lunes, 30 de noviembre de 2009
El artículo en Generación sobre "Beatriz González ¿Porqué llora si ya reí?"
martes, 17 de noviembre de 2009
BEATRIZ GONZÁLEZ ¿POR QUÉ LLORA SI YA REÍ?
¿Qué le pasó a Beatriz González, quien tantas veces nos hizo reír con la ironía de su obra para que un día llegara a pintarse un autorretrato desnuda llorando, tapándose la cara con sus manos y mostrándonos sin ninguna vergüenza su cuerpo sexagenario?
Desde hace tres años, mientras Beatriz elaboraba el proyecto Auras Anónimas, una faraónica intervención con nueve mil lápidas en los columbarios del Cementerio Central de Bogotá, me dí a la tarea de seguirla para contestar esa pregunta. El resultado es un largometraje documental en el que se devela la ruta de una obra que siguió el día a día de un país que durante más de medio siglo ha deslizado hacia la tragedia. Un monólogo a tres voces donde una obra, una vida y un país, se hacen visibles bajo la óptica de una artista-pensadora, de una Maestra que como pocos deja un legado intenso y extenso inspirado en la reportería gráfica que cotidianamente le dio cuenta de la realidad.
Noticia 1.
El próximo viernes veinte de noviembre, aún sin haber llegado a la copia definitiva, presentaré en pre- avant- test- en los actos inaugurales del Museo de Arte de Medellín MAMM el corte actual que es de aproximadamente ochenta minutos. Esta presentación a la que asistirá Beatriz será para mí una sesión de trabajo, un test con el público, una maravillosa oportunidad de ver en un espacio artístico un trabajo documental sobre arte, entre artistas que pensamos cotidianamente en el papel social e histórico de la creación. Quien lea estas líneas, y pueda asistir, me encantaría que al final de la proyección me haga personalmente sus comentarios. Estoy muy atento a las impresiones del público antes de llegar a su corte definitivo.
martes, 13 de octubre de 2009
Grabando a Beatriz González
GRABANDO A BEATRIZ GONZALEZ.
Por Diego Gacía Moreno
1. Auras Anónimas
Llueve. Truena. Relampaguea y truena. El mediodía se ha vuelto penumbras repentinas. Los obreros fueron a almorzar y la tempestad retarda su regreso. El viento tropieza con las tumbas y empuja mi cámara. Las hojas de los urapanes, enardecidas por azotes invisibles, ahogan los rugidos de los motores de una ciudad por costumbre histérica a la luz del día. Algunas serigrafías se desprenden y caen al piso del largo damero blanco y negro de granito resquebrajado por el tiempo y los dolientes, que quizás ya ni asoman su cabeza a través de las rejas de hierro de la avenida El Dorado.
-No se preocupe, están plastificadas- me dijo Zapata, el jefe de cuadrilla cuando vio que se venía el aguacero.
Me escampo en el corredor al lado de la galería de las fosas cuya perspectiva profunda delimitada por las columnas blanqueadas con cal se confunde con un túnel que genera su propia luz, plana, difusa. A esta hora no imagina uno que las auras de los muertos, en apariencia ausentes, vendrían a confirmar su presencia. En el techo de guadua machacada se dibujan parches húmedos. Me estremezco al presentir voces que parecieran protestar por razones aún intraducibles. Enfoco rebotes de goteras cayendo de los tejados sobre el asfalto de las callejuelas que separan las largas construcciones sostenidas por decenas de capiteles que se prolongan de sur a norte, recorro con “paneos” las bocas abiertas de la colmena mortuoria. ¿Dónde estará Beatriz González? ¿Habrá imaginado que desde el principio su intervención incorporaría las tormentas? No es el cementerio ni la muerte, es la normal climatología bogotana, me repito. Y sigo filmando. Pero vuelve a sonar un trueno, y al mirar la nube negra, el cúmulo enardecido, olvido cualquier explicación de apariencia natural pronunciada con actitud científica.
¿Será que Beatriz tiene razón? La muerte en Colombia está por fuera de las tumbas, repite en cada entrevista. Sus auras anónimas deambulan en pena y sólo estarán en paz cuando las devolvamos a su lecho eterno. ¿Habrán decidido mostrar su fuerza en torno a estos columbarios del Cementerio Central que ella recubre con ocho variables de sus cargueros?
Quién hubiera pensado que esas siluetas reproduciendo la escena aparecida en una foto de prensa en la que se ven unos hombres soportando de hombro a hombro un palo del que pende un bulto que envuelve un masacrado más de esta masacre continua que es Colombia, esas siluetas medio burdas que con suma paciencia le vi dibujar con carboncillo sobre un cartón blanco llegarían a convertirse en el leitmotiv de esta faraónica intervención cargada de alegorías a la muerte. Son más de nueve mil fosas solicitando su lápida. Ella las mandó a imprimir y ahora tienen que fingir ser mármol. Y hay que acomodarlas una por una, recortarlas una por una para que se acomoden al tamaño de las criptas desiguales.
La lluvia amaina, un trozo de azul en el cielo y un golpe de sol resalta el costado occidental de los edificios. Los obreros jóvenes regresan a su oficio; unos cortan varillitas de madera, otros las clavan como soportes en cada tumba; alguno carga paquetes con litografías, como bultos de cargadores, y los va depositando en la mitad de la galería, o allá, al fondo; una chica rasga el papel, saca las lápidas, y comienza a disponerlas, una por una, alternando los 6 motivos, frente a las destartaladas tumbas; otro recorta con un cutter los bordes para ajustarlas a su tamaño, otro les echa pegante y las acomoda en su panel. Paso a paso, como si fueran ladrillos de un palacio encantado, va apareciendo ese paisaje insospechado, ese mosaico insistente que pocos ven porque por cosas del destino, o de la planificación urbana pues la circulación por la calle veintiséis se ha restringido para la construcción de una nueva ruta del Sistema Transmilenio. Talvez sus futuros pasajeros verán desfilar por las ventanillas un parque ceremonial dedicado a la vida en donde múltiples artistas dispondrán, como Beatriz, creaciones insospechadas que evocarán los pasajes de la infamia. Algunos políticos han propuesto derribar esas naves; consideran que es mejor llenar los jardines con canchas y columpios; les parece más oportuno borrar, borrar, no dejar constancia de tantos rumores que circulan por ahí, los que aseguran que bajo esos prados aledaños a las naves yacen los restos de los muertos del 48, los de Rojas Pinilla, los del Palacio, los anónimos… en fin…. Por ahora pacientemente, sin hacer alarde, como acostumbra Beatriz, anónima, clandestinamente va formándose esta intervención artística, este documento plástico, esta denuncia, este rito de reparación, este monumento a la memoria de una tragedia construida también paso a paso en un país que desde hace muchas décadas se ha empeñado en destruirse.
Camuflo la cámara en un maletín de médico de pueblo, camino entre marmolerías y floreros fúnebres y viene a mi recuerdo esa mañana soleada, hace algo más de tres años, cuando la encontré en su estudio del piso 18 de un alto un edificio de ladrillo frente a la Plaza de Toros, llenando con las mismas imágenes un cuaderno de tareas. Su amigo José Suárez, el maestro paisa de los dibujos en miniatura, había enviado el croquis de los cargueros a un fabricante de sellos de plástico, seguramente el mismo que le había reproducido sus conejitos, y se lo había regalado a Beatriz para que cumpliera su propósito. Ella había decidido que no pintaría otras figuras y pacientemente, como un empleado de correos, como una oficinista de banco, como un notario, como un aduanero, como un como una maestra de escuela de mi época, golpeaba la esponjilla entintada y luego la estampaba en la página de un cuaderno de escuela de muchas hojas. Uno tras otro, el golpe iba llenando el tiempo, la mañana, la memoria de mi cámara. pam, pam, pam.
De la tormenta a la sonrisa. Sonreí porque presentí que también a mí, la paciencia me premiaba de rebote. Ya son tres años buscando la manera de documentar el trabajo de Beatriz. Tuve que convencerla de que para tener en la película la sensación de que esa persona estaba viva, que no era simplemente una relatora desprendida de la academia, necesitaba acompañarla en un proceso de creación. Ver a la artista concebir, crear, sufrir, moldear su obra. Acababa de tener en frente la prueba de que algo de todo eso estaba registrado, pero que también el tiempo era un buen cómplice y nos regalaba truenos, relámpagos, y un rayo de sol….
Extracto de una entrevista con BG en 2006.
B:G: “…ahora estoy presentando una exposición en Medellín, se inaugura el 4 de mayo, en la cual resolví hacer una exposición pequeña sobre un tema que me quedó inconcluso. Que se llamaba -no tiene que ver García Márquez- “Paisajes Pendientes”. Yo me recordaba de lo pendiente, la pendiente y los cargueros esos. Son diez metros de cargueros. Una banda funeraria con el bordecito negro, como eran las tarjetas de pésame de antes. Es una banda larga, mide ocho metros, pero voy a empezar una de diez. Es como una película. Cada tres o cuatro cambian y se cargan a veces en hamaca, a veces en plástico. Eso se ve silueteado, tiene que ver con el continuum. Porque el continuum tiene que ver con el cine. Hay varias inspiraciones. La una es que cuando estaba chiquita me regalaron una tiendita. Esa tiendita tenía botellas de Leona Pura, y la Leona Pura tenía el sello de Leona Pura que tenía el sello de Leona Pura y la leona chiquitina tenía el sello, y sigue, y eso se iba repitiendo. Yo tenía cinco años y se me quedó grabado. La otra es que en mi casa había una cosa para poner los helechos que era muy fina, era de cerámica de Sèvres, Tenía unas muñequitas, unas figuritas francesas que van caminando, niñitas y jóvenes y, como es redondo color marfil, las figuras son negras. Yo pintaba esa cosa silueteada. Esta exposición me recordó, no es que me haya recordado yo de eso, me recordó ese soporte de helechos que había en mi casa que es seguido, seguido, seguido y vuelve y vuelve y silueteado. Porque todas las figuras que hice en medellín son oscuras sobre fondo crudo. El continuum…
2. Continuando el continuum
Beatriz lo define como grabado popular. Representa a la líder de los desplazados de Córdoba, Yolanda Izquierdo, sosteniendo entre sus manos el mapa de la tierra que le habían robado; ella se paraba frente a juzgados de Medellín donde los jefes paramilitares eran conducidos para declarar dentro del proceso de Justicia y Paz. Pero vilmente fue asesinada por los mismos que la expulsaron de su tierra. Fue reproducido y publicado en El Tiempo el 23 de mayo de 2008 dentro de la curaduría “transmisiones” del salón de artistas regionales; apareció acompañado de un texto que invitaba a los lectores a intervenirlo. Cuando Beatriz vio la foto de Álvaro Sierra que ilustraba la noticia de la muerte de Yolanda sintió una reacción similar a la experimentada cuarenta y pico de años atrás al toparse en el periódico con la fotografía de Los Suicidas del Sisga, la pareja de enamorados que prefirió ahogarse en una laguna antes que mancillar su amor con el sexo. Volvió a sentir esa sensación que la impulsó a crear esa obra que provocó un revolcón en la lectura del arte contemporáneo colombiano y que lanzó su propia imagen a la luz pública cuando fue premiada en el Salón de Artistas Nacionales. En ambas imágenes se encontró con la conjunción de un mundo de elementos plásticos, composición, textura, contraste… e historia, anécdota, drama, tragedia reunidos en una fotografía de prensa que la invitaron a representarla nuevamente, a procesarla, a darle un sentido nuevo con sus herramientas, lápiz, carboncillo, colores, óleos, impresiones. A descubrirle el alma, el aura, el fantasma. A reproducirla en continuum. A hacerla llegar a los hogares del país al que quiere hablarle. Hizo a lápiz el perfil de Yolanda y cambió el contenido del mapa por la imagen de la víctima sosteniendo el mapa que era la imagen de Yolanda portando el mapa que era a su vez Yolanda portando… Otra vez se hacía presente el continuum. La Leona pura, la obsesión de los cargueros… Esta vez no se trataba de una vista panorámica, era un zoom. Una sucesión de ondas: Ondas de Rancho Grande. Beatriz había logrado interpretar el sentido de la comunicación a partir de un efecto de representación física: las ondas. Pero le agregaba otro sentido místico a la imagen: la gente en Colombia necesita íconos, imágenes en las cuales pueda identificarse, reconocerse. Decidió volverla una santa. Le hizo un marco. Esta mujer es una mártir en la lucha por sus derechos. En un país sin valores, ella representa la lucha por un ideal, la honestidad. Puede compararse con Policarpa Salavarrieta le dijo un día a la cámara mientras sostenía el cuadro repitiendo la pose de la modelo muerta. Yolanda se volvió objeto de experimentación plástica. Pero el día en que Beatriz leyó la carta que una señora desconocida dejó en la galería de Alonso Garcés, se enteró que su santa ya había hecho un milagro, y el color iluminó la exposición que tenía en preparación. El color que ella creía perdido, o el que ya no le interesaba para su trabajo, recobró su vigor. Comenzó a pintar variaciones sobre lienzo de tamañano natural, al óleo, con un cuidado y una naturalidad deslumbrante. ¿Quién será la señora que un día se apareció en la galería a dejar la carta en la que cuenta el milagro que le hizo Yolanda?
