ENTREGA TRES
XII
Bogotá, martes 24 de marzo….
OCIO, BAILE Y ENTRETENIMIENTO (categoría socio-económica)
Según la clasificación de la presidencia de la república de Colombia, todos en mi núcleo familiar pertenecemos a esta categoría. La clasificación fue presentada hace un rato por el gobierno en el panel televisado por los canales públicos y privados. El presidente Duque declaró la cuarentena obligatoria a partir de las doce de la noche del martes 24 de marzo para todo el territorio colombiano. Lo acompañaron su ministro de salud y dos expertos epidemiólogos.
Dice la Real Academia de la Lengua que, entre otros significados, ocio es: “Diversión u ocupación reposada, especialmente en obras de ingenio, porque estas se toman regularmente por descanso de otras tareas”. Atractivo, ¿no?
No creo necesario buscar el significado de las palabras baile y entretenimiento. La primera la aprendí de mi padre que era un cojo patialegre y, aunque no ha sido un lazo de unión con Sally, nuestro hijo optó por ganarse la vida animando las noches de rumba de su mundo. Es DJ. El de la segunda, mucho menos. Sally y Tomás son músicos, y yo, aparte de cineasta soy un excelente músico frustrado. El entretenimiento es nuestra razón de ser y nuestro sustento. Vivimos en y del entretenimiento. Y supongo que tú, querido lector, si estás paseando tus ojos por estas líneas tienes claro el significado de la palabra.
Leo, al azar, en “Eje 21” un pasquín digital del eje cafetero: “Con el fin de garantizar la debida protección de la salud de todos los colombianos, y prevenir la propagación de la pandemia coronavirus (COVID-19), el Gobierno Nacional expidió la Resolución 453 de 2020, con la que se adoptan medidas de control sanitario y clausura temporalmente establecimientos de ocio, diversión, baile, azar y entretenimiento”.
Se clausuran temporalmente los establecimientos… porque son focos de propagación del virus. Por fortuna, no prohiben el ocio, el azar, el baile y el entretenimiento. Los establecimientos son espacios que invitan a la congregación de multitudes. Son los espacios rituales del entretenimiento los que facilitan la propagación del virus. El ocio, la diversión, el baile, el azar y el entretenimiento, nunca podrán ser clausurados.
Agregaron a la lista la palabra azar. El problema es que cuando se clausuran por orden oficial los espacios donde se ha profesionalizado una práctica, aunque se tenga la buena intención de proteger la salud de todos, un deseo de pecar, de transgredir la ley se filtra por las rendijas.
Pero no hay que dramatizar: los nuevos espacios del entretenimiento son virtuales. Y el espacio de quienes generan el entretenimiento es real pero privado. La cuarentena es un método privilegiado de utilización del tiempo y el espacio para propiciar el ocio y el entretenimiento.
En casa, la declaración de cuarentena no nos toma de sorpresa. Desde hace muchos años la practicamos. Es la madre de nuestras invenciones. Este blog no es más que una variación del ocio, un llamado al entretenimiento. Cuando avanza, bailo de la dicha.
