ENTREGA SEIS.
Bogotá, en el lugar acostumbrado, abril 28
Las notas de diario que dieron origen a los dos textos en prosa que publico hoy, inspirados en cumpleaños, nacieron en las primeras semanas de abril. Cuando publiqué la entrega cinco eran apenas unas ideas expuestas en unas cuantas frases. Bocetos del cuaderno del dibujante. Las dos últimas semanas mi escritura se había concentrado en redactar un proyecto sobre mi vida de aviador para concursar en una convocatoria cinematográfica (es una aventura varada en un terminal ignoto que lleva años pidiendo pista a gritos para poder lanzarse a volar). En los ratos de reposo aparecían unas tentativas de canciones, publico hoy dos de ellas. Ayer, 28 de abril, tuve la sensación de que los requisitos de escritura para el concurso están casi listos y que el próximo paso es hacer un teaser seductor para que los jurados no condenen al óxido el aéro-proyecto. Bastó sentir el respiro para que el fuetazo de la culpa golpeara mi espalda. ¿Qué pasó con el diario? Joder, verdad, con todo lo que hay por contar... quise ponerme al día, a ver, ¿en qué vamos? Me dispuse a echarle un vistazo a la prensa virtual para inspirarme pero la página entreabierta de mis notas me dijo: no te olvides de ésto... y éso que era ésto (con tildes) me volvió a lanzar a la piscina refrescante de la escritura inútil.
XXV
El CUMPLEAÑOS DEL INFARTO y LAS UCI
Entre el 31 de marzo y el 27 de abril
Antes de Cristo, después de Cristo. Antes o después del 5-0 de Colombia a Argentina. Antes o después del atentado contra las torres gemelas. Antes o después del asesinato de Gaitán, antes o después de la constituyente, o de la firma del tratado de paz o del triunfo de Egan Bernal en la vuelta a Francia, o de tu matrimonio o de la muerte de mi madre. Estamos llenos de fechas que cambiaron el rumbo del mundo, de un país, de una afición, de una persona. Ahora todos hablaremos del antes o después del coronavirus. Este período ya se ganó el derecho a hacer parte del altar de los referentes del cambio planetario. Y si cada cual hiciese el balance de las efemérides que modificaron el rumbo de su vida, encontraríamos que todos los días del calendario tienen escrito un sinnúmero de acontecimientos memorables. Lo imprevisible y sorprendente es cuando una fecha se inscribe en otra fecha. Por ejemplo, el 31 de marzo fue el noveno aniversario de mi infarto. No había pensado en eso, pero el noticiero le dedicó tanto tiempo a las unidades de cuidados intensivos que no pude más que recordar aquel pitico que repetía el ritmo de mi corazón. Llegué a Urgencias del hospital San Ignacio después de haber sido rechazado en tres centros hospitalarios. Lo suyo es gástrico, no es de vida o muerte, me decían en el filtro que utilizan para decidir si uno tiene derecho a ser atendido. Aquel puente festivo del 2011 fui premiado con el paseo de la muerte. Sólo cuando me doblé de dolor y comencé a sollozar como un niño maltratado, la gastroenteróloga a quien busqué como último remedio llamó al hospital más cercano y con tono de coronel enardecido los obligó a recibirme ¡Por dios, este señor tiene un problema cardíaco! Como un espejo de las calles de Bogotá, el servicio de urgencias estaba colapsado. Después de esperar horas en un pasillo, me hicieron un electrocardiograma. Vaya descubrimiento: Señor, usted tuvo un infarto, quítese la ropa, póngase esta bata y acuéstese ahí. Me mantuvieron dos días conectado a un mundo de aparatos en una camilla separada de otras por cortinas pálidas, plásticas, y con mis vecinos invisibles conformamos un coro de lamentaciones deprimente. Por fortuna, en mi familia hay varios médicos que desde Medellín movieron palancas hasta lograr mi traslado a la UCI en el segundo piso del hospital. Allí permanecí una semana. La sigla UCI no era tan conocida en ese entonces. En un principio, en mi fascinación por los deportes, la asocié con la unión ciclística internacional, pero su significado era más drástico y benevolente: Unidad de Cuidados Intensivos. Esos cuartitos soberanos en los espacios hospitalarios, con una