XXXIV
ENTREGA 10
LA FIESTA VIRTUAL
Llegó junio con su garúa. Se fue mayo y me quedé esperando las lluvias de abril. Los embalses entran sedientos al verano. Una tormenta de aburrición colectiva amenaza con invadir al mundo. Una de las etapas que acarrea el encerramiento es la del tedio generalizado. Lo sé porque miro mucho mis manos. ¿Cuántas veces me he cortado las uñas durante estas 10 semanas? Tal vez cuatro…¿cinco? Cuatro veces con cortauñas y una con tijeras. Hace décadas que no me como las uñas. Debe haber gente que se corta las uñas por calendario. Yo me las corto cuando estorban, así como el cabello. El pelo me lo corté una sola vez. Fue radical. Cráneo, mentón y periferia del labio superior. Adiós cola de caballo y candado. Sin máquina, a pura tijera. Ya no soportaba el calor en las orejas ni ese reguero de canas sobre las sábanas, en el sofá, en el baño. Dale, querida, le dije a Sally, sin timidez. Ve a ras de cráneo. Equivalente a cuchilla dos. La desesperación capilar durante el fallido festival de Cartagena fue horrible. No entiendo cómo los rastas soportan tantas mechas en tierra cliente. Las uñas y el pelo son la verdadera conciencia del tiempo.
Después de mear, de lavarme las manos y de darle una inspección a mis ojeras en el espejo, pensé en Alfredo Molano. Se murió en buen momento. Cómo sería su depresión sociológica en medio de esta cuarentena. Alfredo tenía que estar caminando por este país para ser feliz. Caminando y contando las variables de la infamia nacional. Yo me la paso subiendo y bajando escalas y contando los días en el encerramiento. Hoy estás exagerando me responde el espejo. Te la has pasado trabajando. Sí. Es cierto. La única ventaja para quienes practicamos el encierro desde hace años, es que hemos estado súper ocupados, en gran parte por puro placer, mas que por economía, aunque el ruido de los cascos de la cabalgata de preocupaciones económicas se aproxima. Me he convertido en un agricultor y un tahúr. He escrito tres proyectos para concursar en convocatorias fílmicas. Dos en bingos literarios. Juicioso, siembro semillas laborales a futuro. Pero su germinación no depende del ciclo natural sino del gusto de los jurados que las valoren. Es un juego de azar. Ayer entregué un proyecto. Debo estar a punto de una depresión post-parto, le contesto al espejo. Necesito socializar. A pesar de que empiezo a sentir una apatía total por las comunidades virtuales, hoy necesito de ellas.
Hace muchos meses no me tomaba una gota de alcohol. Le dije a Amanda por el whatsapp que quería emborracharme. Hagamos una fiesta zoom. Listo. Yo me encargo de invitar a David, Gilma e Isa. Que no hayan más de cinco computadores porque se vuelve un despelote. Eran las tres y veinticinco de la tarde. Los sábados cierran El Kony a las tres y treinta. Debo correr. Me puse el pantalón de la sudadera negra sobre el pantalón a cuadros verdes de la piyama, el tapabocas azul claro sobre mi nariz, boca y cumbamba, como recomiendan en la tele, agarré las llaves y, en sandalias, sin medias, sin ponerme un suéter, salí del apartamento. Con el codo oprimí el botón del ascensor. Me saludó un viento helado que recorría el pasillo. El obligado medio de transporte vertical tardó tres minutos en abrir su puerta. Por fortuna no había nadie. Le tengo pánico a los encuentros en esa celda voladora. Treinta segundos más tarde saludé a la portera uniformada del edificio. La puerta abierta me mostró un piso húmedo entre el portón y la tienda del conjunto. La garúa está en su esplendor. Cuidado te resbalas, me dije. Estas sandalias son de un plástico sospechoso. Los dedos de los pies palidecieron rápidamente. Vamos. Al trote, atento a no resbalar, atravesé los treinta metros que separan la tienda de la entrada de mi torre. No había cola. Al cruzar la puerta, la voz de Mauricio, el empleado, tras su tapabocas me pidió que esperara. Distancia social obliga. Una mujer que no veía desde aquellas lejanas mañanas de sudor en el gimnasio, cancelaba sus compras. Bernardo Gutiérrez esperaba a un metro de la caja y otro cliente retiraba sus productos de las estanterías. ¿A que horas cierran? Me mostró su reloj. A las y media. Ya. Sos el último. Me sentí orgulloso. Una botella de clorox aerosol, atada con una cuerda a la manija de la puerta, me miró. Me eché una dosis copiosa en las manos y las refregué. Al colocarla en su estante leí el letrero que debí haber leído antes de usarla. “Por favor desinfecte la suela de sus zapatos antes de entrar”. Mierda, era para los zapatos, no para las manos. Vacié una dosis en las sandalias. Un olor a orinal de discoteca se apoderó del espacio. El viento helado volvió a saludarme. Soy una bestia, cómo no me puse un suéter. Ahora atrapo una gripe y me transformo en un sospechoso de infección. Salió la mujer. Cruzamos un hola intertapabocal sin complicidad visual. Bernardo me preguntó como estás y salió. Este barrio es especial. Todos nos conocemos, aunque seamos los enmascarados de plata, pensé. Fui directo a los whiskys, pasé una ojeada por los precios. Recordé que hace cuatro meses no llega salario y pedí media de Black and White. Whisky de perros, no importa. Lo importante es emborracharse. Todavía tengo crédito. Firmé. ¿Bolsa? No. Gracias. Cabe en el bolsillo. Volví al trote bajo la lluvia. Portería, ascensor. Piso 18. Quítate las sandalias antes de entrar y lávate las manos. Me lavé las manos con jabón siete veces en dos horas. El olor a desinfectante se fue hasta los huesos. Ahora, a esperar hasta las siete. Tendremos fiesta virtual. Ah, sí. Me afeité, me puse ropa limpia y canté al piano un par de tangos.
