ENTREGA CINCO
XXI
Entre el 30 de marzo y el 8 de abril, miércoles de pasión
XXI
Entre el 30 de marzo y el 8 de abril, miércoles de pasión
PANDEMIA Y FARMACODEPENDENCIA
Tengo miedo del Transmilenio, de los taxis, de las farmacias, de los sitios donde llegan los crónicos. Mi mayor preocupación es si debo salir por las pepas. Esa preocupación no es mi problema. Es un patrimonio de toda la comunidad de cuchos, viejos o adultos mayores, como les dicen ahora. Vamos a ver si lo podemos resolver. Marco el número de mi EPS.
Digite su número de cédula. Si conoce el número de la extensión, márquela…
Ocupado, ocupado, ocupado, ocupado.
Milagro. Un humano responde. Buenos días. En qué puedo servirle.
Buenos días soy adulto mayor, paciente crónico . Ah , llame a tal número.
Buenos días soy adulto mayor, paciente crónico. Ah , llame a tal número.
Buenos días soy adulto mayor, paciente crónico. Ah , llame a tal número.
Digite su número de cédula. Si conoce el número de la extensión, márquela..
Ocupado, ocupado, ocupado, ocupado.
A veces responde una voz pre-grabada. El número al que está llamando se encuentra ocupado, llame más tarde. Marco después, una, dos, tres, muchas veces, pero el presente es el mismo:
Ocupado. Ocupado. ocupado.
Se van acabando los medicamentos.
Le hablo piano corazón:
¿será que sobrevives sin drogas?
La canción es interrumpida por el estribillo que dice:
Empezamos de drogadictos,
Terminamos de farmaco-dependientes.
Nota: Las aventuras vividas en mi empeño por conseguir los medicamentos para el corazón quedaron escritas en un cuento que hacía parte de este diario, pero me reí tanto cuando lo leí, que decidí enviarlo a una convocatoria, de esas que las entidades estatales han sacado de afán y con poquita plata, dizque para ayudarle a los artistas a pasar la contingencia. Lo tuve que sacar del blog porque en las normas decía que tenía que ser inédito. Nada de publicaciones físicas o digitales. Una lástima, porque me moría de ganas de compartirlo con mis esporádicos lectores. Tendríamos tema para carcajearnos juntos frente a la pantalla o, por qué no, cuando nos volvamos a ver en la vida real. A pesar de saber que no soy reconocido como escritor, me lancé al ruedo en la categoría cuento. Una amiga me animó a participar en la de canciones infantiles, ahí vas a la fija, me decía; y mi curriculum me recomendó participar en la de video. Pero ni la canción que hubiera podido enviar me hizo reír, ni la idea del video tampoco. ¿Será que los jurados se ríen? ¿Cuántos escritores estarán pasando problemas económicos? Imaginé la plataforma desbordada recibiendo miles de archivos de cuentos huyendo de la cuarentena. ¿Pero será que sus escritores se rieron tanto como yo leyendo semejante historia tan ridícula? ¿Se imaginan a un cucho, con una enfermedad cardíaca crónica, lanzándose a la calle en época de una epidemia a buscar sus medicamentos, entre un mundo donde todos están uniformados con un tapabocas y la sospecha de que quien se tope en el camino esta infectado? Este resumen está patético. No tiene nada de chistoso. Pues ahí está el asunto. Yo le tengo fe a la risa. Si no gana, prometo que lo publicaré por acá para que se rían un ratico. Y si los jurados, sensibles y con humor, llegasen a premiarlo, les prometo que también lo haré. Paciencia.
XXII
1 de abril
1 de abril
NAVEGANDO A LA DERIVA
Hay un barco a la deriva. Salió a dar un pequeño crucero entre Argentina y Chile. Algunos pasajeros mostraron síntomas del virus. El virus se fue tomando el barco. Ya hay muertos. Ningún puerto los recibe. Cruzaron el canal del Panamá. Están frente a Cuba. Miles de caritas acostumbradas al pánico, desde su escotilla, ven pasar una flotilla de barcos de guerra con rumbo a las costas de Venezuela. Nadie lee el afiche pegado en las proas. Reward. Of up to. 15 millios USD. for information leading to the arrest and/or conviction of Nicolas Maduro Moros. No responden al SOS. El barco a la deriva necesita recargar oxígeno. Los teléfonos celulares son el puente para contar todos los dramas. Una señora argentina pide auxilio. Su lamento es retransmitido en todos los noticieros. Cerca de Miami, se escucha la voz del gobernador de la Florida diciendo que solo descenderán los ciudadanos americanos. Un barco llega en su auxilio. Las autoridades aceptan bajar a los que no tienen síntomas. Irán a cuarentena. Un barco lleva muertos y enfermos. El otro lleva las dudas.
