A mi oficina llegó el estruendo. La noche empezaba con un
concierto de cacerolas. Apagué el computador y salí. Dos niños apostaban
carreras de triciclo en el profundo y pálido corredor del tercer piso.
El
gentío se había tomado la carrera séptima,
no había circulación de carros. Me encontré inesperadamente con Susana Carrié,
Bátori y María Amaral. Susana tenía ruana y tomaba fotos. Bátori hacía ruido
con dos tapas de ollas. María los acompañaba y afirmaba que era mucha gente
espontánea. Sin hablar, espontáneo, me uní a la manifestación y nos dirigimos a
la Plaza de Bolívar.
A diferencia de cualquier manifestación que recuerde, caminábamos rapidísimo. Imaginé el largo corredor urbano, en la penumbra, repleto de triciclos. Los manifestantes ocupaban un cuarto del área de la plaza frente al congreso.
Al libertador le habían puesto sombrero y una ruanita con un
letrero identificándolo como boyacense. Me encontré con la Búnker, la fotógrafa.
Tienes el don de la ubicuidad, me dijo. En la tarde había visto en facebook
unas fotos en las que yo aparecía
en el Huila. Ella le solicitó a
alguien que nos tomara una frente al libertador campesino. El Bo-yaco-lívar. La envió por su
celular a las redes con el mensaje "Del desierto de la tatacoa, al
concierto de cacerolas". Habían muchas pancartas y banderas rojas y de
Colombia. En un letrero se protestaba contra las papas a la francesa. En otro
contra el TLC. En otro contra las multinacionales. En otro contra el presidente.
Somos ateos, no creemos en los
santos.
Algunos manifestantes repartían la alarma: vienen tanquetas, hay militares con fusiles. Nos están rodeando. Atentos, atentos. Pasen la voz. Algunos intérpretes de ollas habían acompasado el ritmo. Tatatá, tacataca y algunos bombos hacían pum, pumpumpúm. Nos mirábamos y decíamos como María que somos muchos. Nos sentimos espontáneos, solidarios, sensibles. Ya, suficiente. Tengo hambre. Marcha atrás. Ya todos nos
desahogamos. Sin que nos hubieran
lanzado gases lacrimógenos, regresamos a casa. Le dije a Sally que la cacerolada
había estado fantástica. Encendí la tele para ver las noticias de las nueve. El
presidente, en Tunja, pedía perdón
a los agricultores por los
abusos de los agentes del ESMAD, aplaudió
las protestas con cacerolas, "eso sí es saber protestar sin
violencia" y aseguraba que mañana se iniciarán los diálogos en una mesa de
trabajo.
La mamá salió al corredor y dio un ultimátum a los niños: Me
guardan ya esos triciclos. Rigoberto Urán quedó de cuarto en la etapa de la vuelta
a España y los patinadores arrasaban en los mundiales de patinaje. Calenté una
arepa, le puse encima una gran tajada de queso campesino envuelto en hoja de
plátano. Hay muchas maneras de pedalear, pensé.
Diego García Moreno.
Bogotá, agosto 27 de 2013
Qué delicia de crónica. Escenas fotográficas vividas.
ResponderEliminarGracias!