La cita virtual es a las siete. Amanda, productora por naturaleza, nos mandó por correo el enlace. Será por Jitsi.com . No conocía esa plataforma. Tiene la ventaja que no tendremos interrupción por límite de tiempo, me dijo. Muy bien. La cuarentena nos enseña las ventajas y las desventajas de las plataformas. ¿Quieres que nos veamos por zoom o por skype? ¿Te queda bien por Google meet o nos hablamos por el Messenger? Para mantenernos ocupados, para que no estemos solos y no vayamos a deprimirnos, nos están invadiendo de invitaciones a conferencias, charlas, conversaciones, coloquios sobre todos los temas habidos y por haber en épocas de coronavirus, que fulanito de tal estará en Facebook life a tal hora, y la ministra, o el economista, o el defensor de derechos humanos, o el Dalai Lama, y los senadores sesionarán, y todas las clases desde las matemáticas hasta el yoga serán, y la lectura de poemas tendrá lugar , y el lanzamiento del libro, y el concierto para tal causa, y la orgía será y todo, absolutamente todo, pasa, pasó o pasará por una pantalla dividida en cuadritos. La presencia virtual es nuestra nueva realidad. Vamos acostumbrándonos a ella, y tenemos que empezar a diseñar oportunidades placenteras. No, no es la realidad virtual, esa es diferente: allí tu construyes un personaje y le asignas un lugar, un oficio, una personalidad…¿Y acaso no es lo mismo? ¿No estamos construyendo nuestro personaje virtual? A ver, hoy, concretamente, tengo ganas de sentir desorden y respiraciones y sudor, de cantar como si estuviera en una fiesta, de gritar, de hablar desordenadamente, de sentir pieles a mi lado, la amistad, personas, no figuritas. ¿Cómo violentar ese cuadrito para que me de la sensación de que es una persona, que realmente sos vos?
¿Será que me tomo el primero? No, aguanta, la puedes cagar antes de tiempo. Chequea el correo, verifica cuántos visitantes han leído tu diario de cuarentena en el blog. Tu ventana portátil está cargada esperándote. A las seis y media, husmeando mensajes en Facebook mientras llega la hora, me enteré de que Guillermo Arriaga estaba en zoom hablando con Carlos, el dueño de Luvina, la librería de enfrente, y con Armando Russi , un amigo crítico de cine. Recordé que Fernando Vicario me había hablado maravillas de la última novela del escritor y cineasta mejicano y que hace unos años fui a la presentación que hizo en la cinemateca distrital de su película Fuego. Tanto la película como él me parecieron tan petulantes, que cuando Fernando me contó de su fascinación por el libro, no me sentí tentado de leerlo. Pero ahora, en la antesala de una fiesta, con la mente dispuesta a nuevas sensaciones, me dije por qué no, a lo mejor esa aversión fue cuestión de momento, escuchémoslo de nuevo a ver qué dice.
Dí clic sobre el enlace y apareció en la pantalla el mosaico zoom con los personajes en cuestión. Arriaga ocupaba su cuadrito, atento, en actitud serena, muy apuesto y relajado. En el cuadrito siguiente estaba el librero con sus pelos de la barba y el cabello revolcados, en una posición medio inclinada, visiblemente incómodo; en ese momento hablaba y se retorcía sin tener conciencia de la cercanía de la cámara; analizaba, trataba de decir algo con respecto a la estructura de la novela en tono profesoral, de académico practicante y convencido; él suponía que para lograr tal fragmentación había pasado por un análisis complejo, profundo, referenciado a un gran conocimiento de las formas más sofisticadas de la literatura universal, y que el hecho de encontrarse ante una novela de 700 páginas traía a la memoria la época de la gran literatura latinoamericana. No, Carlos dijo el escritor. Ese no es mi caso. Yo no hago estructuras ni planes de escritura. Lo que yo escribo sale de mis experiencias vitales. Cuando me siento a escribir no tengo ni idea para dónde voy, la novela misma va diseñando su forma y esta fragmentación que está en la novela es porque ella la fue pidiendo. Yo no pensaba escribir 700 páginas, creía que era un relato de unas 150, pero yo lo que hice fue descubrir su forma, es como si la novela le hablara a uno, y ella fue pidiendo más y más. Tampoco tengo referencias directas de escritores que me la hubieran inspirado. No fue lo que me inspiro Rulfo o Borges. No, cuando leí “El llano en llamas” aprendí de Rulfo que cada escrito necesitaba encontrar su propia forma y eso es todo. Y así es en todo lo que escribo.