Un productor en Hollywood marca el teléfono. Contesta su socio. Mira, hay un barco a la deriva. Salió a dar un pequeño crucero entre Argentina y Chile. Algunos pasajeros mostraron síntomas del virus. El virus se fue tomando el barco. Hay muertos… ¿ No te parece de película? Tal vez podríamos cambiar el muelle de partida, pero es que me parece tan interesante el cruce del Canal de Panamá… Si, claro, tenemos que apurarnos, debemos tener el guión listo y el plan de producción ajustado para cuando levanten la cuarentena…
Se acelera la concepción de películas. Trabajadores de todos los oficios del cine en todos los rincones del planeta comienzan a ver tramas por todas partes. Que filmes la vivencia de la pandemia en tu casa, desde tu ventana, desde tu balcón, en tu cuarto, bajo la cama, entre las cobijas, en la cocina, con fondo de lavadora, ¡por dios!, que escribas, que cuentes lo que sientes, piensas, lo que vives. ¿No viste la noticia de ayer en New York…? NO. No. ¡No! No quiero repetirla. Siento pánico. Estamos siendo atacados por una epidemia de historias que quieren transformarse en guiones. Guiones en primera, segunda, tercera persona, en singular, en plural. Se necesitará más plata para producirlos que para financiar la vacuna. ¿Cuántas se harán? ¿Cuánto tiempo durará el ansia de consumir películas y relatos sobre el coronavirus?
XXIII
2 de abril
XXIII
2 de abril
CHAT CON JACARANDA
[11:19 a. m., 4/4/2020] Diego García-Moreno: Pues sí, todos los días me, nos, invitan a involucrarme en iniciativas de documentales sobre lo que estamos viviendo. Ha sido muy curioso porque no me he sentido tentado a filmar. Sólo me provoca escribir y hacer un poquito de música. Le dedico horas a mi blog y escribo canciones populares que parecen de mediados del siglo veinte. Tengo una extraña sensación de desconfianza con los audiovisuales. Se han vuelto tan virales, que pareciera que cuando oficio estas artes prehistóricas estuviera limpiándome de algo...
…a lo mejor mañana vuelva a tener deseos de filmar, a lo mejor... Esto no lo puedo contar en la asociación de documentalistas.... jajaja.
[11:34 a. m.] Jacaranda: estoy totalmente de acuerdo contigo... no sabes cuántas iniciativas hay acá en México. incluso DocsMX lanzaron su convocatoria de documental colaborativo y no se cuánta cosa… Sandra XXXX y sandra XXX están haciendo postales y haikus audiovisuales en facebook*,,, yo estoy hasta la madre
… en realidad yo estoy viviendo mi propio drama, mi película personal con mi madre y ese es el motivo del documental que he tenido parado... el que conecta con Poniatowska y luego mi madre.
….más bien ahí estoy enfilando mis baterías
…pero sí me interesa registrar reflexiones de amigos en otras partes del mundo, sobre lo que estamos viviendo
… me parece aterrador el mundo de hipervigilancia al que nos estamos enfrentando, empresas que venden nuestros datos a través de las plataformas digitales a través de las cuales nos comunicamos
*confieso que yo pequé y caí en los haikus...
XXIV
EL siguiente relato se gestó entre las rutinas de "cardio" que hice durante las dos semanas que antecedieron al 3 de abril.
ASCENDIENDO AL HIMALAYA.
Viajo solo. El ascensor no se detiene en su caída hacia el parqueadero en el sótano dos. Seguramente, a través de la pantalla, el celador de la portería del primer piso está viéndome estirar los brazos y girar mi cabeza para aflojar el cuello. No llevo tapabocas pero sí un pañuelo alrededor de mi frente. Se abre la puerta. Ahora mi imagen es espiada en las pantallas del garito a la entrada de los parqueaderos. Camino rápido entre autos familiares inútiles, estáticos, engarrotados, iluminados tenuemente por la luz que entra por las claraboyas que dejan ver los ladrillos de la plaza de toros. Antes de lanzarme a subir las escaleras de mi torre, la A, tengo que calentar mis músculos. Camino y hago extensión de brazos. Desde la portería de la torre C hasta el retorno en la torre B deben haber unos ciento cincuenta metros. Es raro que hayan construido la torre A en medio de la B y la C. Debe estar justificado en las memorias del arquitecto Salmona. Si recorro cuatro veces el trayecto, dos segmentos en el sótano uno, y dos en el sótano dos, estaría sumando un poco más de un kilómetro. No está mal. Y ahí sí me lanzo a la escalada.
Una luz se enciende automáticamente. Abandono el parqueadero del segundo sótano.
