sábado, 13 de diciembre de 2014

Luces e iluminaciones





El diez de diembre de 2014,
tras una larga jornada de edición,
repentinamente mi oficina fue invadida por una luz "atronadora".
Del edificio de enfrente,
durante un interminable minuto,
me bombardearon
con los potentes rayos de un sublime atardecer.

Me defendí como pude con mi destartalada camarita lumix,
una fiel sobreviviente
de un año de ajetreo constante
con personajes e historias
que inexorablemente
harán sus apariciones en las tramas de mis sueños
y en un grupo de películas documentales
que saldrán a la escena pública
el año  entrante.






Cuando el ataque de luz terminó,
sentí un alivio profundo.
Descargué la serie de fotos
y al observarlas tuve la sensación de que ese bombardeo de energía
contenía la fuerza de un mundo de seres
en apariencia ausentes
que durante toda mi vida han guiado mis pasos
como dispersos dioses tutelares.


domingo, 30 de noviembre de 2014

RAMÓN HOYOS VALLEJO: ¡TRAIDOR!

Durante tres años mi vida fue parcialmente feliz:

mi hermana se enamoró de Ramón Hoyos
y yo a escondidas dejaba abierta la ventana
para que él viniera una noche
y se la pudiera robar tranquilamente

pero un día ella llegó malencarada
no buscó la foto de su amor en la página de deportes
ni opinó nada
cuando papá nos dijo en el almuerzo
que el campeón se había casado

mi hermana tendría diez años
mi hermana naufragó quince noches en rancheras
mi hermana nunca se enteró de que en mis sueños
un niño Dios me había regalado una cicla
y que en la recta final le sacaba media rueda
a un Ramón Hoyos disminuido
por tantos amores que había traicionado


Diego García Moreno - París 1979.

sábado, 22 de noviembre de 2014

Publicidad poética Apagada

Antes de que los estratos de noviembre  se vuelvan cúmulo-nimbus  
y el gran territorio vista  su disfraz de gris  tormentoso y pesada lluvia
se escucha la voz del capitán diciendo con tono de guía turístico barato:  
"... y a su izquierda el Parque Nacional de los  Nevados". 

Dentro de la montaña el dios del fuego tararea  su vieja melodía
mientras en el pasillo la azafata me pregunta
si el señor no va a comprar el desayuno. 

Sin prisa la fértil pradera de Armero espera su alimento: 
ella sabe que la fumarola del Nevado del Ruiz es el eco
de una voz que no la olvida.

¡Qué territorio! 
me provoca gritar pero han patentado las palabras 
y no me atrevo a decir 
Viva Colombia. 


Piedras




Piedras, piedras pilares, piedras techo, piedras sobre piedras, piedras refugio, piedras secretos, piedras talladas, piedras memoria, piedras sabias, piedras enigma, piedras. 
En el territorio de San Agustín, Huila, al sur de Colombia, se encuentran las huellas de una cultura precolombina enigmática, sabia, profundamente conocedora de la inter-relación vida-muerte. 
Proyectando Memoria fue a San Agustín 
con sus imágenes de aire y luz 
para  alimentarse de signos, símbolos, 
representaciones de un presente largo, de un tiempo vivo, de un tiempo esculpido en la aparente solidez de la materia; 
de las piedras, 
piedras profundas, piedras sencillas,
 piedras ojos, piedras colmillos, piedras cuerpo, piedras mirada, 
piedras parto,
 piedras ave y reptil y felino y sexo. 
Piedras.