Me dio la sensación de que el profesor universitario había fallado en su acrobacia conceptual y que el escritor lo obligaba a aterrizar en un territorio en el cual no lograba formular preguntas simples. En su ayuda entró Óscar, el habitante del cuadrito siguiente, un muchacho que podría ser mayor de lo que aparentaba, lampiño y de gafas, asiduo de la librería, quien en un intento de salvar a su colega que parecía maltratado con la respuesta del invitado, con su voz aguda, como de silbido de un ratón de biblioteca , le dijo: Guillermo, puede que tú no estructures un plan, pero en tu obra hay una serie de repeticiones, o de obsesiones, de situaciones que hilan entre ellas, o hacen coincidencias reiterativas entre los libros. Por ejemplo, en tal situación en tal novela en tal párrafo en tal diálogo, fulanito dice esto, y en aquella fulanito dice esto, y eso es premeditado. Como no he leído ninguna novela de Arriaga, simplemente me fijé en la forma también retorcida, en este caso con tono de arqueólogo triunfador, con la que Oscar exponía sus hallazgos estilísticos al escritor. Mientras el encuestador de turno extendía sus palabras, ví a Arriaga delinear una sonrisa minimalista en sus labios, hasta que no pudo contener su deseo de intervenir y le dijo claramente: Óscar, te confieso que yo no tenía ni idea de esas coincidencias. Eso lo escribí porque conocí en carne y hueso esos personajes y todo eso les sucedió. Seguramente loss rastros quedaron grabados en mi inconsciente y reaparecieron como anécdotas cuando escribía, pero en ningún momento fue un acto planificado. Carlos volvió a insistir en que esa utilización del lenguaje con su despliegue de precisión en los niveles socioeconómicos en los diferentes capítulos denotaba una investigación concienzuda de las maneras de hablar del mundo maloso en no sé cuál estado de Méjico, así como ese refinado lenguaje en el mundo culto… Y volvió Guillermo a decirle que nada de eso. Por una parte que el estado al que se refería no era el que tú mencionas Carlos, le dijo, se trataba de… yo no recuerdo cuál, me pierdo en la geografía mejicana. Que él creció en un barrio que hablaba así y sus amigos cultos utilizan un lenguaje así y que él no tuvo que investigar nada más allá de sus referentes personales. Arriaga comenzó a caerme bien. ¿Será que estos entrevistadores se dan cuenta de la amasada que les están dando? Al parecer sí, porque decidieron cambiar de tercio. Hablemos de cine. Tú has sido director y guionista. Sí, pero te aclaro que a mí no me gusta esa palabra “guionista” respondió Arriaga con un raquetazo simple. Es un desprecio al escritor de cine. Guión es una palabra que minimaliza el trabajo, que convierte un acto de creación tan arduo y profundo como es la concepción de una trama, de unos personajes, en un referente, en una simple “guía”, para que otro, el director, trabaje como si fuera el único autor. El escritor es también autor de la película. Yo nunca he escrito para otros. El cambio del interrogatorio parecía llevar al mismo hueco. Suficiente. Joder, son las 7 y cinco. Estoy llegando tarde a la fiesta. Cambio de teleconferencia.
Amanda está ahí. Sola, copa de vino en mano. Ocupa toda la pantalla. No se ha agregado ninguna celda al mosaico. Sally baja con la guitarra. Estás de combate, súper. Aquí estamos preparados, le dije a Amanda. Levanté el portátil del mesón de grafito negro, frente a la cocina, hice un giro para quedar mirando hacia el salón, sirviéndome de la pantalla enfoqué el piano, a su lado esperaba el batajón, mi instrumento estrella de percusión, una caja hexagonal alargada, de madera pulida y barnizada, mezcla de tambor batá y de cajón peruano, y fui en travelling hasta la biblioteca que hay bajo el ventanal que contiene a una bogotá nocturna, iluminada hasta lo que llaman infinito, para mostrarle la canoita donde reposan las maracas. Guauu dijo Amanda. Es en serio, le respondí. Cada cual tendrá que hacer un show. Sally pregunta si queremos un campari, Amanda levanta su copa para brindar. Espérate un momento. Regreso el portátil al mesón. Ya voy mi amor, voy a servirme un whisky. Saco tres cubos de hielo del congelador, los hecho al vaso y dejo caer de la botellita verde un generoso trago. ¡Salud!
Rompí la abstinencia. Hace como año y medio no sentía el líquido amarillo esparcirse a plenitud por mi cavidad bucal. Sentí que todas mis papilas gustativas pasaban por un proceso de desinfección espirituoso y una descarga de electricidad partía veloz hacia el cerebro e iluminaba la estantería de la dicha. El olor a clorox desapareció definitivamente. Tuve ganas de llamar a Aleja, la propietaria del Kony para proponerle que pusiera una botella de aerosol repleta de desinfectante escocés a la entrada de su almacén. Los compradores tendrían aroma de fiesta. Salud. La palabra de moda pesó tres veces su peso. Salud, salud, salud. Vino blanco, campari y whisky. Izamos los colores de la bandera. Y no fue sino levantar los vasos para ver reflejado en el cristal el símbolo patrio que proyectaba el edificio de Colpatria, el insoportable edificio pantalla que esa noche era de tres franjas, diez pisos amarillos, diez, azules y diez rojos, sobre los que desfilaban unos muñequitos héroes vestidos de blanco, verde o azul clarito, con estetoscopio y tapabocas. Imposible apagarlo. Ignorémoslo.