Otro rebote de luz y color. Le había prometido a Beatriz que no la entrevistaría más. Que simplemente seguiría el proceso de la construcción de su obra Auras Anónimas en los columbarios del cementerio central. Pero este milagro ocurrió en paralelo. Beatriz -que había decidido no pintar otros motivos que los cargueros de muertos, que se había empecinado en repetirlos como si se tratara de una campaña de publicidad, así como hacen con Batman o con cualquier gaseosa, tratando de que el consumidor reconozca y recuerde una imagen esencial-, encontró en Yolanda, en la carta, en la fabricación de una santa una razón para seguir, ampliar la temática de su obra.
Si estoy tratando de narrar la historia de un país a partir de una artista que no ha hecho más que seguir el ritmo de los acontecimientos de su país, de su historia, cómo no convencerla de la importancia de abrirle a la cámara nuevamente las puertas de su estudio...
-Beatriz, necesito verte pintando esa exposición. Iré simplemente cada tres o cuatro días, diez o quince minutitos y simplemente te observaré trabajar.
Entraré a tu estudio caminando despacio. Te aseguro que no me apoyaré en la mesa de metal en la que pintaste con esmalte brillante de pintuco a unos gatitos juguetones que no merecían estar reproducidos simplemente en el papel de un calendario, cuando eras una pintora de provincia y buscabas cuanta pista te diera el gusto de la imaginería popular para convertirlo en cuadro, en objeto, en representación; no te propondré que hablemos de Marta Traba, tu maestra, a quien seguiste a sus clases de historia del arte en la Universidad de los Andes para que fuera tu guía crítica por todos los vericuetos de las artes de todos los tiempos, sin importarte dejar atrás tus inicios de estudiante de arquitectura de la Nacional. Te juro que estaré atento, cuidando no rallar con mi cámara el cajón azul clarito del Televisor en color que le construiste al ex -presidente Turbay, cuando te considerabas una pintora de la corte, para que con grandes gafas y eterno corbatín rojo vocifere eternamente el estatuto de seguridad que según sus ridículos vaticinios salvaría a Colombia de la subversión. Si mucho, te imaginaré en tu casa, todos los días, halando el cordón de la cortina donde estampaste esa familia presidencial cantándole rancheras a un general recién llegado de Roma, o sentada en tu sillón repasando las docenas de dibujitos a lápiz donde el presidente aparecía borracho o comulgando.
No haré ningún comentario cuando cruce la sombra del divino niño en camuflado que corona el túmulo funerario para soldados bachilleres que vela por las ánimas de los soldaditos de plomo, los compañeros del servicio militar de tu hijo que murieron por deshidratación en la inmensidad del llano tras haber sido vacunados contra la viruela y obligados a caminar al día siguiente durante horas bajo un solazo de 40 grados a la sombra; no buscaré en las paredes el ramo de gladiolos rojos que adornó a Belisario el día que reunió a su gabinete y su corte de generales, aquellos que tuvieron el honor de estar con usted señor presidente en este momento histórico, para decidir el si sí o si no enviarían las tanquetas sobre el palacio de justicia… y no exhalaré ningún sollozo de complicidad con esa señora mayor, desnuda, llorando, que se cubre los ojos para no mirar un mundo que sólo le envía mensajes de masacres y dolores.
No desviaré la vista hacia el cuartito donde reposan los centenares de recortes de periódico que te inspiraron frases y cuadros y conferencias y muchas horas de meditación sobre el gusto y la historia de la patria y la volátil duración del blanco o del gris en el papel de las noticias; me instalaré atrás, junto a la radio de pilas que te canta un leid de Schubert y respiraré pasito para no interferir los susurros del pincel acariciando el lienzo: allí el trípode estará quieto, atento a la evolución de los amarillos, de los verdes y violetas, de las gamas de colores tan bonitos que cuentan cosas muy tristes, como te dijo el niño en Barranquilla cuando expusiste aquella serie repleta de ataúdes y mujeres posesas por el dolor ante la muerte de sus seres queridos. Incluso, a veces, simularé estar ausente, miraré la ciudad, pensaré que tú eres esa señora que camina apresurada frente al planetario, la que pareciera haber trazado un sendero para que muchos aprendices de artista circulen entre el Museo Nacional y el Museo de Arte Moderno.
- Beatriz, sé que te molestan las cámaras, que te importunan los lentes y los ojos viéndote pintar, pero…
Ella no me miró a los ojos. Con la vista fija en no se qué me dijo:
-Venga, pues. Pero no más.
3. Esculpiendo en el tiempo.
Hoy iniciaré el montaje. Hace tres años, cuando encendimos por primera vez la cámara, no tenía ni idea que el obsesivo, interminable continuum me llevaría a darle vueltas, cámara al hombro, a los pabellones de los columbarios del cementerio central, siguiendo a Beatriz mientras efectuaba con Zapata, el maestro de obra, una revisión minuciosa de su colosal intervención. Que esta lápida está muy salida, que por favor tapen ese hueco en el cielo-raso para que no entren las palomas, que si no han vuelto los indigentes a saltar las cercas para escamparse en las noches, que hay que reconstruir el camino de acceso, que hay que cortar el césped de los jardines, que hay que buscar con qué cerrar los osarios pequeños en las bases de los pabellones, que hay que tapar con yeso todas las fisuras en las bocas de las tumbas… Hace tres años, cuando los cargueros eran apenas largas cintas pintadas sobre tela que repetían la imagen que constataban la tragedia nacional, la palabra yeso se asociaba al olor fresco de la mascarilla mortuoria que la maestra se había mandado a fabricar para reflexionar sobre el sentido de los rituales funerarios y la ministra de Cultura no le había colgado una medalla al mérito como recompensa a toda una toda una vida dedicada al arte. Quién lo hubiera creído. En mi computador no aparecía el fichero que contenía la secuencia de fotos que le tomaron mientras le cubrían la cara con una masa pegajosa, húmeda, blanca, espesa, para sacarle en vida el molde de su rostro. ¿Acaso ella, en ese instante, imaginaba que su propia máscara sería testigo de la construcción de la faraónica instalación? En aquella época esa máscara era un rostro que, como un sello, se había estampado de tela en tela, que convirtió algunos lienzos en sudarios, o que reproducido en volumen y pintado de verde se exponía en pequeñas vitrinas de madera y vidrio para recorrer exposiciones o ser vendido en la tienda de la Galería de Alonso Garcés, desde donde miraba a sus espectadores o a sus clientes con una expresión tan larga, tan permanente en el tiempo como los cargueros recién expuestos en el gran salón de al lado. Recuerdo esa exposición. La filmé mientras la instalaban y cuando nos dejaron con ella, solitarios. Trípode sobre rieles, cámara digital, piso de madera y muchas luces. Cargueros en blanco y negro y cargueros de colores. Tanto lujo en apariencia, tantas dudas con la tecnología. La cámara de video tan reacia a ser fiel a los colores de Beatriz. Amarillos extremistas, verdes chillones, violetas que derivaban hacia un negro de luto amargo, matizado. Una suma de conjunto triste, muy triste. Así empezamos, luchando por ser fieles al color, luchando por compensar los inestables rayos de sol que se filtraban por los ventanales del techo y los reflectores que trajimos, un aparataje que con el tiempo fue reduciéndose hasta convertirse en un equipo de documentalista solitario… Y luego vino “el vernissage”. Como los cuadros, pasamos de secuencias de tormentas solitarias a bárbaras sesiones de superrflua mundanidad. Tal vez me sentí tan incómodo filmando ese cocktail de inauguración como ella cuando que se daba cuenta que la cámara se encendía durante las intermitentes sesiones de rodaje que me concedió. Qué extraño oficio. A veces buscando reproducir en primerísimo plano el deslumbrante reflejito de luz sobre el verde que un pincel va depositando sobre el tramado de un lienzo, y en otras atento a los gestos predecibles de acaudalados coleccionistas e intelectuales curiosos que lentamente recorren la ruta de los cuadros, que se inclinan y tapándose la boca hacen a su pareja un comentario, y luego, acomodándose en el centro del recinto a conversar, de espaldas a los cuadros, siguen con sus ojos la ruta del mesero que lleva en su brazo el charol donde viajan unas copas de vino. Y atrás, inmutables, los insobornables cargueros. ¿Cómo será el desfile de espectadores el día que inauguren las Auras Anónimas? ¿Cuál sería el ritual que Beatriz practicaba al acceder dejarme estampar instantes de su rostro, de su vida en mi película? A veces me siento como ese fabricante del máscaras de yeso que estampa sin cesar moldes de instantes para simular la vida.
Cuando empezamos a filmar, Yolanda izquierdo no estaba muerta y su retrato no hacía parte de la galería de santos de la patria loca. Todos los cuadros parecían detenidos en una eternidad extenuante cargados de de un pesado color dolor, de una aplastante queja que utilizaba palabras puñales para relatar de nuevo las crónicas de la infamia, de la ignominia. “Las delicias”, “Mátenme a mí que yo ya viví”, “Pásenlos a la otra orilla”… daban cuenta de una obsesión por los titulares de prensa de los acontecimientos más tristes de la historia reciente. Las acciones paramilitares y guerrilleras estaban reflejadas en la tristeza de las madres de las víctimas y ella las enjuagaba, como la Verónica y tejía cuadro a cuadro el sudario del pánico.
Recuerdo que cuando entré por primera vez a su estudio me detuvo un cuadro que me conmovió. Una imagen en un lienzo tamaño “natural” que me lanzó una pregunta, que a su vez me propuso una película. Y como es costumbre en este oficio me la llevé –la pregunta- al balcón del apartamento del otro lado de la plaza de Toros, desde el que miraba a distancia el piso del edificio donde se encontraba el estudio donde continuaba en exposición solitaria del cuadro que acababa de ver . El continuum,G como diría la maestra. Cavilando en mi burladero particular se me ocurrió escribir una sinopsis que comenzaba así: “Desnuda, de pie, una mujer sexagenaria llora. Los contornos de su piel son de un color azul verdoso, fosforescente, sobre un paisaje oscuro, vacío. Sus manos tapan su cara, sus ojos. ¿Por qué llora? Esa mujer no es ella, es su “autorretrato llorando No.2”. Ella se llama Beatriz González, nació en 1938 y. desde hace medio siglo ocupa una primera plana en la historia del arte Colombiano. Su función ha sido mirar, reflexionar, crear, pintar, opinar, criticar, curar y enseñar…”
-¿Qué pasó, maestra, por qué llora?