viernes, 7 de noviembre de 2014

PROGRAMACIÓN DEL VI FESTICINE SAN AGUSTIN

Programación VI Festicine San Agustín

Plegable  - VI Festicine 2

sábado, 1 de noviembre de 2014

HOMENAJE EN EL VI FESTICINE SAN AGUSTIN

Cuántas veces me han preguntado:
-¿Y por qué no te dedicaste al cine?
-Y qué es lo que hago, pues...?- respondo.
-Pues sí, pero con actores...-
-¿...?
Qué mejores actores que aquellos que nos prestan -regalan- las imágenes de sus propios dramas, de sus aventuras, dichas o desgracias, por los paisajes vivos -o moribundos- de un país, -¿mundo?-, fascinante -tantas veces deprimente-.
Cómo me gusta conocer territorios y vidas y filmarlos. contarlos. Qué dicha cuando ese oficio, llámese como se llame, te lleva a sitios que siempre has deseado conocer, pero que por extraños designios, sólo lo alcanzas cuando tu cabeza se ha coronado con cabellos blancos. San Agustín, en el Huila, es uno de esos territorios sagrados de Colombia que aun no he visitado. Cómo agradezco al destino, y a los organizadores de su festival de cine, que, por fin,  me lleven a conocer en este preciso instante de la vida ese espacio mágico y a sus gentes,
A ver ¿Quién se anima a acompañarnos en el VI Festicine SAN AGUSTÍN?


miércoles, 22 de octubre de 2014

PAISAJEANDO mientras tanto...

Desde hace un par de meses me la he pasado encerrado editando en mi oficina. El contacto con el mundo exterior se ha resumido a las imágenes que grabamos para un documental que recibí por encargo. Pretendemos con ellas dar la sensación de un universo. En este caso es el universo de un grupo de teatro. Ciertos días pareciera posible llegar a la meta. Otros, empieza el péndulo de la indecisión a marcar su ritmo. Me rasco la cabeza, me provoca enviar todo al carajo y agarrar el morral. Quiero buscar nuevos paisajes. Cálmate y dale. Te están pagando. Está interesante. Ya llegará el momento. No ha llegado el editor. No me atrevo a encender el aparato. No quiero. Lo esperaré. Abro la ventana y miro la décima, la veintiseis, los cerros. Los congestión de autos es elástica. Miro las nubes y el parque de la Independencia.  Trancones y nubes, nubes y trancones. El gris del cielo bogotano le hace juego al smog ciudadano.  
Dale, escápate un rato, dale, dale... 

Paisaje 1
Camina lento camello, camello camina lento.
Dibuja huellas camello, camello dibuja huellas.
En las dunas veo tus pasos , tus pasos veo en las dunas.
Eres cometa en la arena, en la arena eres cometa.
No mires atrás camello, no mires  atrás no mires,
No mires que viene el viento, el viento viene, no mires.
Borra las huellas el viento, el viento borra las huellas.
Camina, dibuja y borra, y borra y borra el camino.
La arena limpia la arena, la arena a la arena limpia.


Paisaje 2
Arrastra el carruaje, arrastra. Arrastra, arrastra el carruaje.
Botellas, cartón, alambres. Alambres, cartón, botellas.
Corre, empuja, camina. Camina, empuja, corre.
Suda, tose, resopla. Resopla y suda, y tose y resopla.
Asfalto, aceite y asfalto. Aceite, asfalto y aceite.
Aguaceros, huecos, charcos. Charcos, huecos y aguaceros.
Detente que allí hay basura. Basura hay allí, escarba.
Piel y mugre se confunden. Mugre y piel  y piel y mugre.
La noche es olor y aliento. Aliento y olor de noche.
No hay quejidos, no hay cansancio. Si hay cansancio sí, hay quejidos.
No hay palabras ni hay silencio. Hay silencio sin palabras.
Trozos de luz y cemento, sombras, luces y cemento.
Arrastra, arrastra y arrastra, escarba, camina, empuja.

Paisaje 3
Cruzo un puente de aire y guadua
sobre un río, sobre un río.
Tengo miedo y me estremezco,
Me estremezco sobre el río.
Sobre un puente de aire y guadua
Temo, tiemblo, no sonrío.
Mucho aire sobre el río
Mucho temor, mucho aire.
Temo el puente,
Temo el río.
Temo resbalar al aire
Temo resbalar al río
Temo cruzar el puente
El puente de aire y guadua
El puente que cruza el  río.