cantidad de sofisticados aparatos, son los palcos VIP reservados para los pacientes en estado lamentable. Dícese de “una instalación especial dentro de nuestra área hospitalaria que proporciona soporte vital a pacientes que están críticamente enfermos, quienes por lo general requieren supervisión y monitoreo intensivo por medicina de alta complejidad”. Dicho claramente: es un espacio para los que están al borde de la muerte, privilegio que pareciera concentrarse, en el primer semestre de 2020, en aquellas personas que el covid 19 ha decidido devorar. En Bogotá, nuestra alcaldesa ha negociado la instalación de un hospital de campaña en los enormes salones del centro internacional de negocios y exposiciones de la ciudad. Contará con dos mil unidades de cuidados intensivos. Cancelada la feria del libro y de la agricultura, del automóvil y de los comics en las instalaciones de Corferias. Ya verán los organizadores si las hacen virtuales. Aparte de lo necesario, responsable y noble del gesto de la administración distrital de regalarle a la ciudad este hospital efímero, me parece que están fabricando una imagen contundente. Es una instalación que solo un estado de emergencia puede proponerle a la imaginación. Dos mil unidades de cuidados intensivos en el mismo espacio me generan una curiosidad estética inmensa. Imagino primero el inmobiliario, sin actividad, vacío. Estático, como una instalación de Doris Salcedo. Luego lo veo en plena actividad. Pongo en ON el sonido y escucho. Invito al lector a que imagine. Silencio. Cierre los ojos y observe. Es una galaxia en movimiento. Si una vez dentro de una célula humana un coronavirus puede producir hasta 100 mil copias de sí mismo en 24 horas, y si un cuerpo humano tiene entre 5 mil millones y doscientos billones de células imaginen la energía que tiene que emitir el equipo médico para controlar semejante actividad. Me nublo. Me aterro. Puedo caer en una crisis de pánico. Abro los ojos y enciendo la televisión. No hay deportes. Ya no cantan "A otro nivel", detuvieron las grabaciones motivo pandemia. Siento el llamado de algún noticiero. Todos muestran lo mismo: tractores moviendo tierra y obreros cavando fosas en las afueras de New York o al lado de un bosque cercano a Sao Paulo. Rectangulitos muy ordenados en los que se depositan ataúdes sin adornos. Elementales, sencillos. Ya no es el convoy de camiones militares italianos transportando ataúdes en la noche hacia un destino impreciso. Ahora estamos en el destino mismo. Entramos de repente en una época de enormes y estáticos planos generales. La visión desde los drones aporta su granito de arena a la representación de la historia universal de la infamia. Siento en carne propia la evolución audiovisual. Ya no es el travelling sin fin avanzando silencioso por una carretera en el sur de Bélgica, aquella sucesión de cruces y cruces en los camposantos de la primera guerra mundial. Este es un plano quieto, largo, atronador, pero que en el fondo nos remite a la misma sensación de nimiedad y de impotencia. Vuelvo a mi UCI. Soy uno de los tantos que ha sido invitado a acostarse en uno de los dos mil lechos dispuestos en Corferias. Llego con la sabiduría de haber vivido la experiencia hace nueve años. Es mi fiesta de aniversario. Tengo la paciencia de hacer el inventario de mi hotel de lujo:
·
· Este listado es el regalo de aniversario que me obsequió don Google. Nueve años después de haber conocido los secretos de la UCI me entero, por fin, en detalle, del mobiliario en el que sobreviví al infarto.
XXVI
Abril 23
LA NUBE DE LAS DIEZ
A veces pasan fantasmas por mi balcón.
Huyen del silencio, del encierro, de las pestes y el dolor.
Corren para no perder la nube de las diez.
¡No pueden perder la nube de las diez!
A veces pasan fantasmas por mi balcón
Les digo adiós con la mano
Van tan cargados que no pueden responder
¡No pueden perder la nube de las diez!
A veces pasan fantasmas por mi balcón
Buen viaje, no se olviden de nosotros,
Corran, corran, que ya sale la nube de las diez.
¡No pueden perder la nube de las diez!
Dedicado a Raúl Soto.