Si Luis Caballero, su amigo, su compañero, su colega, algún día le dijo que como Pintora de Provincia “….Usted nos ha enseñado a ver, dándole categoría estética a formas, a colores, a imágenes que en Colombia siempre tuvimos por cursis, vulgares y antiestéticas. Usted supo apropiarse de todo ese mundo y supo mostrárnoslo y supo hacérnoslo ver y apreciar…”
¿Qué aconteció maestra con la pintora de la Corte? Si usted con su ironía nos hacía lucir siempre una sonrisa perversa, si los títulos de sus cuadros , esas frasecitas con filo de cuchillo nos provocaban una carcajadita malintencionada, ¿qué designio trágico obligó su pincel a llenar de tristeza esos colores tan bonitos?
Usted, tan acostumbrada a buscar en la prensa imágenes que le inspiraran el deseo de pintar ¿qué noticias pudo ver en esta última mitad de siglo que la llevaron no sólo al llanto, sino a hacerse en vida esa máscara mortuoria? ¿A caminar durante meses esta galería funeraria con un pincel y una voluntad de esculpir en el tiempo una obra artística que más parece la confesión sublime de la dolorosa realidad del tiempo que nos ha tocado vivir…?
La edición de esta película debería responder a estas preguntas. Quizás, simplemente, amplíe aún más su dimensión. Horas y horas de conversación. Meses de distancia. Encuentros furtivos en ascensores. Llamadas inesperadas ofreciéndome fotos, archivos, recortes de prensa. Sesiones de pintura a veces acompañadas con silencios, sonrisas amables, o miradas de odio. Una complicidad extraña con alguien que pareciera odiar al cine colombiano y a sus autores, pero que a lo mejor ha entendido que poco a poco los documentalistas no somos más que unos aprendices de un nuevo arte que ha inventado ese oficio joven que es el cine…unos hipotéticos y obstinados aprendices para quizás un día ser denominados sin temor a dudas como escultores del tiempo.
Diego García Moreno – Junio-julio de 2009
miércoles, 23 de septiembre de 2009
Política y sentimiento
POLITICA Y SENTIMIENTO en mis documentales.
Hay quienes proponen borrar a Colombia de la faz de la tierra. Cómo sería de aburrido este mundo sin ese país donde las fuerzas telúricas de su territorio, la bondad y el maniacodepresivismo de sus gentes, la hipocresía de sus leyes, instituciones y politicos, mas el justificado miedo con que siempre nos despide la mamá cuando salimos a la calle nos colocan en un estado de constante erisipela artística o salpullidos creativos. Qué sería de este mundo sin esas ganas de irse uno para allá a tomarse unos superjugos y a deshacerse sudando en un buen baile.
Esa palabra Colonbia que hace referencia a un descubridor o a una tripa que desemboca en un orificio del cuerpo, que denomina a un territorio y a una sociedad medio podrida, me ha hecho flotar tanto que me dio como un antojo de descifrarla, de comprenderla, pero al ver que era imposible, opté por cambiar de táctica. En vez de fumigarla, a mí se me ocurrió casi sin darme cuenta que lo mejor era re-inventarla. ¿Cómo re-inventarla? Generando una forma a partir de lo que me ha correspondido recibir: datos, regaños, informaciones, amores, temores y puterías… Re diseñarla con el menjurje, con el sancocho.que se ha sazonado en mi cabeza y en mi sentimiento.
(Señalo con el dedo los órganos correspondientes)
Me propusieron que hablara sobre documental político. ¡Qué tal¡Vaya propuesta. Señores tiene la santa madre iglesia. ¿Así catalogan mi trabajo? Tocó recurrir a mi ambigüedad de principios y proponer una cosa distinta.
-Hablemos de la política del sentimiento.- Suena más sensato.
Porque creo que esas cosas son los elementos que componen la película que me dio el derecho a estar aquí sentado: El corazón. Aunque me preguntó ¿cuántos en esta sala habrán visto esa película?
- ¿Y uno cómo hace para ver eso? Dirá cualquiera.
- -A la salida les doy el teléfono, me llaman y yo se las vendo.
Sentí- miento.
Política, sentimiento.
Siempre me preguntan. ¿Y cómo se le ocurrió, y por qué la hizo?
A mí la única película que se me ocurrió fue “La arepa”. Ese fue un acto consciente, un acto político, acto de declaración de principios sentimentales. De ahí en adelante todo hasido un efecto dominó. De ahí para adelante todo ha sido cuestión de elaborar el menú que debe acompañarla. ¿… una carne sin arepa a qué sabe? ¿…un huevo sin arepa a qué sabe? Pregunta compungido don Esmeraldo, el personaje que abre ese documental.
Para mí, culinaria y cine es lo mismo. Como la política y el sentimiento. Es un alimento que podemos compartir. Y a la larga, la obra cinematográfica es la preparación del menú de la fiesta trágicomica que es tu vida, la suya, la mía, la nuestra. Hay quienes consultan muchos libros para preparar sus recetas. Yo me fui a tientas a eso que llamaban las raíces, como acostumbran decir actualmente. Me dejé llevar por el aroma chamuscado de un alimento que me fascina. Y de allí a lo que la asociación inconsciente de ese olor me iba propiciando.Me fui a lo que me gustaba y, claro, llegué a lo que me dolía. Me fui al territorio de donde venía y donde se confundían mis recuerdos y mis sueños.
Hice La arepa porque me gustaba y me dolía. Hice La Arepa porque me acepté como paisa y acepté la incertudumbre de ser paisa. Esa que uno siente cuando se siente encerrado y a veces decide escapar. Y me scapé. Chao. “Pero ese muchacho vuelve…” decía mi mamá. Entonces volví. Volví a contar sustantivos en un país de aplastantes titulares, a ocuparme de lo aparentemente estúpido, lo sencillo. A descifrar lo que otros te han contado,lo que desesperadamente no te han podido contar , y uno intuye que a lo mejor uno es también aquel que te lo está contando y toca escuchar… Paré la oreja a aquellos que me hablan de moda, sexo, fútbol, amor, chicharrón, mapalé y violencia. De globalización y exterminio. De seguridad democrática, rock al paredón, empanadas pa la iglesia, justicia al paredón, mangas-sizas, medias con vena y pare señor, pare mi don.
Allí empezó el cuento que me llevó con todo el corazón hasta el extremo de esta visión.
Hace un par de años hicimos una retrospectiva que se llamaba “De la arepa al corazón”; ahí está todo: política de la ambigûedad, política donde cuerpo individual y país se confunden, política donde uno muestra sus heridas y se muere del susto de morirse en un país donde uno se muere por todos los motivos.
-De lo único que uno no se salva es de la muerte- me decía mi tía Fidelia repitiendo el dicho que todo el mundo le decía.
Fassbinder mascullaba “¿…qué hacer mientras me muero? Cine, pues.. Me aburro menos mientras tanto…”. No aburrirse es ponerle sentimiento al cuento. O que el cuento no te deje pensar en eso. Sentir que algunas fibras reaccionan. A mí me gusta contar cosas que le pasan a gente que conozco o que voy conociendo o que no conozco.”imaginate qué…” Sería chévere inventarlas, claro que son como otras. Por qué no. ..Pero en mi caso, las fibras sentimentales de quienes gozan y sufren con su propio cuerpo la vida y la muerte son absolutamente necesarias. Pero ¿cuál sentimiento?, cuál melodrama, si el melodrama estereotipado de la tele y del cine me fatiga. Me mama.
El hecho es que uno tan latino dizque no puede vivir sin melodrama. Y el melodrama se impuso como la duda entre si la colombia re-inventada realmente lo era, si esas temáticas interesaban a las gentes. ¿Será que les interesa la arepa? La arepa seguro que sí, aunque sea en cine, perdón, en video, pues claro,el cine es muy caro…¿y el ataúd? Pues aunque lo nieguen les requeteinteresa… ¿y el corazón? Sonaron campanitas.Voy a contarles la película a los que no la han visto:
Sonó una bomba y pum. Se le incrustó a un man en el corazón.¿dónde? En el país del sagrado corazón. Y le sacaron la esquirla al man y el corazón siguió pum-pum,pum-pum-.
Por el resto de la historia toca pagar. A la salida hablamos por que tengo el DVD con subtítulos en inglés y en francés. Esos aditamentos los pagó la venta durante el lanzamiento por todo el país corazón. Perdón por la propaganda.
Si, es una película derivada del conflicto reciente. Entonces es política. Y claro, es una película derivada del otro conflicto, del de siempre, de esa duda que te provoca el sólo pensar que ese objeto que hace pum-pum- pum s e puede apagar. Es una película sentimental, que trata sobre la cuna de los sentimientos. País cuerpo, persona cuerpo. Familia cuerpo. Política y sentimiento entremezclados, ¿qué hacer con eso?
El hecho es que uno hace películas para que la gente las vea. Y yo tenía ganas de mostrarle el corazón a la gente y sentía, o se me metió en la cabeza, que la gente que no tiene cines al lado de su casa, barrio, ciudad, departamento, tendría que ver ese derivado de La arepa: El corazón. ¿Eso es como un antojo político. ¿no? Y se me metió que había que inventar un acto público para que el sentimiento se pronuncie sobre las dudas políticas que nos deja la película.
Había que meterle sentimiento y política a la distribución Si yo quiero que haya foro al final de la proyección ¿cómo hago para poder presentarla públicamente? Si me parece que es importante hacerle una toma del ritmo cardíaco al espectador que va a ver El corazón y me parece que los espectadores deberían cantar juntos los temas que conocen sobre el tema, cómo lograrlo? Y si uno quiere que la gente hable de la peli, pues que hablen de frente, ahí mismo. ¿Será que el tema es capaz de ponerlos a hablar?¿ Será que somos capaces de lograr que el auditorio no piense en cómo se le ocurrió al director? ¿Y que más bien se enternezcan o se estremezcan con lo qu estamos viviendo?
¿Por qué uno no tine derecho como realizador a proponer cuál es la forma ideal para ver su película? En Colombia horizontal proponía buscar cama y buena compañía para verla; aquí, la gama de propuestas paralelas al hecho cinematográfico eran muchas. Y es que a decir verdad el cine solo como que no me interesa. Me parece que el ritual espectáculo es lo importante y que el cine es un elemento mas de ese hecho mayor donde comulgan culturalmente los espectadores.
Política es la distribución. Política es la generación de sentido. Es pensar que el cine no es simplemente un hecho pasivo. Me gusta el cine que te hace reflexionar. Desafortunadamente no hay muchos espacios habilitados para eso. A lo mejor no hay mucho público, pero yo creo que hay que experimentar maneras para invitarlo a a ver ese tipo de cine, inventar anzuelos atractivos para atraparlos y dejarlos caer en su seducción.
En todo caso, esa experiencia de concebir, realizar, producir y distribuir una pelìcula con características fuera de la norma comercial fue una aventura política sentimental que me llenò el vacío aquel del que hablaba Fassbinder, que me impidió asociarme con la propuesta de borrar este territorio tropical de la faz de la tierra, que me ahorró el pánico de tener que llamar a la secretaria de don Munir para preguntarle que cuantas entradas tuvo El corazón en sus salas?
