Cuando vas manejando y aparece una montaña caprichosa, una
procesión de nubes enardecidas y pacientes, unos rayos de sol clavando su
aguijón al rincón más indefenso del paisaje, un aguacero amenazante, juguetón,
y unos planos inclinados de un negro profundo que exageran el contraste y exaltan el volumen, que te dejan con la vista quieta,
turuleta, y te provoca gritar
"mirá esto, mirá, mirá" y tenés en el bolsillo la camarita, qué más
podés hacer sino sacarla de su estuche y repetirte eh, ave maría, qué puta belleza, dios existe, dios
existe, aunque al llegar a la curva se te olvide girar y caigas por el
desbarrancadero y no tengas tiempo para darte la bendición ni arrepentirte de cuanta cagada hiciste
en tu corta vida y te toque presentarte solo ante el responsable de tan
soberbia tentación porque el ángel de la guarda también se quebró el culo en el
totazo, pero, para ellos, los ángeles, si existieren, no hay juicio final sino pura condena a
la desaparición eterna, no hay fuego, ni limbo, ni recompensa, cómo iban a
darle premio, si el pobre alado iba pendiente de la cabrilla en el momento en
que apareció una montaña caprichosa, una procesión de nubes enardecidas y
pacientes, unos rayos de sol clavando su aguijón al rincón más indefenso del
paisaje, un aguacero amenazante y juguetón y unos planos inclinados sembrados
de contraste que exaltaban el volumen y lo dejaron boquiabierto, le despertaron
la inocencia, pobre ángel inútil
que no hizo nada cuando apareció la curva y me olvidé de girar y caí al
desbarrancadero y en el totazo le destrocé la humanidad, pobre angel , ahora ya
no es nada ni recuerdo ni ausencia, pero, por fortuna, y a pesar de todo, entre tanto destrozo, hierro roto y
plumero, quedó viva la foto.
diego garcíamoreno
neiva, agosto 18 de 2013
Belleza...
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