¿Será que estos paisajes son más bien cancioncitas a las que debo ponerle música? Se las enviaré a Tomás para ver si acepta ponerles una atmósfera electrónica. De todas formas, esta noche me tomaré un whisky y, mirando la Bogotá nocturna desde el ventanal de mi piso dieciocho, intentaré rappearlas con mi estilo gregoriano.  La puerta de la oficina se abre de repente.  Mi editor me atrapa en pleno monólogo mañanero. "Vea pues, ¡le volvió a despertar el blog!"  me dice. Medio me sonrojo y río, oprimo el botón publicar, y vuelvo dócilmente a la pantalla. 


Diego García Moreno - Bogotá, octubre 22 de 2014

viernes, 3 de octubre de 2014

RECESO CON ÑAPA

Hace días que no escribo en el blog. O mejor, que no escribo… en seco.  La edición del documental sobre el Teatro Libre de Bogotá, a partir del remontaje de La Orestíada de Esquilo en el Teatro de Chapinero,  y un video que me ha encargado el Idartes sobre los Clan (Centros locales de arte para niños) me consumen el tiempo,  manipulan y absorben casi toda mi energía.  Me dejan solo un pequeño porcentaje para la nostalgia de la escritura inútil. Esa que no encarga nadie. La irresponsable y libre. Extraña mañana es esta: ni grabo ni edito. Entonces me escapo un momentito para amplificar mi declaración de silencio involuntario. Para decir que este blog no está muerto. Que está dormido. Que seguramente al término de estas obligaciones laborales tendré muchas frases para escribir, porque ambos encargos son fascinantes. Que esta manoseadera diaria a la gran tragedia griega dejará su huella en mis palabras. Esta suma de venganzas y matricidios, parricidios, filicidios y todas esas variables de agresiones que se catalogan con palabras terminadas en “…idios”  revuelcan una memoria empotrada en las células de lo humano que arrastramos. Mucha sangre manchando campos, mares, callejuelas y castillos, se mezcla con la obligación de grabar caritas tiernas de niños y niñitas cantando o bailando o pintando o haciendo malabares o teatro o danza o tocando arpa en medio de unos barrios que parecieran escenarios posibles para un suspiro de Pasolini . En este período de fin de año se han sumado dos aproximaciones extremas al arte que, presiento, cocinan  a fuego lento el futuro de este curioso rincón de  mis desahogos. Mientras, voy a rebuscar en la carpeta “mis documentos” de mi computador alguno de esos escriticos con cara de canción que en cualquier momento de desempleo salieron a la luz de la noche.  Ya vuelvo. ..

LISTO. Encontré un trozo de vida en el camino. Hace parte del diario escrito en el viaje por Suramérica que hice con Sally iniciando el año. Aquí va. Una sorpresa con foto y todo.


EL TREN ENTRE PUNO Y CUSCO

El problema es de tiempo. Las dos líneas paralelas se tratan de juntar a distancia y los soportes transversales, uno por uno, me hacen creer que puedo contarlos. No hay afán. El paisaje desfila a lado y lado a través de los amplios ventanales de madera. El bronce de los portaequipajes y las lucecitas con farolas de cristal en flor y las sillas tapizadas, abullonadas, sostenidas en fina madera curva, y sus brazos para reposar nuestros brazos, nos hacen sentir en otro tiempo. Desplazarse sin ruido de motor, solo con el taquetaquetaquetá, va produciendo una relación hipnótica con el paisaje.



