jueves, 22 de junio de 2017

EL CALDO PARAO- Tercera entrega del Taller de la Memoria


La abuela se devolvió para Neiva después de toda una vida vendiendo “Caldo Parao”. Cuando llegó con sus hermanas huyendo de la violencia en el Tolima, ella fue la primera en poner un puesto callejero para vender sopita en las noches. Su marido no estaba de acuerdo conque ella trabajara, pero con qué derecho protestaba si él no conseguía más que lo suficiente para emborracharse y poner problema. La mujer se emberracó, consiguió una carreta, compró ollas y víveres en la galería  y puso su puesto ambulante de comida. Con el tiempo, el negocio se creció y las bandejas se llenaron de tamales, morcilla, pollo cocido y carne asada. La plata alcanzó para construir  pacientemente cuatro casitas en  un rincón de la loma a un par de cuadras detrás de la iglesia. Hoy, el callejón imperceptible parece un pueblito abandonado. Los únicos habitantes de lo que fuera el barrio familiar son Willi, el nieto que levanta su rancho en un lote vecino a la casita naranja donde vivió la abuela, Estefanny  su compañera, mamá de su bebé Juan, y su hermanito Kalep.  Como Bienestar Familiar cerró el jardín infantil que había en el barrio y los maestros de la educación pública están en huelga,  los cuatro llegan puntuales a la biblioteca donde tiene la sede el Taller de la Memoria.  





Mientras el niñito corretea bajo las mesas, y el bebé juega con un celular -que pereciera hecho con garantía contra guarapazos y mordiscos-, o  se amamanta o sueña o llora,  Willy y Estefanny  se quiebran la cabeza tratando de encontrar la estructura adecuada para hacer el retrato documental de la abuela  con las huellas que  dejó entre los comensales que la visitaban y  los familiares que heredaron el ventorrillo; mientras editan se preguntan a dónde irán a parar los puestos del caldo parao que por el momento el alcalde permite funcionar en el parque principal en medio del estruendo de merengues y reggaetones que lo invaden cada noche.


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He sido un cultivador de cartas... pero se extinguen los huertos, las postales, los destinos. Busco materos, balcones, ventanas, lienzos libres donde pueda sembrar mis dudas, mis palabras, las cascadas de imagen que a veces se me ocurren. Dale hombre, me han dicho algunas fieles amistades, invéntate un blog, escribe. Ya verás que es un buen andén para compartir tu risa, tu silencio, tus desdichas. Curioso, dócil, ingenuo, acepto jugar a lo impreciso.