La pantalla del computador respondió trayendo un nuevo cuadrito. Hola Vilma. Sentada delante de una tela estampada con un mandala hindú, sonriendo con actitud de recién llegada, nuestra casi agregada audiovisual de la embajada de Francia hacía su aparición en la cita. No la veía desde el festival de Cartagena. Ajá ¿y cómo va la embajada? ¿Estás yendo? No. Trabajo desde mi casa. Le recordé que había quedado inmortalizada en el diario de cuarentena mi blog. Sí, yo sé. Soy la amiga que se hizo el examen del coronavirus y resultó negativo. Pero quedó la duda: el embajador me recomendó que me hiciera una nueva prueba esta semana . ¿Has estado bien de salud? Sí, perfectamente. El problema es que ya nadie sabe si es portador asintomático. Seguramente, como están proponiendo que volvamos a la vida laboral normal esta semana, no quieren correr riesgos. Bueno, antes de regresar a nuestros espacios laborales… ¿Será que yo tengo un espacio laboral distinto a mi cama o la cama del cuarto de Tomás, el ausente? Soy un escritor horizontal. He olvidado que tengo una oficina abandonada. ¿Seré capaz de regresar algún día a la posición en zig-zag de escritor sentado? Qué difícil. Pero no pensemos en eso. Divirtámonos.
Me encanta saber que no llegamos a una teleconferencia puntual. Esto es una fiesta, y cada cual entra cuando quiere, a una hora aproximada. ¿Tenemos límite de tiempo? No. Por eso no la programé en zoom. A los cuarenta minutos nos cortarían. ¿E Isa? Ella no es seguro que venga. Está cuidando a una sobrina. Pues que la traiga. Conociéndola, no lo hará…¿Y David? Pregunté. Él si confirmó, dijo Amanda, pero ese muchacho es costeño y no podemos cambiarle sus rutinas elásticas. Bastó mencionarlo para que apareciera acompañado de La China. En sus ojos viajaba una tranquilidad placentera, como de alguien que ya hubiera iniciado su propia fiesta hace rato. A su lado La China, su compañera de ascendencia oriental, pequeñita, juguetona y muy bien vestida, sonreía con sus ojitos rasgados.
-¡China, te pusiste la pinta!- grité. -¿Y trajeron la guitarra?-
-Allí la tiene colgada-, respondió ella. David extendió aún más la sonrisa y la dejó quieta. Cuatro pantallitas somos mosaico.
-Tocará actualizarnos-, dijo Amanda.
-Empecemos por orden de aparición. Dale tú. ¿Estás en tu casa?- preguntó Sally.
-No, estoy donde mi madre, contestó Amanda.
-Queremos verla ¡Que se ponga!
- No, ella está escondida por allá.
Todos gritamos, hola mamá. Y la mamá contestó hola desde lejos.
- Pues yo trabajando como loca, dijo Amanda. Nunca había tenido tantas reuniones. Parece que con este cuento del tele-trabajo se perdieran los límites laborales y uno debiera estar todo el día disponible. Yo estoy bien porque tengo una jefa muy querida, nos entendemos a la perfección y hemos logrado conseguir algo de billete para hacer lindos proyectos. Y el trabajo está bien porque aunque no quería trabajar más en producción, reconozco que me gusta mucho participar en el desarrollo de estrategias y proyectos. Pero a veces hay que hacer demasiadas reuniones y eso es mamón.
-Nosotros también hacemos muchas reuniones, pero son familiares, dijo Sally.
Pensé decir que los fríjoles de los sábados de mi difunta mamá se convirtieron en un informe medio aburrido todos los domingos a las once y media, un catálogo de lo que cada miembro de la familia ha hecho en su semana pandémica. Pero preferí callar. Ay que valorar la buena voluntad que todos le ponemos para celebrar el hecho de estar vivos, y que en épocas de dificultades planetarias guardamos una complicidad tribal.
-¿Y tú en qué andas? Le preguntó Amanda a Sally.
-Pocas traducciones, eso se bajó mucho, pero estoy trabajando en música, toco, canto, y mezclo.
-Ella está haciendo una mezcla maravillosa de unas piezas de un cartagenero vecino de David-. Me atravesé en el diálogo. -Es su nuevo disco con Fadul ¿nos dejas oír alguna pieza, mi amor?- Sally no se hizo rogar. Trajo el JBL inalámbrico, armó la red bluetooth con su compu y empezó a sonar una salsa de esas elegantes, con tremendos pitos, percusión refinada y el xilófono del compositor costeño. Yo acomodé el amplificador, que es como un tubo rojito de veinte centímetros de alto y cinco de ancho enfrente de la pantalla, en medio de los cuadritos. Imaginé que para ellos nuestra imagen estaría decorada con un parlante despampanante en primer plano, y que escucharían mejor la música.
