PANDEMIA TROPICAL 2.
De los PELIGROS DEL CONTAGIO a la INCERTIDUMBRE EN LOS AEROPUERTOS. Del INFIERNO de las CÁRCELES a los ESFUERZOS por SOBREVIVIR.
De los PELIGROS DEL CONTAGIO a la INCERTIDUMBRE EN LOS AEROPUERTOS. Del INFIERNO de las CÁRCELES a los ESFUERZOS por SOBREVIVIR.
V.
Bogotá, marzo 18...
Bogotá, marzo 18...
La vejez y las probabilidades
Tengo sesenta y seis años y hace 9 fui víctima de un infarto. Soy, entonces, potencialmente apto para ser víctima del COVID19. La población más vulnerable somos los viejos. Leo que en Madrid, en los ancianatos, la peste está haciendo desastres. Veintipico murieron en uno, diecisiete en otro y hay no sé cuantos hogares geriátricos haciendo cola. Aunque acostumbro ir al gimnasio casi todos los días, y cada que tengo la oportunidad de patinar en la ciclovía lo hago, y que siento que mi energía está en un pico alto, debo tener en cuenta que los calendarios no pueden pasarse por alto. He considerado la opción de ser portador del virus. Hasta el momento ningún síntoma se ha manifestado, pero hace muy pocos días salí del festival de cine Cartagena que, indudablemente, tenía todas las características para ser un polo de contagio. Sin proponérmelo, inconscientemente, me encuentro repasando abrazos efusivos en la inauguración, saludos manoseados en las conferencias, en el Centro de Cooperación Española, en las callejuelas de la ciudad vieja, en las salas de cine, en los rumbeaderos, en el aeropuerto y sus salas de espera, en el mismo avión. Las posibilidades matemáticas de haber entrado en contacto con algún portador del virus son muy altas.
Bogotá, marzo 19
Para el día de San José hay un lugar en el diario:
Mi madre toca la puerta, me sabe preocupado.
Las fechas buscan su orden, se agitan los calendarios.
Cuando hay temores de muerte habla con fuerza el pasado.
Hoy sería su cumpleaños, celebraríamos su edad.
Ella murió tranquila, sin virus ni soledad.
Y nos dejó una sonrisa en su rostro reposado.
Cuando hay temores de muerte uno busca a la mamá:
El niño que el tiempo esconde tantea en la oscuridad.
VI
Atención ¡última hora!
Me comunica el whatsapp
que una amiga bailadora
Podría estar contagiá:
Tiene fiebre, mareos, tos.
¡Debes poner atención!
Todos los síntomas, cuenta,
la atormentan desde ayer
y ya se tuvo que hacer
el test del coronavirus…
Que no salga y que me cuide
la sensatez me lo pide.
Mientras tanto la alcaldesa
Recurre a la cuarentena:
el viernes próximo empieza.
Estar en casa es la pena
impuesta por la epidemia.
¿Será un castigo mi pieza?
VII
Marzo 20
Calma, disfrute, paciencia.
El computador que compré justo antes de irme a Cartagena me mira. Sí, ya voy. Eres un PC. No estoy acostumbrado a tus caprichos, pero ya aprenderé. Mientras, déjame ir a la oficina a buscar un disco, le dije ayer. He traído las imágenes de Zapata y las de la Historia de una canción. Voy a ponerme en actitud de aprender a manipular el programa de edición Premier. Corto con el final cut, así como corté con los Mac. Hace unos veinte años me dije que no editaría nunca solo. Que prefería tener a mi lado un montajista que se desenvolviera con los problemas técnicos. Ahora siento la necesidad de aprender a hacerlo. Editaré solo. Haré, al menos, los bocetos de los relatos audiovisuales que me interesan. He instalado el aparato en el cuarto de Tomás que se ha vuelto mi sede alterna, el lugar donde vuelvo activos los insomnios. Pero confieso que gana la tele. Evito el montaje y me deposito en los noticieros. Todo es repetitivo. Sally me pregunta ¿No te cansas? No, le respondo. Es como una ficción. Sí, es como una ficción dice ella y se dirige a su estudio. Ficción de tensión. En apariencia no pasa nada, pero sí, todo avanza. Los presentadores se esfuerzan en armar un discurso optimista, en dar esperanza a pesar de que las cifras, como si fuese una votación o un partido de fútbol americano, aumentaran por grandes paquetes. A veces salen imágenes que le ponen dramatismo al relato, se perfilan como símbolos a futuro de lo que fue esta pandemia. Tal vez la más fuerte es una imagen nocturna, en picado, como desde un balcón de un cuarto piso, en Bérgamo, Italia, en la que se ve un desfile de camiones militares llevando ataúdes rumbo a un cementerio. Eso dice la voz en off. No vi los ataúdes pero, al igual que todos los que apreciamos la imagen, me conmoví, sentí el impacto de la dimensión de la tragedia y no puse en duda la información. Otra imagen que seguramente no olvidaré es la del grupo de viejos colombianos varados en Egipto. Medio centenar de adultos mayores, como ahora nos llaman a los viejos, habían viajado a Tierra Santa en peregrinación turística y, sorpRendidos con el cierre de las fronteras y la cancelación de vuelos internacionales, permanecen sin dinero ni repatriación a la vista en un hotel de El Cairo. Claman para que el gobierno les solucione el problema.