¿Será que el ocio, el baile, el azar y el entretenimiento son prácticas negadas para los políticos? Lo veo en las facetas del presidente. En su intervención, Duque le bajó a su tono de niñito furioso. Cambió de máscara. Pasó de sargento improvisado a sensato consejero espiritual. Claro, las estadísticas mortuorias podrán a futuro pasarle la factura. Recordé la aparente paciencia que transmitía cuando era invitado al programa de la revista Semana presentado por la periodista María Jimena Dusán en televisión. Era la antesala para lanzar su candidatura a la presidencia. Asistía para exponer y defender las políticas y doctrinas de su caudillo, el ex presidente Uribe. Me parecía en ese entonces que era la única voz aparentemente sensata del Centro Democrático, capaz de hablar sin derramar cizaña, sin esgrimir la sed de venganza que cargaban su jefe y los altos mandos de su tropa de aúlicos co-religionarios contra todo lo que tuviera que ver con el proceso de paz de Santos. Pero ganó las elecciones, lo llevaron de paseo por la casa de Nariño y desde entonces reveló su inexperiencia, demostró en pocas semanas su incapacidad desbordante para gobernar y para generar respeto. Entonces, lo obligaron a envolver su discurso en un tonito picado, mandoncito, emberracadito. La actitud que muestra hoy ante las cámarass debe ser parte de una estrategia diseñada por su asesor de comunicaciones. Ese genio a la sombra que, así como le recomendó ponerse su atuendo de emputadito al principio del mandato, para identificarlo con una política oficial guerrerista, viene de aconsejarle, en vista de las circunstancias trágicas que trajo el virus, que nos hable con paciencia, con tono de hermano mayor, sensato y comprensivo. ¿Será que logrará sacarse la imagen de sub-presidente, con la que toda la oposición lo identifica, y convertirse en un líder que llevó su pueblo a buen puerto en esta tormenta virulenta? ¿Subirá su rating de aceptación popular, como tantas veces ocurre, en medio de este desastre? Yo no lo creo, pero démosle el privilegio de la duda. Habrá que esperar. Por fortuna es contemporáneo de Claudia López. Y las acciones de ella hacen que su superior en jerarquía oficial tenga que reaccionar. La diferencia con la alcaldesa de Bogotá es que ella pareciera no tener que recurrir a una imagen diferente para cada coyuntura . Claudia López es la misma. Analítica, decidida y firme. Transmite la sensación de que en medio de esta incertidumbre tuviera claro el rumbo de las determinaciones que va tomando. Cuánto lo siento venerables políticos. El ocio, el baile y el entretenimiento no fueron diseñados para su oficio. Eso sí, les queda un elemento a la mano: el azar.
XIII
¡Cuarentena!
¡Pa su casa todo el mundo
Ha llegado la pandemia!
¡Que se pongan ya las pilas
El gobierno y la academia!
¡Lávense bien las manos!
Que nadie a nadie se acerque.
Es un problema de humanos,
para tantos no habrá albergue.
XIV
El 24 de marzo me choquearon dos noticias. Primera. En Madrid se utilizarán como morgue las pistas congeladas del palacio de hielo. La mezcla de la declaración presidencial y el catálogo del terror empieza a fabricar imágenes sorprendentes. Ocio, baile y entretenimiento, entremezclados con noticias hace un cocktail explosivo. Recordé el Holiday on ice. En una etapa de mi infancia mi sueño era bailar sobre el hielo. Coincidió con un período de adicción al juego del yoyo. Yo era bueno haciendo vueltas y vueltas. Llegué a creer que podría quedarme indefinidamente haciéndolo girar mientras lo lanzaba hacia el frente y lo traía. Un sábado en la tarde una tía nos llevó a ver un espectáculo de Carnaval en el hielo en el coliseo cubierto de Medellín. Era un sueño. Me dio envidia. Quiero patinar. A la mañana siguiente estaba simulando ser un bailarín en el hielo sobre las baldosas del patio de la casa de mis tías. Me deslizaba hacia un lado, hacia el otro, como si el granito fuera hielo y de repente se me ocurrió integrar el yoyo. Coordiné los movimientos, creía patinar e imaginé que el yoyo se iluminaba mientras daba vueltas. De aquí pa´llá. De allá pa´cá. Desde entonces he asociado las pistas de hielo con un territorio de pura fantasía. Veo los juegos olímpicos de invierno y los campeonatos mundiales y siempre recuerdo la sensación de bailar en el hielo jugando yoyo, pero hoy tropiezo y caigo. No hay espacio para pasar. Los cadáveres de los viejos españoles han sido esparcidos sobre la pista de hielo. Unos enfermeros ecuatorianos, son ecuatorianos, lo juro, reconozco sus ojos tras los tapabocas, deben darle vuelta a los cadáveres cuando ya tienen congelada la espalda. Hay que disponerlos sobre el vientre, emparejar la temperatura, evitar que el cuerpo llegue a un estado de putrefacción, tienen que aguantar hasta que se les encuentre un ataúd y un carro fúnebre para llevarlos a enterrar. Ojalá tengan suerte y no les toque la cola a la entrada de la funeraria o del cementerio.