Hasta el momento no he mencionado la palabra que define al tipo de cine que hago. Y creo que terminaré esta disertación sin mencionarla. De todas formas, debo confesar algo: cuando me levanto todos los días prendo la radio, leo prensa, miro desde mi balcón y me siento tentado a unirme a aquellos que proponen borrar a colombia de la faz de la tierra, pero al poner en ON el computador y encontrarme con la gente que aparece en la pantalla de mi final-cut, siento que no vale la pena, que hay todavía mucho por contar. Gracias por su paciencia.
Diego García Moreno
martes, 15 de septiembre de 2009
a una amiga afligida en septiembre del 2001
Nenita,
y me han dado deseos de escribirte algo.
Algo que pudiera también decirle a los sobrevivientes de Armero y New York,
a los de la explosión del Das y a los que se agarraron del árbol
cuando tronó en el Salvador y en CostaRica,
a los que se les varó el tren llegando a Auschwitz y los salvó un matorral,
a todas las lagartijas que se treparon en las hojitas de plátano que
flotaban cuando el meteorito más grande tropezó contra el Caribe
e inundó todos los valles
y arrasó hasta con el último dinosauro.
Algo que pudiera escuchar el japonesito aturdido que Dios sabe cómo no se
deshizo en Hiroshima,
o a los que no se tragó el mar en las costas de Chile cuando vino la gran
ola y comprendieron la palabra maremoto,
a los que que quedaron pendiendo de un hilo el día que atacó el sida en el
África central,
o a los que mandaron a pelear en la guerra contra el Perú y los envolvió
una nube de fiebre amarilla en el Putumayo,
a los que la Virgen les tendió la mano
o el demonio un salvavidas cuando el témpano inmenso de hielo le rompió la
humanidad al Titanic,
o a los que tiritando del pánico olvidaron su paludismo en la arremetida
paramilitar contra Pavarandó
a los que han sobrevivido al tedio de la peste burocrática en las oficinas
de Srilanka, Quito o Pasadena,
o a los que no se apearon en el submarino nuclear ruso que ahora tratan de sacar a flote
de las heladas aguas del norte de Europa,a los que sobreviven la puñalada del hambre en Río de Janeiro, Bombay o
Juanchito,
a los que no han perecido en Barcelona, ni en Haití ni en Alaska, envueltos
en las bocanadas de mercurio que exhalan por sus axilas los pescados,
o las señoras de las misas en las polvoredas de azufre que expelen las iglesias,
a los que se creen vivos y nadie puede darles el certificado pertinente,
a todos aquellos que por terquedad, azar, o astucia, nos creemos remando en
la canoíta de la vida
y narramos orgullosos lo que no nos ha matado, estripado, degollado.
Alguna palabrita quiero decirte, pero todavía no la encuentro,
cuando me la pille te la cuento,
Diego
miércoles, 2 de septiembre de 2009
En mi silencio mudo...
pasamos a la patria loca
y a la patria coca...
Ahora lloramos
maldecimos
insultamos
injuriamos
mandamos pa la mierda
la patria que nos toca...
sábado, 29 de agosto de 2009
Pescadores de tragedias
Anoche recordé a Nono y desempolvé los vagos rumores que algún día me llegaron. Contaban que un hermano suyo fue a visitarlo al mar un par de años después de su deserción ciudadana y que, fascinado ante la asombrosa adaptación del exprofesor universitario a su nueva vida, decidió acompañarlo en su exilio y volverse el ayudante de labores de quien ya era considerado uno de los mejores pescadores con arpón en el golfo de Urabá. Desafortunadamente el visitante murió ahogado en circunstancias que desconozco lo que precipitó el retorno de mi amigo a su repudiada ciudad.
En un acto de osadía lo llamé y le pregunté por la recopilación de noticias desastrosas y me dijo que desde la muerte de su hermano nunca había vuelto a prender su casetera, que había quemado la cinta y que llegando a Medellín había jurado no volver a encender jamás la tele ni la radio. Uno no debe ponerle carnadas a la tragedia, me dijo.
Desde que hago documentales guardo varios cartuchos de video con noticias y fotos de tragedias nacionales que trato de ubicar siempre en la edición de algún relato. Y en cada ocasión recuerdo la frase de Nono. Hace unos meses, cuando tuve en mis manos la caja con el archivo de noticias y fotografías que han inspirado los cuadros de Beatriz González sentí que navegábamos en la misma barca. La diferencia con Nono es que en vez de haber apagado la voz de las noticias, la maestra y yo hemos renovado la suscripción a El tiempo y a El Espectador y que a viva voz, ya sea a través de cuadros o intervenciones públicas, de películas o conversaciones, lanzamos nuestros anzuelos con apetitosas carnadas al fondo de una realidad agitada por remolinos trágicos.
He prevenido a familiares y amigos para que no se acerquen cuando preparo una película. Los alerto a gritos para que no se detengan a mirar este paisaje. A veces las siluetas al atardecer producen náuseas o deseos incontrolables de lanzarse al abismo.
miércoles, 19 de agosto de 2009
En agosto en Bogotá
En agosto en Bogotá
celebré mi aniversario de vida en agosto en Bogotá mientras
los aniversarios de muerte celebraban su agosto en Bogotá
Garzón, Galán...García...
Gagaga...
Galas y galas y galas.
Garrote vil, gambetas traidoras, garras que desgarran,
gafas ciegas, gatos negros saltando frente al sol de los ganados.
Gateando se avanza en el tiempo.
Ganan dinero los diarios recordando las desgracias
en agosto en Bogotá.
Hace mucho en Medellín cuando el calendario garantizaba
que en agosto se gastaba el sudor corriendo
con zapatos de gamusa entre el ganado que pastaba
en los potreros de un gamonal sombrío
la garantía de vida era mirar al cielo para ver cómo las vírgenes
ganaban un pedestal entre las nubes
y muchos ángeles con plumas de gala
esperaban que el tiempo se gastara
que la hora de la gaga y el gargajo y la galleta y el garfio y la garbimba y el gamín y las gangas gastaban con ganas su garrotera.
En agosto en Bogotá celebré mi aniversario de vida
en agosto en Bogotá mientras los aniversarios de muerte
celebraban su agosto en Bogotá.
martes, 4 de agosto de 2009
Ídolos & dolos... la procesión va por dentro
Ídolos... y dolos.
(Aficiones... aflicciones.)
1.
¿Qué vas a hacer cuando estés grande, mijito? Vaya tamaño problema con el que tenemos que lidiar desde el principio. Detesto esa pregunta y trato de no formulársela a Tomás, mi hijo de ocho años, pero él insiste en responderla como si ya hiciera parte del programa genético que traen al mundo los niños de hoy en día... quizás los de siempre.
-Papi, quiero ser beisbolista.
- Bueno, haz lo que quieras, que el destino y los humanos que encuentres en el camino te lo permitan
Recuerdo que uno de mis primeros sueños era llegar a ser un gran tamborero en ese Medellín con aroma pastoril de principios de los sesenta, donde el "hit parade" del espectáculo afichaba la disputa por el primer lugar entre la procesión del Sagrado Corazón y la Feria Exposición Agropecuaria. Aunque me fascinaban los caballos, las mulas, y por supuesto las vacas, me parecía, y el tiempo se ha encargado de confirmarme la creencia, que los exhibidores de las pomposas bestias eran en exceso petulantes y excluyentes. Sí, yo era un fiel admirador de ese infinito desfile multicolor que amalgamaba colegios acompasados a ritmo de batuta, tambor, platillos y corneta (y hasta marimba metálica en privilegiadas ocasiones); santos de yeso rosaditos y desplazamientos temblorosos, abrigados con terciopelo y cuanta flor pelechaba entre Santa elena y Santa Fé de Antioquia; medievalescas tropas de cofradías religiosas, viejas rezanderas y ricos señores encapuchados que podrían esconder entre ellos al Enmascarado de Plata o al mismísimo Fantasma; la pasarela de bomberos y uniformados que suponía recién llegados de combatir incendios y enemigos en los montes del río Cauca o en las guerras de un tal Napoleón, o de librar batallas en las gestas de independencia del gran Simón Bolívar o de pelear con los malos que colgaron a Jesús en El Calvario, por allá, más lejos que las lomas de Manrique.
Trepado en la ventana de la casa de una tía generosamente gorda y solterona de la calle Bolivia me embelezaba mirando ese río humano de paisas narizones y bigotudos, de señoritas blanquitas de porcelana o morenitas de ensueño, teatralizados todos y limpiecitos, que desembocaban al parque de Bolívar después de haberse exhibido ceremoniosamente por El Palo y la Calle Bolivia; y me juraba que algún día recorrería esos mismas calles marcando con decisión el ta-ta-tá, tare que te tare, que te tá...! aprendido de memoria a punta de repetirlo con cada banda de guerra que encabezaba cada color, colegio, barrio... Pero nunca desfilé.
2.
¡Ay, don Lázaro! Nunca podrá usted desde su tumba sanar el daño que me hizo al pasarme el gancho equivocado para sostener mi tambor. Entre su ofusque permanente, que marquen el ritmo así, que le arreglen la melena dorada al kepis, que abotonen bien las charreteras, que se encaramen más el pantalón y ajusten bien la correa pues el paño del hilván se les va a estropear con el asfalto, que si tomaron chocolate, recuerden que la procesión es como de tres kilómetros en subida y el que no haya comido nada se desmaya, envió al infierno mis esperanzas. .
- Don Lázaro, este gancho está muy grande. De mis labios salía un chorrito de voz infantil, una súplica tambaleante que se perdía entre el tumulto de muchachitos disfrazados de soldaditos de plomo soplándole aire caliente a las cornetas, o repitiendo en el redoblante, bien pasito, los acentos de los compases de la retreta que el viejo nos metía en la memoria musical a punta de gritos y empujones de la pierna izquierda; se deshacía entre el aire que levantaban las cinco monjas de la caridad estrenando vestido de nueva ola con permiso del Concilio Vaticano, o la cantaleta agitada del director de la banda que aparte de refunfuñón y acelerado era sordo.
-Ay que belleza, vinieron los niños del colegio de la Presentación. Pero pobrecito ese gordito, ¡mirá cómo le tocó arrastrar el instrumento!.
La Procesión de la Virgen del Carmen, entre el parque de Bolívar y la Iglesia de Manrique, una prueba obligatoria previa a la gran "parade" del Sagrado Corazón, fue inyectada en la memoria con aroma de viacrucis y en las esperanzas como un caldo maluco sazonado a punta de fuego eterno. Caminé solo, como una colita floja de cometa, tras el escuadrón de los tambores que usualmente conformaban líneas de tres niños porque ese día no vinieron ni Mejía ni Pineda y me tocó mostrarle a todo ese mundo de curiosos apiñados en las aceras de la calle Ecuador los rodillazos que le inflingía a cada pasito al redoblante del tambor que pendía mal colgado de mi cinto; los azotes que los bordes de metal, de ese estorbo sonoro en que quedó convertido mi adorable instrumento, le propinaban a mis espinillas y hasta a mis huevitos por causa de un gancho largo que no quizo cambiarme don Lázaro.¿Para qué, carajo, me metí en una banda de guerra? El sueño infantil de llegar a desfilar un día en la procesión del Sagrado Corazón se deshizo ese día. La imagen venerada de los grandes del colegio de San José o de la Bolivariana interpretando la melodía del Puente sobre el río Kwai, mientras mi mamá y mis tías, mi papá y todos los habitantes del universo Medellín aplaudían frenéticamente al paso de la banda, se convirtió en una pesadilla ante cada carcajada de los mirones que en vez de rogarle sus favores a su Virgen Carmelita se ensañaban espiando el dolor de un desafortunado muchachito..
3.
