El naufragio de la canoa del viejo Willi en la "Balada
del mar no visto" (1984) fue
en un espumero del río Medellín en el tramo encañonado entre Barbosa y Porce. Esa
imagen idílica esconde un líquido cuya esencia ácida es capaz de corroer cualquier trozo de piel u
elemento orgánico que caiga en su corriente. Cuanta mierda química y humana que
se le vierte al gran desagüe se convierte en un seductor manto blanco, liviano
y terso a la vista, que hizo exclamar a mi tía como tres veces: Ay, qué
belleza. Cuenta don Tomás Carrasquilla que un siglo
atrás el río Medellín tenía un hermoso cauce que recorría el valle de Aburrá jugueteando entre meandros y que sus
playas expelían brillitos de
oropel o de pura arena de oro - el mismo mineral que alimentó el desastre de la conquista, y el que ahora
buscan como locos los beneficiarios de la locomotora minera-. Regresé casi
treinta años después al sitio donde descargamos la canoa. Imaginaba que la ciudad más innovadora del mundo había
solucionado el desastre producido a su río, pero vaya desilusión la que me
llevé: el espumero se había dimensionado. Abstraído en el caudal sospechoso, no me dí cuenta
de que un copo de espuma había despegado de su lecho y volaba con rumbo a mi
observatorio hasta que tropezó
contra mi cámara y empañó su lente.
Diego García Moreno.
Marzo 15 de 2013
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