Mientras tanto, la acumulación de gas carbónico en el aire del planeta disminuye. El día sin carro que se convirtió en semana, y ahora apunta a convertirse en mes, le da un respiro a la capa de oxígeno. Millones de animales deben sentir alivio. Vaya a saberse si el virus encuentra un ambiente más propicio para su expansión.
VIII
Lejos de Hanoi.
Ayer, a eso de las ocho de la mañana me llamó Sergio desde la Sierra de Santa Marta, en inmediaciones del río don Diego. Hola, hermano. Ha decidido quedarse por allá hasta que pase la cuarentena. ¿Cómo estás? Bien, me dijo. No fui capaz de preguntarle si tenía algún síntoma de gripa. Él también estuvo en Cartagena en los días del Festival y, aparte de estar en las actividades de la asociación de directores de fotografía con los maestros internacionales invitados, aprovechó las noches para bailar y beber a su amaño. Allá lo encontré con Audrey y Marie, las francesas que nuestra amiga vietnamita Nicole Pham nos recomendó ayudar durante su visita turística a Colombia. Ellas habían llegado a Bogotá un par de semanas antes. Provenían de Hanoi, donde viven desde hace diez años. Sally y yo salimos con ellas a cenar una noche en Bogotá, antes de su recorrido por la zona cafetera y Medellín. Cuando las encontré en Cartagena estaban eufóricas, descubriendo la profunda dimensión de la rumba tropical. Y no parecían estar muy preocupadas, como casi todos los habitantes de la noche, con el avance de la pandemia. Ellas salieron de Cartagena con rumbo a ciudad perdida en la Sierra de Santa Marta y ya intuían, en forma de chiste, que los problemas de retorno a Hanoi, donde viven, estarían muy pronto sobre la mesa.
Chat del whatsapp de Marie del 21 de marzo a las 9 y 45 de la mañana
-Bonjour Diego
-Comment vas tu?
-Nous devions rentrer sur Bogota ce soir et avoir notre vol pur Hanoi demain finalement, mais tout est annulé. Nus essayons de joindre l’ambassade de France a Bogota mais c’est fermé et il n’y a pas de numéro d’urgence.
Tu aurais une idée de ce que nous pouvons faire stp?
Desolée de t’embêter avec ca.
Traducción del chat y consideraciones rimadas ante la situación.
Marie: Hola Diego, cómo estás. Esta noche debíamos regresar a Bogotá para tomar mañana nuestro vuelo hacia Hanoi pero todo fue anulado. Intentamos comunicarnos con la embajada pero está cerrada y no hay número de urgencia. Se te ocurre alguna idea de qué podemos hacer, por fa. Siento mucho molestarte con todo esto….
Cuando Marie me escribió
Con tono de desespero
Lo que pensé de primero
Fue buscarle solución
Con alguien de la embajada.
Llamé a Gilma a su casa
Y le conte la embarrada:
Que se la tomen con calma,
Están muy desinformadas.
Y me pasó los mensajes,
Teléfonos e instrucciones
Que ha puesto el embajador.
Los envié en un solo viaje
¡Que se apuren, por favor!
La noche trae noticias
nuevamente y no son buenas:
Que María viaja sola
Y Audrey es un alma en pena
Cuando fueron a la playa
Su bolso robó una nena
De aquellas cuyo deporte
Es conseguir pasaportes.
Hijueputa, qué cagada,
Hay que hablar con la embajada!
Vuelvo a llamar a mi amiga.