El Titicaca allá, parece eternamente nuestro a pesar de que sus juncos, sus riberas sembradas en papa y sus florecitas amarillas que no sé qué son, van a desaparecer entre las grandes extensiones de hierba donde pastan los rebaños de ovejas, alpacas, llamas y vicuñas. Casitas de tierra diseminadas por ahí, como al azar, techos de paja o zinc que rebotan los rayos de un sol que comienza a borrar los restos de la lluvia de la noche. Charcos que son espejos de nubes. La elegancia. El tren de Puno a Cusco nos deja horas para recurrir al dispensario de nuestros adjetivos: bello, hermoso, deslumbrante, fantástico, alucinante… Qué curiosa sensación de felicidad. Si, es caro pero uno olvida el precio tras cada durmiente de la carrilera. Qué afortunados somos, hemos podido pagar los tiquetes que incluyen pisco y cena.


De pronto entramos a Juliaca. Una señora de sombrero corre por la vía, parece perseguir el tren, va quedándose atrás, pero en diagonal, o perpendiculares, empiezan a aparecer hombres, mujeres, vendedores de coca, de metales, de telas, de máquinas, de repuestos, de frutas, de metales, de chécheres chinos, de muñecos, de cordones de zapato, la vía se cierra, el paisaje desaparece, los mantos del altiplano se suceden, la mugre, el barro, los pedazos de metal oxidados o brillantes, una sensación de hambre, de acoso, de desespero, cuidado te roban la cámara, mantenla fija en la mano, es un solo plano, eterno, delatador, no es lo mismo filmar mirando hacia delante, todo aquí va hacia atrás, pero cada transeúnte, cada vendedor, cada mendigo, cada niño, cada señora adolorida, cada miserable está en su presente, se abre ante el tren durante el minuto que demora su paso y vuelve a su sitio, se apropia de la carrilera, extiende su pedazo de plástico o de tela sobre el piso y vigila que sus cosas no hayan desaparecido bajo la mole amodorrada, constante del tren.


            No hay afán. El mundo se desespera con los fantásticos trenes de gran velocidad. Hay que negociar rápido. En el tren de Cusco a Puno no hay prisa, solo el placer de mirar, de dejar que esta sensación de territorio se involucre al cuerpo a través de los ojos y de este taquetaquetaquetaquetá paralelo al Titicaca. Agua, planicies, montañas, nieve, naturaleza,  nubes, cielo revolcado por el aleteo de los cóndores o nuestros suspiros. Adiós ciudades. Vuelve a dominar esa incontrolable grandeza de la memoria tallada en el paisaje andino. Seguimos sin afán. Repetimos, no cansamos de repetir, volvemos a exhalar un qué alucinante, qué belleza, qué belleza, qué belleza.






jueves, 18 de septiembre de 2014

Plegaria para Beatriz.


Hoy se cumplen dos años de la muerte de mi madre. Qué falta hace esa señora tan sensata, tan ecuánime, tan generosa.  Beatriz Moreno, donde estés, te va un abrazo y este poemita que escribí al día siguiente de tu partida:


Todos los guayacanes te ofrecieron
un cielo amarillo como tumba.
Reposa tranquila,
lenta, eterna y silenciosa.
No más pesadas jornadas, Beatriz, querida.
Deja que nosotros cuidemos el jardín
 para que disfrutes en paz tu infinito sueño.
Simplemente, a veces, bate tus alas de ángel
y haznos sentir que no estamos solos
en este arduo trajín de todos los días.

Medellín, 19 sept 2012- 
Diego garcía Moreno.


