miércoles, 17 de junio de 2020

DIARIO DE CUARENTENA-PANDEMIA TROPICAL 11

En la entrega 5 de este diario, publicada el 9 de abril, hay una nota que dice: 

"Las aventuras vividas en mi empeño por conseguir los medicamentos para el corazón quedaron escritas en un cuento que hacía parte de este diario, pero me reí tanto cuando lo leí que decidí enviarlo a una convocatoria de esas que las entidades estatales han sacado de afán, y con poquita plata, dizque para ayudarle a los artistas a pasar la contingencia. Lo tuve que sacar del blog porque en las normas decía que tenía que ser inédito. Nada de publicaciones físicas o digitales. Una lástima, porque me moría de ganas de compartirlo con mis esporádicos lectores. Tendríamos tema para carcajearnos juntos frente a la pantalla o, por qué no, cara a cara cuando nos volvamos a ver en la vida real. A pesar de saber que no soy reconocido como escritor, me lancé al ruedo en la categoría cuento...."   
El 11 de junio fue publicada la lista de ganadores...: ¡Nada! No pasé la prueba que esperaba. Sigo sin ser reconocido como tal... Se confirmó mi teoría: soy agricultor y tahúr. Siembro semillas y apuesto al azar. El terreno son las convocatorias y los jurados la ruleta. 


XXXV

ENTREGA 11

EL CORAZÓN EN LA ESPALDA

La entrega de hoy es un texto VIVI*. Eso quiere decir vivo-virtual. Le doy esa apelación  porque nació en una conversación por whatsapp, un chat, con mi amigo Alirio González que vive en Belén de los Andaquíes, en el Caquetá. Es una  conversación  que se convirtió en monólogo y el monólogo en crónica y la crónica en un cuento de aventuras. Es también un escrito automático en el que yo iba contándole los sucesos que acababa de vivir cuando tuve que romper mi encerramiento para ir a recuperar las medicinas que tengo que tomar diariamente hasta que me “llegue la hora”. Así me lo dijeron los cardiólogos.  En este periplo, como dice el dicho, fui por lana y volví trasquilado.
*Concepto inventado para esta introducción.

Todo comenzó con los comentarios sobre un video que le reboté a Alirio para que hipnotizara a los niños de la escuela audiovisual de Belén de los Andaquíes.  El video me llegó de Francia por el whatsapp. Comienza con un tipo en el solar de su casa alineando unas pelotas plásticas de colores colgadas horizontalmente con un hilo de nylon de igual tamaño a una viga de madera. El muchacho, con aire de saltimbanqui nerdo, las dispone con una guía a 45 grados de su eje de gravedad y las deja caer. Entonces comienzan a moverse sincrónicamente como un péndulo o columpio y, lentamente, poco a poco, van variando los recorridos hasta producir unas sorprendentes figuras geométricas en movimiento hasta que uno queda lelo…
Copio el whatsapp desde por aquí:

Bogotá, abril 9 de 2020
Alirio: está muy bueno... nosotros estamos con las postales, parece que las han recibido bien y las niñas están enviando audios por whatsapp y otras están haciendo dibujos de los relatos de sus amigas.
Diego : Bien. Yo sigo con mi blog, y ahora estrenando dolor de espalda.
Alirio: : Una disculpa mas para sus notas de cuarentena, veo que sigue componiendo
Diego : Todo el tiempo hago canciones.
Alirio: Aquí el maestro está estudiando los "Tumbaos en el piano" para la música de “La cucha”, usted lo dejó  encartado.
Diego: Jajaja. ¿Y qué pasó con la  "Cumbia Andaquí"?
Alirio: Ahí lo tengo juicioso, toca despacio.
Diego:Últimamente me ha dado por practicar acordes para acompañar boleritos y tangos de cancioneros.
Alirio: ¿Guitarra o Piano...?
Diego: Piano... El silencio de ese instrumento estaba estorbando mucho en la casa desde que se fue Tomás.
Alirio: Hay que insistir en las escuelas para mayores de 50… la sede Belén apenas está, tiene río, está aislada y cerca a todo y todos pueden hacer sus sueños realidad
Diego: Jajaja. De pronto un programa corto de siete años me caería bien.Voy a consultarle a la casi-adulta mayor de la casa. Y yo que le había sacado el culo a manipular programas de edición y tocar los aparatos, caí, pequé. Se me murió un macbook pro, armé un dron de torre. Lo instalé en la ex-pieza de Tomás y me he puesto a hacer tutoriales. Empecé a manipularlo esta semana y me temo que me van a servir cuarenta años de editar y editar vainas dándole órdenes a editores-esclavos de turno. Me está gustando el cuento. Estoy entrando en el mundo premier… O en el premier mundo, mejor.
Alirio:: EtsCeLente… usted de youtuber de cine sería un éxito total.
Diego: jajaja. El problema es que hoy me tocó salir hasta mi dispensario de pepas para el corazón, por allá en la 68 con 17. Como soy paciente crónico, por mi condición de cardiópata y adulto mayor, la recomendación era "quédese en casa". Son los candidatos perfectos para el bicho aquel. Cuando se me iban a acabar las pepas, me dediqué a llamar a la EPS para ver si tenían domicilio para este tipo de paciente. La última semana de marzo estuve dele que que dele, llame que llame y nada. El primero de abril decidí ponerme los tenis, la chaqueta, el tapabocas. Cuando me despedía de Sally, justo sonó el teléfono. Era una chica de la EPS, que habían encontrado mi número en el contestador y que tal, que de qué se trataba. Le expliqué la vaina y me dijo que fresco, que la empresa  farmacéutica asociada a ellos tenía un servicio a domicilio para casos especiales como el mío, me pasó un par de teléfonos, pero entienda que se mantienen las líneas saturadas por la situación ¿entiende?, lo mejor es que envíe un mensaje a este correo electrónico con su número de cédula, dirección, fórmula, telse me subió el ego, sentí el orgullo de ser crónico, cardiópata, adulto mayor.
Diego: Pucha, se me fue el mensaje sin terminar. Favor borrar desde donde dice "telse  me subió el ego, sentí...." hasta el final y sigo. Mejor, retomo.
Alirio: esperamos el epílogo del domicilio.
Diego: ... entonces ella me dijo: envíe un mensaje al correo electrónico con su número de cédula, dirección, fórmula y ellos, entienda, le llevarán en 48 horas a su casa los medicamentos. Y ahí sí, se me subió el ego, sentí el orgullo de ser crónico, cardiópata, adulto mayor. Puse el correo de una, con la fórmula fotocopiada para que no queden dudas y creo que volví al compu a estudiar tutoriales, o tal vez, de la emoción, me puse la sudadera y fui a subir tres veces los cuarenta pisos del edificio. El hecho es que a las 48 horas, nada. Y a los 5 días tampoco. Se acabaron las pepas y recordé el regaño que me había pegado el cardiólogo, los cardiólogos en coro, cuando les conté hace como dos años que las había suspendido, que estaba mamado de las pepas. Yo era un suicida, un irresponsable, que si no me acordaba que yo ya me había infartado. En fin, juiciosito volví a llamar al número de la farmacia docenas de veces, pero imposible, ocupado, o el buzón está lleno. Voy a comprar las pepas en una farmacia y listo. ¿Qué? grité cuando vi el precio en internet. ¿Tan caras? Ni por el putas. Me fui a esculcar cajones en el baño y, oh milagro, en un neceser que llevaba al Caguán encontré un resto para cuatro días y me dije: así les doy tiempo, debe haber un mundo de cuchos más jodidos que yo, los manes de las bicicletas deben estar ocupadísimos. El hecho es que ocho días después, hoy, al ver que no había nada y que mañana es jueves santo y cierran