Tiene nuevas instrucciones:
Hay que poner el denuncio
Pa subir a los aviones
Corran ya a la policía
Si quieren seguir su vía.
Funcionó, quién lo creyera.
Viajarán juntas las chicas
De la costa a Bogotá.
Luego serán pasajeras
De una nave impredecible
porque Bogotá- Hanoi,
No creo que sea pa´hoy…
Les juro que duro está.
Es fenómeno visible.
Aeropuertos del planeta
saturados de suspenso.
Turistas de todo el mundo
Varados fuera de base
Con morrales y maletas
De marca y muy alta clase
¿Podrán llegar a la meta?
El temor se vuelve intenso
El desconcierto es profundo
Podrían ser indigentes
con sus pintas me confundo.
Y yo, empiyamado en casa
privilegios de este mundo.
IX
Bogotá, Torres del Parque, cuarto de Tomás, domingo 22 de marzo.
Perdido en el tiempo o el tiempo perdido
Cuando fui a poner la fecha me equivoqué. Escribí 23. ¿Qué día es hoy? Domingo 22 me dice el calendario. Ah, sí. Empiezo a perder las referencias. Desde la ventana, la ciudad está igual que ayer. Vacía. No suena. Seguramente los índices de contaminación no son los mismos. Debería comenzar a escuchar campanas. Estoy despierto desde las seis y no ha sonado ninguna. El silencio me invita a pensar en el pasado. Me encantaría escuchar cantar un gallo. Ni siquiera ladran los perros. No suenan sirenas, cacerolas ni procesiones. Las misas también están prohibidas. Los sacristanes deben estar confinados en sus casas. Las campanas sonaron en los Montes de María en el documental sobre los Gaiteros de San Jacinto que ví esta mañana. Es el tercer corte que hace mi anfitrión en Cartagena, David Covo. Ahora entiendo por qué estaba contento cuando cancelaron el festival. La película no está lista y él lo sabe. Pero justificaba la inclusión en el catálogo por razones estratégicas. Para él no significaba lo mismo la premiére que para otros amigos que estrenaban su documental. Eso ya no cuenta. Lo que cuenta es saldar la cuenta pendiente que tenía con él. Estaba previsto que la vería en el palacio de convenciones y le haría todos los comentarios que se me vinieran a la cabeza. Comentarios son críticas, por supuesto. Esta mañana, acompañado por el silencio de la cuarentena, la vi. Los gaiteros viejos, los que han muerto, los que están muriendo, los que serían perfectos receptores del coronavirus. Por fortuna Catalino Parra tuvo un entierro multitudinario. Sus familiares, a diferencia de los familiares de los muertos de Bérgamo y ahora de los de España, acompañaron a sus familiares a sus honras fúnebres. Fue un entierro cantado, celebrado. No sabía que hasta los años cincuenta los gaiteros tocaban sus músicas en los entierros. Eran campesinos que construían los instrumentos y aprendían a tocarlos para acompañar los entierros. No cantaban. Eso es un invento nuevo. ¿Cuántos muertos tendremos hoy? ¿Cuántos entierros silenciosos, cuántas cremaciones de afán por causa de la pandemia nos contarán los noticieros?
X
Las llamas del infierno
Encendí la radio. Los locutores de noticias estaban alterados. En la noche de ayer hubo motines en las cárceles de Colombia. Se cuentan veintitrés muertos y más de ochenta heridos. Ante el hacinamiento y la falta de medidas preventivas se generaron focos de rebelión. Quemaron colchones, intentaron tumbar las rejas, escapar. Nos están pidiendo a todos que guardemos más de un metro de distancia con cualquier persona. Pero cuando dicen todos, ¿se dan cuenta que las generalizaciones no funcionan? Imaginé la situación en los patios de las cárceles colombianas. Centenares de hombres o mujeres, de todas las edades, apretujándose entre cuatro paredes. Las condiciones sanitarias pésimas, la atención médica casi nula, la prevención inexistente, el termómetro que mide la temperatura de la incertidumbre ascendiendo en forma desmedida, los teléfonos celulares que han entrado pagando vacuna a los guardas en plena actividad. Cruce de información entre Cómbita y Cúcuta, entre Bogotá e Ibagué, entre Medellín y Jamundí. Conflagración programada, respuesta semejante en todas partes. Llamas, gritos, disparos, lo de siempre, cuerpos tendidos sangrando en los corredores, algún guarda compartiendo la suerte de su vigilados, el virus no tuvo la necesidad de actuar, la selección natural ocasionada por el desastre carcelario, por el desorden en el sistema judicial volviendo a recordarnos que la gente muere por otros motivos, que en Colombia la bala y la violencia son virus con los que hemos aprendido a convivir y cuyas cifras no nos afectan.