-Parece un falo- dijo alguien. Momento para poner jajajaja en los whatsapp.
-Está genial, mi amor.– Me entró una especie de orgullo marital. -¿Bailamos?- Le extendí la mano, puso la suya sobre la mía .Y empezamos a bailar. Alcancé a ver en nuestro cuadrito la imagen de mi esposa y yo, eufóricos, bailando por primera vez después de meses. Amanda y Gilma también se pusieron de pie y empezaron a bailar salsa. El mosaico en la pantalla se transformó en una pista de baile cuadriculada, donde una suma de figuritas se movían. Mientras, David, sentado al lado de la china, observaba sonriente. Al terminar la canción, fui a servirme el segundo vaso de whisky.
- Oye costeño tieso, levántate. ¿O fue que te quedaste pasmado después de la multa?
-¿Cuál multa, David? Preguntaron todas.
- Confiesa. Pregúntale lo que lo pasó por violar la ley de confinamiento-. Dije mirando a Amanda. Era un chantaje directo a mi compadre para ver si se integraba al conjunto. El día anterior me había contado su infortunio.
-No, pues salí a tomar unas fotos y un policía me detuvo. Me pidió el permiso y le dije que se me había quedado en casa. Son novecientas mil barras, repuso el agente.
-¿¿¿Qué??? – dijeron en coro los cuadritos virtuales.
-¿Y no hay apelación?
- Voy a presentarme con una certificación de periodista. Esperemos que funcione.- Y soltó una larga carcajada.
-Ojalá se te haga el milagrito. Espérate, voy a traer un santo para que te proteja. Es el mismo con quien he estado negociando un milagrote para América Latina, porque esto por aquí está tenaz. ¿Vieron el Brasil? Ese loco de Bolsonaro pareciera disfrutar cada muerto. Y claro, nos envió la peste por el Amazonas. Las cifras de contagiados en Leticia ya es una de las más altas del país, y no hay una infraestructura hospitalaria para enfrentar el desastre. Las comunidades indígenas van a pagar de nuevo con su vida las imprudencias de occidente. Fui al baño y saqué una estatuilla de don José Gregorio Hernández, el santo milagroso venezolano que hace años me regaló Ricardo Benaím y la puse al lado del bafle rojo. Con su vestido blanco, camisa y chaleco y sus zapatos y sombrero de un blanco impecable, su corbata negra, y su mano atrás, como escondida, daba un aire de seriedad y reflexión al mosaico, parecía que asumía su tarea de talismán para contrarrestar la pandemia tropical. Se me hace que esto apenas comienza y, como no hay vacuna, la única salvación es un prodigio del más allá… o que lleguen los extraterrestres y nos cambien el tema. En fin, como dice el bodrio del Trump: “todo es por culpa de la China”. Y señalé con el dedo el cuadrito en la pantalla desde donde La Chinita nos observaba armar el altar.
-Yo preparé, precisamente, un tema para ese tema. Con todo cariño para La China: “Usted es la culpable”. Ingerí de un tirón el contenido del vaso y me senté al piano. Re menor. Listo. Afino. Con mis cuatro acordes acompañé la primera frase que canté con tono de veredicto: “Usted es la culpable de todas mis angustias y todos mis quebrantos…” Y me paré.
-¡Qué pasó? Sigue. Nos dejaste empezadas.
-No, no más. Después les toco la canción de mi show. Esto era una dedicatoria improvisada para la China. ¿Si vieron que Trump le cortó el apoyo a la organización mundial de la salud? Dizque porque la pandemia es el resultado de una mala manipulación del virus en laboratorio por parte de los chinos, dice que no han hecho sino esconder la verdad sobre el inicio de la pandemia. Como no es capaz de reconocer sus errores, busca culpables para achacarles el desastre de su país y, claro, allí está La China, su enemigo comercial, su rival en el dominio económico del mundo, de papayita. ¿Vieron el retrato que circuló en las redes? Un filete de carne cruda es su cara, delinea el perfil con su naricita y su boca de chupo perfectamente y su cabellera oxigenada coincide milimetricamente con la grasa blanca en el borde superior.
- Ese loco, con cara de Nerón, está acabando con todo, dijo Sally. Ahora solo quiere abrir los negocios. Pareciera que no le importan los muertos. La peste está en todos los estados y las cifras de infectados siguen creciendo. Ya superaron los cien mil muertos. Ahora, con las manifestaciones por el asesinato del negro en Mineápolis, quién sabe qué irá a pasar. ¡Vieron las imágenes de las manifestaciones en NuevaYork? Mucha gente andaba sin tapabocas.
- Sí, terribles-, dijo Vilma.
- ¿Nos tocará la caída del Imperio?-, pregunté.
- Ya se está cayendo-, respondió Sally
- Amandita ¡tápanos la boca! ¿Cuál canción vas a cantar?- pregunté.
-Yo sí tengo una preparada. “Ya ves” de Pablo Milanés.
- Me encanta. Es divina-, comentó Vilma.
-Preparaste un show con introducción en verso, fantástico. Tú no te escaparás Vilmita. Ve preparando la tuya, querida.
