Me inclino y tomo la foto privilegiando el cielo. La gorda
de Botero mira hacia arriba, las tres palmeras ayudan a definir la proyección
de su vista y el edificio del Museo de Antioquia es apenas un soporte donde se
confunden sus troncos. Es una foto
limpia, me diría un amigo. Engañosa, diría yo. Bastaría que incline la cámara para que entren a cuadro el escuálido
indigente que chupa pegante y la puta obesa que me hace propuestas matinales,
sentada en una banca tras la familia de Anorí, abuela, dos tías, tres hermanas,
dos encinta, el marica, el borracho y el muchacho pilo, y cuatro muchachitos
que inmortalizan su viaje en los escenarios de bronce comiendo cono o chupando
bom-bom-bún. Un leve movimiento en picado y empezaría su acción la horda de
desplazados que revolotea entre las estatuas y los turistas de turno. Pero me
mantengo fiel a la estética de oficina de turismo. Me dan ganas de grabar sin
cambiar el ángulo ni el encuadre
para tener constancia del sonido. Plano fijo limpio, sonido en off atronador y vergonzoso. Buses, gritos, aullidos. Escuchar el incesante "gonorrea
hijueputa" que inmortalizó Víctor Gaviria en sus películas entremezclado con los cantos y los
murmullos quejumbrosos de los mutilados y los pregones de los vendedores de
baratijas chinas, cidís con selección de música de carrilera y plancha, y
dulces caseros, pegajosos. Cómo
desconcierta este centro de Medellín. Cómo calienta la periferia del alma con
una sobredosis de ofusque y engaña a la temperatura ambiente con la piel
metálica y fría de las gordas y el abanicar de la miseria gris, olorosa, desnuda.
...me encanta leerte.
ResponderEliminarMe encanta que te encante.
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