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Nos acostamos a las 10. El despertador sonó a las dos y media de la mañana. Nos tomamos un café y con mucha decisión salimos para allá.
¡ChisPUN! ¡ChisPUN! ¡ChisPUN!¡ChisPUN!,
A pesar de la oscuridad y el hacinamiento, logramos armar
camino hasta la mitad de la pista donde intermitentemente se dibujaban las
siluetas en la tarima. Siente el
ritmo, gesticula, baila.
¡ChisPUN! ¡ChisPUN! ¡ChisPUN! ¡ChisPUN!
¡ChisPUN! ¡ChisPUN! ¡ChisPUN! ¡ChisPUN!
Que por qué está usted aquí, me preguntó al oído una
muchacha encomendada por unos extranjeros grandotes que movían su humanidad al
compás atronador del hiper-repetitivo bajo electrónico. Dígales que seguramente
por las mismas razones que ellos. Me dieron ganas de decirles que tal vez
porque soy vendedor de pepas o de bazuco o que quizás porque me gustan los
jovencitos como ellos o que a ellos qué les importa. Pero todo era cool y
sonreí.
Unos tubos luminosos empezaron a bailar en la pared. Cuatro
reflectores azules mandaban bocanadas de luz que rebotaban en las caras de la
gente. Aumenté la mímica de mi danza. El sótano de la discoteca estaba repleto.
Una muchachita sorpendida me miraba. En un instante de luz lanzó un grito
inaudible:
-¡El abuelo!
Mis canas, arrugas y el perfil de la barriga me habían convertido en una atracción de circo. Aguanté, me
disolví, bailé, no les conté que soy el papá del DJ.
Estoy en desacuerdo con la interpretación del ritmo Diego. En vez de tata-ta-ta-tá, yo creería que es un eterno tunstá-tunstá-tunstá-tunstá
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