Cruzo el umbral de la puerta y empiezo a subir. Mis piernas están fuertes, la respiración tranquila. Siento que salgo del ángulo de visión de las cámaras de vigilancia. Cuento dieciséis escalones. Cruzo el nivel intermedio. Mirada fija en el piso. Escalones de granito blanco. Ocho son medio piso, ocho otro medio piso. Un continuo ir y venir de oriente hacia occidente y de occidente hacia oriente. Me pregunto ¿cuántos son hasta el piso 32? Pensándolo bien ¿ En realidad cuántos pisos? Debo agregar los que hay entre el sótano dos y el primer piso, y sumar los que llevan desde el treinta y dos hasta el cuarto de máquinas de los ascensores. Son muchos. ¡Es como subir al Himalaya! La puerta al parqueadero del primer sótano permanece medio abierta. Asocio sótano con minas abandonadas. Antiguas bóvedas de una explotación agotada. Quizás fueron refugio de pestes o de guerras. El olor de gasolina quemada por los choferes del edificio se lo llevó el viento. Vuelvo a contar dieciséis escalones. Debo estar a la altura del gimnasio y del auditorio. Escucho el murmullo de los niños ausentes. Sobrepaso la puerta de la guardería. Es de madera hasta la cintura, La parte superior es en cristal esmerilado. Escucho una algarabía de libros cerrados y juegos dormidos. Sollozos y gritos llamando a la mamá para exigirle un dulce, una galleta, un tetero. El ruido de mi respiración se va integrando al ambiente. Mis pasos alertan a las señoras del aseo. Ocho escalones más arriba, una, vestida de azul, balde en mano, entra con una trapeadora a un cuarto de aseo. Detrás de su tapabocas, supongo una sonrisa. Arriba del tapabocas una mirada acompaña una sonrisa. Tal vez no sonríe y su mirada es de espanto. La puerta del primer piso está abierta. Dos celadores y el portero hablan con el electricista. Uno de ellos me mira pasar, lo ignoro. Debe estar viéndome en alguna pantalla. Será solo por este piso. No hay plata en la administración para ponerle cámaras a todos los accesos a los pisos. Para eso están las de los ascensores. Los habitantes del edificio son flojos. Sólo suben las escaleras cuando hay cortes de electricidad. Muchos prefieren permanecer tomando café con leche en la panadería. Empieza el conteo oficial. Son treinta y dos pisos. Dieciséis niveles dobles. El ascenso será largo. Los pies sienten el esfuerzo. A las pocas semanas de haberme infartado subí a Monserrate. El corazón recuerda, reconoce el esfuerzo. Hay que regular la respiración.¿Cómo harán los que suben al edificio Colpatria? ¿Cómo harán los que ascienden al Himalaya? Regulan, tienen paciencia, no desesperan. La vista fija en el piso. Travelling adelante, ritmo constante. Cada paso que doy lo aseguro con mi vista. Hay que levantar la rodilla justo a la medida del escalón. Escaleras de granito blanco. Piso de hielo. No puedo pisar en falso. Los altos picos me esperan. El Everest, el Anchenjunga, el Lohtse. Despreocúpate del altímetro. Son más de ocho mil metros, hijuemil escalones, dale. Siento un ventarrón frío. Una puerta está abierta. Un letrero escrito a mano me devuelve al piso octavo y a la pandemia. “Mantenga la puerta abierta, los picaportes son posibles contaminantes”. ¿Por qué lo hiciste? Pierdes el ritmo. Excusa. No he tocado nada, ni pasamanos, ni picaportes. No me he cruzado con nadie. Solo una mirada a lo lejos. Y ahora un aroma. Un olor a cebolla frita invade las escaleras. Un horario extraño para hacer cardio. Los olores me recuerdan que no he traído provisiones. No necesitas. Tienes la grasa suficiente para asegurar las reservas. Pienso en Nairo y en Egan. ¡No! Soy alpinista, no debo confundir mi especialidad. Casi piso en mi camino una mariposa nocturna extraviada en el borde de un escalón. Escucho voces roncas, como de señoras fumadoras. Supongo que han salido de sus apartamentos a charlar, cigarrillo en mano. No quiero saber en cuál piso voy. Veo unos piecitos por la hendija de una puerta entreabierta. Deben ser las señoras. No huele a cigarrillo. Dudo, algo me obliga a detenerme. Retrocedo. Miro. No son los pies de las señoras. Se fueron. Son los piecitos de unos enanos en cerámica. Materas dispuestas frente a la ventana, junto a la entrada de las escaleras. Podrían ser restos de escaladores fatigados que no lograron su objetivo. Respiro más profundo. Vamos, sigue, sube, sube. ¿En cuánto estará mi ritmo cardíaco? Recuerde, me dijo el cardiólogo, no debe sobrepasar ciento cuarenta pulsaciones. Debo estar entre ciento treinta y ocho y ciento cincuenta. Qué tal que me desmayara. ¡No! Que no vaya a ser aquí. Qué vergüenza caer