-No, mi amor, yo no canto- replicó ella.
-Pues te tocará, entonces, hacernos un show de danza. No tienes escapatoria. Y tú, David, ¿lista la guitarra?- Volvió a reírse.
-Es un cobarde-, dijo la China.
-Y tu hotel está funcionando, Chinita? Indagó Amanda.
- Estoy trabajando desde mi casa, pero a medio sueldo. El turismo en Cartagena está en quiebra total y no tenemos ni idea de cuándo se normalizará. La red hospitalaria aquí es un desastre, hay muchos muertos y la gente no respeta la cuarentena.
-Tú marido, por ejemplo.
-Eso no es nada. Él estaba emocionado porque por fin podía retratar las calles de la ciudad amurallada sin gente. No fue a ningún sitio donde hubiera tumulto. El problema es en el mercado de Bazurto, allá son miles circulando como si nada pasara.
Supongo que entre política, santería, noticias del desastre y preparación de la función, me tomé otro trago, puesto que empecé a sentir que la timidez era cuento de otro paseo. Sentí un deseo repentino de mostrarles lo que he aprendido durante el encierro. La pandemia cambió mi vida. Saldré de la cuarentena churrunguiando tangos y valses y boleros en el piano. Antes era uno de los mejores músicos frustrados de América Latina, ahora, gracias al coronavirus, seré uno de los peores músicos realizados del continente.
- Bueno, voy a tocar .
-No, no, no, espera- dijo Sally. -Estoy buscando en youtube la canción de Amanda para que la pongamos al mismo tiempo allá y aquí porque el sonido es muy malo-. Yo no me había dado cuenta de las deficiencias técnicas de la transmisión. Era tal mi excitación con la reunión que descuidé un aspecto que, para Sally, música profesional y perfeccionista empedernida, era fundamental: que todo suene bien para todos.
-Entonces pon otra canción de las que estás mezclando mientras la encuentras, que no se enfríe la fiesta.
¡Sí! gritaron todos los cuadritos de la pantalla.
Y llegó una cumbia inédita de Fadul. Una frase simple, con sonoridad vernácula, que evolucionó hasta hacerse jazz con un virtuosismo magistral. Agarré el batajón, pasé su correa entre mi cuello y mi hombro y empecé a darle a la madera de la base con la mano izquierda y a la del lado superior con la derecha. Es fascinante. Uno no sabe si suena a madera o a cuero. Los bajos se me fueron al vientre. Qué belleza de instrumento. Mientras Sally iba apagando los bluetooth en todos los celulares y aparatos a la vista, tratando de evitar interferencias en la comunicación con el JBL, me puse a bailar solo, marcando el ritmo con el instrumento. Las conversaciones entre los demás asistentes a la fiesta fueron desapareciendo de mi centro de atención. Entré en una etapa de pre-éxtasis donde las palabras no tenían importancia. Sólo el ritmo. Al parecer, no golpeaba muy duro el batajón porque nadie me interrumpió. Quizás, los otros disfrutaban de su propia nube y habían otorgado al cuerpo la licencia para no exigir nada en concreto. Es cuestión de presencia. Aquí estamos enfiestados. Suena elegante. Ya verán que llegaremos a estar enrrumbados. Repentinamente sentí que algo faltaba, que el tambor no llenaba el ambiente, quiero más. Entonces fui por las maracas y, sintiéndome heredero de El Goyo, el grandote guachero de los gaiteros de Catalino Parra, empecé a moverlas unidas de arriba abajo, como si fuera un guache. “Así no toco sino yo”, me dijo el músico gigante de Soplaviento el día que celebramos, por invitación de David, un homenaje al gran Catalino en el centro comercial la Serrezuela de Cartagena. El autor de Josefa Matía había fallecido un par de meses atrás y su sepelio fue grabado por el hombrecito sonriente de la pantalla.Vaya coincidencia, ese centro comercial fue una plaza de toros de madera en la ciudad amurallada y aquí estamos en mi apartamento que es un palco adicionado a la plaza de toros de una ciudad que hoy hace parte de un planeta amurallado por un virus. Escucho al Goyo a distancia. Su enorme risa acompaña esta rumba encuarentenada. Salgo al balcón y ahí está el escenario confundido. Basta con abrir la puerta de cristal, dar tres pasos, colocar el vaso en el muro de ladrillo, bajar la vista para encontrar el redondel, ver la arena iluminada con tenues reflejos de las luces olvidadas en la noche. Aquel día toreábamos la tristeza, hoy toreamos la pandemia. ¿Qué habrá pasado con el documental de David? Cancelaron todas las funciones la víspera de su première. No fui capaz de preguntarle o simplemente se me olvidó hacerlo en el regreso a la escena de la fiesta.
-Listo Amanda. Aquí está. Avísanos cuándo empiezas. Tú lo pones allá, pero como aquí se oye tan mal, nos haces una seña y yo también lo pongo desde mi compu y así lo tenemos al tiempo. Maravilloso. No más maracas. Siéntate y escucha-. Sally había solucionado algo.
