Si la demolición hubiese sido al mediodía no le hubiera prestado atención, pero siendo al atardecer no pude hacer otra cosa que ver, oír, callar y pensar. Esperé a que la luz del poniente fuera apareciendo por los boquetes de los muros que le abría a golpes el brazo de la grúa. Ví el techo caer, las vigas resquebrajarse, los marcos de las puertas y ventanas siendo extendidos en el piso. Esperé a que la noche ganara terreno y se diseñara un nuevo horizonte sobre los cimientos de lo que fue una gran casa en los límites del barrio. La ingeniera en su casco blanco se mostraba satisfecha. El comprador de antigüedades mentalmente acomodaba las piezas recuperables en el patio de su almacén. La grúa apagó el motor. Los obreros se despidieron. La ingeniera y yo nos ignoramos y partimos. El celador, de botas, envuelto en una capa plástica, caminó lentamente sobre los escombros. Una ráfaga de brisa helada sacudió el bosque a nuestras espaldas. Me pareció escuchar murmullos, oraciones, lamentos, un algarabía de cubiertos y trastes, una bandada de adioses optando por camuflarse entre el ruido de los autos que cruzaban veloces hacia la noche.
Diego García Moreno
bogotá, abril 25 de 2013
Asi se derrumba el Pais del GRAN COLOMBIANO.
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