XXVII
Abril 3-28
BIZCOCHOS DE ANGEL Y MOSAICO
El 2 de abril fue el cumpleaños de Bárbara, mi suegra. Aniversario número 90. Un número respetable. Enorme. Mi suegra es una artista norteamericana con dotes plásticas y musicales. Una jardinera formidable y con gran sapiencia en culinaria. Ella es una mujer pequeñita, de hierro, se llama Bárbara y corrió maratones hasta los ochenta y pico. Sally y su familia citaron a una fiesta virtual en Zoom a las 7 pm hora de Colombia. La suegra se unió desde Port Townsend en Washington state. Sus hijos, Mike desde California, Betsy, John, así como la tía Kate, desde Chicago. Los nietos se conectaron en sus respectivas ciudades: Alice en Minesota, Nick en NY, Tomás en Lisboa. Nosotros éramos la representación del sur. La celebración en casa podría decirse que duró todo el día. En la mañana, Sally y Barbara se conectaron para ensayar las canciones que cantarían en la fiesta virtual. En la tarde, mi querida esposa preparó una torta y sacó una botella de grapa llamado barbaresco, un excelente espirituoso italiano que nos trajo Martha Raquel de Milán el año pasado. Hace tiempos no la veía tan emocionada. Durante el encuentro hubo cantos, anécdotas, se compartieron impresiones sobre la cuarentena y, como es costumbre en su familia, una muestra intensiva de fotos. La pantalla se convirtió en un mosaico vivo del que salían risas amables y una sensación de celebración del clan, de la pequeña sociedad, de la familia. Sentí que esta reunión, la segunda de la semana, pues el ritual había comenzado el domingo anterior al mediodía con un congreso virtual de los García-Moreno, estuvo más convivial que la de nuestra tribu colombiana. Seguramente, a esta familia numerosa concentrada entre Medellín y Bogotá y un apéndice en Barcelona, mi hermana Vicky, nos faltó el bizcocho, los cantos, el brindis y una excusa tipo la celebración de un aniversario con una cifra portentosa como la que alcanzaba Bárbara. Días después, recordando esos rituales y los que prosiguieron, porque esas dos reuniones fueron el inicio de unos encuentros semanales que hacemos desde entonces, volví a pensar insistentemente en mi madre ausente. Ella era especialista en la preparación de dos tortas: El bizcocho de ángel que era la misma torta que Sally horneó ese día, y el bizcocho de mosaico, que era una torta que al partirla nos entregaba unas tajadas con cuadraditos de colores muy semejantes al mosaico de imágenes que conformaban nuestras familias en la pantalla. Con ese par de tortas, que ella preparaba para las grandes efemérides familiares, o como encargo remunerado para una fiel clientela que las saboreó hasta su muerte, ayudó a mantener la estabilidad emocional y económica de la familia. El encerramiento va generando rituales, representaciones, asociaciones con el pasado, nuevas formas de relacionarse con los espacios que, aunque parecen banales, llevan el peso de lo que somos y, que seguramente evolucionarán, sobrepasarán esta especie de actitud de buena voluntad que acompañan los inicios, hasta traer a la superficie todo el peso de las cargas acumuladas en un tiempo más largo que esta corta, hasta el momento, cuarentena por familias donde todo no es bizcocho de ángel ni mosaico de dulzura.
XXVIII
EVOLUCIÓN
Cancela hoy el teléfono y el internet y regálate un día de párpado cerrado.
Cancela tu insolencia vertical y ven, acuéstate a mi lado.
Desconéctate , escucha tu silencio, desconéctate.
Ni Facebook. ni whatsapp, amor, ven, acuéstate a mi lado. (bis)
Las cuarentenas de hoy ya no son lo que antes eran.
Las cuarentenas de hoy ya no son lo que antes eran.
Cancela tu insolencia vertical y ven, acuestate a mi lado.
Desconéctate , escucha tu silencio, desconéctate. (bis)
Diego García Moreno-Bogotá, abril 26 de 2020
continuará...
Estos escritos, con ritmo de diario, aspecto de prosa, canción, trova o poema, estarán apareciendo mientras dure el estado de cuarentena en el que hemos caído... y serán un elemento documental para comprender la evolución personal y colectiva de una situación que saca la cotidianidad de los parámetros vividos hasta hoy.