jueves, 21 de agosto de 2014

EL CORAZÓN NO MIENTE

Por Diego García Moreno*


 I. UN FLECHAZO AL CORAZÓN.

Cuando José Gregorio levantó la camisa de Janeth, y tras acariciarle la barriga le besó el ombligo que coronaba un vientre redondeado por tres meses de embarazo, supe que el corazón de ese muchacho latía a plenitud. La conoció en el hospital San Vicente de Paúl de Medellín una semana después de la operación. Ella era una agraciada jovencita costeña de rasgos sinúes, familiar de un cuñado de José Gregorio, que andaba de paseo por Medellín y fue al pabellón cardiovascular del hospital por pura curiosidad, para conocer al pariente a quien “mi Diosito” le había hecho el milagro. Porque quedar vivo y enterito después de que una esquirla se le incrustara en el corazón sólo podía considerarse un milagro en el país del Sagrado Corazón.
Cómo no conocer a ese afortunado héroe de la patria, al del milagro, como le decían en la familia, en el ejército, en el barrio y, por supuesto, en los titulares de prensa y noticieros que dieron a conocer por televisión y radio tan escabroso acontecimiento y tan sorprendente intervención quirúrgica.
Fue cuestión de abrir los ojos, cruzar su mirada con la de esa muchacha calentana de cuerpo bien formado y carita redonda, entre pícara y virginal, para que el “mango” de José Gregorio empezara a bombear sangre como si estuviera nuevo. Y el corazón del soldado estaba bastante maltrecho por el impacto y por la larga, penosa, operación a corazón abierto para extraerle el pedazo de hierro que se había empotrado en la pared que separa la aurícula del ventrículo. El accidente ocurrió cuando José Gregorio patrullaba en una zona de conflicto en el oriente antioqueño y pisó una mina antipersonal.
Un año después de ese flechazo, José Gregorio y Janeth vivían juntos en una humilde casita en el barrio Pacelli, en las laderas de Bello, una prolongación de las agitadas comunas de Medellín, y esperaban un bebé. El día de nuestro primer encuentro el soldado estaba de licencia, aguardaba que en el ejército definieran su situación y le dieran de baja para poder compartir la nueva vida con su amada, y fue propicio para que pactáramos hacer un documental sobre su historia: la de un muchacho de barrio popular que ante las limitadas perspectivas laborales se había enrolado en el ejército a sabiendas que, como le decía su mamá,  era la única fuente de trabajo honesto.

- Ay mijito, no vaya  y se lo lleven los guerrilleros o los paras…
Pero por cosas de la guerra y del destino, se había transformado en un caso clínico único que nos obligaba a reflexionar sobre nuestro propio cuerpo y sobre la situación de la patria.
 
—¿Será que ese muchachito sí va a nacer normal? —me preguntó Mery, su hermana—. Es que con la cicatriz tan grande que le quedó a mi hermano, uno no sabe…
 —le dije—. Las cicatrices no son contagiosas ni hereditarias…


* * *

Supe de José Gregorio por el doctor Francisco Gómez, Pacho, el cirujano que lo operó. El doctor Gómez hacía parte del equipo cardiovascular que más operaciones de corazón abierto por trauma —es decir, por balazo, puñalada o cualquier objeto cortopunzante— ha practicado en el mundo. Medellín tenía el récord debido a la epidemia de violencia que azotó a la ciudad en los años ochenta y noventa, cuando la capital antioqueña se convirtió en el epicentro de las guerras del narcotráfico bajo el mando de Pablo Escobar y su cartel de Medellín. Pero el caso de José Gregorio era diferente para el doctor Pacho: era la prueba de la degradación del conflicto que azota al país desde hace cincuenta años.
Como cineasta, he explorado “la colombianidad” a través de objetos simbólicos como la arepa, el trompo, la corbata, la cama, la hamaca, la estera, la acera y el ataúd, y fue a la salida de una proyección de Colombia horizontal, en la que recorro el país confrontando diversas relaciones con el lecho, cuando el doctor Gómez me contó que trabajaba con un objeto que también era una metáfora de Colombia: el corazón.
—¿Por qué no hace una película sobre el tema? —me propuso el doctor, y a mí me quedó sonando la idea de explorar el corazón como otro símbolo de la colombianidad.
La propuesta se hizo realidad años después, cuando me narró la intervención practicada al soldado y me mostró las imágenes de la extracción de la esquirla. Era increíble: a este muchacho la mina no le había amputado ningún miembro, pero su munición había ido directamente hacia la cajita de música donde está dispuesto el motor de la vida. Las imágenes de esa operación tenían que ser conocidas por todos: eran la metáfora de un país herido, que a pesar de todas las agresiones por las que pasaba diariamente, aún era capaz de moverse, de bombear sangre, vida.