al piso lejos de las cámaras de vigilancia y permanecer tirado sobre el granito durante horas arrullado por un reggaeton. ¿Quién osa escuchar reggaeton al mediodía? Hago el inventario de los adolescentes que he cruzado en el ascensor. Deben ser ellos. Viven en el piso… no, no quiero saberlo. Acelero, huyo. Siento un nuevo aire. Imagino los picos nevados en la cima. De nuevo el silencio. Mis pasos, el granito blanco, firme, testarudo, mi respiración regulada. Milagro. De algún apartamento se escapa una fuga de Bach y de otro un aroma de eucaliptos. No había sentido nunca interactuar este dueto. Deben ser los últimos signos de lo sublime humano interactuando con la vida vegetal. A esta altura no resiste ninguna planta. Vendrán las rocas sin capa vegetal, negras, cubiertas con colchas blancas como la nieve, como el granito blanco. Como la neblina. Estoy entre nubes. E l cielo azul era un ilusión de alpinistas exhaustos. El ascenso al Himalaya no permite mirar al cielo. A ningún lado. Imagino que me apoyo en el bastón y avanzo, avanzo. Ya no siento el cansancio. El ritmo es constante, el único límite será la falta de oxígeno. Otra puerta repite con dulzura el anuncio de los picaportes. ¡Obsesivos! Nadie las va a tocar, y sigo. Se confunden los pisos, las voces de nadie. Las figuritas jugando a la familia a detrás de los ventanales durante la cuarentena. Son relámpagos visuales en picado en los apartamentos que alcanzo a ver por las aberturas que dejan entrar la luz a este laberinto vertical. Siento una enorme satisfacción. Pareciera que los mismos, repetidos, monótonos, ocho escalones ya no fuesen sino cuatro. No cuento uno por uno, multiplico por no sé cuántos. La cifra no se aficha en la pantalla. Ahora sí. Piso treinta, estoy a punto, y la numeración terminará en treinta y dos. Vuelve el recuerdo de los ciclistas. Embala Nairo, Egan no da su brazo a torcer. No importa. Escalo al Himalaya caminando, en cicla, en monopatín, a pie limpio. Embalo yo, aún tengo piernas. Los tres pisos que prosiguen al 32 son guiados por la inercia. El convencimiento, la testarudez, el espíritu competitivo. Compito con la muerte y conmigo mismo. Compito con los fantasmas de unos escaladores ausentes. Con los inquilinos del edificio que se esconden en sus madrigueras. En los igloos que han fabricado al lado de la nieve. Más allá del granito blanco. El granito blanco que no sigue. El que me dice has coronado. El que cede el lugar a la ventana vertical, angosta, con dos barras de hierro sostenidas con cemento. El mirador entre rejas. La ventana desde la que se observa la ciudad vacía. No quiero caer. No puedo. Me agarro a los barrotes. Me sujeto para no perder el equilibrio. Apoyo mi cabeza en el metal. De mi boca sale un vapor caliente y agitado. ¿Saldrán virus en las partículas de vapor que exhala mi boca? Mi aliento va, flota, vuela hacia la ciudad. La ciudad monstruo recluida en su cuarentena. Allá lo prohibido. Aquí el cansancio. El ¿será que me voy a desmayar? ¡No! No. Calma. Camina, desciende. Vas mejor. Los escalones de granito son ahora una pequeña cascada. Desciende el agua, refresca. Al llegar al piso 32 mi corazón y mi respiración, ya reposados, me aconsejan no seguir descendiendo por las escaleras. Son malas para las rodillas. Empujo la puerta con mi espalda, entro al corredor y oprimo con el nudillo de mi mano izquierda el botón del ascensor.
Viajo solo. El ascensor no se detiene en el descenso hasta el parqueadero en el sótano dos. Seguramente, a través de la pantalla, el celador de la portería del primer piso está viéndome estirar los brazos y girar mi cabeza para aflojar el cuello…
Tres veces ascendí el mismo día hasta los tres picos más altos del Himalaya:
· Everest 8848 m
· Kanchenjunga 8586 m
· Lhotse 8501 m
·
Dos días después, El sábado, 4 abril de 2020 a las 11:28, recibí un mensaje en mi correo. Lo enviaba el administrador del conjunto. Era una foto transformada en afiche. Mostraba las escaleras de un piso cualquiera de mi edificio. Le habían hecho un viraje monocromático al verde. En la parte alta, a la derecha, tenía impreso en negro un texto en mayúsculas de gran tamaño ¡QUÉDESE EN CASA! En la parte inferior, sobre una banda verde oliva, escrito también en negro, en formato más pequeño, como una súplica decía: POR EL BIENESTAR DE TODOS y abajo, en minúsculas, “no utilice las escaleras comunales para realizar ejercicios”. El Logo del edificio estaba impreso en el borde inferior.
continuará...
ahi seguiremos leyendo... un abrazo Diego
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