AL FINAL
Todos los días mi papá comía
huevos revueltos al desayuno. Eso
de ponerse ruana, solo fue al final. Él era más bien un viejo de suéter de
Medellín. El bastón tampoco fue su herramienta cotidiana. No recuerdo haberlo
visto nunca caminar apoyado en una vara de madera, a pesar de la
cojera que le dejó el polio de su
infancia. Cuando íbamos a misa, colocaba firmemente su mano en mi nuca o en la
de cualquiera de mis hermanos. Quién sabe quién, al final, le regaló ese
bastón. El gesto de su boca devela que al final se había quedado mueco.
Extraño, en mis recuerdos tampoco lo veo desdentado ni colocando en un vasito
una caja de dientes antes de dormir. Pero, lo más insólito, al final, es
la correa roja del reloj que,
seguramente, le colocó una nieta cuando descubrió que un abuelito es un muñeco
exquisito que camina, se viste, come, y que nunca se niega cuando lo invitan a
jugar.
Diego García Moreno
febrero 28 de 2013
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