Olvidé la cámara. ¡Mierda! dije durísimo. Una mirada
silenciosa de chofer de taxi por
el retrovisor sonó a "¿y a este qué le pasa?". Olvídelo, no le
contesté. Y empecé a ver fotos fallidas durante el recorrido hacia
Barranquilla. En el recién nacido aeropuerto El Dorado levantado a codazos
sobre las ruinas futuras -aun activas-
del viejo edificio; desde la
ventanilla del avión cuando su sombra cruzaba la serpiente brillante del
Magdalena para lanzarse a la pista dura, seca, larga, del aeropuerto Cortissoz
donde todavía bailan los fantasmas de los primeros aviones que vinieron a
oxidarse en este trópico arenoso. Frente al muelle deteriorado por los azotes del mar y el
tiempo terco de Puerto Colombia; en la plaza de San Nicolás vacía, retocada,
falseada, aparentemente remodelada por los afanes higiénicos de un alcalde progresista. Ante
los portones o frente a los
balcones cargados con añoranzas libanesas y huellas de un siglo disuelto por la avalancha
de vidrios y paredes blancas extraídos de una postal de Miami. En los ventorrillos desplazados a las
callejuelas del centro, atestados
con una panoplia de flores sintéticas de insoportables colores. En las
conferencias del festival donde los nuevos amigos exponían bajo el hielo de los
aires acondicionados las razones que los impulsaban a escribir o hacer cine;
entre tintos con fondo de cocoteros y baldosas del damero blanco y negro donde proponíamos que
para el año entrante la sede del FICBAQ debería ser el Hotel del Prado sin importar quién
lo administre. Frente a La Troja vacía de un lunes sin carnaval donde hubiera
querido bailar "yo soy el cantante" y zamparme un aguardiente. No hubo fotos. Tres días después, de
retorno al aeropuerto, esquivando trancones asentados en vías empolvadas y
arenosas por donde bajarán tras el próximo aguacero los arroyos arrastrando carros
mal parqueados y millones de bolsitas plásticas caídas con desdén de las manos
de cientos de miles de barranquilleros desprevenidos, ví mi último cliché
fallido: sobre unos montículos de tierra seca, apoyados sobre las bocas de sus
tazas que tantas veces calmaron las necesidades humanas, siete inodoros ajados,
moribundos, tomaban el sol y me susurraban al oído: vuelve, pero en carnaval;
prepara tu cuerpo para el jolgorio y el olvido, pero no olvides la cámara: la memoria es un juguete que adora atravesarse
y jugar entre la deriva de los vivos.
Aeropuerto de Barranquilla, marzo 20 de 2012
Diego García Moreno
Pero si acá nos dejas el album!
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