Este artículo de Melba Escobar y Dominique Rodríguez con fotos de Laurie Castelli fue publicado en la Revista Diners en noviembre de 2012.
El legado de la pérdida
Melba Escobar y Dominique Rodríguez /Fotos: Laurie Castelli
Nov 23 de 2012
El premiado documental de Diego García-Moreno que explora la obra de Beatriz González se ha convertido en un poderoso vehículo para preguntarnos cómo despedimos a nuestros muertos.
Pantaleón lo sabe. Sabe distinguir quién se fue con deudas pendientes y quién se fue tranquilo. Lo sabe al mirarles los ojos a quienes van a llorar. Es el sepulturero del cementerio de La Palma, enCundinamarca, un lugar en el que caben todos los muertos, no solo los del pueblo, sino los N.N. que maldijo la guerra de los noventa con su anonimato, y los alias, a quienes también la violencia les robó la identidad. Para él, todos merecen encontrar un lugar de paz. Por eso, en algunas de las lápidas, su complicidad, que no es otra cosa que un poco de compasión con el dolor del otro, aparece en un saludo para la eternidad a manera de epitafio: “Pantaleón, sepulturero y mejor amigo”.
Justamente, este hombre le permite al documentalista Diego García-Moreno entrar en el terreno sensible de la muerte, y así intentar entender cómo celebramos ese adiós definitivo en diferentes lugares del país. La figura certera y fuerte de quien vive rodeado de muerte, le devuelve la humanidad a un acto que, de tan presente, se nos volvió una cifra aséptica.
El tema de la muerte venía rondando a García-Moreno. De hecho en 1999 hizo una película que llamó Colombia Horizontal (La cama, la hamaca, la estera, la acera y el ataúd), en la que empezaban las preguntas, sus preguntas sobre el final de la existencia. Luego descubrió fascinado aThomas Lynch, un poeta y ensayista norteamericano y director por más de 25 años de una funeraria familiar en Michigan quien todo lo dijo en el libro El enterrador. Más tarde se topó con un cuadro y no descansó hasta entender por qué le hablaba tanto esa imagen. Tuvo que hacer de ésta otra película. Era una mujer anciana, de piel azul verdoso y pelo corto, desnuda y vulnerable, tomándose la cara con dolor.
Se trataba del Autorretrato llorando de Beatriz González, la artista que cambió la ironía por la desazón, por la angustia de vivir en un país en el que los muertos aparecen en los ríos, en las selvas o calcinados dentro de un palacio. La artista que, para devolver la paz de tantas almas en pena, selló con dibujos a manera de ritual 8.959 osarios en los Columbarios del Cementerio Central de Bogotá, para que estas “auras anónimas” pudieran por fin descansar. Es así como su documental titulado ¿Por qué llora si ya reí?, hace un recorrido por la historia reciente del país a través de la obra pictórica de González. Al final, llegó un premio por ese trabajo, un Simón Bolívar de Periodismo. Pero también una muerte. La de su madre.
La suma de estos acontecimientos fueron llevando a Diego a la misma conclusión de Lynch: “Losrituales funerarios son las cosas que hacemos para resguardar la vida que tuvimos del frío, del sinsentido, del vacío, del ruidoso parloteo y de la cegadora oscuridad.” (El enterrador). Nuestras formas del adiós dicen más sobre quiénes somos, de lo que jamás sospecharíamos.
Y sí. Como reza el dicho, “la muerte es la gran igualadora”. No sirve ser rico ni pobre, obispo o rapero, blanco, mestizo, indio o negro, a todos nos toca por igual: “En Colombia se conjuga la diversidad del mundo”, continúa Diego, “pero si lo cogemos por separado, vamos a entender que cada uno tiene sus rituales, su cosmogonía, sus prácticas vitales y su patrimonio funerario”.
Para explorar esa diversidad, Diego y su equipo trabajaron en un mapa del país con cinco elementos. Primero pensaron en el precolombino, donde hay una relación directa con los espacios funerarios desde lo simbólico. Los otros cuatro espacios son los monumentales, como el Cementerio Centralen Bogotá; los étnicos, las fosas comunes y los camposantos. Y con una mirada más amplia e histórica, el equipo ha incluido el Palacio de Justicia, Armero e incluso la plaza de Soacha donde asesinaron a Galán y reclutaron a muchos de los llamados “falsos positivos”.
Pero también hay otras formas de morir. Un indígena le dijo a Diego que una muerte es perder una lengua colectiva.
A las sesiones de esta monumental idea que llamó Proyectando memoria, se convoca por medio de radio y perifoneo y no es de extrañarse que la afluencia de gente no sea masiva. “No fue el caso deSan Bernardo”, aclara, al ser un pueblo familiarizado con la muerte. Hasta ahora no se sabe por qué sus habitantes se transforman en momias. Si bien esto era común en Egipto o entre los incas, un proceso químico propiciaba el fenómeno. En San Bernardo, en cambio, sucede de forma natural: “dicen que es por comer guatila, o balú”, añade. El cementerio del pueblo es un museo donde las momias se exhiben con nombre propio, junto a una foto y una pequeña reseña.
Así, la película se presenta en diferentes camposantos del país y parte de la pregunta de cómo se duelen de la muerte los otros, que somos nosotros mismos. Pasando por los alabaos y los arrullos de comunidades afrodescendientes del Pacífico colombiano, a las tumbas con que Marsella acoge a más de 500 N.N. traídos por las aguas del Cauca para darles sepultura, o a las momias en vitrina en San Bernardo, o a la monumentalidad de cementerios como el Central de Bogotá o el San Pedro de Medellín, o a la desentendida indiferencia con que en Útica conviven con la opulencia de una vegetación paradisiaca temiendo el río que un día ha de causar una avalancha, o a la rabiosa celebración de la vida tan ligada a la muerte de tribus urbanas en comunas y barrios deprimidos, o a la rebeldía con que en Circasia fundaron el cementerio libre, para darles sepultura a todos aquellos que en el pasado no tenían derecho a un entierro; la pregunta, al final, acaba siempre en uno mismo, en sus duelos y ausencias y en la manera de celebrar la vida desde la pérdida en un país inmenso y dolido, que a pesar de sus esfuerzos por olvidar muchas veces recuerda y que no deja de recrear rituales para rendirles tributo a sus ausentes.
El legado de la pérdida es el bello título de una novela de la escritora indobritánica Kiran Desai. Aquí es también una verdad que García-Moreno va trazando en su peregrinaje: tenemos aquello que nos falta, esa ausencia nos pertenece, es nuestro legado y en la medida en que aprendamos a apropiarnos de él, seremos más capaces de abrazar la vida.
“Los rituales funerarios son las cosas que hacemos para resguardar la vida que tuvimos del frío, del sinsentido y del vacío”. Thomas Lynch, El enterrador.
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