Noticia de última hora. Muere la segunda persona por Coronavirus en Colombia. Un taxista boqueaba en cuidados intensivos mientras los intensos motines en las cárceles ostentaban el récord de muertos por un momento. Por un momento porque esto cambiará. Nueva York ya sobrepasa los diez mil infectados. En Italia murieron en las últimas veinticuatro horas casi setecientas personas. ¿Será que los chinos utilizaban el ábaco para contar los suyos? Cuántas máquinas respiradoras necesitamos en Colombia para darle atención a los pacientes calculados por los programas de medición de las epidemias?
XI
Estoy solo, a unos diez metros de Sally que duerme.
Estoy solo, soy un privilegiado que a los 66 años no he pasado una noche en la cárcel.
Estoy solo, soy uno más que guarda ciertas dudas sobre su estado de salud y disfruta de una reclusión preventiva.
Estoy solo y tengo hambre. Pero soy tan privilegiado que puedo bajar a buscar algo de comer en la nevera. Papaya, guanábana, granola y yogur, aprovecho y le agrego un poco de leche de almendras. Desayuno frugal para un cardiópata. Tomo losartán, aspirina, atorvastatina y metroprolol. Es de por vida, me lo sentenciaron los cardiólogos. ¿Qué querrá decir de por vida? ¿Mientras no aparezca por una ranura el covid-19? Debo hacer ejercicio. Es también orden de los médicos. Iré a caminar, ascenderé los y treinta y nueve niveles del edificio. Ayer lo hice por primera vez. Bajé en ascensor al segundo sótano y subí hasta la cima de las Torres. No había nadie en el camino. No había peligro de contaminarme, como sí lo había en el gimnasio. Por eso fue clausurado, prohibido. El sudor se pega de los manubrios de las bicicletas, permanece en las bandas de los caminadores, se adhiere a las colchonetas. Todos los fluidos son peligrosos. Para subir las escaleras del edificio es necesario hacer un esfuerzo superior. Es como subir a los campanarios. Recuerdo mi ascenso a torres de catedrales en Italia. Escucho campanas, los camiones de los militares avanzan lentamente mientras redoblan las campanas como si fueran llantos de despedida, las voces de los familiares que no pudieron decir adiós a sus queridos muertos. Tenía la referencia de 32 pisos. Lo que indica el ascensor. Pero no se cuentan los pisos 4 del subsuelo, guardería y parqueaderos, ni los de arriba, después del treinta y dos, la escalera continúa tres más hasta la terraza, allá donde está la entrada al salón de máquinas de los ascensores. Está cerrado, pero al lado hay una ventana con rejas, sin vidrio. Desde lo alto se ve una mañana espléndida en todo Bogotá. Las calles están vacías. En el Parque de la Independencia se ve una mujer diminuta paseando un perro y nada más. Tiene autorización oficial. Se puede sacar a pasear la mascota. No tengo perro ni gato. Tengo visión de dron. No siento envidia de ella. Siento que esta práctica es una innovación en mi vida. Es un reto. Debe ser la dosis de endorfinas que hace efecto, me siento contento, la autoestima está en alto nivel. Añoro llegar donde Sally a contarle que fui capaz de subir contando todos los escalones del edificio. Hay dieciséis escalones entre piso y piso. 16 x 39: 624 escalones.
continuará....
Estos escritos, con ritmo de diario, aspecto de prosa, canción, trova o poema, estarán apareciendo mientras dure el estado de cuarentena en el que hemos caído... y serán un elemento documental para comprender la evolución personal y colectiva de una situación que saca la cotidianidad de los parámetros vividos hasta hoy.
Quedo muy pendiente de la suite... Me encanta, gracias!!!!
ResponderEliminarExcelentes textos
ResponderEliminarHoy ví tu película de 1985, la balada del mar no visto, y leí y escuché el poema homónimo de León de Greif.
ResponderEliminarLa ciudad de Medellín ha evolucionado, creo que ahora trata de esconder sus miserias y su fracaso de cumplir la promesa social. Pero nuevamente el coronavirus la desnuda...