El último sábado de mi reciente y pasajera vida norteamericana, tuve un "flash-back" del incidente. Era el inicio de la temporada en las ligas de béisbol infantil en Chicago. Mi hijo Tomás, un apasionado seguidor de ese deporte tan gringo, tan japonés y tan caribeño, se levantó tempranísimo. Con el mejor ánimo se puso el uniforme nuevo, el de los Rockets, que pagó vendiendo dulces a cuanto amigo visitaba la casa; o sin permiso en el colegio a todos sus compañeritos, entre los inocentes gorditos bien adictos a los coloridos empaques de las insípidas comidas rápidas, o a los flaquitos restantes que logran mantener viva su información genética gracias al sudor de tanto juego, o al rigor en el consumo de las viandas orgánicas, como mandan las nuevas normas de la alimentacíon contemporánea y post-yupi. Mi "Tomy" era uno entre los miles de niños de todos los colores y razas que comparten la esperanza de llegar a las grandes ligas. Blanquitos queriendo emular las hazañas de los legendarios Di Maggio y Baby Ruth, o a sus héroes más recientes como Marc McGuire y Derek Jeter; negritos orgullosos imitando los gestos de su Hank Aron, el bateador inalcanzable, o su nueva estrella del jonronéo Barry Bonds; y los latinos, fieles a la imágen del ídolo portoriqueño Roberto Clemente o a la reciente bomba dominicana, el cachorro local, el ex-lustrador millonario Samy Sosa. Yo, por allá en un rincón de mi escritorio, guardo la estampita de nuestro Edgar Rentería que en un día de nostalgia me regaló el niño para recordarme que en mi patria también se veneran a los héroes. En fin, mi hijo estaba listo para participar en la larga procesión de partidos del Horner Park.
Situado al noroeste de la ciudad emblema de la arquitectura moderna y en el corazón del noroeste irlandés en épocas de la olvidada prohibición, el Horner es uno de los 252 parques de la ciudad de Chicago que cuenta con instalaciones para practicar la pelota caliente y programa en sus ocho diamantes torneos de verano la increíble suma de cuarenta partidos en cada categoría. Ardua tarea para probar la vocación de los padres...
- Papi, éste será un partido muy difícil, nos toca contra los Yankees.
- No te preocupes, ustedes tienen con qué ganar.
- Elijah, mi mejor amigo juega con ellos. Y son buenísimos...!
Cuando llegamos a la extensa y bien recortada grama del parque, ya un sinnúmero de figuritas encachuchadas calentaban el brazo con bolas rectas, globitos y roletazos, o abanicaban la brisa con sus bates de metal y escupían a la usanza de sus ídolos frente a las desdeñadas cámaras de televisión. Tomás, sin desanimarse por el presentimiento de la derrota, cargado con la ilusión de conectar un imparable o de atrapar con su guante el "out" que pusiera a su favor el resultado, corrió veloz a ponerse bajo las órdenes de sus entrenadores. En general, este oficio lo desempeñan papás bien afiebrados y monotemáticos que gratuitamente prestan sus servicios al equipo de sus hijos. Joel y Mario, nuestros "coaches", como la gran mayoría en este parque, son de origen portoriqueño, segunda o tercera generación, y tan apasionados, que si por ellos fuera, hubieran decidido que todas las familias armáramos carpa alrededor del diamante para entrenar eternamente a sus pupilos. Sally, mi esposa americana, y yo, fuímos a estrenar silla de picnic al lado de los padres de los compañeritos del equipo. Nos instalamos junto a una buena tanda de morenas rubias bien teñidas y varones gruesos de amplia pantaloneta, chancla suelta, perro rabioso en una mano y celular constantemente activo en la otra; evidentemente latinos, pero al parecer ya bien moldeados por el sueño americano pues no mostraban ningún empeño en responder en español a las preguntas que les hacíamos, y sin esfuerzo aparente guardaban bien cerradas las puertas de su gueto para aquellos que no habíamos crecido en su nueva patria.
Cuando el partido estaba a punto de comenzar, llegó mi hijo sollozando. Que no lo iban a dejar jugar. Cómo así. ¡Por qué!. Y antes de poder armar su frase, vino Joel a dictaminar que como Tomás no había traído su "cup" o protector para los genitales, el árbitro no le permitiría jugar. ¡Pero cómo asi que no van a dejar jugar a un niño de esta edad sin esa cosa, si aquí ni siquiera se usa un lanzador en el montículo!. ¡Esto es un deporte inofensivo! Sally, fanática congénita de este deporte, fue la primera en protestar con un espíritu que parecía bien colombiano. Pero Joel dijo que las reglas son las reglas y en este país hay que cumprirlas. Paciencia. Bueno, a lo mejor tiene razón. Recordé que en nuestra época no se acostumbraba ese tipo de artefactos para la salud, y en mas de una oportunidad me revolqué del dolor por el piso en un partido de fútbol a causa de un balonazo perfectamente dirigido contra mi humanidad. Pero era domingo, en el vecindario no había ningún almacén deportivo abierto, si vamos hasta un "mall" cuando regresemos ya habrá terminado el partido. La aflicción de Tomás lo había hecho encogerse. Parecía un indefenso muchachito de tres años.
-No importa, voy a buscar uno como sea, dijo la madre.
- Vete, yo me quedo con el niño.
Cuando su silueta se perdía en la distancia llegó el entrenador emocionado con su teléfono en mano.
-Detengan a la señora, que Tomás corra donde Bill, el celador del parque, él tiene uno de sobra y se lo puede prestar.
- Vamos de una. Corre. Mis rodillas, acostumbradas al desliz de los patines y no al golpeteo del trote, se resintieron un poco atravesando tres canchas con denominador de joya, pero no importaba. Había que mantener vivo el brillo de la fé del hijo.
-Señor, que si tiene el protector...
Bill, un enorme cuarentón rubio, de gran cachucha, muslos, cuello y barriga, sacó una especie de calzoncillo grandote coronado por una nariz sintética parecida a la de Groucho Marx, sostenida por unos elásticos que evidentemente no cumplían con las elementales normas de la higiene. Tomás miró el objeto y ví cómo sus lágrimas humedecían de nuevo sus ojos.
-Eso está muy grande, papi.
A ver, piensa, qué será lo mejor para tú hijo...? En un ataque de absoluto pragmatismo encaré al niño.
- Si quieres jugar, tienes que acomodarte eso, no hay de otra.
El niño se quedó tieso. Miré la cancha a lo lejos, el primer batazo del equipo contrario había sido imparable y un niño alcanzaba primera base..
-.Te la pones encima del calzoncillo y el pantalón te la sostiene, pero apúrate.
-¿Donde me desvisto? Tomás buscó con su mirada un baño o un escondite, pero estábamos lejos de los servicios y he sido testigo de cómo el pudor le ha crecido últimamente. No había dónde.
- No te preocupes, desvístete aquí, que todos tenemos lo mismo. Nadie te va a mirar.
Otra vez el ojito se le puso rojo, pero aceptó sentarse en la grama y como pudo se bajó los pantalones y se metió la enorme prenda entre las piernas.
-Vamos, súbetelos. No te preocupes, amarrate bien la correa. Camina, vamos, corre.
La incomodidad en sus pasos, su incertidumbre y palidez, eran evidentes. Cuando por fin llegamos al partido, el niño no quería mostrarse ante nadie con semejante incomodidad y protuberancia. Su madre me miró y sonrió nerviosamente.
- ¿Estás listo Tomás?. Pasa al puesto del lanzador, .ordenó en inglés la voz del entrenador.
Cuando el niño se dirigía entre rasquiñas y ajustes de pantalón hacia sitio en la cúspide del diamante, me pareció escuchar bajo mi voz la cantaleta de don Lázaro. El viento de la "windy city" levantó el polvo del diamante y sentí que un revoloteo de mantos de monjas muertas y sonrisas de mirones volvían a incomodar el destino de otro proyecto humano. Busqué una figura de santo de yeso para implorar la ayuda del muchacho, pero estaba sonando tan duro la noticia que el gran Sammy Sosa había sido castigado por utilizar un bate traficado con corcho en un partido oficial, que mejor opté por no interferir con el más allá en estos inesperados tropiezos que nos corresponde sortear a los débiles seres de carne y hueso.
Tomás tenía razón, el equipo de los Yankees era buenísimo y perdieron. Pero los partidos eran muchos y al día siguiente llegó con protector de su talla, nuevecito, a golpear sus genitales ante el árbitro para cumplir con las reglas.
- No te preocupés, mijito, ya tendrás muchas oportunidades para descubrir qué vas a hacer cuando estés grande...
Diego García Moreno.
Chicago, Junio del 2003
lunes, 3 de agosto de 2009
viernes, 31 de julio de 2009
El son de Jarlei-dá/David-són
Tarjetita postal americana, en forma de canción.
Autor. Diego García-Moreno
Coro Lejano femenino: Jarlei dá, Jarlei dá , Jarlei dá & David son
Rrrrr... Rrrrr..R.rrrrr....R.rrrrrr
Country:
Qué duro suenan las Jarr
Cuando deciden cantar
Alabanzas para Bush
Y su invasión al Irak
Llegan en largas pandillas
Como es su costumbre y ley
Y esperan que a sus rodillas
El mundo se va a postrar
Coro cercano bien varón; ¡Harley Davidson qué pesado es tu cantar!
¡Harley Davidson, ay que rudo es tu opinar! (bis)
Recitativo Hip-hop:
Cargan bisontes grasos y barbudos
Envueltos en cueros negros y eructos medio podridos
Vahos de Budweiser, hamburguesa y barbiquiú
Espejos Cascos plateados roídas botas tejanas
Cinturón de gruesa chapa y humaredas de CO2
Cadenas de hierro duro y medallas del Vietnam
Colgandejos transformables en espada o puñal
Quijada con falsos dientes garrote fuete macana
Y una guardaespaldas gorda en el asiento de atrás
Guerrera novia agresiva fiel hermana o la mamá
Ataviada toda ella en coraza similar
Coro Lejano femenino: Jarlei dá, Jarlei dá , Jarlei dá & David son
Coro cercano bien varón: ¡Harley Davidson que pesado es tú cantar!
¡Harley Davidson, ay que rudo es tu opinar! (bis)
Narrador conversadito como si fuera un secreto:
Se parquéan con el motor encendido frente al tumulto de los pacifistas flacos, vegetarianos,
orientales de por allí, negros de por acá, latinos, indios, hindúes, con barbita de Ho-chi-Min,
mechas de Jesucristo superstar, mirada de Che Guevara, convicción de Malcolm X, Parkinson de
Cassius Clay, mascadera de Chirac, joroba de Juan Pablo el Dos, quienes a punta de altoparlante de pilas apoyado en el cráneo de un buen amigo, se desgañitan para que todos comprendamos que la guerra es por petróleo que la paren que no cambien blood for oil... y mientras la gorda de la Jarr vigila que la banderita de rallitas rojas y blancas y un azulito -que no recuerdo si es de las estrellitas o del fondo- esté bien anclada en el ojal del espaldar o en el oberbio retrovisor, ellos comienzan a darle manija al acelerador.
Rrrrr...R.rrrrr.....R.rrrrr
Coro cercano bien varón aplastando coro lejano femenino:
¡Harley Davidson que pesado es tú cantar!
¡Harley Davidson, ay que rudo es tu opinar! (bis)
Y uno mira a los policías
Que simulan ser postes vigías
Cubiertos en sus mil corazas negras
Robo-cops esperando algún motivo
Para repartir garrote a los utópicos
Y les vé esa cara de perversa felicidad
Estimulada por el estruendo
De tan inmensa cilindrada
Recuerdan tanques, aviones, portaviones, misiles,
Una cascada infinita de metrallas,
Se imaginan la continuación de la santa cruzada
Que a punto de buena voluntad
Sin inmutarse ante los recios vientos del desierto....