XV
Movilizados por una noticia falsa en las redes, centenares de venezolanos exiliados en Medellín se reunieron frente a la plaza de toros a esperar una ayuda gubernamental para comprar comida. Y en la plaza de Bolívar en Bogotá, también. Y en Pereira y no sé dónde mas.
Venezuela Venezuela ¡cómo me inquieta tu rumbo!
Venezolanos de adentro venezolanos de afuera
Venezolanos sin techo sin empleo y sin comida
Venezolanos sin techo sin empleo y sin comida
Venezolanos errantes con morral a la deriva
¿A dónde les llevará la indolencia colectiva?
Venezolanos de adentro venezolanos de afuera
Venezolanos tanteando a oscuras el camino
Venezolanos tanteando a oscuras el camino
Venezuela Venezuela ¿Qué te depara el destino?
XVI
Al mediodía, durante la rutina de cardio en las escaleras del edificio, tuve encuentros inquietantes. Después de coronar sudoroso, en solitario, la cima en el piso 35, descendí a buscar el ascensor en el corredor del piso 32. Por recomendación de los médicos no debo bajar muchas escalas. Es pésimo para las rodillas. Apenas oprimí el botón, tras de mi se abrió la puerta de un apartamento y salió, enigmático y parsimonioso, El Economista. Como de costumbre, nos dimos un saludo distante, seco, por obligación, sin ánimo de intimar. A sus setenta y tantos, abrigado con una chaqueta de algodón gruesa, el apuesto economista de otras décadas, escondía la informalidad de la sudadera gris que portaba y me llamó la atención que cubría sus manos con guantes plásticos azules. El aristócrata adulto mayor subió y bajo un poco su cabeza fina y cana, y yo le respondí con un hola, mientras sentía que sus ojos, escondidos detrás de unas gafas oscuras de aro redondo muy amplio, me inspeccionaban con una evidente indignación. Su saludo, tan económico como su profesión, era como un gesto obligado, pues él sabe que soy muy amigo de una hermana suya, y su mirada inspectora se desató cuando sintió mi respiración agitada y el brillo del sudor en mi frente. Parecía, de repente, que el espacio se reducía y no quedaba lugar para dar un paso sin que nos introdujéramos en la zona de peligro. En ese territorio en el que el aura personal genera una masa de calor en la que flotan los ejércitos de coronavirus. Cautelosos, guardamos la distancia recomendada por el ministerio de salud y, por prudencia, le agregamos un metro más. Al ver mi rostro brillante de sudor, El Economista dedujo que yo había llegado por la escalera y, sin ningún protocolo, quiso saber cuántos pisos había subido. Le dije 39. ¿Cuántos? Me miró como si yo fuera un mentiroso. Le repetí 39, pero no lo creyó. Esa cifra se salía de su mapa . Nadie sabe exactamente cuántos pisos tiene nuestra torre. Yo hice las cuentas ayer y no tuve tiempo de explicarle nada porque sentimos el ruido rengoso del ascensor. La puerta se abrió. Ambos sentimos descanso. No teníamos por qué prolongar la conversación. Entramos. Una mujer blanca, pálida , tapaba su rostro con un suéter color mostaza desteñido, a su lado una mujer negra con uniforme de sirvienta azul y delantal blanco. Conozco ese ojo, pensé. El ojo no dejó de mirarme. Tenía expresión de frustración. Era claro que ella no esperaba compartir el viaje con posibles contaminados. Un ascensor abre sus puertas en cualquier piso y nadie puede predecir quién se unirá al viaje. El ojo parecía sufrir. Quise preguntarle si ella estaba infectada, pero no fui capaz de modular palabra. Claro, ¡es La Manager! Precisamente la agente de la hermana del economista. Me miró como diciéndome, sí, soy yo. Me asusté. ¿Será que está enferma? Tenía tal expresión de susto contenido con tendencia a pánico que sentí necesidad urgente de salir inmediatamente del ascensor. Pero la puerta se cerró. Mierda, quebramos todas las distancias.
