

Quien tenga alas que venga en mi ayuda.

Invoco a mis ángeles de la guarda, 

a mi madre ausente, 

a mi madrina muerta. 

A mis pilotos fallecidos en el trajín de sus ambiciones y torpezas.

A mis amigos de adolescencia que partieron temprano 

llevando en sus ojos sorprendidos el brillo de un fracaso prematuro 

y el asombro de ver sobre mis hombros las insignias 

del servicio a insólitas empresas.


A mis compinches cineastas 

que supieron de mis andanzas por ríos y  selvas, 

y entre aromas de ron, perico y marihuana quisieron conocer el relato 

de la turbulencia que adorna el pasadizo estrecho 

por donde se deslizan los vivos en su ruta hacia la muerte.


A mis yos dispersos en las aerovías de la vida, 

a esos retazos inconclusos que, sin proponérselo, 

por el simple designio del destino, 

dieron paso al frente 

y hoy deambulan entre nubes y silencios.


Hoy os pido ayuda, 

necesito la fuerza para lanzar a volar el poco de vida que me resta.

Necesito amasar la melodía de un presente y un pasado 

que aprendices de dioses juguetones lanzaron volar como burbujas.


¡Madre! Permíteme escuchar el viento que empujas al responder mi llamado.

Si en aquel entonces intercediste para que me hiciera piloto, 

dame ahora el aliento para relatar la historia.

¡Amparo! Madrina de toda la vida, inspírame palabras justas, seductoras

ante el jurado que hoy, de nuevo, decide mi destino.


Amistades de los cielos de ultratumba, 

colegas del más allá tan cercano, 

¡mi fuerza aérea escondida! 

salid del cúmulo-nimbus de la ausencia. 


¡Debiliten las reticencias del jurado! 

¡infúndanle riesgo e ironía!

para  que con su decisión sea posible  

la realización de Memorias de un copiloto,

y pueda yo así terminar mi vida 

vistiendo atuendos de aire, 

rodando entre los mantos de estratos bajos 

visitando sin temor los truenos 

y acariciando huracanes,  


Dadme el arranque, 

el empuje, 

la potencia para realizar la película 

que desde hace una década relampaguea en mis sueños,

engraso en mis insomnios

amaso y descompongo en las vigilias.


Diego García Moreno- septiembre 21 de 2023.

1 comentario:

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He sido un cultivador de cartas... pero se extinguen los huertos, las postales, los destinos. Busco materos, balcones, ventanas, lienzos libres donde pueda sembrar mis dudas, mis palabras, las cascadas de imagen que a veces se me ocurren. Dale hombre, me han dicho algunas fieles amistades, invéntate un blog, escribe. Ya verás que es un buen andén para compartir tu risa, tu silencio, tus desdichas. Curioso, dócil, ingenuo, acepto jugar a lo impreciso.