Avanza hacia Bagdad
Coro Lejano femenino: Jarlei dá, Jarlei dá , Jarlei dá & David son
Recordando la época Bush...
Tarjetita postal americana.
Vieras cómo suenan de duro las Harley Davidson
Cuando deciden manifestar en favor de Bush
Llegan en pandilla como es la costumbre
Desde los años cincuenta -¿o me equivoco?-
Con sus especies de bisontes grasosos, barbudos conductores,
Envueltos en cueros negros y un vaho fermentado con eructos de Budweiser
Cascos plateados brillantes botas tejanas cinturones con gruesas chapas
Cadenas y ornamentos de metal pesado que podrían convertirse
En soberbias herramientas de combate
Y en el asiento trasero como fiel guardaespaldas va una gorda
Que parece su mamá o su novia o su hermana
Ataviada ella en similar atuendo.
Se parquéan con el motor encendido
frente al tumulto de los pacifistas flacos
vegetarianos o pobres
con barbita de Ho-chi-Min y melena de Jesucristo super-star
que a punta de altoparlante de pilas
se desgañitan para que todos comprendamos
que la guerra es por petróleo
que la paren
que no cambien blood for oil...
y mientras la patriota compañera de la retaguardia vigila
que la banderita de rallitas azules y blancas y un rojito
-que no recuerdo si es de las estrellitas o del fondo-
esté bien anclada en el ojal del espaldar o en el soberbio retrovisor,
ellos comienzan a darle manija al acelerador.
Y uno mira a los policías
Tirándoselas de postes vigías
Esperando cubiertos en sus mil corazas negras
Que haya cualquier motivo
Para arrancar a echarles garrote a los utópicos
Y les vé esa cara de perversa felicidad
Estimulada por el estruendo
De tan inmensa cilindrada
Recuerdan tanques, aviones, portaviones, misiles,
Una cascada infinita de metrallas,
Se imaginan la continuación de la santa cruzada
Que a punto de buena voluntad
Avanza hacia Bagdad
Sin inmutarse ante los recios vientos del desierto....
martes, 14 de julio de 2009
Convocándonos
lunes, 13 de julio de 2009
domingo, 12 de julio de 2009
ON-OFF-
Me encontré este panfleto en un rincón del compu. Data de hace unos seis meses. ¿Estará vigente todavía? Dice:
A las seis de la mañana escucho el sssssss… del periódico deslizándose por la ranura de la puerta. A esa hora, si no me enrrumbé la víspera, estoy calentando la leche para el café de Tomás. Apúrale que vas a llegar tarde. Generalmente coincide con el minuto de silencio que le doy a mi radio de pilas mientras difunde el himno nacional. Sirve también para conmemorar la dosis de muertos que acaban de enumerar los señores de la radio. Seguramente, ya le he mentado la madre más de tres veces a Juan Gossain, a Darío Arizmendi y a Julio Sánchez Cristo. Melodramáticos, mentirosos, zalameros. Pantalleros, publicistas del reino. Qué terrible condena, soy un adicto a las noticias. Me encantaría mandarlos para la mierda, pero no logro contener el gesto del dedo índice derecho que lleva el botón del OFF al ON. Desde hace veínte días, cuando volvió a ser un diario, me agacho inevitablemente a las seis de la mañana a recoger El Espectador. Ojeo los titulares. Asocio con lo escuchado.
-Está servido, mijo.
-Ya voy, papi. Y regreso a la cama para esconderme del frío, embalsamarme entre cobijas y devorar los millones de letras matinales.
Mi adicción a las noticias ha empeorado. Leo y escucho noticias al mismo tiempo. Y en las crisis más agudas leo, veo y escucho noticias al mismo tiempo. A veces cierro los ojos y de inmediato sueño. Los paisajes de mis vivencias y mis personajes cercanos coprotagonizan nuevas versiones de los hechos diarios y llamo desesperadamente a un jefe de noticias para que las difunda. Repentinamente despierto acongojado. Me consuelo buscando las notas editoriales. Estas por lo menos piensan, denuncian…pienso yo. Denuncian tanto que ya nadie les para bolas. Yo. Nosotros. Ellos. Tema para conversar con los amigos durante el día. Para insultar. Para desahogarse de esa sinsalida en la que vivimos. ¿Viste la de ese hijueputa senador paraco? ¡Ese malparido del Uribe qué se está creyendo! Sí , lo sabemos, se cree hijo de Dios. El Elegido por todo el partido conservador, por todos los grupos paramilitares que veneran su imagen y política, por todos los políticos liberales que tienen buenas fincas y todas las señoras decentes de la patria. El Designado por mi mamá, por la de Arizmendi, por el papá de Sánchez Cristo y por la bondad intrínsica de Gossaín. El bueno. Tan bueno como Bush. Tan guerrero como los asesores del otro, como los mejores espadachines de las cruzadas. Y este trío de locutores trina sus himnos al emperadorcito bravucón. Lamenta los muertos dependiendo del bando del que provienen. Las madres de los muertos son las que lloran, no importa el bando.
Lo reconozco, leo y escucho noticias en las mañanas y en la tarde me ataca el zapping entre los noticieros de la una, y el imparable CNN y las noticias desde España y Francia y Alemania e Inglaterra y ahora me lanzan un río de inundaciones en las noticias del cable. Por fortuna no entra Al jezira. El único bejuco de independencia del que logro asirme es que hasta hoy he logrado negarme a encender la pantalla enana y boba en las mañanas. Que ella me engulla en la noche y me obligue a digerir hasta las noticias del golf y el poker y los billares. Pero no quiero hablar de esos presentadores de colorido RGB tulipanesco que devengan en la tele. El efecto de odio que me producen los radiales y ponen al descubierto la inconfundible enfermedad no es comparable con el desprecio que profeso por la maquinada y maquillada imagen con que leen noticias los viejos más feos y las muñequitas más reconstruídas de mi patria y de la de los otros. El zapping es apenas una apéndice del on-off. La gente en televisión dizque cuida su imagen, las confesiones radiales y la libertad de opinar de los jefes linda con la desfachatez. Es su radiografía más sincera.
Por fortuna existe El espectador. Denuncian todo. Le dicen todo a todos. Pero en este país no pasa nada. ¿Nada? ¿Qué pasaría si no pasara nada? ¿Si no se mataran, masacraran, robaran, estafaran, violaran, engañaran, destrozaran, excomulgaran, pisotearan, asediaran, exterminaran, fumigaran, desventraran, apuñalearan, embaucaran? ¿Qué sería de este país sin la necesidad de una noticia? ¿ Si los programas matinales fueran transmisiones de silbidos de transeúntes tranquilos caminando hacia la piscina? ¿Ecos de pasos o ronquidos de señores sin afanes con sus manitas serenas sobre el coche en sus mecedoras? ¿Ruiditos de firmas recibiendo su honrada mesada? ¿Puertas de carros cerrándose para partir de vacaciones? Qué sería de mi vida sin azarosos acontecimientos, inundaciones, terremotos, diluvios, incendios, despeñadas de buses, magnicidios, intoxicaciones, redadas y emboscadas, atracos a mano limpia, enguantada, mutilada, impactos de esquirlas, brazos, piernas , cabezas desintegradas por minas quiebrapatas, quiebra casas, quiebra todo. ¿Qué sería sin ese album de políticos, políticas, barrigones, tetonas, hampones, culonas, bravucones, retrecheras, sínicos, soplonas, manipuladores, ramplonas, cohecheros, prevaricadoras, falsificadores, azuzadoras, que veo de perfil, de frente, de mediolado, caminando, trotando a la salida de la fiscalía, del restaurante, del senado, del club, de la sala de belleza, de la misa? Qué sería, qué sería... Todavía no sé si me gustaba más El Espectador cuando salía sólo los domingos. Los periodistas tenían tiempo para investigar.Y era tan gordo que a veces me duraba hasta el jueves. Ahora se deslizan los antídotos contra el terror. Sale la nieta de Botero con su pintica de gomelita a régimen que nunca olvidará las visitas de todos los veranos a la finca de su papito el pintagorditas en Italia. Que no se les ocurra darle espacio a Juan Pablo Montoya. No desprestigien a los montallantas. Qué ídolo tan maluco.
¿Tienes plata, papi? Le doy cinco mil pesos al hijo. Que te vaya bien. Me quedo resbalando entre las voces multicoloras de mi radio. Ese seséo del paisa sentido, ese ahorro de eses del turco anecdótico, ese masticar de palabras gomelas del chico bien de todos los nortes bogotanos. Tras el golpe del portón habla inevitablemente un ministro. Habla en nombre de Dios y de la democracia y de todo el bien que para todos los colombianos está realizando con su santo patrón. No se incluye a los narcotraficantes ni terroristas, por supuesto, ni a los estudiantes, ni a los sindicalistas, ni a los que no respondan a su letanía “métalos a la cárcel, mi general”. Amén. Viene a la memoria que ese mismo ministro tiene pendiente una denuncia, o dos, o tres, que sus socios politicos están siendo investigados por nexos con los paramilitares que son narcotraficantes y terroristas, por malversación de fondos, por irregularidades en las votaciones que le dieron su curul. Nadie votó por él. Es inocente. Somos todos inocentes. El culpable es el mundo. Antes, echaba lava; ahora lanza bocanadas incontrolables de noticias. Y a algunos les caen envueltas en oro. A Gossaín, a Sánchez Cristo, a Arizmendi. A mí me llegan impresas en papel para envolver el día. Antes utilizaban ese papel para envolver las papas o la carne. Traigan el periódico que se quebró un vaso, decía mi madre. Corría a humedecerlo, se volvía una bola, la rodaba sobre la viruta de vidrio esparcida en las baldosas. Pásela por el rincón mijo, allá hay un cristalito, no camines a pie limpio, te puedes cortar. Las noticias me rayan los ojos y el alma. Quiero apagar el radio. Hace frío. No son suficientes las cobijas. Me provoca envolverme en el periódico. Como aquella vez a las cuatro de la mañana, orinando en el alto de Letras. Qué frío. Y las noticias enfrían el alma. Vuelvo a apagar los ojos sin tener que pasar por el gesto del dedo. Los párpados son como el inalámbrico del ON-Off.
viernes, 3 de julio de 2009
Entre la confusión y la ignorancia y la dicha.
Una entrevista al respecto. Por Diego García Moreno
-¿Usted hace películas o documentales?
-¿Ve? Usted también me lanza al pantano. Esta pregunta está viva y me corresponde capotearla a cada rato. Pues sí, en Colombia la gente -en general- a estas alturas de la vida no sabe que los documentales son películas, o de antemano hace una valoración en las que clasifica al cine documental como una cinematografía menor, inferior. Esta actitud me recuerda la época de piloto cuando la gente me preguntaba si yo manejaba avión o avioneta.
-¿Cuáles serán las razones para este desconocimiento?
-Desconocimiento es ignorancia. No saber del tema. Y un verbo asociado a esa palabra, pero con consecuencias más perversas, es ignorar. No tener en cuenta. En cierta forma la vivencia del documental en Colombia tiene que ver con estas dos actitudes. Se ignora y se ignora. Supongo que esta actitud está relacionada con el hecho de que nunca han visto en una sala de cine un documental. Siendo optimistas, se les atravesó una película de pingüinos o una superproducción de Michael Moore, pero no más. Los espectadores entrados en años, en su mayoría, lo asocian en su memoria con unos cortos aburridos que les obligaban a ver antes de la proyección de los largos, por allá en los años ochenta, en los que un señor hablaba en “voice over” con tono irrefutable de un tema y su discurso superficial era acompañado por un ensarte de imágenes filmadas a la carrera, eso sí, en treinta y cinco milímetros.
