El profesor de gimnasia era el mecenas de las artes: regaló
el busto de un torito en yeso para galardonar al mejor artista el día del acto público
de los niños de segundo de primaria. Habíamos ensayado un mes para recitar ante
los papás "Simón el bobito" de Rafael Pombo. Qué aplausos.
-¡Divinos! ¡Todos estuvieron maravillosos! -dijo la madre
superiora- ¡Yo no soy capaz de
escoger! que decida La Virgen... A ver, que cada uno diga un numero del uno al nueve.
Crucé los dedos y busqué con la mirada a mi mamá entre el
público. Nada.
-Es tu turno, Dieguito.
Dije Siete y me dí la bendición. Por primera vez una monja
me mató el ojo. Y el ganador es...
Me puse colorado al escuchar mi nombre.
Hace unos meses,
en el auditorio del Teatro Mayor Santo Domingo, cuando me entregaron el
premio especial del jurado en los premios nacionales de periodismo Simón Bolívar,
volví a ponerme rojo y vi a todos los jurados vestidos de monja matándome el
ojo. Mi mamá no estaba entre el público pero La Virgen, a sabiendas de que casi
todos los periodistas sensatos son ateos, decidió premiar al único que no tenía nada que
ver con el oficio.
Bogotá, enero 24 de 2013
Diego García Moreno