jueves, 7 de marzo de 2013

El mico y la danta



¡Es que Sergio es un mico! y todos nos poníamos orgullosos. Se encaramaba a un escaparte o a los palos de mango en par saltos; trepando muros o palmas de coco era igual a los pelaos de la costa. ¡Es un mico! Quién iba a dudarlo. Había que verlo subir por las paredes rocosas de una cascada en el Chocó. Se agarraba de cualquier voladizo, de una fisura, de cualquier superficie rugosa que pudiera servir de escalón. En cambio, yo era un desastre: gordito y flojo, incapaz de escalar un par de metros así me agarrara de un bejuco o me encaramaran  sobre los hombros de un grande. Fue después, cuando  la palabra trepador se volvió denuncia  de una detestable actitud humana, que empecé a sentir un cierto placer  sabiéndome portador de unos genes de danta o, a lo mejor, de hipopótamo.

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He sido un cultivador de cartas... pero se extinguen los huertos, las postales, los destinos. Busco materos, balcones, ventanas, lienzos libres donde pueda sembrar mis dudas, mis palabras, las cascadas de imagen que a veces se me ocurren. Dale hombre, me han dicho algunas fieles amistades, invéntate un blog, escribe. Ya verás que es un buen andén para compartir tu risa, tu silencio, tus desdichas. Curioso, dócil, ingenuo, acepto jugar a lo impreciso.