Hoy en día la mayor parte de los espectadores consideran por costumbre que documental es lo que ven en algunos canales de televisión temáticos donde pululan programas editorializados de animalitos o de eventos históricos, acompañados siempre con la misma voz que todo lo sabe y con una curva dramática pre-establecida por los intereses de la cadena que difunde. Los más arriesgados, los que sintonizan canales públicos, han armado su concepto a partir de magazines con tono semi-institucionalizado, de bajo presupuesto, que tocan temas muy interesantes, y a veces hasta osan generar un look con muy buenos efectos digitales, pero que en su mayoría cuentan con limitaciones formales derivadas de la falta de presupuesto para investigación, de tiempo de realización y montaje, lo que es peor: de auto-censura. A veces se abre un campito, pero ¿en qué porcentaje? Minúsculo, inícuo.
Vemos pues que tradicionalmente ha faltado un espacio para la difusión de este tipo de cine; que a pesar de haber sido una forma que aparece desde los inicios del séptimo arte, recordemos a los hermanos Lumiére, fue víctima del desplazamiento que instauró la industria “hollywoodiense” en el mundo con su “star system” y cuyos reflejos aún se ven hasta en la tele, pues envuelto con el halo de no ser una fuente muy rentable de comercialización, las cadenas televisivas lo han hecho a un lado… a menos, que de pronto aparezca un producto bien sensacionalista o “de impacto”, como ellos lo denominan, y durante unos meses les permita mantener viva la idea ante el público de que sí se interesan en otras producciones sobre temas “reales”; y, además, es una enorme falla que por parte de las instituciones no se hayan creado mecanismos de distribución, espacios de proyección alternativos subvencionados que permitiera su divulgación y así la creación de un público.
-¿Podría precisar un poco más? ¿A qué se refiere cuando habla de cine documental?
-Hablo de formas no ficcionadas que no tienen un formato preestablecido. Que funcionan digámoslo libremente, sin un parámetro que unifique una programación periódica; obras que están marcadas por el sello de un autor y que exploran lo social, lo humano, lo ecológico, o cualquier temática sin recurrir a la suplantación de los roles. A diferencia de la salchichería televisiva, estos films toman riesgos estéticos y conceptuales, profundizan y dudan, se alejan de la propaganda y de la defensa institucional, polemizan, generan dudas, y al mismo tiempo entretienen. Porque algo sí hay que enfatizar, y lo sabemos quienes lo practicamos, nuestro esfuerzo cotidiano consiste en transmitir, comunicar, generando ritmos con imágenes y sonidos es decir, con elementos plásticos y musicales, variaciones dramáticas, tensiones, sorpresas, generar hilos narrativos con referencias o no al cuento literario, que conmuevan, hagan reír y llorar, que afecten orgánicamente al espectador, pero que siempre, y no conozco el caso atípico en lo documental, que haga reflexionar.
-Suena confuso…
-Sí, hasta para nosotros mismos, para los documentalistas, la palabra se ha vuelto más confusa. De tanto levantar la mano en coloquios, eventos académicos y en los festivales para preguntar que cuál es la diferencia entre documental y ficción, que cuál es el límite entre ellos, que qué es documental, y de escuchar siempre a los multiformes expositores -- ya fueran realizadores, productores, críticos, estudiosos o pensadores del tema -- testimoniar, asegurar, lanzar hipótesis, dictaminar, dudar, configurar un discurso a partir de su experiencia, llegamos al sentimiento, que no es conclusión, que la palabra es imprecisa, que se ha resumido a representar el cesto en el que cabe todo lo que no es ficción. No, no hay nada claro. A mi modo de ver esta incertidumbre le da importancia a la realización, porque empieza a colocarlo en un espacio que durante un buen rato no le fue asignado: una práctica artística. Creamos aferrándonos a las pistas de lo que literalmente la palabra propone. Documentar. Que pareciera querer decir recopilar pistas. Acumular huellas. Filmar, grabar, guardar imágenes y sonidos que correspondan a los personajes, a los objetos que no simulan ser otra cosa que ellos mismos, que representan y testimonian fragmentos de su vida y su muerte. Referentes de reconocimiento colectivo ya sean de aceptación o rechazo. Y quienes oficiamos el oficio de documentalistas las reordenamos con un cuidado que denota una voluntad de hablarle al futuro con más conciencia que al presente. Es como la generación de una arqueología preordenada. Pero es tan variada la materia prima que tenemos para armar nuestro mostrario que cada vitrina pareciera proponer su lógica propia. Y la confusión se hace más grande cuando empiezan las pantallas a llenarse de juegos derivados del análisis de lo que creíamos era el principio fundador: la realidad. ¿Qué es la realidad? Y aumenta la gran duda. Entonces entra ahora al baile un nuevo invitado: el concepto de falso documental, y la confusión aumenta. Pero lo que sí sabemos es que hay un límite, una diferencia, que se nos hace sentir cada que vamos a buscar financiación, cada que participamos en un concurso, cada que buscamos un espacio en una pantalla ya sea de sala de cine o parrilla de televisión. Viene de nuevo la palabra género y quedamos a la intemperie de los tentáculos imperiales de la ficción.
En una época creía que el documental era imprescindible, que era como una necesidad política e histórica de los humanos, de los países, de las familias, y que quienes deciden el menú algún día lo comprenderían. Pero no fue así. Si tomamos como principio de análisis la realidad de las pantallas colombianas llegamos a la conclusión de que lo imprescindible y necesario ya fue decidido: son las telenovelas. Las de todo. Las que cuentan historias de amores y tráficos tormentosos de bienes o sentimientos con un refuerzo infinito del melodramatismo, así como está descrito y escrito en el diario transcurrir de nuestro país; telenovelas con vedettes con teta de plástico y naricilla estirada con sacapuntas, o telenovelas con héroes de camuflado o de corbata para camuflar el camuflado; noticias telenoveladas de la guerra y la economía que relaten las desgracias internacionales o intermunicipales. Hasta el deporte es una gran telenovela que nos hace llorar, padecer, hasta eyacular o infartar. Parece que ese “capricho” de construir historias con otros parámetros que tengan en cuenta por ejemplo el respeto del tiempo y la intimidad de personajes que nunca nadie había visto, o de otras maneras críticas de ver a los eventos o los protagonistas de la vida pública, no condensara la dosis de dramatismo que le conceda su estatuto anhelado; el hecho de recordar gestuales, pedacitos de su tiempo en sincronismo con el viento que soplaba ese día, con la humedad del momento cuando ocurría la catástrofe, con el tenue rayo de luz que nunca se repetirá, con esa variable imprecisa del punto de vista que sólo pudo hacerse desde ahí y nunca más, no fuera digno de la atención que regala lo inútil, y la lectura no fuera más allá del calificativo de aburridor, de cargado de “tiempo muerto”, de la crítica demoledora hija de la moda vertiginosa de los video-clips construidos con imágenes hipercortas que se usan de parámetros y conllevan a los programadores a decir “no, eso no nos interesa. A bailar chucu-chucu, mijo.
Ahora pienso que los docus son imprescindibles para ciertos románticos que seguimos creyendo en eso. Pero ahí está la dicha, el juego de pelearle a lo que parece imposible. A lo mejor el derecho a afrontar de frente nuestro tiempo se ha vuelto una utopía… Bienvenida sea.
-¿Y sí hay una producción de este tipo en Colombia?
-Por supuesto. Claro que hay problemas para enterarse de lo que se está realizando. Hace unos días, por ejemplo, fue publicado por las entidades que administran políticas y ayudas oficiales para la producción cinematográfica el balance del cine colombiano 2008 y, vaya sorpresa, no aparecían los documentales. Algunos realizadores y la asociación Alados pusieron el grito en el cielo ante la discriminación. Le tocó entonces a la página semanal de información en su edición del 10 de enero publicar una página especializada. Eso habla claramente de cómo la ignorancia y valoración de las prácticas genera aun dudas hasta en las más altas esferas de la cinematografía colombiana. (Recomiendo a los interesados buscar en Internet la publicación Claqueta del Ministerio de cultura de esa fecha, 10-01-2009, para enterarse de títulos, presencia en festivales, premios, etc.)
-¿Podría hacer un resumen de ese balance?
En mi calidad de autor-productor, prefiero no entrar a mencionar títulos de películas ni autores. A medida que pasa el tiempo prefiero compaginar mi creación y la crítica a través de lo que expreso en mis películas. Lo que sí puedo asegurarle es que este virus del documentalismo pica más y más a las nuevas generaciones. De cierta manera la información documental ayuda a llenar un enorme vacío de memoria que padece Colombia. Los jóvenes se preguntan quiénes somos, de dónde venimos, cómo es nuestro accionar. La aparición de nuevas tecnologías con precios más económicos tanto en cámaras como en programas de edición permite que muchos de ellos se lancen a realizar documentales. Estamos en un período donde entonces se van creando nuevas ventanas para poder entrar en contacto con estas producciones. El problema es cuando usted quiere profesionalizarse en el oficio, vivir de él…
-¿Usted lo ha logrado?
-¿No le parece increíble? Yo me pregunto a cada rato cómo ha sido posible. Toca remar y remar. Complementar con prácticas afines al oficio. Entender que toca completar la quincena con salaritos pedagógicos, con talleres, cursos, prestando servicios como empleado en otras producciones, tratando de ahorrar un poco para invertir en equipos que se alquilan o disminuyen los costos del trabajo propio, trabajando como técnico, etc. Yo tuve la fortuna de haber estudiado también imagen y de vivir y producir mucho tiempo en Francia. Allí se valora más esta profesión y existe un concepto maravilloso que se llama derechos de autor. Aquí existen por ley, claro. Colombia hace parte del campo de acción del copyrights, que funcionan muy bien a nivel moral. Pero a diferencia de la visión europea, la explotación de un producto genera fuentes para los autores, que son inviolables, aquí le respetan a uno el nombre, el honor… imagínese. Pero así y todo desde hace treinta años sólo he ganado algunos pesos que provienen de la cinematografía. Le cuento que en mis años de estudiante fui proyeccionista.
-¿Mirando otros aspectos, a nivel de contenido, usted qué hace?
Hace varios años en un artículo que publiqué en la revista Número llamado “Imágenes de un país desconocido” me refería al rumbo hacia lo documental que había tomado mi producción cinematográfica debido al espacio privilegiado que encontraba en esta disciplina que me permitía a mis anchas compilar, explorar, experimentar en su representación audiovisual acerca de elementos esenciales de la vida y la multiculturalidad de la que está repleto el país, hacia personajes que nos conducen de manera impensada hacia el meollo de nuestros asuntos, hacia el inevitable conflicto y la violencia que nos acompaña desde los primeros días, hacia la belleza insólita del territorio y al entruncado tiempo en el que me –nos- ha tocado vivir. Me refería a las películas en que utilizaba la palabra Colombia: “…elemental”, “…horizontal”, “con-sentido”. Hacía alusión al desconocimiento arraigado que teníamos de nuestro país, de su diversidad, y cómo esa ignorancia ha sido un generador de irrespeto y violencia. Creo que el rumbo de ese trabajo no se ha desviado, así como pienso que de esa época a la actualidad poco hemos evolucionado socialmente, que los grandes problemas del país siguen intactos y que las razones que guían mi trabajo siguen siendo pertinentes. Me arriesgaría a asegurar que esas premisas son compartidas por una gran mayoría de quienes practicamos la aventura artística del documental.
-¿Y en presente, qué aporta de nuevo a nivel de realizaciones?