El doctor Gómez me dejó grabar una consulta con José Gregorio. Al terminar, escribí en mi diario de rodaje el texto que reproduzco a continuación.

II. AUSCULTANDO A JOSE GREGORIO

Una mesita de madera recostada contra la pared hace las veces de escritorio. Un par de taburetes dispuestos a lado y lado invitan a cada cual a tomar asiento. La luz ha hecho ya su ingreso violento por la ventana y se ha distribuido por las paredes color crema, sobre la bata blanca del doctor, sobre la camisa y el pantalón azul claro de José Gregorio, sobre la piel blanca de ambos.
Francisco tiene líneas agudas y gran nariz aguileña que separa unos ojos negros, vivos, inteligentes, inquisidores pero amables. Lleva un bigote oscuro y su cabello ondulado va del negro al blanco dejando una sensación gris, acorde con las arrugas que le hacen aparentar más de los 56 años inscritos en su cédula. José Gregorio es un muchacho de apenas 24, casi imberbe, con la piel pálida, brillante por naturaleza y por los efectos de la caminada bajo el sol del mediodía. Su cara es cuadrada, tiene el pelo castaño y una nariz casi recta, ancha, moldeada quizás, como en los boxeadores, por el impacto de un rudo golpe. Sus ojos despiertos tienen ese extraño resplandor que permanece en quienes recorrieron el túnel de la mano de la muerte, pero por insondables designios se detuvieron en su umbral y regresaron a las dichas y los sinsabores de la existencia.
La decoración del consultorio se reduce a un corazón de yeso desarmable puesto sobre una esquina de la mesa. Enseña los componentes de un órgano que en general desconocemos: miocardio y pericardio, venas y arterias, aurículas y ventrículos, válvulas y convincentes venitas. Un territorio donde conviven los amores, el dolor, las esperanzas y el desconcierto, con los soplos y las taquicardias, las arritmias, los infartos, la música y sus silencios. Enfrente, una camilla espera.
José Gregorio asegura que nada le duele. Sólo el esternón cuando hace grandes esfuerzos. Come bien, es decir come bien en la medida de lo que significa comer bien en el ejército. Duerme bien, claro, en la medida de lo que es dormir bien en el ejercito. Tose, sí, tose un poco pero no es más de lo que podría considerarse lo normal en las frías noches del ejército. Francisco lo mira atento, serio, reflexivo. Es evidente la emoción de José Gregorio presentando el informe a su salvador.
Una cadena de televisión difundió meses atrás una nota que pregonaba: “El grupo cardiovascular del hospital San Vicente de Paul sorprende a Colombia de nuevo con una gran proeza científica…”. En la nota, el cirujano trataba de explicar que esta operación no era tan diferente a otras que cotidianamente practicaban en corazones destruidos por puñales o balazos. Que de esta historia nacía una reflexión sobre la desmesura a la que ha llegado la violencia en Colombia. Pero al programa le interesaba vender la primicia de un grupo científico nacional capaz de ostentar un récord Guinness. La guerra nos brindaba hazañas que dejarían muy en alto el prestigio de los científicos colombianos.
—Vas muy bien, José Gregorio —dijo el doctor—. Quítate la camisa y los zapatos y súbete a la camilla.
Se escucha un antiguo reloj de péndulo. Tic-tac. Conciencia de ritmo. Espera. La respiración llena el espacio. El doctor introduce los auriculares del estetoscopio en sus oídos. Yo no escucho nada. Capto su expresión ausente tratando de escuchar las pistas secretas de otro mundo. José Gregorio se ha vuelto dócil, fija su mirada en el muro opuesto. ¿En qué piensa el paciente? No piensa, palpita. Espera que el médico dictamine. Su mente quizás le canta canciones de amor al corazón,  le suplica que durante el examen se muestre sano. Presiento en él esa terca voluntad de estar bien. ¿Realmente lo estará? ¿Cómo defraudar a un cirujano que entregó toda su pericia y experiencia para alargarle su permanencia en esta vida? El médico que le prolongó sus noches en el ejército, sus hambres y el frío con su tos, pero también los saludos a su madre, sus pasiones, sus amores y sus sueños. La mina saltarina que explotó a su paso no fue propiamente enterrada para desgarrar corazones. Estoy vivo, dirá José Gregorio. ¿En qué piensa el galeno? El doctor no piensa, ausculta. Descifra músicas. Busca marcaciones de ritmos, síncopas, pérdidas del compás. Descifra los secretos del corazón.
—Levanta el brazo, por favor.
El médico le coloca a su paciente un medidor de presión en el antebrazo. Oprime repetidas veces la pera. El fuelle se infla. La aguja en el medidor sube. El doctor detiene el bombeo. La agujita inicia un descenso. Como si tuviera hipo, simula detenerse en ciento veinte, pero continúa el camino y al pasar por ochenta vuelve a parpadear y retorna a su reposo.
—Muy bien, puedes vestirte.
—Ah, doctor, otra cosita. Es que en la revisión que me hizo el doctor del batallón, me dijo que había quedado otra esquirla aquí.
—Ah, ¿sí? A ver yo miro.
El paciente extiende su pecho desnudo. No puedo evitar enfocar esa extensa porción de piel arrugada que envuelve el esternon con una desordenada acumulación de células en apariencia imperfectas, y entiendo la razón de todos los temores del soldado:
—Si me dan de baja del ejército, ¿quién me va a dar trabajo con semejante tajo? Me invitarán a quitarme la camisa para una revisión médica, me verán esta cicatriz, se espantarán y me preguntarán ¿que pasó? Tendré que contarles todo y nadie me empleará.
—¿Perdón, dónde es?- Pregunta el cirujano.
—Aquí, doctor, donde se siente más durito.
Las yemas de los dedos largos y flacos del doctor palpan con pericia, concentran sus radares y transmiten su parte de tranquilidad.
—Ah, no. Esos son restos de las suturas que te hicimos. Eso desaparecerá con el tiempo, no te preocupes.