Me senté en el sofá con un whisky en la mano. Debía ser el tercero ¿o el cuarto? Ya no importaba. Había llegado al momento en el que me sentía en condiciones de bailar, cantar, tocar piano, lo que fuera. Pero la voz aguda de Milanés nos mandó a callar. En la pantallita sobre el mesón, dentro de un cuadrito una mujer cantaba. Amanda y Pablo se confundían en un dúo y una especie de nostalgia envolvió el espacio. Sally se recostó en el sofá, cerró los ojos y escuchó…
“y yo sigo pensando en ti
como ave
que retornará
ya ves
y yo sigo pensando en ti..”
¿En quién estaríamos pensando? En ti. Hace tres meses que no extendiendo la mano para saludarte, ti, tres meses sin abrir los brazos para abrazarte, ti, tres meses sin compartir contigo los sudores de un baile desenfrenado, ti, sin restregarnos las palabras o el tufo en la cara, ti, sin envolvernos en el mismo humo del cigarrillo, tí. Sentí una sensación que no me llegaba desde adolescente. La canción era para ti. Ti, sin cara precisa, sin cuerpo con nombre, sin identidad. Un ti NN, al cual le entregaba toda la nostalgia, el que me hacía sentir al mismo tiempo solo y esperanzado, el que retornará ya ves, y yo sigo pensando en ti.
La canción de Amanda se transformó en una dedicatoria para millones de “tis” confinados en las casas y apartamentos iluminados por un bombillo. El gran ventanal de mi apartamento cambió su oficio: dejó de ser una barrera de protección contra el frío y una posible caída al abismo, de un mirador privilegiado de atardeceres o un evaluador de niveles de contaminación, a un nítido receptor de señales titilantes. Cada bombillo encendido en la claridad de una noche de pandemia provenía de la voluntad de un ti que respondía misteriosamente al reconocimiento que la canción de un cubano melodioso, mediado por Amanda que era su medium, nos había propuesto como show de celebración durante la fiesta virtual. Aparte de titilar, como dejé la puerta del balcón abierta, empezamos a tiritar.
- Cierra esa puerta. Gritó Sally. Me paré, tambaleé un poco pero no choqué contra nada, la cerré y dije con determinación:
-Ahora sí voy a tocar. Esperen me sirvo un traguito y toco. Después de la canción de Milanés hubo un silencio, luego un aplauso y un intercambio de opiniones técnicas. Que lo mejor es tener la lista de los enlaces de las canciones que vamos poner durante la fiesta. Uy, eso necesitaría de una fiesta con conciencia y lo mejor de una fiesta, creo yo, es su capacidad de disfrute de la inconsciencia. Debe ser esa la razón de ser y la fuerza de un DJ. Quien determine el rumbo de la música en una fiesta es quien manda. Que un DJ es la conciencia pagada de una fiesta, me pareció escuchar. Pensé en Tomás, mi hijo. Brindo por ti hijo, que estás varado en Portugal esperando que termine la cuarentena. Él es esa conciencia de enlaces que propone Sally. Lo contratan para una fiesta en cualquier parte de la noche global, selecciona los discos que llevará, tiene presente una cantidad de enlaces a canciones almacenadas en un computador que va soltando a medida que los danzantes van desplegando sus energías en la pista y moldea sus gestos. Aceleren, descansen, floten, brinquen, remen, caigan, suban, griten, sueñen, ámense, ¡solitáriensen!. Sí, voy a tocar. Mi canción no está en ninguna red. Está aquí en este cancionero de papel arrugado, escrita en lunfardo con una partitura que no son más que unos tonos cifrados sobre la sílaba donde corresponde cambiar el acorde. Sally encendió la lámpara led incrustada en el techo, sobre el piano. Uy, gracias. Todavía logro leer los acordes sobre las líneas de la letra impresa en el cancionero. Veamos. 25 tangos argentinos. Esta es. Saltemos del trópico a las profundidades del sur. Me serví otro trago y volví al banquillo. No me importó poner el vaso húmedo sobre la madera de la tapa del piano. Se limpiará. Siquiera no fumo.
