Alto, flaco, forzudo, se ve que fue una viga. En sus brazos musculosos envueltos en una piel arrugada se dibuja un enorme mapa de venas. El relieve de sus manos es como una radiografía de la sabiduría de un empedernido constructor. Cada obra que hizo en el pueblo aumentó el caudal de sangre que las recorre. El puente colgante, la iglesia, el aeropuerto, el monumento al hacha en el parque -una réplica de esa terrible herramienta que vio en Armenia donde vivió su juventud, con la que los colonos talaron la manigua amazónica para ampliar el reino de majestad el ganado-, la escultura de la pareja de campesinos a la entrada del pueblo, las canales para el agua entre las aceras y las calles, todo en San Vicente del Caguán tienen la firma de Sepúlveda.
-Eh, ave maría mijo, no me maté de milagro cuando me resbalé haciendo el campanario
de la iglesia.
Como buen paisa nacido Medellín, Sepúlveda adora los tangos y todavía
le quedan restos de ese vozarrón melodioso que acompañaba a Gardel,
Magaldi o Juan Arvizu cuando tocaba guitarra o ponía los discos que guarda en
una caja de cartón en el piso de su cuarto. El problema es que ahora no tiene a
quien cantarle. Sus hijos no vienen a visitarlo en esa casa amplia llena de
herramientas en el límite del barrio la victoria a diez minutos en moto-taxi
del parque de San Vicente.
- No, hombre, esto ya no es nada. Todas las herramientas buenas se las robaron... Hasta las fotos se perdieron.
- No, hombre, esto ya no es nada. Todas las herramientas buenas se las robaron... Hasta las fotos se perdieron.
Alto, flaco, pero sin la musculatura de su abuelo, Fabio
aceptó romper esa soledad visitándolo cuando Jefferson y Solei propusieron que fuera su personaje en
el documental del Taller de La Memoria.
Cuando el nieto le pregunta si todavía toca la guitarra, él le contesta que sí, pero que se le dañó el puente y , claro, tiene que arreglarla. Piensa un par de segundos y mira la parte de atrás al interior de su de su casa.
Cuando el nieto le pregunta si todavía toca la guitarra, él le contesta que sí, pero que se le dañó el puente y , claro, tiene que arreglarla. Piensa un par de segundos y mira la parte de atrás al interior de su de su casa.
Qué bueno sería que pudiera hacer el parque en esa arboleda
que hay entre su casa y la cañada, Vieras
vos la dicha cuando las señoras llegan por la tarde y se sientan en ese
banquito que hice y se ponen a chismosear y a conversar de todo. Si con mucho gusto la alcaldía pone la
plata, yo les hago una acera que vaya derechita por ahí, hasta la carretera-.
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