El doctor Pacho despide a José Gregorio y me  pregunta si quiero tomar un café.
-Cómo es la vida-, me dice mientras revuelve el cubito de azúcar en su pocillo.  -Ese muchacho tiene el ritmo cardíaco perfecto. El corazón es definitivamente el músculo más noble… pero es impredecible… imagínate que a mi esposa, una señora que no ha estado en el campo de batalla, que se alimenta bien y lleva una vida serena se le acaba de diagnosticar una arritmia…


III. EPÍLOGO

 
José Gregorio subió a la buseta que lo llevaría a reencontrarse con Janeth. Nosotros iniciamos una aventura cinematográfica que duraría más de tres años auscultando el ritmo cardíaco de un territorio al que llaman “el país del Sagrado Corazón”, que evidentemente sufre de serias afecciones cardíacas.

Diego García Moreno 2014  © 

* Director de cine colombiano. Su largometraje documental El corazón (2006) ganó el premio nacional de cultura  -video- de la Universidad de Antioquia, el premio Atlantidoc en Uruguay, e hizo parte de la muestra oficial de los festivales de cine de Londres, Buenos Aires, Brasilia, Sidney y Vancouver, entre muchos otros.

He sido un cultivador de cartas... pero se extinguen los huertos, las postales, los destinos. Busco materos, balcones, ventanas, lienzos libres donde pueda sembrar mis dudas, mis palabras, las cascadas de imagen que a veces se me ocurren. Dale hombre, me han dicho algunas fieles amistades, invéntate un blog, escribe. Ya verás que es un buen andén para compartir tu risa, tu silencio, tus desdichas. Curioso, dócil, ingenuo, acepto jugar a lo impreciso.