-El año pasado terminé dos películas. Como hecho curioso para la actual producción en Colombia, ninguna de ellas fue producida con ayuda del fondo para el Desarrollo Cinematográfico. Lo menciono porque las convocatorias se han vuelto aparentemente casi la única esperanza de financiación nacional para una producción independiente en documental. Bueno, el año pasado hubo también una convocatoria de televisiones regionales, una para cada canal, pero no veo más. Los títulos realizados son “Y como para qué de arte de qué” y “¡Danza, Colombia!”. Siguiendo la línea que mencionaba anteriormente el tema esencial es el país. En esta oportunidad son visiones desde el arte a partir de la producción regional que fue seleccionada para los “Salones Regionales”, la primera, y la otra a partir de la danza en la región Caribe, Zenú, Montes de María Cartagena. Ambas tuvieron fondos de la Dirección de Arte del Ministerio de Cultura en coproducción con mi productora Lamaraca Prod. De una cosa estoy seguro con esta parejita: no se inflarán a 35 milímetros y no se verán en salas comerciales. Fueron realizadas en video y no son ficciones, perdón por la insistencia. Así como ocurrió con otros dos títulos que terminé en años anteriores: El corazón y Las castañuelas de Notre Dame. Estas sí recibieron ayuda del fondo. Estas cuatro películas, al igual que otra docena que presenté en el Festival de Cine Colombiano de Medellín - en el que paradójicamente se le ofició un homenaje al trabajo “cinematográfico” realizado junto a mi hermano Sergio - no cumplen con las características que se exige en Colombia para llegar a los “templos” comerciales que oficializan el carnet de cineasta.
Tal vez lo que ha cambiado dentro de mi forma de concebir el cine desde aquella época del artículo mencionado al presente es que cada vez siento que es más importante la inserción del cine en los ritos multidisciplinarios, el cine como un ente ligado a otras prácticas. Cada vez me desilusiono más de la vivencia del cine como simple entretenimiento y negocio y como botín de distribuidores. Viendo cómo los llamados hábitos de los espectadores van modificándose con los cambios tecnológicos, y para poder mantener viva la práctica en la profesión que me interesa, me ha correspondido re-pensar, experimentar, re-diseñar estrategias para mantener viva la práctica cotidiana del oficio y que me permitan llegar a espacios y públicos diferentes a los que sirven de medidor oficial de la práctica cinematográfica.
-¿Ha hecho algo al respecto para aterrizar a esa visión?
-Tal vez el experimento más osado y exitoso fue el procedimiento al que recurrí para difundir “El corazón”. Dada la temática, el corazón herido de un país, el riesgo de la muerte personal por enfermedad cardiaca, la universalidad de la vivencia del pulso vital a nivel personal, familiar, social, consideré que la película tenía que ser vista en grupos, de una manera ritual, en sala. Pero no simplemente con un espectador sentado frente a la pantalla. Quería que la gente se reconociera como cuerpo individual y colectivo. Entonces recurrí a invitar brigadas médicas para que le tomaran el pulso a los espectadores. Propuse buscar la gráfica del estado del ritmo cardíaco nacional en un período de conflicto. Imagínese usted el efecto de sensibilización que eso produce. Ver “El corazón” con conciencia de haber escuchado el suyo. Quería que la gente recordara ese mundo de canciones populares que tararea a diario y que hablan del corazón; llevarlos a leer poemas de los grandes autores de nuestro país alusivos al corazón; pero y lo más importante, colocarlos frente a un referente que era la película donde los grandes problemas de la guerra y la injusticia colombiana estaban encarados, provocar la discusión. En un país donde no nos miramos a los ojos, utilizar al cine como un elemento de discusión, de diálogo.
Pero este ritual no se podía realizar en las salas comerciales de proyección. Allí lo más importante como aditivo es comprar crispetas. Y lo más triste es que al país de las regiones no están llegando las películas. No hay salas. Pero a sabiendas de que sí hay proyectores video en casas de cultura, en bibliotecas, en universidades, en bares, en múltiples espacios, logramos que en una noche la película fuera difundida en más de cien municipios. Interesante la vida de este corazón porque aparte de esta difusión nacional ha tenido una enorme participación en selecciones oficiales de festivales internacionales. Creo que ya vamos como en 25. Desde Guadalajara hasta Londres. De Sidney hasta Buenos Aires, Sao Paulo y Santafé de Antioquia.
Otro caso interesante fue el experimento de producción de “Y como para qué de arte de qué”. Considerando que era importante promover el seguimiento audiovisual de procesos de arte en las regiones, diseñé una estrategia de canje de derechos. Autorice utilizar archivos de un pequeño documental que usted haga sobre un artista seleccionado para los salones regionales a cambio de los derechos para su región de un documental realizado por mí entretejiendo archivos de todo el país. De esta manera logré que la película, esta sí para tele, fuera difundida por cuanto canal regional y público existe en Colombia. Desafortunadamente otras películas como es el caso de El sacristán de Notre Dame, que coproduje con Francia y que fue difundida por toda Europa en canales comerciales y públicos y ha participado en múltiples festivales internacionales, no haya sido casi vista en Colombia. Cuando se la ofrecía a los programadores de los canales comerciales me contestaban: “Ay, Diego, qué belleza, pero no hay espacios en la parrilla”; y cuando se la propongo a los privados, ofrecen una miseria. Y es curioso, porque hay películas que siento que pueden regalarse, que tienen un sentido de producción colectiva, entregarse por precios, bajos abrir sus derechos, pero hay otras que tienen tal inversión personal, que ha sido tan alto su costo de producción que no pueden regalarse y hay que defender sus derechos.
Olvidaba mencionar un aspecto que tiene que ver con la promoción. Con “El corazón” ocurrió otra anécdota relevante que es bueno mencionar. En un determinado momento una casa distribuidora de cine, asociada a un canal privado, se interesó en promoverla en el caso de que fuese aceptada por una exhibidora de cine. Ellos aportarían en su cadena los espacios para su promoción. Cuando calculamos el equivalente de los costos promocionales con respecto a los costos de producción, a nuestra inversión, me di cuenta que tendría que entregar todos los derechos por concepto de entradas a la casa que publicitaba, que por tener el lujo de exhibir en gran cartel el afiche tan bonito de la peli, sacrificaba la retribución de las entradas. A eso se sumaba que yo tendría que pagar los costos de inflado a soporte cine en 35 mm y su tiraje de copias. ¿Cuántas salas de cine pasarían un documental? ¿Cuántas copias? ¿Cuál es el valor de una copia? ¿Cuántas personas entrarían? ¿Cuántas semanas mantendrían los distribuidores mi producto en escena? ¿Tenía que competir en igualdad de condiciones con las maquinarias promocionales de Harry Potter y El Hombre Araña? Mejor dejar a un lado el negocio. A la semana estaría fuera. La vivencia del mito de las salas fue desmoronándose para mí. Y ahí fue cuando tomé también conciencia de la falta de presencia de las salas de cine en el país, como lo mencioné anteriormente. Las salas se concentran sólo en grandes capitales. ¿Por qué no podía proyectarse en video como lo hacían en excelentes condiciones en los festivales? Si estamos en transición tecnológica ¿por qué Colombia no se actualizaba? El día que las proyecciones video sean aceptadas a lo mejor entraremos a esas ventanas. Por el momento nos toca inventar espacios y encontrar financiaciones. Sé que actualmente la red de salas alternas comienza a tomar forma. Esperemos que se convierta en una realidad y logren tener el apoyo y una estructura de promoción que llenen en parte ese vacío.
-Se dice que lo mejor es coproducir y buscar ayudas internacionales. ¿Es posible en lo documental?
-El cine es muy costoso. Se necesitan muchos fondos. Claro, existe la posibilidad de coproducir y es la vía aparentemente más eficaz. Lo importante es encontrar coproductores que realmente tengan que ver con la película que vaya a realizarse y que tengan una empatía privilegiada con el director y el productor. No todas las películas están concebidas para que entren capitales de aquí o allá. Hay que tener muy claro si la coproducción debe ser nacional o internacional. Cuando realicé “Las Castañuelas” era evidente que se necesitaba un coproductor francés. Y se logró. Cuando produje El corazón, dada la temática, la forma que pretendía darle, sabía desde el primer momento qué tipo de experimentación formal buscaba y no me interesaba filtrarla bajo ciertos criterios que predominan en las producciones internacionales. Por fortuna, a mi modo de ver, la apuesta fue acertada. Actualmente preparo un trabajo con una gran artista colombiana, Beatriz González, que podría ser el inicio de una serie internacional y, claro, he comenzado a buscar en Latinoamérica colegas y fondos para coproducir. A veces la gente se ilusiona pensando que hay plata por fuera disponible para las temáticas colombianas. No es así. Los fondos son limitados y los países son muchos. En una época se creía que Europa era la panacea. Vaya y vea cuántas son las horas coproducidas con América Latina para que se desilusione. Lo que sí creo que es que hay espacios en desarrollo como son los países de nuestro continente. En los últimos años se han multiplicado los esfuerzos por generar espacios de financiación y circulación de productos audiovisuales en Ibero-América y eso es bienvenido, pero es apenas un comienzo. Ojala se logren abrir mucho más esos mercados.
-¿Y coproducir en Colombia?
S-ería lo ideal. Sabemos que en Colombia hay una Ley del Cine que estimula a los inversionistas a cambio de exenciones tributarias a apoyar el cine. El problema es que sólo cuenta para productos en 35 milímetros para difundir en sala. Ya hemos hablado de las limitaciones que eso tiene en el caso de los documentales; tendríamos más apoyo si la ley general de cultura extendiera esas inversiones a producciones de formatos diferentes. No puede negarse que hay pequeñas coproducciones internas. Sobre todo colaboraciones entre empresas que tienen que ver con la producción. Las que ofrecen sus equipos para el rodaje, las que ayudan en la coproducción, la participación de quienes trabajan en ellas. Pero creo que falta aun profundiza mucho y realizar en la coproducción entre cadenas y casas de producción privadas. Entre empresas financieras y productores.
Hay que tener en cuenta además, a nivel de coproducciones internas, que en Colombia asociarse es muy difícil. Imagínese, no más, que por ejemplo entre una entidad pública, digamos que entre un ministerio y una casa productora no puede realizarse una coproducción porque la casa productora tiene “ánimo de lucro”. Cómo no va a tener un productor o un director o cualquier persona “ánimo de lucro”. Los colegios, los que venden la leche y la carne, la ropa, cualquier cosa tienen esa palabra tan simpática: “ánimo” y no van a entregarte los servicios gratuitamente. Lo que pasa es que hay el pánico del “tumbis”. Cómo habrán sido las tumbadas al erario público por parte de quienes hacen los grandes negocios que hasta a las relaciones comerciales con el arte y la cultura le han puesto semejante traba. Entonces tienen que inventar asociaciones sin ánimo de lucro que sirven de intermediarias al estado para que puedan desembolsar un billete y realizar con ellos contratos paralelos pagando por supuesto un porcentaje de administración a la intermediaria.
-¿Y para el futuro del cine colombiano en general qué augura?
-Para lo documental, supongo que toca seguir remando. Sé que quienes consideramos una dicha y una necesidad realizar ese tipo de trabajo, la haremos. Es cuestión de poesía y de política. Ojala tanta cantaleta que echamos, que la misma acogida de nuestros trabajos por el mundo y toda esa producción joven que se ve venir vayan abriendo mejores perspectivas de difusión y condiciones de vida para sus artífices. ¿Y para la producción de ficción? Envíeme la revista cuando esté listo el número de Número con la separata sobre el cine colombiano y le haré mis comentarios. De todas formas, fíjese y verá: es el mismo cuento que con todas las formas de expresión artística en países tan desconcertantes –impredecibles- como el nuestro. ¿No le parece?