-Voy a interpretarles, acompañado al piano, un número que lleva por título “El choclo”, como dice don Google, que todo lo sabe. un Tango de 1947. Música de Ángel Villoldo y Letra de Enrique Santos Discepolo). ¿Será que responderán mis manos a los saltos entre acordes? ¿Dudas, Diego, dudas? Si lo has tocado no sé cuantas veces en las noches de la cuarentena cuando apagas la televisión después de haber visto el noticiero CM&, cuando la fatiga de la curva de la pandemia y de la incertidumbre de las cifras de infectados, recuperados, muertos locales y globales y sus efectos sobre el precio del dólar y las consecuencias sobre el precio del petróleo y el café y la reanudación de las ligas de fútbol europeas me han revolcado el entendimiento, cuando ya he imitado el chillido fastidioso de la presentadora de la sección del show caracol, que con su muslo descubierto nos intenta hacer creer que la cosa más triste de este mundo como dice el bolero de Manzanero, ve, ¿por qué no toco ese? ¡No! si te va bien con el tango, lo tocas más tarde, sí , ¿qué decía del muslo de la presentadora? no, hablaba de la tristeza de una estrella del mundo del espectáculo, de esas que bailan y cantan y se enferman con la pandemia y descubren de repente que en su encierro tomó conciencia de la fragilidad humana y se solidarizó con todos los trabajadores de la salud, con los sanitarios, como los llaman ahora, -para mí sanitario fue durante décadas el baño, “la toilette”-, y envió cien mil dólares, no, un millón de euros en tapabocas y guantes para los trabajadores de la salud de Brooklyn o Tanzania, no me acuerdo. ¿Me prestas el sanitario? Ay, qué incertidumbre con el lenguaje. Bueno, incertidumbre, el problema es contigo, escúchame incertidumbre: permite que mis dedos no duden al saltar al si bemol sostenido. Vamos. Coloco mis dedos sobre las teclas, y, suavecito, se escucha picadito, con saborcito milonguero, el ún, dó, tré, cuá, ta, ta, ta,Tá…
…Con este tango que es burlón y compadrito/ Se ató dos alas la ambición de mi suburbio/
Con este tango nació el tango y como un grito/ Salió del sórdido barrial buscando el cielo/…
Y fui saliendo del sórdido temor de mi primer show en la historia de mí mismo como cantante pianista churrunguero de pandemia. Salí del sórdido silencio de la cuarentena a buscar el cielo de los espectadores apostados en el mosaico de la pantallita. Todos, sorprendidos, quisiera creerlo, ¿se pillan, queridos? Chinita, David, Amanda, Gilma, mi fiel mosaico, ¿se dan cuenta? ese que está sentado en el piano no tocaba piano antes de la pandemia. Amigos público, a ustedes de creerle cuando él dice que hace cincuenta años iba a un conservatorio pero que desde entonces no practica. ¡Cincuenta años! Tiempo suficiente para endurecer los dedos, y para convertir una partitura en garabatos. Es cuestión de ustedes creerle que está diciendo la verdad. Él soy yo, el que se ha tomado los whiskys después de 15 meses de abstinencia, 15 meses que son equivalentes a los cincuenta años de silencio de un piano. Yo no pensaba esas cosas cuando tocaba El Choclo, cómo se te ocurre. No. Yo toqué y canté leyendo mi cancionero. Llegué hasta el final esforzándome, poniéndole la voluntad para que la voz no se quebrara con los ligeros desafines, a que sonara a vozarrón de tanguero paisa condimentado con malevaje de Manrique.
Carancanfunfa se hizo al mar con tu bandera / y en un pernó mezclo a París con Puente Alsina./ Triste compadre del gavión y de la mina / y hasta comadre del bacán y la pebeta / por vos shusheta , cana , reo y mishiadura / se hicieron voces al unir con tu destino…/ Misa de faldas, querosén, tajo y cuchillo, / que ardió en los conventillos y ardió en mi corazón. ¡Pam Pam!
Hola, ¿qué pasó? Tengo sed. ¿Dónde están? Todo está oscuro. La ciudad no suena. El roce del cuero del sofá con mi oreja la ha recalentado. ¿Y Amanda? El computador está apagado. Hago a un lado la manta que seguramente Sally me puso encima cuando se fue a dormir fastidiada por la borrachera y cansada de pelear con los aparatos en su afán de mejorar la transmisión de la música. No recuerdo si David sacó su guitarra para cantar. Gilma, chao, disculpa que no me despedí. Una botellita vacía de whisky de perros, al lado del piano. Sobre el cristal verde se reflejan las luces titilantes de una ciudad adormecida que espera el final de pandemia para apagar la larga noche de la cuarentena.
Diego García Moreno. Junio entre junio 1 y 7de 2020.
Posdata: Pensaba que el escrito no se extendería más de tres páginas pero, como en el caso de Arriaga, el texto encontró su forma y decidió su tamaño. Gracias a los lectores virtuales que, pese a su preferencia por los resúmenes, lograron llegar hasta aquí.
TAL CUAL! Y, sí, el señor pianista llegó a final de su recital y lo hizo MUY BIEN! Benditos sean los amigos, aún cuando en pantalla no más.
ResponderEliminarTuve la paciencia, el tiempo, el gusto, y el enorme placer de estar cerca de ti mientras leía. Es un pecado no frecuentarnos. Deseo mucho verte verlos y de repente un domingo hablamos con Fernando a vernos los seis , de repente este mismo domingo en zoom y hacemos fiesta de disfraces y simplemente abrimos un vino al tiempo nos viene a cualquier hora entre las 15 y las 22 00 hora de España. Ustedes dicen. Pásame tu teléfono al menos para comunicarnos en wasup que es más directo . El tiempo me falta y el tiempo me sobra , es como la soledad en la Juventus. Deseaba estar solo y me sentía solo al mismo tiempo , un grande beso lleno de cariño bendiciones y bellos deseos s los dos. Intentemos en encuentro en zoom o gran angular da igual !! Hagámoslo pronto y envía el número de tu celu , un beso inmenso a los dos
ResponderEliminar¡Querido Ricardo!Sabía que había un motivo para publicar este rollo, ¡carajo! Te enviaré por el correo mi whatsap. Abrazos.
EliminarSiempre es un placer leerte e imaginarte.
ResponderEliminar