todo,  me dije iré. Sally hacía yoga, no la interrumpí. Chaqueta, tenis y tapabocas y chao. Vamos en taxi, ese transmilenio debe estar infestado. Como siempre, habían tres taxis esperando cliente en la quinta. Todos con chofer tapaboquiao. Escogí uno al azar, buenos días, vamos por la séptima hasta la 67 y ahí bajemos hasta la 17. Si señor. Qué dicha Bogotá sin carros. Fantástica esta calma de semana santa extendida. El taxista era un adulto mayor, como yo. Le puse conversa sobre el tema del mes, y ese hombre empezó a echar cantaleta detrás de su bozal, que cuál quédese tranquilo en casa, sí, cómo se va a quedar uno tranquilo en casa si no tiene con qué comer, sí, seguro, ya va a llegar el mercadito que envía el gobierno, mentirosos, o como dicen los futbolistas desde sus villas en Europa  "quédate seguro en casa", sí, güebones, millonarios que no tienen ni idea lo que es ser uno de estrato tres, porque si uno fuera siquiera de estrato uno y dos para los que hay beneficios, pero uno, pura clase media, qué puede hacer, nada, los estratos cinco y seis no necesitan, pero uno... En fin. Como no había trancón y la ciudad parecía un remanso de paz y la claridad y la pureza del aire como que dejaban circular más rápidamente, llegamos hasta Medicarte, ¡qué nombre!, allá, señor, donde está la cola de gente. (Voy a seguir escribiendo en word y ahora hago cut y paste con el resto, me está saliendo rollo para el blog, jajaja.)
Alirio:: Esta muy bueno, hay que hacer cortometrajes afanes del virus" o pandeafanes
Diego (una hora más tarde): ...  Decía:  Sí, allá donde está la cola de gente, ¿cuánto es? Le pagué con un billete sostenido por una puntica y me devolvió con otro billete sostenido por una puntica. No pusimos nunca nuestros tapabocas frente a frente y me bajé tratando de no hacer presión sobre la manija. En fin. Llegamos a zona de peligro. No era propiamente una cola sino un tumulto muy aireado. Habían unas cincuenta personas distribuidas a distancia prudencial, unos recostados contra el muro del gran edificio de ladrillo, otros sentados en las escaleritas con piso también de ladrillo que llevan de la acera a la calle. Tenía cada uno un ficho que entregaba un celador con tapabocas a la entrada de la sala de espera, casi vacía, salpicada solamente por unos diez personajes, evidentemente adultos mayores, crónicos de, vaya a saberse, cuál  patología. Cuando el celador me entregó la ficha, la miré y ahí comprobé que delante de mi habían 50 turnos, mierda, perdón, calma. Tuve un impulso suicida: ¿puedo entrar? Soy crónico, cardiópata y estoy cojo, le dije al celador. Si, al bajarme del auto recordé que desde hace un par de días tengo el pie hinchado y no sé si es la gota o el  esfuerzo de subir tres veces los cuarenta pisos del edificio lo que afectó el juanete, y este modificó la estructura de la planta de mi pie, El dolor está ahí.
-No se puede, dijo el celador.
- ¡Pero mire la gente que hay adentro! Tengo que sentarme.
Fue tal mi decisión que el uniformado no opuso resistencia.  Ingresé a la sala de espera y me senté a distancia de dos personajes que habían en las sillas del fondo. Ahí realicé que me estaba metiendo en el foco de la infección. El hombre vecino, una fila atrás, a la izquierda, era un actor secundario de los muertos contraatacan disfrazado de El llanero solitario, y la mujer, cuatro sillas rimax blancas  a mi derecha, tenía tal palidez y el tapabocas tan torcido, que no soporté permanecer un segundo más en ese pasadizo al cadalso. Me levanté paniqueado y salí esquivando la mirada del celador. Con actitud zen me senté en el piso de las escalas enfrente de la puerta, aprovechando el solecito del mediodía que, pensé,  podría ayudar a quitarme el rosado de la piel de mi cráneo, visible desde ayer que me motiló Sally; saqué el Kindle de mi morralito y me puse a leer cuentos del Decamerón. Tienen la ventaja de ser cortos y divertidos. Al terminar alguno, me paraba e iba hasta la puerta para verificar el turno afichado en la pantalla. No hay afán, faltan como 45… Y ahí se apareció la virgen. Una mujer de treinta y pico, aire sano, tapabocas limpio y jeans con olor a universidad, se me aproximó con un papelito entre los dedos de su mano extendida. ¿El señor que número de ficho tiene? Le dije, el tal y tal. Sonrió y me dijo: puede usar este. ¡Albricias!  Veinticinco puestos menos. 