-No te arrimes, Economista, no te arrimes, le dijo La Manager al Economista.
El Economista no contestó, y permaneció inmóvil. Le era imposible alejarse. Estábamos al interior de una cámara que podría ser de gas. Contuve la respiración. Hubo un silencio de cuatro pisos. 32 menos cuatro: 28. Sin nadie preguntarle, pasando por el 26 dijo: Vine a traerle el almuerzo a La Maestra. Claro, ella es amiguísima de La Maestra y vino personalmente con su empleada a traerle la ración diaria. No me la imagino cargando el plato envuelto en un papel de aluminio. Ayer, precisamente, Sally me había contado que habían surgido problemas nuevos con la financiación de la reparación de los ascensores. Adivina quien dice ahora que no puede pagar la cuota impuesta por la Asamblea. Ni idea. Pues La Manager. Que su canal de televisión anunció la cancelación de pagos a sus representados y ella se declaró en quiebra. Vea pues. ¿Qué irá a pasar con los que ya pagamos? ¿Se vendrá una cascada de desertores del pago de la cuota de renovación? Si La Manager no tiene con qué pagar la cuota, qué decir de los otros trescientos propietarios de apartamentos del conjunto. Miré el ojo y quise decirle Manager, vos por lo menos podés vender uno de los cuadros de la maestra y ya está. Pero ¿quién soy yo para opinar sobre las determinaciones de mis vecinos? No faltaba más. Así es la vida, ahora la pandemia afectará a su estilo las actuaciones de los que hemos reconocido como los más pudientes del barrio. Hay una expresión que dice: "Está más pobre que un rico de Manizales". Por fortuna, el ascensor se detuvo repentinamente en el 18, ¡Mi piso! Y sin pensarlo, sin modular palabra, conteniendo la respiración, me abrí paso entre El Economista y la Mucama. No los toqué, no le dije adiós a La Manager, salí despavorido a buscar aire cargando una nueva sospecha… sí, la misma… ahora resulta que he atrapado el virus en un ascensor. Mierda. Por no bajar por las escaleras. Que es muy malo para las rodillas, s, pero de eso uno no se muere. Se vuelve un estorbo, pero no termina ahogado boqueando, a lo mejor tirado sobre una pista de hielo. Estoy delirando o qué. En esta ciudad no hay pistas de patinaje en el hielo. Si la parca se ensaña con los coronavirus aquí tendrán que esparcirnos sobre las pistas de la cicloruta, y serán los gallinazos los que tendrán que encargarse de mantener limpias las avenidas. O, a lo mejor, estando tan cerca del páramo de Chingaza, el olor atraerá a los cóndores, y serán los enormes carroñeros del escudo patrio quienes limpiaran el territorio de tan lamentable especie. Uy, me puse dramático.
No entré inmediatamente a mi apartamento. Esperé un momento. Volví a llamar el ascensor. Llegó vacío. Entré de nuevo y oprimí el botón de sótano dos. Al salir sentí un alivio, vi que muchos puestos de carros estaban vacíos, se fueron a sus fincas, el parqueadero se veía más grande, y decidí caminarlo todo, antes de regresar a la puerta de las escaleras para continuar mi rutina y subir de nuevo los 39 pisos.
continuará...
Estos escritos, con ritmo de diario, aspecto de prosa, canción, trova o poema, estarán apareciendo mientras dure el estado de cuarentena en el que hemos caído... y serán un elemento documental para comprender la evolución personal y colectiva de una situación que saca la cotidianidad de los parámetros vividos hasta hoy.
Ha sido un gran placer leer tu 3era cronica!!!!
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