50% de ganancia. Esta salida está bendita. Me provocó bajarle el tapabocas y estamparle un beso con lengua a la muchacha, pero me contuve. La miré con ojos de paciente crónico agradecidísimo y la bendije con una sonrisa papal de semana santa. Al instante se me acercó el celador y me dijo señor, siéntese allá que ya lo van a atender. Allá era cerca de las ventanillas de entrega de los medicamentos, en una especie de bancas VIP (para viejos, impedidos  y prostáticos). Cómo decirle que no. Y ahí me senté. El hecho es que diez minutos después sentí que el modelo de la silla no encajaba muy bien con mi cuerpo, y empecé a tratar de acomodarme. La columna vertebral como que no encontraba su eje, algo me incomodaba y no lograba la simetría deseada. El conteo avanzaba, se aproximaba mi turno. Preparé las fórmulas y la fotocopia del pedido que había hecho por internet.  La imprimí antes de salir de casa por si me ponían problema... la fecha estaba vencida desde hacía dos días. Afortunadamente no fue así, les conté la historia, la chica fue a hablar con los de farmacia y llegó con una generosidad desbordante a ofrecerme  la ración para dos meses.  Claro, habían revisado los mensajes en el computador y se dieron cuenta que era un servicio pésimo, o que no daban abasto para cumplir con el cronograma de los domicilios, o, seguramente, se pillaron que podían ganarse una multa de la superintendencia de salud.
Felicidad. Tengo por fin las pepas para el corazón. Soy un paciente crónico, cardiópata de la tercera edad, satisfecho. Vamos para la casita. Me despido sonriente y voy a levantarme, cuando siento que algo se resbala en la base de mi espalda. ¡Joder! ¡La columna!  Algo se desplazó, ese algo debe ser una vértebra y apenas puedo moverme. Mierda.
Veinte minutos después llegué al edificio con las pepas y tieso. Era tal el dolor que no recuerdo cómo me encaramé al taxi ni cómo me bajé. Tal vez todo se borró cuando tuve que quitarme los zapatos frente a la puerta del apartamento. Se nota que el que inventó los objetos que protegen los pies nunca tuvo problemas con su columna. Logré mi objetivo,  pero el destino, o el azar, o la hijueputa suerte, me premiaron con un dolor de espalda que me impidió llegar a sentarme a editar en mi nuevo juguete, que me tiene ahora acostado con una bolsa de hielo en la espalda conversando con vos sobre lo que hacemos o haremos durante la cuarentena. Así es la vida. Estaba aliviado pero sin pepas. Ahora tengo pepas pero estoy postrado.  Eso de que me quede quieto en casa, será un hecho.
Diego (un rato después): Tendré tiempo hasta para comprobar si aquello de que te quedes en casa es bueno para evitar el contagio. Tendré tiempo para pensar si lavarse las manos con jabón, siguiendo las instrucciones que dan por la tele, realmente es suficiente para matar las dudas que me dejaron las manijas de los taxis, o sus asientos, el billete que me pasó el taxista o el tiquete que me pasó el celador, o las sillas de la sala de espera, o las escalas entre el edificio de Medicarte y la calle, si el bolígrafo con el que firmé la fórmula, o los doscientos pesos que me devolvió  la empleada cuando le pagué el precio simbólico de los medicamentos y que luego entregué a un mendigo en la calle, si los botones del ascensor y mi propia cama son portadores del virus que puso patas arriba al planeta.
Oye, Alirio, todos los días presto atención en las noticias a las estadísticas del coronavirus por departamentos. Sigo sorprendido y celebrando que hasta la fecha no aparece ningún infectado en el Caquetá. ¿Será porque no ha llegado? ¿O porque no han comenzado a hacer las pruebas?
Diego García Moreno. Bogotá abril 8 de 2020.
P/D. El 19 de abril la prensa reportaba el primer caso de covid 19 en la prisión de Florencia, Caquetá. Se trataba de un recluso que fue transferido de la cárcel de Villavicencio.

continuará...

Estos escritos, con ritmo de diario, aspecto de prosa, canción, trova o poema, estarán apareciendo mientras dure el estado de cuarentena en el que hemos caído... y serán un elemento documental para comprender la evolución personal y colectiva de una situación que saca la cotidianidad de los parámetros vividos hasta hoy.

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He sido un cultivador de cartas... pero se extinguen los huertos, las postales, los destinos. Busco materos, balcones, ventanas, lienzos libres donde pueda sembrar mis dudas, mis palabras, las cascadas de imagen que a veces se me ocurren. Dale hombre, me han dicho algunas fieles amistades, invéntate un blog, escribe. Ya verás que es un buen andén para compartir tu risa, tu silencio, tus desdichas. Curioso, dócil, ingenuo, acepto jugar a lo impreciso.